«Apesar de que todavía está creciendo física y mentalmente, ya está en camino de ser uno de los mejores porteros del mundo. Cualquier otro resultado sería una decepción». Cuando Diego Díaz Garrido, entrenador de porteros del Atlético de Madrid, realizó esta aventurada predicción, David de Gea llevaba únicamente 22 partidos oficiales en el fútbol de élite. De hecho, esa misma temporada (2009-2010) el joven David la había comenzado como suplente del suplente. Es decir, como tercer portero tras Sergio Asenjo y Roberto Jiménez. La intención inicial de Jesús García Pitarch había sido la de buscarle una cesión en un equipo de Segunda División para que se pudiese foguear en un clima controlado de mucha confianza y no tanta exigencia, pero como su todavía corta historia iría demostrando, David de Gea Quintana no era un portero más. Él era un elegido. Es un elegido.
Su llegada a la élite le vino de imprevisto, pero ya estaba preparadoPor contextualizar, cosa necesaria por culpa de Simeone, el Atlético en el que nace De Gea es un club sin orden ni concierto. Las infinitas decisiones deportivas no siguen ningún patrón concreto, el equipo cambia cada verano de idea, la estabilidad parece un lujo innecesario y la afición colchonera muestra un hastío importante. El contexto es, en definitiva, una trituradora de sentimientos donde sólo los más fuertes pueden resistir… si acaso la suerte les acompaña. Como siempre, hablar de fortuna en el fútbol es un debate tan interesante como inabarcable y en estos momentos no tiene sentido, pero lo cierto es que desde que se inicia la temporada hasta que se acaba, David vive una sucesión de noticias favorables que él aprovecha sin realizar concesión alguna. Por ejemplo, la lesión de Asenjo le hace viajar con el primer equipo, la de Roberto le hace debutar y la dura derrota del Atleti en Do Dragão no sólo no le afecta, sino que le eleva como ejemplo. Días después, en su primer partido en el Calderón, el de Illescas cometió un penalti totalmente innecesario que le podía haber lastrado en su futuro a corto plazo, pero él mismo resolvió la situación parando el lanzamiento. De Gea tenía algo especial. Era obvio.
Su nombre no tardó en ser coreado. La gente no paraba de hablar de él. Le pedía. Le quería. Al contrario a lo que ocurrió con Asenjo, había sido un amor a primera vista. Pero Abel Resino, leyenda de la portería atlética, no confió en él una vez se recuperó el palentino. Tampoco lo hizo en un principio Quique Sánchez Flores, quien llegó en otoño. Sin embargo, las continuas dudas de Sergio, que había llegado con el cartel de «promesa del fútbol español» y no tardó ni cinco partidos en levantar el runrún del Calderón, llevaron definitivamente al madrileño a la titularidad. Tenía 19 años, las expectativas eran altísimas y el equipo, partido en un 4-2-4, no le protegía de nada ni de nadie. Pero dio igual. «Este chico es frío como un lobo. Tiene compostura, valor y confianza en sí mismo. La presión que pueden sufrir otros no parece afectarle», comentaba Ángel Mejías, quien le había visto crecer en el Cerro del Espino.
El Manchester United invirtió 20 millones en el que debía ser el sucesor de Van der Sar.
En este proceso, como suele suceder, los elogios elevaron la figura de David de Gea a una dimensión que en realidad todavía no ostentaba. Su físico le ofrecía soluciones ilimitadas, sus reflejos le hacían lucir en acciones teóricamente imposibles y la confianza que manifestaba en sí mismo impactaba, pero De Gea aún era un guardameta muy, muy imperfecto. Demasiado, incluso, para lo mucho que paraba. No controlaba el juego aéreo, era muy desordenado con los brazos, abusaba del recurso de parar con los píes y su posición en el campo nunca ayudaba a su equipo. Nada era preocupante, por supuesto. Simples pecados de juventud que con talento y trabajo se podrían corregir, pero tendría que hacerlo pronto porque su segunda gran oportunidad había llegado de forma algo temprana: el Manchester United de Sir Alex Ferguson, dominador de la Premier, le había elegido como sucesor de Van der Sar.
La Premier League le esperaba. Hambrienta. Edwin Van der Sar había sido uno de los grandes activos competitivos de los «red devils» en el último lustro, pero una vez su figura desapareció los equipos aprovecharon para buscar una ventaja. Debían atacar al nuevo, que decían que era muy bueno pero parecía demasiado delgado. No perdían nada y, quizás, sacasen algo de ello. Y lo sacaron. Día a día, en cada balón parado, los rivales le buscaban, le empujaban y le tiraban al suelo. De Gea parecía de papel cebolla. «Traer a un niño de 20 años a la Premier League no es nada fácil. Él está aprendiendo en el entorno más duro del mundo. Lo bueno que tiene es que cuenta con una fantástica fuerza interior», explicaba Eric Steele, entrenador de porteros del United. Durante esta fase de aprendizaje, Sir Alex Ferguson le sentó en repetidas ocasiones para darle la alternativa a Lindegaard. Era una decisión rara, extraña, que ni en el corto plazo parecía tener demasiado sentido. El español lo estaba pasando ciertamente mal y su presencia llegó a representar una debilidad bastante obvia, pero su sustituto no es que solucionara nada. El caso es que, al final, en otra de esas decisiones que hay que interpretar de adelante hacia atrás y no de atrás hacia adelante, Ferguson abandonó Manchester dejando a un portero preparado para poder brillar en la Premier. Porque, ahora sí, De Gea ya es el portero que dicen que es.
De ser una debilidad a ser el gran portero de la Premier League. De Gea está preparado para todo.
Descubrir su presente como guardameta es el evidente objetivo final de este texto, pero si antes no echásemos la vista atrás para recordar cómo ha llegado a este punto el análisis se entendería peor y, sobre todo, sería incompleto. Como todo futbolista, la suma de experiencias que ha vivido David de Gea son las que determinan lo que es el madrileño a día de hoy y, por ende, lo que provocó que un club como el Real Madrid le esperara hasta el último minuto de mercado teniendo ya en plantilla a otro gran portero. Esa es la valoración actual de De Gea. Ni más, ni menos. Además, en su caso concreto esta revisión se antoja fundamental: si David no hubiera vivido la experiencia de la Premier League ahora sería un portero -muy- diferente. Lo cierto es que seguramente además de diferente también sería peor, pero la cuestión en este caso no es cualitativa. No se trata de eso. No. Simplemente, sería diferente.
Por todo esto, aunque las reflexiones siempre las vamos a conjugar en presente abordando el año de David Moyes y los dos de Louis van Gaal como muestra, tomaremos sus cuatro temporadas anteriores como punto de partida. Así que, entrando ya de lleno en el análisis, para empezar hay que hablar de su colocación en el campo. Este punto es capital en un portero porque afecta en todas y cada una de sus acciones. No sólo por todo lo que puede sumar/restar al equipo, sino también a su propia figura. Un arquero bien colocado no para de hacerse favores a sí mismo, reduciendo la cantidad de imposibles a un número razonable. En cambio, uno mal situado acostumbra a encajar goles imparables, y de esos en realidad no hay tantos. Digamos que se tratan de aciertos y errores pasivos, pero que su influencia es directa en el gesto final, en la parada. Explicado esto, se debe decir que De Gea mejoró mucho, muchísimo, el pasado curso. Él mismo lo reconoce: «Lo más importante que he aprendido con Frans Hoek es sobre la colocación. Creo que es fundamental para los porteros estar en una buena posición porque si lo estás tienes más tiempo para todo». La lección la tiene aprendida y así lo ha demostrado.
Aunque la idea de Louis van Gaal parece ser la de crear un equipo que se mueva bien en un ritmo bajo, con mucha pelota y pocos riesgos, los problemas para ejecutar este planteamiento han terminado derivando en que, salvo en los primeros meses del actual curso, su ManUnited haya sido un equipo propenso a cometer errores muy cerca de su portería. Si a este hecho encima se le suma el poco talento de sus defensas, lo que tenemos es a un portero muy expuesto que, en cualquier momento, puede tener que intervenir en situaciones límite. Es decir, un reto durísimo para cualquier meta, pero a la vez perfecto para medir a De Gea lejos de la línea de gol, donde ya se sabe de su genuina calidad.
Y el resultado, ciertamente, es notable. Sin ser un portero muy agresivo a nivel posicional, David ha ido abandonando su zona de confort para afrontar todas estas acciones de forma activa. Un cambio de actitud necesario que, además, le ha servido para demostrar dos de sus grandes cualidades: su capacidad de concentración y su velocidad de reacción. David es uno de esos porteros que siempre están conectados al partido (foto 1), lo que unido a su innata agilidad le lleva a vestirse de «Sr. Lobo» cuando su equipo lo necesita (foto 2). Si no llega al sobresaliente es por un tema muy sencillo: cuando su equipo pierde el balón, lo primero que le dice su instinto es que retroceda (foto de arriba a la izquierda). Parece como si De Gea necesitase ceder algún metro para ganar control de la situación. Una vez lo hace, suele decidir bien y ejecutar aún mejor, pero este primer impulso le hace perder algo de iniciativa y le lleva a vivir más situaciones de 1 vs 1 de lo que debería (foto de arriba a la derecha).
En el terreno de la parada hay muy pocos porteros como David de Gea. Muy, muy pocos.
En cuanto a su colocación en la portería, más de lo mismo. Poco queda ya de ese portero imberbe que siempre estaba bajo el larguero y que se veía obligabado a parar con los pies porque no llegaba con las manos por su deficiente colocación. Este recurso, que tanto le hizo lucir al principio, no era más que una solución de genio para un problema mundano. Ahora, manteniendo su velocidad, cada vez debe realizar menos milagros. Respecto al eje horizontal casi siempre está bien colocado, reduciendo así ángulos, y respecto al vertical cada vez gana más centímetros al delantero. En ocasiones sigue pesándole su condición natural, acostumbrado a resolverlo todo desde la parada y no desde el trabajo previo, como uno de sus sucesores hace ahora en el Calderón, pero la evolución es obvia y no parece que se vaya a interrumpir. Este hecho, además, resuelve en parte un problema endémico de la figura de David de Gea: cubre muy poca portería (foto 1). Literalmente, tapa muy poco espacio. Es alto, pero también muy delgado y muy fino. Esto le hace más espectacular ante el espectador, pero más pequeño ante el rival, que es lo importante. Así el delantero se siente menos intimidado, comprende que no debe apurar tanto y, consecuentemente, falla menos. Aunque, evidentemente, aquí hay trampa (foto 2).
David de Gea no tiene brazos, sino tentáculos. Y no tiene dos, sino cuatro (foto de la izquierda). Porque la necesidad de parar con los pies desvela un defecto, pero contar con ese recurso es un arma más para resultar imbatible (foto). Algo que De Gea parece con mucha frecuencia. Todo parte de un físico que, salvo ese matiz visual, resulta perfecto para un guardameta. Es largo, ágil, rápido, ligero y elástico. Como un portero de balonmano, pero en una portería mucho más grande y con un extra de potencia en su carrocería. Esto le hace llegar a todos lados, tanto arriba como abajo, convirtiendo su altura en una virtud y no en un lastre en determinadas acciones. Así que, como se suele decir, no hay ningún ángulo imposible para él. Si ya no los había cuando se colocaba mal, ahora que ha aprendido todavía menos. Además, a todo esto le suma una técnica bastante eficaz en todas las acciones. Bloca bastante bien, sabe elegir cuando rechazar, orienta bien las manos, deja pocos balones sueltos, su timing es perfecto, cuenta con el recurso de parar a mano cambiada… En definitiva, el español no sólo posee todas las herramientas necesarias para conseguir que su brutal intuición sea tan determinante como el olfato de un «9», sino que ahora ha aprendido a que ésta no sea la única razón de sus paradas.
Con todo esto expuesto, el resumen de acciones concretas no puede ser más favorable. David de Gea va de palo a palo como solamente dos porteros en el mundo son capaces de hacer. En los disparos lejanos demuestra mucha seguridad, tapando todos los ángulos y agarrando muchos balones. No tanto como los grandes especialistas, caso de Víctor Valdés o de Thibaut Courtois, pero sí muy por encima de la media, que actualmente por las circunstancias del esférico es bastante baja. Y, como decíamos al principio, en los manos a mano simplemente es genial. Regatearle parece imposible, reacciona muy, muy rápido y, si le superas, estira uno de sus gachetobrazos como si fuera uno de esos muñecos noventeros. Por último y por si esto fuera poco, De Gea es muy clutch. Es, de hecho, en los minutos finales cuando expone su condición de genio. Su aura de estrella. Esa misma que le lleva ayudando desde hace tres años a ser el jugador del Manchester United que suma más puntos para su equipo. Esa misma que retrasó todo lo retrasable la dura derrota del conjunto de Louis van Gaal en Wolfsburgo.
En los aspectos ajenos a la colocación y a la parada también ha mejorado mucho.
Pero De Gea no sólo utiliza los pies para parar, sino también para aportar con balón a su equipo. Como reconoció hace un tiempo, Frans Hoek le prepara de forma específica y Louis van Gaal le mete en los rombos del equipo. Y no hay mejor manera de que un portero tenga pies de futbolista que, en definitiva, tratarle como un futbolista, cosa que Louis hace desde que estaba en el Ajax. Es más, aunque sólo sea un detalle, todo esto queda patente cuando para hablar de sistemas siempre mete el «1» antes del «4-2-3-1″. Dicho esto, los datos corroboran su mejora: del 50% de acierto en el pase en 2011 y del 55% en 2014, pasó al 64% el año pasado. Evidentemente aquí tiene mucho que ver que el Manchester del holandés quiera rasear siempre el balón, con Daley Blind como figura central, pero lo importante es que De Gea se ha ajustado bien a este cambio. El español aprendió a mirar -y remirar- siempre en corto (foto abajo a la izquierda), buscando al compañero más cercano para apostar por este tipo de salida. Y lo ha hecho con una sorprendente facilidad, demostrando una seguridad y un control muy notables. Nunca pretende batir líneas ni tampoco arriesgar, simplemente otea el horizonte, carga el pie y manda el balón como debe: raso, tenso y orientado (foto abajo a la derecha). Es decir, no crea, pero sí suma.
Por arriba su evolución es notable, aunque más en balón parado que con el balón jugado.
Si nos detuviéramos en este momento, en este instante, ya podríamos hablar de un portero prodigioso capaz de ser decisivo en cualquier partido y ante cualquier rival. Pero lo que le hace poder jugar en cualquier equipo, lo que simboliza su crecimiento en estos dos últimos años, es su mejora en el juego aéreo. Recapitulemos. El ser un portero ligero y de naturalidad paradora le hacía a De Gea tener una posición muy pasiva ante todo tipo de jugadas. Esto, consecuentemente, se fue desvelando como un problema tanto en el Atlético, donde no salía nunca, como en el United, donde se veía obligado a salir y fallaba con una frecuencia preocupante. Como la competición no perdona, los rivales le buscaban y atacaban de forma constante. Sobrecargaban el área pequeña, colgaban balones cerrados, De Gea se quedaba atascado y el gol terminaba llegando de forma inevitable. Su defecto era importante, pero sólo en la Premier League podía ser tan decisivo. Esto le llevó al banquillo y le obligó a mejorar. De no haber pasado por todo esto, seguiría siendo un «portero bajito» encerrado en una torre de 193 centímetros.
“Sus primeros seis meses fueron horribles. Un problema que tenía es que tan solo pesaba 71 kilos. Tuvimos que trabajar con él dentro y fuera del campo para hacerlo más fuerte: cambiamos su estilo de vida. Acababa el entrenamiento y se quería ir a casa. Cuando un día le dije que volviese por la tarde me pregunto que por qué. Además, tenía problemas con su estilo de vida. Dormía dos o tres veces al día y hacía su comida principal por la noche. Le hicimos tragarse batidos de proteínas al finalizar las sesiones de entrenamiento. Y le tuvimos mucho tiempo en el gimnasio, algo que él odiaba y que en España no hacen mucho. Necesitábamos construir una base fuerte. Le comenté que era necesario que entrenase mejor, hubo veces en su primera temporada que entrenaba realmente mal, y que debía ser el primero en llegar al entrenamiento, no el último”, decía Eric Steele. Construida esta «base fuerte», que es lo más importante, únicamente le tocaba (re)formarse. Así, poco a poco aprendió a chocar y a tener que lidiar con un delantero cuya única misión era entorpecerle. Una vez se libró de ese yugo, todo fue muy rápido. Mejoró su toma de decisiones, corrigió su timing y, finalmente, se convirtió en un activo.
Ha crecido mucho en el balón parado defensivoAsí, De Gea pasó de atrapar el 56% de los centros que le llegaban a coger el 91%. Un dato muy relevante porque, como contamos, ahora sale mucho más que antaño. Por tanto, su mejora es cuantitativa y cualitativa. Sobre todo a balón parado. Los rivales siguen buscando ese contacto con él, pero ahora lo soluciona muy fácil: pone la mano (foto de arriba a la izquierda), se hace su espacio, impone su fuerza y gana el balón por arriba mientras todos acaban por los suelos (foto de arriba a la derecha). Tiene que seguir mejorando su actitud, que aún puede ser mucho más agresiva, para pasar de controlar su posición a dominar también el punto de penalti, pero su balance en córners y faltas indirectas ya es positivo. En donde todavía se atisba alguna laguna es con el balón jugado. Ahí el madrileño sufre en demasía. Es posible que al no contar con una situación detenida que le permita reflexionar, esto le lleve a mantener esa posición automática tan retrasada que hemos ido citando antes (colocación y parada). Es un vicio adquirido. Y, como se ve en este ejemplo del año pasado (foto), le está costando corregirlo. Cuestión de tiempo.
Es, en definitiva, un portero capaz de sumar en todos los aspectos a cualquier equipo del mundo.
«A una edad muy temprana, ya ha demostrado que es capaz de hacer su trabajo en todos los aspectos del juego», decía Hoek hace unos meses. Dentro de su liviana figura David siempre acumuló lo que en beisbol se llama “the five tools”, que aplicado a los porteros vendría a ser físico, inteligencia, técnica, personalidad y magia, pero fue su paso por la Premier lo que cambió su carrera. Ahora, David de Gea sí es uno de los mejores guardametas del mundo. Ahora, David de Gea sí está preparado para afrontar cualquier tipo de reto. Ahora, para crecer, lo único que necesita es que su equipo lo esté también.
merchancito 28 diciembre, 2015
Genial trabajo Quintana. Adoro los análisis de Ecos sobre porteros porque es la posición más desconocida para mí. Gracias.
Es una auténtica pasada contar con un jugador así en la Selección, una vez que Casillas bajó del altar. Da tranquilidad para re-construir de abajo arriba.
Y sin desmerecer, ni restar méritos a Keylor Navas (otro que ha dado bastantes puntos), pero personalmente me decepcionó bastante que no fichara, ya no por el Real Madrid, sino por recuperarlo para nuestra liga y disfrutarlo en vivo cada fin de semana.