Dice Josep Pla en su artículo «A Suïssa veient el futbol» que el fútbol no le interesa ni «en sus detalles ni en sus menudencias», pero que en cambio los espectáculos de masas si le «interesan» y hasta le «apasionan». El célebre escritor y periodista catalán anticipaba así su intención de acercarse al fútbol desde un punto de vista más bien sociológico que deportivo, si bien tenemos constancia de que no era precisamente lego en este deporte: aparentemente, tanto Josep Pla como su hermano Pere habían jugado al fútbol.
Su hermano era mucho más futbolero que élLlama la atención que en la vasta obra del escritor ampurdanés -recopilada en cuarenta y seis volúmenes- existan muy pocos artículos donde el fútbol actúe como hilo conductor, y más considerando que el propio autor señala en sus textos que el fútbol era la cosa de la que «más copiosamente» oía hablar. A pesar de esta exigüidad, el balompié consiguió colarse en la primera página de su celebre «Quadern gris», que es también el primer volumen de sus obras completas. El texto, fechado el 8 de marzo de 1918, empieza con un somero repaso a la vida de Josep Pla como estudiante en Barcelona, en la que el fútbol sirve al autor para reforzar la idea de que tanto él como su hermano eran un par de «desvagats» («ociosos», «holgazanes»): su hermano, explica, era un gran aficionado a jugar a fútbol «pese a haberse roto un brazo y una pierna» con su práctica. En un texto posterior, «Sobre el futbol», Josep Pla alude de nuevo a la doble fractura de su hermano añadiendo además que él mismo fue futbolista en su etapa colegial. «Parece que de mediocentro», apostilla, como si atribuir una nomenclatura concreta a las posiciones hubiese sido impensable en aquella época, y dejando entrever su alto grado de afición al señalar que había «soplado mucho en el Campo de Març de Gerona».
Josep Pla se reconoce jugador y expone la dicotomía entre fútbol organizado y fútbol misterio.
La línea temporal futbolística que Josep Pla esbozó en un par de sus artículos es sucinta. Escuchó hablar de fútbol por primera vez en 1907, se aficionó a jugar al fútbol durante el bachillerato y después lo dejó correr, sin concretar una fecha, «seguramente por falta de interés». Durante los primeros decenios del siglo XX, dice, «el interés por este deporte en este país fue real, pero no aparatoso». La posterior «proliferación escandalosa» del fútbol la atribuyó Pla (1960) a que una «determinada política» había considerado que este deporte «constituía uno de los principales elementos de distracción», sin embargo en otro artículo negaba poder explicar la «persistencia» de las conversaciones sobre fútbol. Aquella insidiosa presencia en su vida diaria le llegó a dejar «tan saturado» que estuvo años sin ir a ver fútbol, decisión que rompió en contadas ocasiones y siempre por iniciativa de sus amigos.
Lo sensacional del tema es que Pla se las arregló para ver poco fútbol, pero muy selecto. La lectura de «A Suïssa veient el futbol» revela que él y sus amigos de Palafrugell (Bonal, Català y Castelló) presenciaron los último partidos del Mundial de 1954, que es uno de los torneos más famosos de todos los tiempos. El inicio de la crónica anticipa que Pla se abstendrá de entrar en los «detalles» o en el «entrejuego», limitándose a los comentarios de tipo sociológico o antropológico, que son: «un pretexto para corregir, borrar o confirmar ideas, prejuicios y lugares comunes que uno arrastra sobre los diferentes pueblos». Aun así fue inevitable que algunos detalles del juego se filtrasen hasta el papel.
Pla relaciona el estilo a las características definitorias de cada paísLos primeros equipos mencionados fueron dos que ya habían sido eliminados: Inglaterra y Escocia. Gracias a esto sabemos que el grueso del público suizo quedó decepcionado por la eliminación de las tradicionales potencias británicas; y Pla aprovechó su deceso para opinar sobre el juego en sí mismo y las causas particulares que habían causado la desaparición de los ingleses de «la punta de la pirámide competitiva». Inglaterra representa para Pla la supremacía del «juego de equipo, coherente y orgánico», que es resultado de la aplicación de «la inteligencia, la reflexión y de un método». En contraposición existe lo que, según Pla, no es un equipo de fútbol sino «once bribones establecidos por su cuenta, desligados e inconexos», que representan «la anarquía, el azar y el puro misterio». A pesar de que de el propio Pla reconoce que los ingleses han sido derrotados en su propio juego por los pueblos que son «más nerviosos, más rápidos, más veloces y más dados a la intuición, a la improvisación y a la inspiración»; considera que tiene la sensación de que le están robando el dinero de la entrada si el resultado es dejado «al azar, a la furia» en lugar de a la «reflexión y al método».
La explicación de Pla resulta algo confusa porque intenta aplicar al fútbol el enfoque que usa, por ejemplo, para reflejar a través de la literatura «la situación social y económica de cada país en cada momento», lo que supone encajar por la fuerza su polémica tradicional a favor del racionalismo francés y en oposición al romanticismo y el barroquismo. Así los ingleses son, en su opinión, un equipo coherente, es decir, racional, pese a no haberlos visto, y supone que los «mestizos y negros brasileños», a los que tampoco llegó a ver, serían exactamente lo contrario: «flor de la inspiración», «improvisación», «valor personal», «vedettismo», «circo», etc etc. Los brasileños sucumbieron ante los húngaros, a los que Pla considera representantes «de la metodología del fútbol clásico (inglés)», porque los magiares habían dejado de «parar la pelota» como los ingleses y «combinaban el esférico sin pararlo, con velocidad prodigiosa». Aquel partido es conocido como la “Batalla de Berna” porque los dos equipos se liaron a golpes, anécdota que permite a Pla extenderse sobre «las manifestaciones más delirantes del personalismo» e incluso llegó a decir que los brasileños desplazaron el juego «a la pura inspiración, a la pura selva», que es una agudeza étnicista de difícil encaje para la sensibilidad actual.
Un improvisado cronista deportivo nos revela algunos entresijos del Mundial de 1954.
Lo europeo, a Josep Pla, le sonaba a concierto, orden y pragmatismoLos cuatro partidos del torneo a los que acudió como espectador serán valorados en base a ese planteamiento dicotómico. Así pues el Yugoslavia – Alemania (Federal), de cuartos de final, es un partido de «fútbol de la mejor clase», entre dos equipos que básicamente juegan «igual», pero desarrollando «tácticas diferentes», es decir, que Pla considera que ambos practican fútbol «con una noción de conjunto admirable y sin veleidad de vedetismo», aunque el «eslavo» sea más «vivo» y más «denso y vital» el alemán. Lo cual suena un poco a jerigonza. Si tomamos como referente, por ejemplo, la «Historia de los Mundiales de Fútbol» de Brian Glanville, leeremos que los yugoslavos tenían «la clase pero no la finalización», mientras que de los alemanes dice que tenían «músculo, resistencia y una inmensa determinación». De hecho Glanville también cita a un crítico italiano que consideró absurdo que un equipo como Alemania llegase a la semifinal, mientras Brasil se quedaba fuera. A su vez Glanville critica a la organización suiza por «descoordinada» y también por los excesos (violentos) de su policía, lo que entra directamente en contradicción con las palabras de Josep Pla sobre la «gravedad de las montañas y la buena organización de la Confederación Helvética».
Una posible explicación a estas distorsiones la podemos encontrar en una interesante descripción que aportó Luis Mariano González, en su libro «Fascismo, kitsch y cine histórico español, 1939-1953″, en relación a las corrientes de pensamiento de la época. Según esta cita, la historia moderna de España dividió a los pensadores en dos bandos: por un lado, los europeístas, partidarios de importar ideas, y por el otro los tradicionalistas, que sostienen que el abandono de las tradiciones es la causa de la decadencia. El racionalismo francés de Pla está claramente situado en el perfil de los europeistas, lo que podemos barruntar que polariza su discurso. Los cuatro equipos europeos que pudo ver jugar (Austria, Hungría, Yugoslavia y Alemania) le merecen elogios, e incluso se los merece uno (Inglaterra) al que no pude ver. Lo que deja constancia de una nada disimulada anglofilia que podemos ver reflejada, por ejemplo, en los apuntes autobiográficos de «Notas dispersas».
Los austriacos «juegan un buen fútbol, basado en el sistema inglés» (la «vieja escuela»), un fútbol «admirable», «preciso» y «monótono» al mismo tiempo, dice. Por su parte a los húngaros, que son distintos pero también admirables, les justifica diciendo que han llegado allí por su «disciplina» y por la fabulosa cantidad de horas dedicadas al entrenamiento. Alemania juega a su vez, siempre según Pla, la misma táctica que Hungría, pero conseguirá superarla en la final en virtud de su superior espíritu combativo, apoyado por una meteorología favorable (lluvia y frío). Alemania juega también, obviamente, el «fútbol clásico», pero con «más velocidad que los ingleses» (a los que no vio), y favorecida por su adaptación a la táctica húngara, producto de su «naturaleza estudiosa». Extrañamente en el mismo parágrafo matiza que no quiere decir con eso que los alemanes juegan como los húngaros, aunque sí que son sus «imitadores más voluntariosos». El árbitro, que era inglés, también estuvo, lógicamente, «liberal, generosos y justísimo».
La peor parte se la llevarán las selecciones latinoamericanas, Brasil y Uruguay, pese a que llegó a reconocer en los charrúas la capacidad de «conservar la tradición europea», mantener «la cohesión integrativa» e incluso una relativa «impermeabilidad a la tendencia al fútbol circense de sus tierra natales». Los húngaros y los uruguayos habían jugado uno de los mejores partidos de la historia, extremo confirmado por Pla y por muchos otros autores, y el escritor ampurdanés no escatimó elogios para sus jugadores, de los que dijo que habían sido un prodigio de «conocimiento y experiencia», y también de «corrección». Luego llegó el partido por el tercer puesto y Pla valoró que Uruguay había sido «incorrecta» con Austria, así como decepcionante para el público suizo, exhibiendo un juego «vulgar, grosero, violento, caracterizado por una infinidad de agresiones personales». «No fue un partido duro, sino un partido sucio», dijo. Vuelta por tanto al «desbarajuste individual», al «puro desorden» y a las «manifestaciones de individualismo más tronado».
Algunas grandes firmas especializadas acuden al rescate de Josep Pla.
Contrastaba su visión con la de los periódicosSe deduce de la lectura del artículo que Pla estaba contrastando sus opiniones mediante la lectura de prensa extranjera, sobre todo suiza, -aunque también cita al diario francés «L’Équipe»– y con los propios aficionados suizos y de otras partes, puesto que refiere explícitamente conocer su opinión y eso no podría ser posible sin establecer un diálogo. A pesar de estar informado y de afear la conducta de las selecciones latinas, en ningún momento se hace eco de la violencia más significativa del Mundial, la agresión a Puskas por parte del teutón Werner Liebrich, que seguramente condicionó el resultado del torneo. Brian Glanville lo llamó «la falta que ganó el Mundial» y el diario germano «Die Welt», en acto de contrición, publicó: «No nos comportamos bien. La situación más cizañera fue la acción de Liebrich. Se vengó de Puskas, ese maravilloso jugador, sólo porque era el mejor. Liebrich no debería ser seleccionado para el equipo nacional nunca más. Él nos hace más daño que diez derrotas consecutivas». Se pueden consultar estos comentarios en el libro de Ulrich Hesse-Lichtenberger «Tor!: The Story of German Football».
También el abogado y periodista Eric Walter de «La Suisse» de Ginebra, que fue pionero en el periodismo deportivo de su país, escribió un artículo bastante alejado de la interpretación planiana. Eric Walter criticó el excesivo interés que existía en Suiza por evitar una eliminación tempranera y como esto había perjudicado al seleccionado italiano. Los transalpinos fueron víctimas de un arbitraje «muy casero» durante el primer partido contra los helvéticos (2-1), y luego tuvieron que sufrir que la hinchada suiza se concentrase frente al hotel y que al llegar su autocar los bombardeasen con piedras y proyectiles varios. El incidente fue lo suficientemente grave como para provocar hasta una protesta por parte del embajador italiano en Berna. Según Eric Walter este suceso fue también una muestra del «inmenso poder de la radio», puesto que sugirió que el célebre locutor deportivo Marcel-William Suès, alias “Squibbs”, había sido el responsable de hostilizar a sus fieles seguidores.
La furiosa muchedumbre que describe Eric Walter no parece concordar con ese público, objetivo y frío, del que escribe Josep Pla, quien además llegó a subrayar en «Per passar l’estona» que los suizos no solo ostentaban una prodigiosa cortesía que les llevaba a «disentir con el silencio delante de los errores corregibles», sino que además mostraron durante todo el campeonato del mundo la loable cualidad de no darle demasiada importancia al fútbol, se sobreentiende que justo al revés de lo que sucedía con los paisanos de Pla. El corolario planiano de la experiencia, recogido en el ya citado artículo «Per passar l’estona», es que el fútbol es para nuestro país «un auténtico cáncer social» y el tiempo que dedica la gente a hablar de fútbol «una rémora», un «método de cretinización general progresiva literalmente nefasto». Motivo por el que ofrece una modesta propuesta de solución: que al «periodismo deportivo se dediquen los periodistas más inteligentes, más independientes y más formados». Ya que «ellos (por los periodistas) tienen buena parte de la culpa de este siniestro carnaval colectivo de ínfima categoría«.
«Que al periodismo deportivo se dediquen los periodistas más inteligentes, más independientes…».
«Sería de una gran urgencia que se empezase a decir la verdad, caiga quien caiga», dice Pla, mientras solicitaba «esclarecer un poco los cráneos» tan «intoxicados por el aldeanismo». Lastimosamente ese análisis «implacable y objetivo», que él felicitaba en el diario «L’Équipe», no pudimos encontrarlo en sus propias crónicas sobre el viaje, si bien él ya alerta en «A Suïssa veient el futbol» que sus ideas son «generales y candorosas». Si Pla hubiese estado mejor informado seguramente no hubiese escrito que el «magnífico espíritu deportivo» fue patrimonio de los equipos europeos, y no solo por la lesión de Puskas, sino porque el suizo Fatton recibió una patada en el estómago y su compañero Flueckiger otra en la espalda durante el primer partido contra Italia, o porque al brasileño Pinheiro le estamparon una botella en la cara (fechoría atribuida supuestamente Puskas). Y si Pla hubiese sido un mejor conocedor de la historia del fútbol, quizás hubiese coincidido con Brian Glanville en que Hungría suponía la reconciliación de «el talento y la supremacía técnica tradicional del fútbol continental con la fortaleza y el poder rematador del británico» y no, como Pla dice, un representante de la «metodología del fútbol clásico (inglés)». O incluso, como opinaba el periodista argentino Dante Panzeri, que el fútbol centroeuropeo de los años 30, así como el magyarismo de los ’50, fueron el fútbol que más se pareció al estilo rioplatense de sus mejores épocas. Pero ya dice Pla que se confiesa «un pur babau» (un puro bobo) ante la frondosidad de la memoria de los que conocen «los nombres de todos los mejores jugadores de la tierra, la filiación de una gran cantidad de artistas de cine y las marcas de todos los coches y motocicletas que circulan por las carreteras», porque eso requiere de pasión y romanticismo, y Pla prefiere leer a Montaigne y Maupassant.
Kundera 18 septiembre, 2015
Plas. Plas. Plas. Pla. Pla. Pla.