Durante más de 100 años, sólo la distinguió el color de su camiseta, era «La Roja», y así la conocían, pero hasta eso corrió el riesgo de perder cuando España ganó la Triple Corona y decidió llamarse de la misma manera. Por descontado, aquel hecho no fue detonante de nada, pero no deja de ser curioso y bonito que, simultáneamente al, para más inri, involuntario intento de expropiación -¿hay algo más degradante que no existir aunque existas?-, Chile iniciase una revolución futbolística que acabaría haciéndola famosa. En el ámbito internacional, los primeros coros resonaron entre 2009 y 2010, cuando nos hablaron de Alexis, Vidal y un equipo que atacaba todo el rato, se movía muy deprisa y defendía en el área del rival. Y desde entonces coleccionó derrotas pero también identidad, y a la par, una madurez paulatina fruto de esa continuidad que Jorge Sampaoli, con sus matices, supo darle a un proyecto discutido, porque todo lo que pierde se discute, por mucho que valga la pena. El caso es que a 5/07/2015, Chile juega el fútbol más personal del momento. Y ha ganado el primer título de su historia. Y sigue, y seguirá, siendo «La Roja».
Cuesta recordar una Final que arrancase a un ritmo superior al impreso ayer en la primera media hora.
Alexis fue el epicentro del terremoto ofensivoEl ultra agresivo estilo de Sampaoli provoca un efecto imposible de desactivar: mientras sus pulmones están llenos de oxígeno, se juega su ritmo. Ataca con tanta gente que crea peligro seguro, lo hace con tanta verticalidad que el vértigo es una garantía y presiona con tanta energía que el adversario carece de la opción de pararse y frenar un poco la vorágine. Argentina, como cualquier otra, fue víctima de este rasgo. Sin embargo, el rasgo en sí reviste a veces un problema vinculado, pues para lograr todo eso, el equipo tiene que abrirse mucho y deja espacios atrás, y se vuelve vulnerable ante los contragolpes ajenos. Y aquí radicó la diferencia con respecto a lo esperable: Argentina contraatacó poquísimo. A lo largo de los 120 minutos, alguna transición con peligro pudo hallarse, pero en ningún caso fueron un factor firme y con peso en el desarrollo del partido. Se debió a dos motivos:
Marcos Rojo realizó una Final extremadamente frágil y condicionó para mal las opciones de Argentina.
● La espalda de Rojo: Rojo completó una de las finales más traumáticas que se recuerdan en una individualidad. A un nerviosismo perenne que se percibía en cualquier acción ofensiva o defensiva, sumó una fragilidad táctica difícil de entender. Cualquier pelotazo tirado hacia su zona se convertía en un ataque peligroso para Isla, Alexis o Vargas.
● La candidez de Demichelis y Otamendi: Quizás por verse forzado (por Rojo) a salir al cruce con demasiada frecuencia, Otamendi perdió la contundencia defensiva que le caracteriza y le destaca. Cada vez que Aránguiz, Vidal o, en especial, Valdivia filtraban un pase vertical hacia la frontal del área de Romero, bien Alexis bien Vargas recibían de espaldas y daban continuidad al ataque.
Al disponer Chile de dos soluciones tan concretas y fiables, se focalizaron en ellas y consiguieron acabar muchas jugadas o, en el peor de los casos, perder la pelota muy arriba contra una Argentina descolocada, minimizando de este modo sus posibilidades de contragolpe. Además, la concentración de cada futbolista de Sampaoli era total, y a poco que el dibujo se desordenaba, llegaba la ayuda extra y hacía la falta táctica. Sobre Leo Messi hicieron nueve.
El Kun Agüero sostuvo a Argentina en los peores momentos y fue equilibrando poco a poco el partido.
En los instantes de mayor necesidad, Kun Agüero sostuvo de los argentinos. Supo caer en las zonas que dejaban libres Isla o Beausejour, sacar a Silva y Medel de posición y, lo más complicado, anticiparse a ellos y controlar la pelota. Imprimía la pausa y permitía a Messi, Di María o Pastore recibir el balón en campo contrario en alguna ocasión. Protagonizó minutos de enorme categoría, los mejores de su torneo. No puede decirse lo mismo sobre Di María, que anduvo demasiado impulsivo, pero aun así, su lesión (minuto 26) redujo tanto el potencial como el juego de la albiceleste. Di María, en el menos inspirado de sus días, cuanto menos implica progresión, la coge abajo y la lleva arriba. Sin él, Argentina ni llegaba. Bravo miraba de lejos.
Medel se comió la Final con Higuaín enfrenteY así, más tranquilizado, transcurrió el encuentro hasta el minuto 73, cuando el Tata Martino tomó una decisión que le condenó a la derrota: Higuaín por Agüero. Realizando un potente ejercicio de empatía, puede entenderse por qué lo hizo. El derroche físico durante el primer periodo había sido bestial, los dos equipos se sentían cansados y habían entrado en una dinámica miedosa en la que, en pos de evitar fallos tontos, abusaban del balón largo y aéreo para entregarle el marrón al otro. Gonzalo, más alto que Sergio, podía presentar más batalla en ello, y además estaba más fresco para correr. Sin embargo, juega peor al fútbol. Mucho peor. Higuaín no igualó a Rojo, pero casi. Sus movimientos taponaron a Argentina e hicieron protagonista absoluto del césped a Gary Medel, que sin las patarracas de Agüero enfrente, se liberó y se dispuso a comer. Medel trató a Higuaín como a un benjamín, subió líneas cuando todos bajaban los brazos y fijó la altura de su presión allá donde parase Messi. Medel, a partir del Pipita por Kun, ofreció a Chile un dominio visible y radical. Isla, Beausejour y Alexis lo gozarían.
Chile terminó dominando con bastante autoridad, pero sin claridad para crear ocasiones reales.
El último cuarto de hora de lo reglamentario, así como el total de la prórroga, formaron parte de un monólogo lleno de monotonía. Alexis Sánchez, que con Di María caído expuso el físico más extraordinario de la Final, lanzó desmarques transoceánicos hacia ambas bandas por igual, hasta quebrar al mismísimo Mascherano de tanto correr. Una vez asentaba arriba a Chile, los carrileros de Sampaoli subían y dominaban la escena. Los dos estaban solos y eso daba a La Roja bastante maniobrabilidad, la pelota podía ir de lado a lado con seguridad y ritmo, aunque hay que constatar una cosa: la mayoría de los ataques terminaban en centro y todavía no sabemos hacia quién iban dirigidos. Arturo Vidal actuó de “9” en un largo tramo del choque, pero no pudo conectar ningún remate. Y de esta guisa se alcanzaron los penaltis, sin que Messi alterase la paz de los chilenos. Aránguiz, Díaz, Silva y Medel le encontraban con mucha más facilidad que Mascherano, Biglia, Pastore o Banega. Quizá él debió moverse más, hacerse más visible, pero porque se habla de Lionel y de él se espera lo milagroso. Ignorando la expectativa y valorando el contexto, su aportación fue correcta.
Claudio Bravo se consagró como, seguramente, el mejor portero de la temporada 2014/15.
A modo de corolario, cabe destacar el nombre de Claudio Bravo, gran candidato a portero mundial del curso. Sin realizar ninguna parada portentosa, cuajó una Final de sobresaliente rotundo. Para empezar, por su colaboración con el balón en los pies. Bravo ofreció un punto de apoyo en la salida desde atrás desde el caliente minuto 1 hasta el aterrador minuto 120, exhibiendo una parsimonia en cada toque que contagiaba autocontrol y personalidad. Y qué pase le metió a Vidal en una de las jugadas de la noche. Para continuar, no queda otra que descubrirse ante su jerárquico juego aéreo. El fútbol a veces es simple: Chile es muy, muy bajita, y eso le hace débil en la estrategia y le cuesta o le debe costar goles. Bravo se compromete con la debilidad y se hace valer con una valentía y una generosidad que protege a todo un país, literalmente. Por último, claro está, surgió el temple de su penalti salvado; el que precedió al Panenka de ese delantero hiperactivo que aparece 100 veces por encuentro, a menudo falla en más de 50 y nunca pierde la certeza de que se trata de un jugadoraso. Hace bien, porque así es. Al fútbol no se acierta; al fútbol se juega. Chile, tras más de un lustro haciéndolo, puede dar fe. Cuando se juega y se sigue jugando, el resto tan solo llega.
@migquintana 5 julio, 2015
Leo Messi disparó una vez en todo el partido. Y creo que fue a balón parado.
Un dato que viene a incidir en lo erróneo del plan argentino, que fuera cual fuera llegó a obviar a Leo Messi. Lo convirtió en uno más. Si estaba desmarcado en buena posición, se la pasaban. Si no lo estaban, miraba otro. Una acción coherente y lógica con el 99% de los jugadores, entre los que obviamente no se encuentra Leo.
También creo que todo esto estuvo, en cierta medida, aunque pesara menos, provocada por una Chile que no fue tan Chile como siempre. No sólo fijaba mucho más atrás a Marcelo Díaz, ejerciendo prácticamente de ese Busquets de Guardiola en ciertos momentos de su Barcelona, sino que también ató bastante a Charles Aránguiz y Arturo Vidal, que pisaron área mucho menos de lo normal. Esto derivó en que Chile llegara menos y creara menos peligro, pero también redujo la sensación de equipo partido con la que Messi, Di María o Agüero hubieran disfrutado muchísimo.
Sea como fuere, táctica al margen, Chile me pareció mejor en la final en concreto y en el torneo en general. Desde la sobriedad de Claudio Bravo hasta las actuaciones de Mauricio Isla, Marcelo Díaz, Charles Aránguiz, Arturo Vidal, Alexis Sánchez y, por supuesto, el Mago Valdivia, que en este partido ante Argentina logró a destapar que Marcos Rojo está lejos de ser un lateral de élite. Jorge Sampaoli ha conseguido lo único que le faltaba a esta Chile bielsista que heredó y potenció: un título. El resto, el ser inmortal para el país y para muchos de nosotros, ya lo había logrado antes.