“¡Ya salen, ya salen! Míralos, ¡son unos picapedreros!”. La televisión argentina no podía contenerse. Tras reunir sin éxito una de las mayores constelaciones de su historia en el Mundial 2006, Brasil se había plantado en la final de la Copa América 2007 con un bloque y juego más que sombríos. Los Vagner Love, Josué, Mineiro o Elano parecían muy poca cosa, incapaces de vestir esa camiseta. Al otro lado estaba Argentina, que había coleccionado victorias con una superioridad casi sin precedentes. Existía en el país el pensamiento de que jamás se había disfrutado de tanto talento junto. Apunten: Zanetti, Ayala, Riquelme, Verón, Tévez, Crespo… y Messi. Más Gaby Milito, Mascherano, Aimar, Cambiasso… Una mezcla perfecta entre jóvenes, maduros y leyendas consagradas que iba a más de tres goles por partido. Argentina nunca había sido tan, tan favorita ante Brasil. Pero Argentina perdió.
Aquella derrota supuso un punto de inflexión –negativo– para la camiseta albiceleste. Los catorce años sin títulos, que parecían circunstanciales, de repente tenían otro aspecto. ¿Cuándo se rompería la racha? Después de todo, si no había sido con ese plantel, ¿cuándo sería? El semillero argentino había reaccionado con orgullo a la (des)aparición celestial de Diego Armando Maradona. Tras él llegaron acontecimientos como Batistuta (máximo goleador de la historia de la Selección), Fernando Redondo (quizás el mejor y más puro “5” que dio la nación) o Riquelme (mejor jugador de la historia de Boca). Incluso puede decirse que en 2002, Argentina acudió a una Copa del Mundo con el mejor engranaje colectivo en décadas de la mano de Marcelo Bielsa. Pero nada había bastado. Los años caían y las derrotas se acumulaban. Solo los treintañeros recuerdan ya una Argentina campeona.
«Jugar con Argentina te quita prestigio» (Carlos Tévez, 2 de septiembre de 2011).
El S.XXI no conoce triunfo argentino. Cada derrota hacía más probable la siguiente. Hasta hoy.
Lionel Messi es un insurrecto. Un hereje contra la historia. En el rosarino, el fútbol encontró a la primera figura en treinta años a la altura de sus reyes pétreos. Nacido en la tierra de su antecesor, Messi recibió de manera natural una comanda sin lógica: reeditar la obra irrepetible e insuperable de Maradona con Argentina. Daba igual que tal cosa fuera, literalmente, imposible. Las historias especiales del mundo del balompié se suceden en contextos sociales y deportivos tan particulares que el propio fútbol se asegura de que no puedan duplicarse. Pedirle a Messi una historia de amor con “la Diez” como la que vivió Diego tendría el mismo sentido que exigirle a cualquier estrella (pasada o futura) que llegase al Real Madrid que pusiera su nombre a la altura de Alfredo Di Stefano. Tan ilógico como demandarle al próximo megacrack del FC Barcelona que se alce por encima de los números y títulos del propio Messi. Los gigantes del balón dejan su marca en territorios por conquistar. Todos menos Leo, obligado a bancarse ese imposible.
Argentina necesita sentirse Argentina para competir. Son un fútbol basado en el orgullo.
Lo que Diego Maradona fue para la Selección quedó explicado en su momento en el tercer párrafo del artículo «Solo queda el potrero». Mucho más que un Mundial, su legado tuvo que ver con la exaltación del orgullo argentino. Alrededor del liderazgo de Diego nació una competitividad extrema de unos futbolistas, en algunos casos, bastante limitados. La imagen del triunfo es México 86 pero el resumen del maradonismo se condensa en Italia 90. Si uno repasa el campeonato, verá que el Pelusa lo finalizó con 0 goles en 7 partidos (había hecho 5 en 7 encuentros en suelo mexicano). Maradona afrontó el torneo muy castigado del tobillo y casi no hubo señales de sus galopadas en la primera fase, en la que Argentina quedó tercera. Pero entonces llegó la «corrida memorable» ante Brasil. Una inolvidable injusticia futbolística ante el enemigo íntimo. El milagro del Diez obligaba al resto a derramar sangre si era necesario. A partir de ahí, Argentina fue avanzando rondas sin necesidad de ganar, con el arquero Goycoechea parando mil penaltis, todo rodeado de un sufrimiento extremo. Maradona no decidía los partidos con goles o asistencias, pero resultaba objetivo que sin él, la albiceleste no hubiera durado ni un minuto en el Mundial. Alemania acabó con el sueño del tricampeonato pero en la camiseta argentina se había grabado un gen ganador que le permitió levantar dos Copas América en 1991 y 1993 sin tener a Maradona en sus filas.
(Hasta aquí la historia argentina entre 1986 y 2011. Sepamos qué hubo más allá.)
La tarea de Leo Messi en Argentina tenía connotaciones por encima incluso de los propios títulos
Leo Messi arranca como número uno del planeta en 2009. Es ahí, un año antes del Mundial de Sudáfrica, donde comienza “Que de la mano de Leo Messi”, artículo que narra con máxima precisión toda la etapa de Messi en la Selección entre 2009 y 2013. Es la de Leo una historia de madurez tardía, un encuentro entre dos entes (jugador y Selección) destinados a quererse y que sin embargo, llegaron a odiarse casi sin matices. Leo, amando a su país, viajaba con pavor hacia un fútbol y una cultura todavía imposibles de descifrar para él. El pueblo argentino, por su parte, reaccionaba con ira al no poder adorar a quien ya era rey. Por el camino erraron unos y otros, y fue en 2012 cuando la barrera por fin cayó. Había costado pero Messi ya era el futbolista del siglo también con Argentina.
Pese a ello, la prueba del algodón estaba por llegar. La Copa del Mundo de Brasil definiría el impacto real de Messi en la historia de la Selección. Lo cierto es que globalmente Argentina llegaba bien. El bloque de jugadores contaba con la edad ideal y venía actuando junto desde hacía tres años. No obstante, el once habitual de Sabella dejaba muchas dudas. La delantera acumulaba elogios pero el centro del campo y –sobre todo– la defensa eran casi un saco de boxeo para la opinión pública. Fruto del nerviosismo, Sabella inauguró el campeonato ante Bosnia con cinco zagueros, el sistema que solía utilizar cuando olía el sufrimiento. La primera parte de Argentina fue horrible, depresiva. En 45 minutos de juego se estaba tirando por tierra todo el optimismo acumulado en los dos años anteriores. No hay exageración, Argentina es tal cual, y un Mundial (que se lo digan a Bielsa) tampoco otorga tiempo de reacción. Pero entonces apareció Messi. Apareció por fin la imagen deseada: un golazo de Leo con la Diez en la Copa del Mundo, celebrado como nunca antes por la Pulga. Argentina había jugado fatal pero había ganado. Hubiera podido derrotar a Bosnia sin el concurso de Messi, pero hubiera sido imposible ser feliz aquella noche sin la ilusión de tenerle.
Messi puso lo imprescindible para que Argentina comenzara a recobrar el placer de ser ella misma
Tras Bosnia llegó Irán, quizás la peor actuación de Argentina en la Copa. A nivel de juego lo cierto es que no había muchas noticias positivas; Messi la tocaba poco, Di María intentaba miles sin éxito y apenas sí se sucedían cortes milagrosos de Mascherano. Asomaba de nuevo la depresión cuando Messi, tras 90 minutos opacos como no se le recuerdan, inventaba otro golazo excepcional. Las dudas quedaban sepultadas por la euforia que generaba ver a Leo decidir. “Gracias a Dios, el enano frotó la lámpara”, exclamaba Romero tras el choque. Messi comenzaba a penetrar en unos compañeros que, ahora sí, creían tener el as de la baraja. Estaban cambiando cosas. En octavos llegó la brutal exhibición de Di María ante Suiza, definida de la mejor manera: gol del Fideo tras cabalgada de Messi en el minuto 118. En el 120, palo milagroso de Suiza. El tono épico estaba ya servido. ¿A qué nos recordaba todo esto?
El final feliz quizás se estropeó cuando, ante Bélgica, un pase inaudito de Leo obligó a Di María a una carrera inasumible hasta para él. Con Angelito fuera y Messi, Agüero e Higuaín muy lejos de sus plenitudes físicas, los de Sabella dejaron de poder atacar. Pero daba igual. Argentina ya era Argentina de nuevo. A partir de aquí, los elementos menos dotados (y más discutidos) de la Selección pusieron “el huevo” histórico que les había caracterizado en el pasado. Para el recuerdo la actuación del flojísimo Basanta (todo un homenaje a los Troglio, Giusti y compañía), el corte acrobático de Garay en el minuto 94 ante Bélgica, el cruce de Mascherano ante Robben, los kilómetros de Biglia, los penaltis de Romero ante Holanda (déjà vu), el cierre con codazo de Rojo ante Wijnaldum… Incluso los primeros 45 minutos de Messi ante Alemania, sus mejores del torneo, se basaron en un derroche físico y emotivo que no estaba para sostener. Argentina hincó la rodilla, sí. Y es Argentina un país tremendamente exitista; si no hay triunfo, no hay gloria (y más en el caso de Messi). Pero esta vez iba a ser distinto. Exactamente igual que sucedía tras la final de Italia 90 (Ver Portada “El Gráfico”), el pueblo se sintió unido a ese grupo, había compartido su sufrimiento, generándose así un nivel de empatía inesperado. “Nunca lo vamos a olvidar”. Leo regresó sin su Mundial, pero había recuperado el argentinismo. El valor de esa camiseta.
La herencia del Mundial ha hecho de Argentina algo que, por nivel de futbolistas, quizás no es
“Argentina tiene un equipazo”. La sentencia data de junio de 2015, escasos 12 meses después del comienzo de la Copa del Mundo. Faltan días para el arranque de la Copa América y Argentina, en efecto, es muy favorita. Leo Messi ha recobrado el nivel físico que hubiera soñado tener en Brasil, algo que condiciona el sentir general. Pero hay algo más detrás. De repente, se mira distinto a los convocados por Martino. Se sumaron Otamendi y Banega, de grandes temporadas en Valencia y Sevilla pero tampoco novedades desconocidas. Ambos formaron parte del proceso desde 2011. Entonces, ¿existe ese equipazo?
Con la Champions League como máxima prueba de calidad “élite”, un vistazo al núcleo duro nos dice que los Romero, Biglia, Rojo, Gago, Banega (más los Fede, Palacio o Basanta) jamás tuvieron peso relevante en la Copa de Europa. Otros, como Lavezzi, Garay, Zabaleta o Pastore sí que la juegan cada año, aunque queden lejos de frecuentar las semifinales. El dominio de la competición se reserva para la delantera y Javier Mascherano, es decir, para las piezas intocables, aquellos de los que nunca se dudó. Sucede que Argentina es hoy un escenario mucho más agradable y placentero. El citado Pastore es el mejor ejemplo de ello. Siendo un jugador innegablemente lagunero, su integración ha sido inmediata, suave, casi idílica. La misma camiseta que hizo de Verón un apestado y de Aimar algo irrelevante, parece no pesar para el Flaco.
Y así, con felicidad e ilusión, Argentina se prepara esta noche para intentar romper una sequía de 22 años. En Chile ante Chile, un toro capaz de embestir como pocos actualmente. Pero Argentina está confiada porque se siente Argentina. Qué mejor ejemplo que frente a Uruguay, un choque de terrible dureza en el que cada pieza de la albiceleste metió todo sin arrugar lo más mínimo. Empezando por Messi. A él corresponde haber devuelto al país a la senda de grandeza de antaño. Sabe Leo que necesita imperiosamente este título, pero el ciclo Messi ya está rentabilizado para Argentina. Solo una vez en la historia lograron encadenar final del Mundial y Copa América en el plazo de un año. Fue en 1991, tras la Copa del Mundo de Italia, cuando llevar la azul y blanca otorgaba prestigio. Como hoy.
···
···
HAZ CLICK AQUÍ PARA VER TODAS LAS COLECCIONES DE
– ORIGEN | ECOS –
···
danielgi610 4 julio, 2015
No le quito nada a Messi porque sin duda es un grande este deporte, pero a veces siento que se le trata de engrandecer de más en donde no se puede, como con Argentina. Se trata de empequeñecer al equipo del que esta rodeado cuando esta claro que es un equipazo, de verdad, tienen a un TOP mundial en cada línea del campo y el resto son jugadores de élite o que cuando se ponen la camiseta de Argentina elevan enormemente su nivel (Romero, Rojo). A nivel talento solo España, Alemania y Francia* se le comparan a mi parecer(la última más potencial que actualidad)
Messi es un monstruo y un crack mundial sin duda pero me llama la atención esto, ya que jugadores considerados menores en jerarquía por muchos como Zidane o Ronaldo(aquí hay mas controversia) si lograron muchísimo con sus selecciones y al menos a mí me transmitieron muchas más vibras. ¿Por que?