«¿Te acuerdas de la Copa de Europa?». Cuando Xavi, Iniesta y Messi se reunieron en 2005 como miembros de la primera plantilla del Barça, la pregunta anteriormente formulada tenía función y coherencia. En el museo del Camp Nou había sólo una de las grandes, la del juego de Cruyff, la falta de Koeman y la frase de Pep. Pero todo cambió al término de aquella campaña. El triángulo de La Masia, todavía subdesarrollado, potenció a Ronaldinho y Eto´o para ganarle la segunda a Wenger y forjar así las bases del imperio. Tres años después, Guardiola, que había soñado el futuro, los puso al mando. Desde entonces, el club se convirtió en una máquina de cambiarle el sentido a las palabras. «Posesión» no implica pertenencia, sino el tiempo que moviste la pelota; «fútbol» no es el nombre del deporte, sino algo que se tiene o no se tiene; e incluso París, Roma, Londres y Berlín dejaron de ser las capitales de cuatro grandes países para ejercer de apelativos de cuatro títulos culés, de cuatro Champions más. Cuatro. Y ya van cinco. Esto ha ocurrido en el intenso pero ínfimo margen de una década. Y no va a acabarse aquí.
Se sabe que los triunfos no han terminado porque se constató la buena nueva: el éxito no corresponde a un modelo o un estilo al que cuidar, sino a una generación humana a la que nadie podrá corromper. Alves, Piqué, Busquets, Iniesta o Messi ganaron la Final contra la Juventus en base a principios muy diferentes a los que tumbaron a Ferguson en 2009 y 2011. No hubo juego de posición, control sobre el juego o repetición de acciones. Compareció el Barça de Luis Enrique más puro; el que por medio de la improvisación se vuelve imprevisible y termina ataques por doquier, cuanto más rápidos mejor; detallando de manera exacta, aquel caracterizado por la garra de quien hoy marca su estilo: el uruguayo Luis Suárez. Él señala el camino.
Iniesta dejó su sello como en cada final que disputó, mostrando frialdad donde Vidal claudicó nervioso.
Rakitic rubricó la gran jugada de la nocheEn el minuto 4 de partido, Rakitic abrió la lata y nos presentó un guion que pronto sería desechado. Se sabía de antemano que si Messi ocupaba la banda derecha y pausaba la pelota por allí, la Juventus bascularía sobre él y manifestaría una inferioridad numérica insalvable en el costado opuesto. Alba podría recibir desmarcado y, a partir de ahí, activar a Neymar e Iniesta en ventaja decisiva. Como aparente producto de un scouting preciso y un plan diseñado para aprovecharse, Leo encontró a Jordi y se produjo lo vaticinable. Podrían cargarse las tintas sobre Pirlo, que a fe que no hizo ni el intento de frenar la ofensiva, pero sería hasta cierto punto absurdo, pues Vidal o Pogba le igualaron en desacierto. La Juve como equipo, táctica y mentalmente, no estaba preparada para defender esa jugada en concreto. Por eso presumimos que la veríamos vez tras vez. Pero no sería el caso.
Busquets e Iniesta se presentaron en la Final como en Roma y en Londres; con ese aura de divinidad.
Tras el 0-1 inaugural, la Final se descubrió como un partido poco estable donde cada jugada era diferente. Los ejemplos paradigmáticos, Messi y Vidal. Leo careció de función definida durante el primer periodo. Ni se abrió a la derecha para regatear, ni se focalizó en el lanzamiento de alley oops ni se pegó al centro con la intención de controlar. En cada acción proponía algo distinto. E igual ocurría con Vidal en defensa, a quien lo mismo se le veía presionando a Busquets que cerrando como pivote izquierdo o, sobre todo, derecho. La aleatoriedad imperante favorecía a quien más talento exponía, el Barça, que además monopolizaba la posesión. Busquets e Iniesta tiraron de galones y tocaron la pelota con esa crueldad tan dulce en ellos, liderando circulaciones que casi siempre finalizaban con tiros de Suárez o Neymar. Apenas Lichtsteiner, Evra y el viejo Buffon mantenían el tipo en el equipo turinés. Hasta que Morata apareció y activó el rescate.
Un gran Morata salió al rescate de su JuventusLa Final de Morata causó auténtico impacto; más incluso si recordamos que aún se trata de un chaval de 22 años. Mientras el Barça atacaba en la mitad bianconera, Allegri abría a Tévez hacia la banda izquierda y a Morata hacia la derecha, buscando una salida fácil y directa tras la recuperación del balón. Y fieles al concepto, la Juventus comenzó a mandarle envíos al madrileño. Su tiranía sobre Alba y Mascherano fue demoledora; dándole además a su terrible superioridad física un calado fino e inteligente lleno de utilidad. Morata creó ocasiones y provocó varias mini-fases de dominio. Demostró que la Juventus estaba sobre el césped e hizo dudar al Barcelona, o a parte del Barcelona, sobre su teórica supremacía. Especialmente, a Jordi Alba y Dani Alves. Recularon.
El Barça defendía con tan poca gente que Alba y Dani, intimidados, se metieron muy, muy atrás.
Quizá por lo fácil que veían acercarse a Buffon con peligro, muchos jugadores del Barça desconectaron en defensa. La MSN ni presionaba ni replegaba, y lo mismo podría señalarse sobre Andrés. Los de Luis Enrique defendían con un número de efectivos demasiado reducido, lo cual aumentaba la confianza de la Juventus. Pogba, Marchisio y Vidal se atrevían a ser los de siempre e implantaron circulaciones en la mitad de campo azulgrana, con bastantes luces y tres sombras que la terminaron apagando: Pirlo, Tévez y Piqué.
Andrea hirió muchísimo más a su equipo en ataque que en defensa. Atrás, la Juve parecía deficitaria de cualquier modo, pero arriba gozaba de margen e ilusiones que la lentitud del pivote italiano dinamitaba en cada participación. Se hace muy difícil recordar un futbolista de campo jugando una Final de Champions en peor estado que Pirlo. El Barça no lo trabajaba y él tardaba tanto en dar los pases que parecía que hasta Messi le estaba marcando al hombre. En cuanto a Tévez, el delantero estrella, simplemente no compareció.
Piqué se homenajeó a sí mismo dominando el aireCon Ojo de Halcón y el Apache argentino autoneutralizados, el ataque de la Juve carecía de profundidad por el carril central. Para acercarse a la zona de peligro, sus únicas carreteras de avance eran los costados. Pogba y Evra por la izquierda, así como Lichtsteiner y Morata por la derecha, sí daban la talla. Sin embargo, cuando se ataca por banda, el recurso ofensivo fundamental radica en el centro al área, y ante tal cosa, el Barça se ha vuelto invulnerable. Piqué es el arca de Noé ante el diluvio universal; una balsa que garantiza la supervivencia hasta que vuelve a salir el sol. Lo despeja absolutamente todo. Tanto es así que su equipo ha desarrollado un nuevo mecanismo defensivo que, para colmo, ha evolucionado en ataque súper letal: cuando algún culé se agobia, la tira a saque de esquina. Luego, Piqué ganará el salto. Después, la MSN marcará a la contra. Los rivales lanzan los córners en corto porque saben que están en peligro. Gerard hace lo de Messi: alterar la lógica en beneficio de su club.
Tras el descanso, el Barça entendió que la salida de balón bianconera era su gran posibilidad ofensiva.
Llegó el descanso. Los entrenadores hablaron y los equipos se aclararon. La Final no iba a ganarse por la calidad de los ataques, sino por la cantidad de los mismos. Y para forzarlos, había que apretar arriba. De primeras, quien más cambió su actitud fue el Barcelona, que era quien más podía crecer en ese aspecto y el que ponía sobre la mesa el espíritu de Uruguay. Si la Juventus había mostrado con anterioridad que la salida de balón del Barça adolecía de anarquía, el Barça enseñaría desde entonces que la de la Juve carecía de nivel técnico. Desde el 45 al 60, los de Luis Enrique fueron un acordeón presionante que robaba la pelota en lo más alto y encadenaba micro-contraataques sin vacilar ni descansar. Un portentoso Buffon, en batalla épica contra su cuerpo de piedra, mantuvo a flote a su Signora a golpe de corazón. Pero Suárez se estaba encendiendo. El encuentro se estaba transformando en la prolongación de su manera de sentir el fútbol. Cuando no hay ni calma ni precisión y el asunto se reduce a la persistencia, nunca acaba sin triunfar.
Messi, aun sin brillar en demasía, inició los tresDicho esto, cautela. Al guion le quedaban giros. En una acción muy bonita que volvió a plasmar la autoestima de la Juventus, Morata se consagró como «9». Y los italianos pensaron que había llegado su hora. Se fueron arribísima. E inquietaron. Tanto Pogba como Lichtsteiner atacaron sin oposición, y se faltaría a la verdad si se apuntase que su ilusión padeció de ingenuidad. Lo hicieron bien. Pero la grandeza de este Barça consiste en que no requiere de confusiones ajenas. Sencillamente, estamos ante un conjunto ilimitado en su forma de concebir el peligro. Cuanto más atacaba la Juventus, más debía de temer Allegri. Y en efecto, fue el preludio de la acción resolutiva. Messi enganchó un balón, condujo con velocidad, miró con su fútbol hacia Gianluigi y mermó su alma de ganador. Leo es el espejo de Galadriel, la dama del Señor de los Anillos. Mirarse en él muestra cosas que pasaron, otras que ocurrirán y algunas que pueden producirse aunque nunca tendrán lugar. Buffon divisó un golazo, endureció la mano con susto y perdió el control del rebote. Y quién si no Luis, hizo gritar a la gente. Cuánta pasión, Suárez.
La actual del Barça es la generación de la Champions; la que la domina, condiciona y conquista.
Fernando Llorente saltó al Olímpico para comandar el último asalto, y lo hizo con acierto, ojalá que para orgullo de la Juventus. El dueño de la bella Italia merece cualquier honor imaginable por la determinación exhibida. Gracias a ella, consiguió lo que ni City, ni Paris Saint-Germain ni Bayern Múnich: que el Barça no disfrutase expresando su nivel. Que sudase. Y así demostró la mutabilidad del campeón. El FC Barcelona ha vencido de todos los modos posibles; paseándose ante los débiles, vulnerando a los mejores y sufriendo hasta el final. Berlín verificó sin trucos ni artificios el poder de la generación azulgrana; la hegemonía de un grupo de personas que quiere al club que les hizo grandes y nació con un talento para jugar al fútbol de inenarrable categoría. Esta vez no pareció haber un proyecto delimitado cimentando el triunfo de un Triplete, y tampoco puede explicarse desde la preeminencia del estilo de siempre. Por eso la afición del club de Leo puede dormir en paz cada noche del futuro cercano. Aquello por lo que venció en 1992, y también 14 años después, volverá seguro porque siempre vuelve. Mientras tanto, Daniel, Gerard, Javier, Sergio, Andrés y Lionel seguirán vivos sin que nadie les transforme. Protegiendo lo que adoran. Y educando a aquel que llegue. No habrá fin de ciclo porque tampoco hubo el inicio de uno. Fue algo mucho más natural. Fue la vida como tal. Gente de corazón culé bendecida por el balón que nunca fallará. La generación de la Champions.
Jose M 7 junio, 2015
Como culé que soy: Que pena, Pirlo, qué pena!