«Cuando no me convocaban, respiraba aliviado porque sentía mucho la presión y era bastante cagón. Quería jugar, pero las dudas me tocaban a la puerta», Emery en «Mentalidad Ganadora».
La crudeza y honestidad con la que Unai Emery Etxegoien (1971, Hondarribia) habla sobre su etapa como futbolista impresiona. A menudo muchos entrenadores han comentado, entre risas y en actitud desenfadada, que no se hubieran alineado a sí mismos de haber contado con su «yo-jugador» en el equipo, pero el técnico vasco va más allá. Unai reniega del Emery futbolista con cierto desprecio. Después tuerce el gesto, cambia su expresión, traga saliva y se explica: “Veía bien el fútbol y tenía una buena zurda, pero me faltaba fuerza, potencia… Era poco competitivo porque no me veía capaz de responder a un nivel alto”. Nieto, hijo y sobrino de futbolista, Emery estaba destinado a serlo. Era una cuestión de tradición. Pero sus limitaciones físicas, su debilidad mental y una grave lesión que sufrió en la cantera de la Real Sociedad, donde aspiraba a poder suceder algún día a su admirado Roberto López Ufarte, le llevaron a desarrollar una carrera por la Segunda División que estuvo marcada por el sufrimiento. El ser un jugador normal, mediocre, le hacía tener que vivir al día para pelear por el siguiente contrato. Una exigencia que le superaba, le maniataba y le hacía estar en «una rueda de la que nunca lograba salir», pues esta presión evidentemente le dificultaba todavía más el asegurar su puesto.
Sus limitaciones como futbolista le fueron marcando como técnico«La única compasión que tenía tras un partido era ver si en el Marca o en el AS me habían puesto un 0, un 1, un 2 o un 3″, reconoce con un tono depresivo del que nunca logra escapar cuando recuerda sus años como jugador por Donosti, Toledo, Burgos, Ferrol, Leganés y Lorca. No fueron momentos fáciles, desde luego. Pero el contexto futbolístico, la exigencia inherente a la competición y su incapacidad personal por hacerle frente, llevaron a Unai a hacerse preguntas. Quizás, por sus circunstancias, en un primer instante esas cuestiones le perjudicaron y ahondaron aún más en sus problemas de confianza, pero poco a poco fueron formando y moldeando la persona que siempre había querido ser. «Yo como jugador aprendí mucho de cómo mis entrenadores no lograban suplir las carencias que tenía», explica. Esa creciente e imparable necesidad de respuestas le provocó querer compatibilizar los entrenamientos y partidos con el curso de entrenador y el título de «Gestión y Administración de Empresas Deportivas». Así, cuando llegó a Lorca, Unai Emery ya sabía perfectamente lo que «quería ser de mayor»: «Tenía ese interés en el porqué de las acciones, en el porqué del desarrollo mío como futbolista en el terreno de juego, llevado al entendimiento del juego. Esa pasión que adquirí la fui desarrollando siendo futbolista».
“Me hice no del todo autodidacta, pero sí una composición personal de los técnicos que tenía, con lo que yo pensaba. Y luego mi experiencia como futbolista en un vestuario y lo que sentía como jugaba, pues me ha servido mucho para entender al jugador. Para llegar al jugador lo primero que uno tiene que sopesar es la parte humana, con la parte personal se llega antes a un futbolista profesional…”.
Aunque Unai comenta que, por mérito o por demérito, en positivo o en negativo, logró aprender algo de todos los entrenadores que tuvo, siempre suele resaltar a John Benjamin Toshack sobre el resto por su actitud. Una elección que encaja coherentemente con la premisa sobre la que fue estructurando su carrera como técnico: ser en los banquillos todo lo que no había podido ser en los terrenos de juego. “Algo que he querido asentar como base es esa capacidad competitiva, esa actitud desde lo pasional a hacer las cosas y, a partir de ahí, unir lógicamente lo que es el talento, porque sin talento… Es decir, con talento y sin talante no llegamos, pero con talante y sin talento tampoco”, comenta haciendo referencia a su manual de principios. Al contrario que muchos de sus colegas, Unai Emery no seguiría una linea continuista de lo que había sido como jugador, sino que le daría del todo la vuelta. Hasta el extremo.
En Lorca completó un año y medio magníficoEl de Hondarribia aspiraba a tener todo medido, atado y planificado para que las dudas no volvieran a llamar a su puerta jamás, pero curiosamente su paso a los banquillos le pilló por sorpresa. De hecho, al recibir la propuesta un 28 de diciembre, al principio llegó a pensar que todo era una broma. Pero no lo era. “Yo me fui tres días de vacaciones a casa, siendo jugador, despidiéndome de mis compañeros como uno más, y volví siendo entrenador. Fue difícil. Pero me metí tanto en el papel desde el principio que no lo pensaba. Y con los jugadores, que yo les conocía muy bien en ese paso, conseguí que todo fluyese fácil”, recuerda esgrimiendo ya una pose muy diferente. Unai cuando habla de su «yo-entrenador» derrocha seguridad, confianza y firmeza. Seguramente, si se sentase consigo mismo a hablar en alguna ocasión perdería el hilo de la charla, pero no precisamente por falta de determinación. Esa credibilidad, ese talante, fueron claves para completar un año y medio inmejorable a los mandos del CF Lorca Deportiva. De estar en mitad de la tabla en Navidad, el equipo pasó a meterse en playoff para, finalmente, tras una remontada y una prórroga, ascender a Segunda. Un primer éxito que encierra una efeméride curiosa y simbólica, pues Emery la logró en el campo del Real Unión de Irún, el equipo para el que había jugado su abuelo (el «Pajarito» Antonio Emery, quien encajó el primer gol de la historia de la Liga en 1929), su tío abuelo (Román Emery) y su padre (Juan Emery). De este último, recientemente fallecido, Unai comenta cómo aquel día no pudo aguantar los nervios y se fue andando desde el Stadium Gal hasta su Hondarribia.
Este éxito inicial, con apenas 33 años, tendría su continuación en la siguiente temporada (2005-2006). Poco importó entonces que la plantilla del Lorca fuera tan modesta como su economía exigía, pues Unai Emery exprimió cada gota de talante y talento para llevar al club murciano a rozar el ascenso a Primera División hasta la última jornada de liga. Con un equipo que se construía desde atrás, donde sí había un poquito más de calidad (Iñaki Bea, Fernando Vega, Berruet y Marc Beltrán), el guipuzcoano firmó una soberbia quinta posición que llamaría la atención del resto de equipos de la categoría.
“Hay dos tipos de entrenadores. Unos son los que en el mundo del fútbol han sido jugadores importantes y tienen una credibilidad como entrenador, que luego por supuesto tienen que demostrar. Y los otros, que hemos sido de perfil más bajo, tenemos que tener un rendimiento y una credibilidad que se debe asentar sobre algo: los resultados. Pero en el caso mío, esos resultados están cimentados en la dedicación que he transmitido. Todos trabajan, vale, pero si yo he crecido y he tenido éxito es porque he tenido un grupo de trabajo cerca mío que viven y sienten el fútbol como yo, y que sienten la necesidad de que, cuando fallemos, ese fallo nos sorprenda trabajando. Ese ha sido el lema que siempre he tenido”.
Unai siempre destaca su capacidad de trabajo como clave de su éxitoUnai Emery firma con la UD Almería en la temporada (06/07) con el reto del ascenso a corto-medio plazo. Un objetivo que cumple de forma holgada en su primer intento, devolviendo así el fútbol de élite a la ciudad andaluza 27 años después con un equipo que comienza a definir el ideario táctico de su joven entrenador: intenso en ambas mitades del campo, en las cuales comienzan a brillar jugadores con mucho recorrido como Bruno Saltor, y muy vertical con el balón en los pies, gracias a la bota de Corona y las piernas de Albert Crusat o Kalu Uche. Sin embargo, cuando Emery es preguntado por sus éxitos, ya fuera en 2008 o ahora en 2015, el de Hondarribia siempre acude a una sucesión de términos que se van encadenando (trabajo -> rendimiento -> resultados -> credibilidad) y que convierten a su pizarra en consecuencia y no en causa. Interesado en el transfondo de esta explicación, que puede parecer simple y poco concreta, en el «Espacio Reservado» dedicado a su figura el periodista Ricardo Reyes inquiere a Unai cada vez que éste menciona «el trabajo» como su tótem. Al final, pese a su habilidad, no consigue que el técnico pronuncie las palabras mágicas, pero si uno presencia la conversación no cuesta nada interpretar lo que en realidad piensa Unai Emery: la mayoría de técnicos ha trabajado y trabaja mucho, pero él ha trabajado y trabaja todavía más. Y para muestra, un botón : “A costa de sacrificar a mi mujer y a mi hijo, mi día de descanso en el fútbol ha sido ver más fútbol, ha sido trabajar aún más fútbol. Y como lo he hecho desde la pasión que yo siento, que para mí no es un trabajo, pues no me ha costado”.
Bajo esta forma de vivir el fútbol y tras sólo 30 meses ejerciendo como entrenador, Unai se presentó con 35 años en la categoría a la que tanto le había costado llegar de futbolista y en la que sólo había podido jugar 124 minutos. Y su Almería la rompió. Sin matices. De lo colectivo a lo individual. Diego Alves comienza a hacer milagros, Bruno Saltor demuestra su motor, Felipe Melo se gana su fichaje por la Fiorentina, Juanma Ortíz compite con Albert Crusat por ver quien es más rápido y Álvaro Negredo, en la punta de lanza, llama la atención de todos. El vallecano había sido la apuesta de Unai, un técnico que se centra en dirigir a su equipo y no en fichar pero que tuvo la suerte de lado: “En Segunda nos enfrentábamos cada 15 días al rival que el Castilla dejaba. Entonces, en esa coincidencia, yo analicé y vi los 42 partidos que jugó Negredo. Así que cuando ascendimos a Primera, le dije al presidente que era una apuesta segura”. Pero más que todos estos, el futbolista que mejor describe al Almería de Unai Emery es Fernando Soriano. El maño, desde la mediapunta, era el primer atacante y el primer defensor de un conjunto en el que todos parecían tener la doble misión de defender y de atacar. Con su curioso físico, su brutal capacidad de desgaste y su comprensión del juego, Soriano ejercía de mediocentro adelantado coordinando la presión, lanzando velozmente los ataques y parando el juego cuando tocaba.
La intensidad con la que juegan sus equipos es propia de Unai Emery«Me apasiona el juego colectivo, la seriedad defensiva y la armonía colectiva para atacar», comentaba Unai en una de las muchas entrevistas que concedería entre finales de 2007 e inicios de 2008. En esas fechas no paraba de recibir elogios, halagos y buenas críticas. Tenía el foco sobre su figura y, de esta manera, comenzamos a conocerle en toda su extensión. Los reportajes de «El Día Después», por ejemplo, ponen al descubierto sus numerosas manías y excentricidades. Porque Unai es especial. Muy especial. Antes de los partidos le gusta salir calmado a pasear, revisando el césped y midiendo la longitud de las líneas paso a paso. «Me gusta el olor a césped, me produce bienestar», confiesa. Pero su pose zen, calmada, acaba justo cuando el árbitro sopla su silbato. Entonces, como si del «Perro de Pavlov» se tratara, Emery cambia. Se acelera, se levanta del banquillo, pone los brazos en jarra y comienza su partido, que viene a ser el que jugaría una persona con síndrome de Tourette sólo que con conceptos tácticos en vez de obscenidades. Él, consciente de la imagen que transmite, se ríe cuando le preguntan. “Vivo así el fútbol. Los entrenamientos los vivo así. Estoy muy encima de los jugadores. Pero incluso si nos vamos al despacho, cuando preparo el entreno, lo preparo así. Y yo lo identifico como algo positivo en mi pasado y mi presente. De hecho, mi segundo entrenador también participa de la misma manera desde atrás. El llamarnos pesados lo considero positivo”, analiza, de nuevo, con pausa.
Pero además de por su peculiar carácter, Emery comienza a ser conocido y muy respetado por lo eminentemente futbolístico. Su método vence y convence. Parece el futuro. Técnicos estudiosos, muy preparados y obsesionados con el detalle, como un balón parado en el que ese Almería se demostraba dominante. Aquel equipo, que se defendía bien pero al que le costaba marcar si no era al contragolpe, produjo más del 50% de los goles y sacó más del 60% de los puntos en jugadas de estrategia. Inventó nuevos goles, ganó partidos y acercó Europa al Juegos del Mediterráneo. Pero lo que llevó a Unai Emery a Valencia fue otro aspecto: su brutal rendimiento ante los grandes. Su Almería ganó al Real Madrid (2-0), sacó cuatro puntos contra el Villarreal (1-1 y 1-0), logró empatar contra el Barcelona (2-2) y el Atlético (0-0), derrotó dos veces al Sevilla (1-0 y 1-4) y, el 27 de enero de 2008, tomó Mestalla (0-1).
“Somos esponjas. El domingo me fui a ver el Levante. Me gusta ver cómo trabaja. Al llegar a casa, vi de reojo el Athletic-Sevilla y el Racing-Madrid mientras preparaba el partido con el Schalke. Y a la 1.30 de la madrugada acabé viendo el Hospitalet-Orihuela. Puedes aprender más de un técnico de Segunda B que de muchos de Primera. Otra cosa es el manejo del grupo, pues el control de los egos es lo más difícil. En la estrategia, el mejor es Miguel Álvarez, del Hospitalet. Leí una entrevista a Spalletti en «El País» en la que decía que seguía a mi Almería. El otro día, su actual equipo, el Zenit, marcó un gol con una estrategia que hacíamos y que yo saqué de Javi López cuando preparaba al Novelda en el estadio de La Magdalena. El entrenador ha de ser móvil: buscar y escarbar. El día que me vaya a jugar al golf, que me aparten porque ya no serviré. Quiero cerca a gente inteligente, que pueda saber más que yo y que se exija muchísimo”.
Otra vez Emery cumple objetivos, supera expectativas, da un paso adelante y bate récords de precocidad. Sin embargo, al llegar a su etapa en Valencia (2008-2012) hay que detenerse y cambiar el ritmo. Las diferencias entre la valoración que hace su otrora afición, la que realiza Unai y lo que podemos concluir desde fuera es demasiado grande como para presentar únicamente un retrato lineal.
Sea como fuere, por donde hay que comenzar es por el principio. Porque en esta ocasión, más que nunca, el contexto lo fue todo. Unai Emery llega en el verano de 2008 a un club che que vive un momento muy delicado pese al reciente título de Copa. En la plantilla hay muy buenos futbolistas (Albiol, Marchena, Joaquín, Silva, Mata o Villa), pero el hondarribiarra sabe que el futuro de muchos de estos pende y depende de una complicada situación económica que está comenzando a marcar la agenda deportiva e institucional del Valencia CF. A partir de ahí, aunque todos ellos se queden el primer año e, incluso, se reincorpore a David Albelda, la sensación es que el equipo vive en un tenso impasse de reestructuración que ya había echado a perder el año pasado, cuando rondaron el descenso con Ronald Koeman. Una disposición complicada pero de la que Emery siempre fue consciente: “La entidad sufrió varios cambios y hubo que adaptarse a la realidad. Cuando llegué al vestuario este verano pude ver cierto escepticismo entre los jugadores aunque la actitud siempre fue positiva y de máxima colaboración. Mi objetivo era ayudar a restablecer un clima de convivencia normal en el día a día”.
Se acusó a Emery de tener un cierto espíritu de técnico segundónDicho esto, el técnico tenía una doble misión algo incoherente: meter al equipo en Champions para sanear las cuentas mientras el club, por su parte, hacia lo propio a costa de empeorar la plantilla por pura necesidad. Y Emery cumplió el objetivo marcado una vez se hizo al equipo (6º, 3º, 3º y 3º), convirtiéndose en el denominado comúnmente como «el campeón de la otra Liga». Un título que a él, personalmente, parecía llenarle, pero que dejó de convencer, si es que en algún momento lo hizo, a la afición valencianista al final de su tercera temporada. Es en ese momento, pese a su posterior renovación, cuando comienza a surgir el gran cisma entre entrenador y entorno. A Unai Emery se le empieza a acusar de ser demasiado conformista, de tener espíritu de segundón y de ser haber contagiado al equipo de su falta de ambición. “Hay que conocer los equipos, los jugadores, las ciudades, las mentalidades… Todo ese proceso lleva un tiempo de adaptación que hay que realizar cuanto antes”, comentaba él mismo en una entrevista. Quizás ahí estuvo una de sus debilidades: su mensaje. Mestalla puede pecar de exigente, de acuerdo, pero la mejor forma de afrontar ese reto no parece ser rebajar constantemente las expectativas y posibilidades del equipo, que es lo que parecía realizar Unai. Aunque tuviera sentido, aunque tuviera razones para ello, llegó un momento en el que la tercera plaza sonaba a rutina y que el entorno pareció necesitar algo más. “Cuando hablamos de rendimiento de alto nivel es el manejo de los miedos”, decía en la misma conversación. ¿Fue ese manejo de los miedos lo que le falló en Valencia? Es imposible sentenciar algo. Pero lo cierto es que el mensaje del técnico no caló y que sus intachables resultados en Liga (mejores en las primeras vueltas, peores en las segundas) dejaron de ser tan valorados conforme se veía que tampoco había demasiada competencia, que se perdía casi cada partido ante los grandes (7/48 puntos en Liga) y que, en el resto de competiciones, nunca se rozaba el metal de los títulos (6/13 eliminatorias entre Copa y Europa).
La derrota ante el Schalke 04 en la Champions League 2010/2011 fue, además, paradigmática de unos problemas competitivos que parecían crónicos en el Valencia de Unai. La fragilidad defensiva, el nulo control de los partidos y la dirección de campo eran aspectos que la afición señalaba y Unai no lograba atajar en escenarios adversos. Se podría decir de forma general que si Emery perduró en Valencia fue porque «siempre» ganó a los que tenía que ganar, lo que en ese momento ya tenía mucho mérito por el contexto, pero que su recuerdo en Mestalla no es positivo porque «nunca» superó a un rival superior. Así, cada derrota pesaba más y se sumaba al cansancio que comenzaba a producir su figura. A la del Schalke se sumó la eliminatoria contra el Villarreal, el 3-6 frente al Real Madrid y, por último, al año siguiente, el 1-2 ante un Zaragoza colista. Todo esto, unido a algunos problemas de gestión de grupo, escenificados en la figura de Miguel, la marcha de Isco y en la frase de Joaquín («Estuve tres años con Emery, cuatro no los aguantaría. Pasaba tantos vídeos que se me acabaron las palomitas»), fueron también restando importancia a sus méritos tácticos: el buen rendimiento de Pablo Hernández, su doble lateral Mathieu-Alba, la explosión goleadora de Roberto Soldado, la unión a éste de Jonas, la evolución de Feghouli… En definitiva, el matrimonio Emery-Valencia ya no tenía demasiado sentido y, seguramente, el año que se dieron para intentarlo otra vez (11/12) empeoró el recuerdo que dejó una relación que, pese a todo, fue importante para que el club hoy esté en posición de vivir días más felices.
“Fue una experiencia en ese sentido para sumar y aumentar… Creo que estuvimos en Champions, nos faltó la guinda de un título, pero realizamos un proceso generacional positivo. Y en todo ese proceso ha habido momentos malos y momentos buenos, momentos en el que la afición se manifiesta hacia al equipo y jugadores, pero eso es una convivencia del entrenador en la que tiene que estar por encima».
Su etapa en Valencia también deja la sensación de que, a lo mejor, dicho reto le pilló demasiado joven e inexperto. Que todavía no era tan bueno ni manejaba las situaciones de alta competición como demostraría hacerlo en el futuro. “Se aprende más de la derrota porque la derrota te curte de otra manera. Te hace centrarte más en el problema. Muchas veces las victorias también llevan esos mismos problemas, pero no los conseguimos ver porque no llegamos a profundizar”, razonaba recientemente. Como bien sabe Marcelino García Toral, nada cala más que una decepción. Y en su caso, además, a su gris final en Valencia se le sumó el revés de su primera experiencia en el extranjero a los mandos del Spartak de Moscú. Una decisión que sorprendió, pues su Real Sociedad parecía interesada, pero que ya venía mascullando: “Quería ampliar experiencia, era un reto en el que teníamos que medirnos a ver cómo nos manejábamos. [..] A mí como entrenador me ha hecho mejor, y entender mucho mejor lo que es el fútbol… Fue un proceso inicial muy bueno, conseguimos hacer un envoltorio bonito, pero la base no era fuerte. Entonces, cuando vienen malos resultados, las adversidades salen siempre a flote”.
Mentalidad ganadora y entrenar situaciones de juego; su receta clavePero como entrenador, superar las adversidades nunca le ha costado. «Quienes más me conocen dicen que soy como el Capitán Trueno, una especie de elegido, un superviviente que sale triunfante en los momentos difíciles”, comenta en su libro ‘Mentalidad ganadora: el método Emery’. Unai siempre ha tenido muy clara sus ideas. Todo parte de la actitud, el trabajo y el compromiso. Ese es su método. Para profundizar en él en clave táctica, acercándonos a su pragmática y creativa pizarra, una unión poco habitual, lo mejor es revisar la conferencia que dio en el comité de entrenadores de Gipuzkoa. Allí describió su camino: para él el objetivo es ganar y, para ello, idea una filosofía. No al revés. A partir de ahí, su idea de un buen equipo parte de conceptos muy físicos: debe ser agresivo e intenso defensiva y ofensivamente, inteligente para pensar, fuerte para ganar las disputas individuales, resistente para prolongar al máximo este ritmo y con velocidad para sorprender el rival. Emery quiere un equipo con jugadores diferentes a lo que él mismo era, pregonando siempre valores como la competitividad, el carácter y el liderazgo. Para ello, además del pensamiento positivo y la actitud ganadora que comenta, el trabajo en los entrenamientos es fundamental. Emery entiende el juego como un todo, como una sucesión de momentos relacionados, que a través de la repetición puede dominarse. Sus equipos tienen su propio discurso, pero la mayoría de veces ganan por su adaptación al partido, que no al rival. Como explica en dicha conferencia: si su equipo crece a través de la defensa posicional, durante la semana va ensayándola a la altura que pueda precisar el rival según revele su estudio. “Debemos intentar crear sesiones donde las mismas tengan en cuentas estas características para que nuestro estilo de juego pueda ser reproducido en los encuentros los fines de semana”, explicaba allá por 2008.
«En el Unai Emery entrenador ha habido una evolución, pero con una esencia que nunca se ha perdido. La esencia es dar siempre un paso al frente. Yo no nací entrenador, me hice. No nací con un apellido que me daba un lugar en la élite, sino que tuve que ganármelo. La esencia es mi ambición. Pero, en el juego, he aprendido a ser más pragmático. Eso significa encontrar el mejor perfil competitivo. En el Valencia siempre cumplí con los objetivos, pero me faltó lo que he aprendido después en el Sevilla, saber combinar cuándo ir a por el rival porque eres superior, y cuándo equilibrarse cuando no lo eres».
Por todo lo ya contado, la unión entre el Sevilla, el Ramón Sánchez-Pizjuán, Monchi y Unai Emery contaba en principio con un gran potencial. Luego podría salir mejor o peor, porque seguro en el fútbol no hay nada, pero cuadraba. Era el momento y el lugar. Para todos. Carlos Pérez, periodista de «Estadio Deportivo», nos explica los motivos que habían propiciado su llegada: «Monchi ficha a Emery por ser un entrenador que revaloriza a los jugadores. En un club cuyo ‘leitmotiv’ es «comprar bien y vender mejor», eso es perentorio. El Sevilla, por otra parte, había seguido durante muchos años el trabajo del vasco y sabía que se trata de un técnico metódico, que domina tanto la táctica como la psicología».
Su carrera dio un gran paso adelante con el gol de Mbia en MestallaPero pese a lo bien que pintaba dicho panorama, el técnico de Hondarribia vivió un momento crítico al inicio de su segunda temporada (13/14). Sus primeros meses habían sido bastante estables, sin pena ni gloria, después de haber sustituido a Michel, pero el nuevo curso ya traía consigo exigencias competitivas que debían cumplirse. Su Sevilla tenía que dar un salto futbolístico que desembocase en Europa, pero en la quinta jornada salió de Valencia goleado y como nuevo colista. El destino querría que siete meses más tarde, un gol de Mbia en Mestalla en semifinales de Europa League provocase la catarsis de un Unai Emery que, a partir de ahí, cambió su leyenda de pechear en los momentos decisivos por su primer título como entrenador. Pero más que el final, que tendría su impacto en la siguiente campaña, resulta interesante cómo llegó a dicha situación. Porque entre medias, está todo. «No voy a morir con mis ideas», dijo rompiendo el tópico antes de visitar al Espanyol. Emery se refería, sobre todo, a la posición de Ivan Rakitic. Él creía en el croata como miembro del doble pivote, que no interior, y el entorno le pedía que lo adelantase a la mediapunta. Finalmente en Cornellà lo hizo, el Sevilla ganó 1-3 y Rakitic se convirtió en una estrella del contragolpe. Con Federico Fazio asegurando el área propia, Ivan Rakitic lanzando y Carlos Bacca corriendo, el Sevilla ganó a un grande, rozó puestos de Champions League y levantó su tercera UEFA/Europa League en Turín ante el Benfica portugués.
Este curso ha podido corregir todo lo que le falló en el ValenciaDesde esa decisión táctica y el gol de Mbia, el Sevilla ha ido creciendo hasta convertirse en uno de los mejores equipos del mundo. Un hecho que tiene un mérito especial por haber perdido durante el verano al 66% de su sistema. Unai, para sustituirlos, en un principio adelantó el cerrojo en campo propio a la posición de mediocentro con Grzegorz Krychowiak y utilizó de lanzador las veloces piernas de Vitolo. Ambos futbolistas y ambas elecciones parecieron acertadas, pero el equipo perdió potencial, se hizo aún más concreto y, en líneas generales, quedó debilitado. El Sevilla siguió ganando casi por inercia, como en su día hizo su Valencia, pero ésta vez el guipuzcoano no se conformó. Fue al centro del problema (el balón), fue trabajando soluciones colectivas y encontró, en un elemento inesperado como Banega, la pieza que fue encajando a las demás hasta sacarles su máximo potencial (Reyes, Gameiro, Aleix, Denis, Iborra…). El equipo lo agradeció, compitió ante los mejores como un igual, presionó al Valencia de Nuno por la Champions y, de nuevo, se metió brillantemente en la final de la Europa League tras destrozar a la Fiorentina de Montella. Unai Emery fue a por todo, no renunció a nada y así, apoyándose en la magnífica plantilla que le había regalado Monchi, corrigió errores del pasado a lo grande. «Con o sin Emery, Monchi tiene una manera muy peculiar de trabajar: el técnico da los perfiles que necesita y él pone los nombres. Después, claro, estudia las opciones con el entrenador, pero es él quien elige, porque es el experto en mercado», nos explica Carlo Pérez, a la vez que nos recuerda que Unai no maneja el mercado por estar absorto en el día a día de su equipo. De esta manera, el director deportivo sevillista le dio a su técnico un equipo con los puestos doblados, con perfiles diferentes y, a su vez, similares porque todos encajan con él. Jugadores físicos, de habilidades concretas, con margen de mejora y gusto por la verticalidad. Jugadores que, bien unidos, han subido el nivel del Sevilla, han incrementado su valor y han puesto en primera plana el nombre de su entrenador.
Y es que tanto al final de la temporada pasada como en el final de ésta ha surgido un rumor que Unai confirmó sin poner nombres propios: un gran club europeo le ha llamado. “Yo sólo quiero entrenar. Por eso no pienso en el futuro. Lo que sí tengo muy claro es que donde estoy me gustaría estar toda la vida. Mi pensamiento es básicamente entrenar, que me quieran donde estoy y que yo quiera quedarme toda la vida. Aunque sepa que luego no va a ser así”, comentaba hace pocas semanas. Desde entonces los rumores no han hecho si no incrementarse e, incluso, victoria a victoria se han ido multiplicando. Pero ahora mismo, a 27 de mayo de 2015, sólo hay una realidad que importe: Unai Emery es entrenador del Sevilla. Y hoy, precisamente hoy, vuelve a poder repetir lo que motivó su carrera como técnico, que no es otra cosa que ser todo lo que no fue como jugador: “Yo no he marcado goles importantes como futbolista ni he llegado a jugar casi en Primera División, entonces ahora ganar un partido es un chute de adrenalina que llevo dentro. A veces me dicen: ‘Unai haces demasiados gestos cuando marcas un gol, cuando ganas un partido, y tienes que cuidarlo’. Y es cierto, pero es algo natural. Y no quiero perderlo».
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@javi15195 27 mayo, 2015
Enhorabuena Miguel, un texto como la copa de un pino. Lo que me resulta más interesante no es el tema táctico, su capacidad para leer los partidos ni nada por el estilo. Leyendo esto, lo que está consiguiendo Unai Emery en su carrera es digno de alabar. Es un «quiero y puedo». Como futbolista pasaba desapercibido, incluso por las palabras aquí usadas parece que, por X o por Y, todo ese esfuerzo para jugar en primera división se desvanece, no se le es recompensado. Pero a base de esfuerzo, sacrifico y dedicación ha llegado a lo que es. Más que lo futbolístico, su cambio de mentalidad le ha hecho ganar carisma a raudales. Y creer, creer en esas ideas que tiene en su interior para poder retransmitirlas y construir un equipo. Maravilloso Unai.
Ahora en temas futbolísticos: quiero recalcar los nombres que ha tenido Unai en la posición de extremo. Creo que no se puede quejar de verticalidad, ¿no? El Juan Mata más eléctrico, el correcaminos Crusat, Feghouli, Vitolo, Aleix… Menudos purasangres de la cal ^^