Gardel nunca fue un devoto del fútbol. Los gardelistas insisten en que su espectáculo de competición preferido era el turf, las carreras de caballos, y que de hecho eran estás las que le impedían seguir el fútbol con continuidad al solaparse ambos eventos en la jornada dominical. Según Rafael Flores, acreditado ensayista sobre el tango, el origen de esta preferencia puede ser rastreado hasta el imaginario colectivo argentino. Dado que su tradición era fundamentalmente agroganadera, se había consolidado como una cultura de hombres a caballo hasta el punto de que «para el gaucho, andar o estar a pie era una de las peores desgracias» que podían sucederle. Una situación que casaba mal con el fútbol, que es un deporte que se juega principalmente con los pies.
Durante las primeras décadas del siglo veinte, el hipódromo era el espacio de las clases altas porteñas, un lugar donde hablar de política, hacer negocio o flirtear con las damas, al amparo de un ambiente europeizado en lo que se refiere a atuendo, comidas y maneras. Según escribieron Julián y Osvaldo Barsky en su encomiable libro «La Buenos Aires de Gardel», este elitismo fue cediendo progresivamente debido al crecimiento y asentamiento de la clase media, lo cual también dejo secuelas en el propio deporte. La interacción con un nuevo tipo de público acabó transformando lo que era más un «ambiente social» que una practica deportiva en una pasión popular.
Algo similar sucedió con el fútbol argentino. La más conocida veleidad balompédica de Gardel fue la que tuvo con el Racing Club de Avellaneda, pero aquello tuvo más de fenómeno sociológico que de auténtica pasión por el deporte. Durante la primera década del siglo, el Racing había remplazado como campeón a las escuadras nacionales de tradición inglesa (Alumni, Quilmes), con un conjunto formado por los hijos de los inmigrantes italianos y españoles, y esto provocó que las juventudes argentinas empezasen a simpatizar masivamente con el equipo que mejor les representaba.
La revolución no solo era étnica, si no que extendía la fractura a todos los niveles. Según Dante Panzeri, la primera fundación del fútbol argentino había sido un mero trasplante del estilo inglés, carente de dribbling y con mucho juego en largo, pero esa expresión del fútbol jamás había enraizado en el imaginario popular porteño. Si lo haría la segunda fundación, la de la escuela de juego criolla, que fue la que le valió al Racing sus siete campeonatos consecutivos (1913-19) y el celebre apodo de «La Academia», debido a su juego «corto, preciso, bajo, artístico, académico». No siempre se jugó así en el fútbol argentino, ni en el propio Racing, pero aquella fue la base de lo que se iba a conocer como «La Nuestra». El juego que el argentino identifica como su tradición.
A Gardel le tocó vivir la «argentinización del fútbol», la metamorfosis de un producto de ocio para élites, debido a su popularización. Así se pasó de un público que recibía de forma cordial a los equipos ingleses (S. XIX) a «los silbidos y abucheos que recibieron en 1909 los jugadores de Tottenham y el Everton«, según se recoge en «La Buenos Aires de Gardel».
Carlos Gardel se acercó al deporte, fuera fútbol o boxeo, como forma de socializar.
Si bien su amigo Guibourg dejó dicho que «de chico [a Gardel] el fútbol le gustaba y seguro jugó», todos sus biógrafos parecen estar de acuerdo en que a Racing le había acercado su amistad con el “Flaco” Alippi. Ambos habían coincido profesionalmente en el Teatro “El Nacional” en 1914 y allí se estrecharon sus lazos hasta convertirse en íntimos amigos. Elías Alippi, actor de profesión, era un fanático de Racing, lo mismo que otro amigo entrañable con el que solían coincidir, el entrenador de boxeo Nicolás Preziosa. Juntos formaban un trío que solía reunirse en el café «Ideal», de Corrientes y Paraná, como paso previo antes de visitar la vieja cancha de tablones de Racing.
El fútbol era pues una forma de sociabilización. Según Preziosa él fue quien le presentó a Gardel a Agustin Magaldi, otro mito de la escena musical, una tarde en que Racing jugaba amistoso contra Newell’s Old Boys, la escuadra con la que Magaldi simpatizaba. Se sabe también que un guitarrista de Gardel, Guillermo Barbieri, gustaba de llevarle consigo al estadio de Huracán en Parque Patricios. E incluso que habían cantado juntos en el vestuario del Globo “Rosas de otoño” antes de un partido entre Huracán y Boca de Alumni.
Gardel entendió el boxeo y el fútbol como una forma de socializarLa amistad es una constante de la biografía gardeliana. La recolección de amigos íntimos en todos los ambientes que frecuentó. Las visitas al hipódromo le trajeron a Irineo Leguisamo, famoso jockey uruguayo, y al entrenador de purasangres Francisco Maschio, que cuidaba de su célebre caballo Lunático. Al boxeo le debe al ya citado Nicolás Preziosa, que había jugado a fútbol en Estudiantes de Buenos Aires hasta que se fracturó la pierna, al conocido promotor Pepe Lectoure, o a Enrique Sobral, que además de preparador boxístico fue durante muchos años masajista e incluso director técnico de Boca Juniors. A su vez el fútbol también le dejaría un aluvión de simpatías. A través del guitarrista Barbieri recibía la visita en los ensayos de jugadores como Juan Scursoni, Guillermo Stábile, o el «Negro» Juan Pratto, todos ellos jugadores de Huracán, y a los que les dedicó el tango “Largue a esa Mujica” (Abandone a esa mujer) con motivo de la consecución del campeonato amateur argentino. También se comenta que durante alguna de sus visitas a Rosario aprovechaba para acudir a la cancha de Newell’s, club en el que jugaba su amigo Florindo Bearzotti. Edmundo Guibourg cita en el «Primer diccionario gardeliano» la amistad con Tarasconi, Mario Evaristo, Orsi… y el periodista Justo Piernes, en una nota en el diario «Tiempo argentino», refiere su amistad con dos cracks de la vieja Academia, Natalio Perinetti y, por supuesto, Pedro Ochoa «Ochoita», acreditado como «el crack de la afición» en su famoso tango «Patadura», una canción concebida como un himno a la amistad.
La psicóloga Marily Contreras ha proporcionado una interesante explicación a esta rueda aparentemente infinita de amistades: el hipotético temor de Gardel a la soledad. La teoría se sustenta en una anécdota. Una noche en el Café de los Angelitos, el zorzal invitaba según la costumbre a su barra de amigos, cuando estos señalaron a uno que comía callado y le criticaron por ser un «vivo» que iba toda las noches sin «dar bolilla» a nadie. Gardel respondió que debían dejarlo, puesto que al final le iba a pasar lo peor que puede pasarle a un tipo, que iba a terminar comiendo solo. La autora interpreta este pasaje como un indicio de que su «generosidad sin límite» y su «permanente búsqueda de compañía» son en realidad los síntomas de una «imperiosa necesidad de sentirse querido». Sea esta la causa o no, si que parece que para entender sus escarceos con el deporte rey hay que remitirse a una de sus características personales, la de amigo fiel.
En España, Gardel se convierte en protagonista de las reuniones de artistas, académicos… y futbolistas.
El 15 de noviembre de 1923 el dúo Gardel-Razzano, junto a los guitarristas Ricardo y Barbieri, parten por primera vez hacia España para una gira artística. Su desembarco se produce en Vigo, desde donde se trasladan a Madrid, y allí procederán a saludar a don Fernando Díaz de Mendoza, actor murciano que había fundado en Buenos Aires el Teatro Cervantes, y a su esposa María Guerrero. También se reencuentran con otro grande de la escena española, el premio Nobel Jacinto Benavente, que un año antes había tenido la oportunidad de escuchar a Gardel durante su visita a Buenos Aires. Según informa el libro «El tango: & la historia de Carlos Gardel», debutan en el Teatro Apolo de Madrid, obteniendo un gran éxito y con visitantes tan ilustres como la infanta Isabel o la reina Victoria Eugenia. Por su parte, la revista argentina «Siete Días» publicó un artículo en 1975, a colación de las giras internacionales del morocho del Abasto, en las que se refería que en sus visitas a Madrid reprodujo en la medida de lo posibles sus costumbres bonaerenses, frecuentando los cafés de la Puerta del Sol en compañía de muchos ilustres intelectuales como el ya citado Benavente, Ramón María del Valle-Inclán, el torero Ignacio Sánchez, que era también dramaturgo, o el matrimonio de actores Díaz de Mendoza-Guerrero.
Al igual que en Madrid, Gardel encontró varias amistades en BarcelonaLa siguiente gira por España fue la que le lleva a actuar en Barcelona [1], donde debutaría en el teatro Goya a fecha 5 de noviembre de 1925, ya sin su antiguo compañero Razzano. Nada más desembarcar la intelectualidad barcelonesa le acogió con el mismo entusiasmo con el que lo había hecho la madrileña. Josep Maria Planes, destacado periodista manresano, le llevó a «El Canario de la Garriga», aquel restaurante frente al Ritz en donde se reunía la gente del arte. La propietaria, Lola Damaison, es descrita por la Revista Siete Días como «protectora de artistas», y comentaba que por sus mesas habían desfilado, Gardel a parte, María Barrientes, Picasso, Gaudí o García Lorca. Lo primero que hizo el astro argentino, al oír de la señora que ella nunca había escuchado un tango, fue regalarle siete u ocho, según explicó su hijo Andrés Mestre Damaison. Luego Gardel se hizo habitual del establecimiento, en la compañía de muchos nombres ilustres, y así se sentaron en su misma mesa Ignacio Sagnier, hijo del marqués de Sagnier, Gregorio Marañon, el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, la cupletista Raquel Meller, la actriz Catalina Barcena o el escritor y monologuista Federico García Sanchiz. Al rememorar aquellos momentos Andrés Mestre aclara que si bien el resto de comensales citados podían o no compartir aquella mesa, la pareja más frecuente, la que aun le parecía ver cuando recordaba aquellos momentos, era la formada por Gardel junto a Pepe Samitier.
José Samitier era una auténtica estrella para la ciudad de Barcelona y el fútbol español.
Hay una anécdota que contextualiza perfectamente la dimensión de la fama de José Samitier. Según le contó el ex-directivo barcelonista Fabián Estapé al periodista José Martí Gomez, cuando al Generalísimo le hablaban de lo bueno que era Di Stefano, este respondía diciendo: “Sí, sí, es muy bueno, pero Samitier era mejor”. Y es que Franco había sido, como tantos otros, un admirador de Sami. Uno de los grandes amigos del jugador, el emblemático directivo culé Nicolau Casaus, explicaba que a él nunca le extrañó esta admiración puesto que Samitier había sido un genio, y daba para ellos un ejemplo gráfico. Durante una final en Sarriá contra el Athletic Club de Bilbao, Castellanos le pidió a Urquizu que en la siguiente jugada fuese él quien se ocupase de Samitier: «Éntrale tú que yo ya le he entrado, le respondió». A Casaus también le debemos una de las más curiosas anécdotas a cuenta del General Franco y el Fútbol Club Barcelona. Se le había concedido audiencia al equipo y Samitier se mandó fabricar un chaqué para la ocasión. Luego la directiva decidió no contar con él para la recepción y Sami se quedó muy disgustado. Casaus se puso secretamente en contacto con el doctor Eusebio Oliver Pascual, que era el médico del jefe de la Casa Civil de Franco, y cuando la expedición estaba formando frente al Caudillo, éste preguntó: «¿Dónde está Samitier?» La sorpresa fue mayúscula y obligó a la directiva a buscar excusa para solicitar una nueva audiencia y allí sí estuvo Sami. Fue una de las más celebradas gamberradas de la Penya Solera.
La admiración por Samitier se extendía no solo a los aficionados, sino también a sus rivales. Uno de sus mejores amigos en el fútbol fue Santiago Bernabeu, quien en 1928, repasando jugadores para «El Heraldo de Madrid», le considera el mejor de los delanteros centros de España, si bien acotando que para él su juego tenía más de medio ala (interior) que de delantero. A su vez, Pepe Samitier sentía un gran cariño por don Santiago al que definía en lo futbolístico de «tío fuera de serie» y en lo personal de «amigo de sus amigos», según recogió el periodista Julián García Candau. Al igual que sucedía con Gardel, la auténtica amistad aparece como el valor humano al que se daba más peso. Cuando estaba en Madrid en los años sesenta como secretario técnico, llamaba todos los días a sus amigos de la Penya Solera porque, en palabras de Nicolau Casaus, «le consumía la nostalgia».
Su etapa como jugador azulgrana podría considerarse la tercera estación en la historia del club. La primera es la etapa iniciática y netamente amateur simbolizada por Gamper, en la que el campo solía ser un solar abandonado cerca del Clínico, y en la que el terreno de juego se delimitaba con cal y un pincel poco antes del partido. La segunda estaría representada por Paulino Alcantara [2], el filipino rompe-redes, una época que si bien seguía siendo nominalmente de fútbol amateur, en la práctica ya constituía el germen del profesionalismo. Los jugadores recibían estímulos como el pago de sus estudios, una colocación… y también estaba plenamente asentado ya lo que luego Cruyff definiría como «entorno»: prensa especializada, club y afición. Los partidos se disputaban en una cancha fija, la de la calle Industria, y se incorporaba una figura mítica, el conserje Manuel Torres, que veló por aquel campo y por los dos siguientes. La siguiente época sería considerada la edad de oro del club. Ahí se configura un gran equipo, con nombres históricos como Sagi Barba o Piera, pero sobretodo con Samitier que alcanza un estatus social hasta ese momento desconocido. No solo es considerado el mejor jugador de España cuando el fútbol empieza a despegar en el sentir popular gracias al éxito de la Olimpiada de Amberes, sino que se le considera uno de los grandes de Europa.
Se le consideraba uno de los más brillantes de toda el continenteLa superlativa creencia ciudadana, a cuenta de la talla deportiva de Samitier, es un tema muy sentimental y que por tanto no tiene por que reflejar una realidad netamente objetiva. Aun así es interesante aportar algunos ejemplos que ilustren la vivencia de esa devoción. Los objetos promocionales, tales como álbumes de cromos, llevaban leyendas aludiendo a la condición de crack europeo. Así tenemos que una tirada de cromos de 1925 de la farmacia Serra de Reus llevaba escrito el lema «es el mejor jugador de España y uno de los más notables de Europa». También en 1926, tras una victoria por 1-4 contra el Red Star, en un partido jugado en el Estadio Buffalo de París, el diario Excelsior, primer periódico deportivo nacional, señalaba a José Samitier como «sin duda, el mejor delantero de Europa». Su fama era tal que a la prensa no le bastaba con su nombre y tuvieron que inventarle algunos más. El más conocido se lo debe al excepcional humorista gráfico barcelonés, Valentí Castanys, que fue quien le rebautizó como «l’home llagosta» (el hombre langosta), recurriendo a una figura de animalización para transmitir el efecto de su capacidad de salto. Más adelante, cuando Sami oficiaba como entrenador, Castanys dibujaba un personaje con abrigo, sombrero y bufanda, que siempre fumaba un puro sobredimensionado, y al que llamaba «Don Entrenador», y que obviamente también le representaba a él. Otros numerosos intelectuales utilizaron al jugador como musa, siendo seguramente los casos más destacados el caligrama que Carles Sindreu le dedicó bajo el seudónimo Fivaller y los tangos «¡Sami!» de Lito Mas y Nicolás Verona [3] y la reversión de «Patadura» que grabó su amigo Carlos Gardel.
Coincidiendo en tiempo y espacio, la amistad entre Gardel y Samitier era inevitable.
Seguramente el suceso que empezó a fraguar la amistad entre Carlos Gardel y Pepe Samitier fue la «final de la tres finales». La edición de la Copa de Su Majestad el Rey de 1928, que se tuvo que jugar hasta tres veces por terminar las dos primeras en un empate. Según Julián García Candau, Gardel fue al primer partido de la final invitado por el erudito José María de Cossío, que además de un gran experto en la tauromaquia era muy aficionado al fútbol. Les acompañaba también el poeta Rafael Alberti, quien gracias a esta invitación pudo escribir la que seguramente es la producción poética sobre fútbol más famosa de la literatura española, la «Oda a Platko», que era el portero barcelonista.
Carlos Gardel fue clave en aquella final coperaExiste una entrevista realizada a Samitier a mediados de 1954, cuando volvía de Sudamérica de fichar a Ramón Villaverde, en la que se le pregunta si ha podido reencontrarse con viejos amigos. Sami replica que a muchísimos, sobre todo a los periodistas con los que habían coincidido en la gira de 1925 (sic) [5], y empieza a citar a Borocotó, de «El Gráfico», a Hugo Marini, de «Crítica», luego a varios catalanes residentes en Argentina, e incluso al delegado de prensa de la embajada española en Buenos Aires, pero súbitamente hace un alto en esta lista para referirse a la pena que le produjo no poder reencontrarse con su amigo Carlos Gardel, que para entonces ya había fallecido. Mientras rememora el barcelonismo de Gardel, el episodio más antiguo al que hace referencia Sami es precisamente la final de Copa de 1928, de la que comenta que: «Los jugadores que integramos el equipo que jugó las tres famosas finales de Copa en Santander, sabemos cuan beneficiosa nos fue su compañía para mantener nuestra moral».
Cossío tuvo mucho que ver en ese encuentroCabe aclarar que era Cossío el que tenía cita con Samitier para aquel partido y el intermediario que provocó que el argentino cantase aquella noche para la expedición azulgrana. El historiador Mario Crespo López tiene un estudio crítico sobre José María de Cossío bastante revelador respecto a este particular. La principal fuente documental en cuanto a este episodio es «La arboleda perdida», las memorias de Alberti, y ahí se recoge que eran ellos quienes habían quedado con Samitier y que venían de La Casona de Tudanca. Luego Cholín, el delantero de la Real Sociedad, lesionaría a Platko, y se produciría el inspirador y heroico regreso del jugador al campo, pese a estar gravemente lesionado. Esa misma noche, siempre según Alberti, se reunieron con los catalanes, se entonó «Els segadors» y se ondearon banderines separatistas. También fue cuando Carlos Gardel cantó varios tangos argentinos para la expedición, que es a lo que se refería Samitier en 1954 con lo de que Gardel había colaborado a mantenerles la moral.
Cossío sería delegado durante los años 30 del Barcelona y compartiría tertulia con Samitier más adelante, cuando este estuvo en Madrid, en el famoso local Baviera, donde también coincidía el doctor Oliver Pascual. Se da la casualidad de que Cossío había sido socio del Real y luego pasó a ser hincha acérrimo del Barcelona. La anécdota la ha explicado varias veces Julián García Candau y tiene que ver con la homosexualidad del académico. Parece ser que Cossío tuvo alguna debilidad con un botones del club y Bernabéu, que para este tipo de cosas era inflexible, le solicitó que se diera de baja como socio. Debido a este episodio el autor de la gran enciclopedia taurina se hizo barcelonista hasta la tumba.
Durante aquel viaje por Sudamérica que se saldó con el fichaje de Villaverde, Sami había concedido una entrevista al corresponsal de Mundo Deportivo en Caracas, Toton, y allí cita también rapidamente a Carlos Gardel destacando sobremanera el trato que les dispensó a los jugadores del Barcelona durante la gira de 1928: «Nos visitó infinidad de veces y nos deleitó con sus tangos… después estuve con Gardel en Barcelona, en París… ¡Era un amigo leal!». Así que parece que el propio Samitier confirmaba que el orden cronológico de su amistad parte del 1928 y se fortalece con el trato durante la gira. Al corresponsal le llamó la atención la encendida mención a la amistad y le dijo: «Por lo que vemos aprecia usted la amistad en grado superlativo». A lo que el antiguo mago del balón le contestó: «Un amigo no se encuentra en cada esquina». Lo que parece un corolario perfecto a la relación de dos hombres que, valorando ambos tanto la amistad, parecían forzosamente destinados a ser amigos.
[1] Había estado a finales de la primera gira, pero muy de paso.
[2] Jugador al que FIFA consideró en 2007 el mejor futbolista asiático de todos los tiempos
[3] Su ex-compañero Ramon Llorens también le catalogó en una entrevista filmada como «¡el millor jugador que hem tingut a Espanya i del mon!».
[4] Se le suele atribuir ¡Sami! a Gardel, por ejemplo lo hizo Roger Requena en la Vanguardia, pero la mayor autoridad catalana en la materia, Xavier Febrés, le sacó de su error.
[5] Error de Sami, la gira se produjo en 1928.
@migquintana 6 mayo, 2015
Tremendo trabajo bibliográfico, David. Eres un monstruo.
Y qué glamour desprenden esas reuniones de celebridades, en el buen sentido de la palabra. ¿Soy al único que mientras leía ha pensado en esas escenas de "Midnight in Paris"? A mí, por un momento, Carlos Gardel me ha recordado a Owen Wilson yendo de mesa en mesa y de club en club conociendo a nuevos amigos…