Barcelona y Madrid suelen ser dos vasos comunicantes en todos los sentidos, pero muy pocas veces esta realidad ha resultado tan evidente como en el periodo que estamos abordando. Los éxitos del equipo de Guardiola, el tiránico dominio que comenzaba a imponer Leo Messi y los continuos fracasos en Europa, llevaron al Real Madrid a encomendar a José Mourinho la delicada misión de impedir que el barcelonista fuera un proyecto hegemónico. La épica batalla resultante, además de condicionar el futuro de ambos equipos, otorgó una mayor dimensión a lo que el Fútbol Club Barcelona de Messi lograría en esta temporada 10/11.
Acompañar a Leo Messi
La posición de Leo Messi era la llave de todoSi algo había sacado en claro Pep de lo sucedido en la primavera de 2010 es que Leo Messi debía ser el -falso- nueve del equipo. Era una condición ya innegociable. A partir de ahí se edificaría todo lo demás, que en este caso venía a ser encontrar los acompañantes que potenciasen el juego de Leo y compensasen su heterodoxa posición. En este sentido, el de Rosario demandaba espacio por dentro, compañeros con los que poder asociarse y jugadores que, desde la profundidad y la determinación, obligasen a los rivales a tener que decidir entre defenderle de cerca o proteger su espalda estando próximos a su área. No era una decisión fácil.
De hecho, el Barcelona tenía en su mano el conseguir que, como mucho, lo único que determinase esta decisión fuera la manera en la que el contrario prefería perder. Pep Guardiola sólo necesitaba encontrar las piezas perfectas que castigasen cada acción directa o indirecta de Leo Messi. Pero éstas… ¿cuáles eran? Durante mucho tiempo se debatió si los acompañantes de Messi tenían que ser los que mejor se entendiesen con él o, simplemente, los mejores atacantes del mundo. Pero, en realidad, lo correcto era una tercera respuesta como explicaba Alejandro Sabella: «Leo debe jugar con los que mejor se entienda, que también pueden ser los mejores». Una condición no excluía la otra, pero lo primordial era que se adaptaran a Leo Messi. Buscando todo lo comentado en estos dos párrafos, el Barcelona movió ficha y firmó a David Villa. Es decir, un nuevo delantero. Un nuevo goleador. Pero un jugador muy diferente a Zlatan, que incluso ya había jugado en un costado con España.
David Villa marcó 18 goles y dio 10 asistencias en Liga.
Su fichaje tenía más sentido que el de Ibra y su rendimiento no daría a Bojan Krkić la oportunidad que él creía merecer, pero aun con esto hay que decir que la temporada de Villa no fue ni mucho menos perfecta. Acostado en la banda izquierda, el asturiano sí suponía una amenaza por presencia, pero nunca llegó a mezclar del todo bien con la idea de Pep. Aunque en su juego siempre había estado el movimiento de caer a la banda desde la punta, el partir desde la línea de cal y tener que fijar marca le resultaba bastante más complicado que, por ejemplo, a Thierry Henry. En vista de esto, Guardiola fue probando a cerrarle la posición, acercándole al gol, cosa que consiguió (18 tantos en 34 partidos), pero David siguió pareciendo una pieza extraña. La única pieza extraña, para más señas. Tanto que, de hecho, las dos grandes citas del año (Mestalla y Wembley) las disputó en banda derecha. Allí, con más libertad, Villa marcó el golazo que lograría que su paso por Barcelona dejara un recuerdo mucho más dulce de lo que el análisis final muestra.
Pedrito sí que cumplió con su brillante rolEn realidad, se podría decir que el asturiano sumó más con su presencia que con sus actuaciones, lo que ya suponía una obvia y sustancial mejora respecto al pasado. Aunque sólo fuera por su implicación, su velocidad a la contra, su cuota de gol y sus buenas intenciones, lo cual se reflejaba en su récord personal de asistencias en Liga (10; 7 de ellas a Leo), Villa había encontrado su manera de ser útil. Pero desde el punto de vista formal, el extremo que había logrado cumplir con lo que demandaba Leo jugando de punta era Pedrito. O, mejor dicho, Don Pedro. Cierto es que su rol era diferente al del «Guaje» y quizás fuera más agradecido, ya que no debía fijar en banda porque la amplitud por derecha era cosa de Dani Alves, pero Pedro brilló con luz propia gracias a su movilidad entre líneas, su intensidad en las rupturas, su sacrificio sin balón y, por supuesto, su determinante puntualidad de cara a portería.
Xavi-Iniesta-Messi
Creada la amenaza por delante del balón, los rivales del Fútbol Club Barcelona no podrían prestar toda la atención que merecían Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Leo Messi. Y, ciertamente, en este año ni siquiera tomando todas las precauciones del mundo se podía garantizar que el trío de virtuosos culés no dominara y matara el partido a placer. Sobre todo porque, aunque evidentemente venían jugando juntos desde hace años, su relación nunca fue tan directa como cuando el genio el argentino se asentó por fin en el falso 9. Es decir, en el centro. Porque mientras en 2009 el Barça bailaba sobre la derecha como Mayweather (Xavi-Alves-Leo) y pegaba por la izquierda como Tyson (Iniesta-Abidal-Henry), durante este curso el peso recaería casi en exclusiva sobre ellos tres, formando así un triángulo que bordaría el fútbol hasta cambiar su lógica interna.
Tal sería el caso que, por ejemplo, Leo Messi rompería un registro que tenía mucho de simbólico: el de asistencias (21). El argentino siempre había sabido cómo ser determinante sin dar el último toque, pero nunca había disfrutado un contexto tan propicio con el que desplegar su talento para regalar goles. Como apuntaba Albert Morén, en esta temporada 2010/2011 «Messi fue más delantero que nunca, pero también más centrocampista que nunca». Una frase que resume a la perfección la que resultó ser la clave del equipo.
Del 5-0 a la cumbre del juego
«Los mejores partidos del Barça se daban cuando Leo no marcaba gol», se suele decir cuando se recuerda esta temporada. Fuera causa, consecuencia o anécdota, lo cierto es que Messi no marcó en el partido que cambió el rumbo del curso: el 5-0 ante el Real Madrid de Mourinho. No es que los culés antes estuviesen mal, ni mucho menos, más bien al contrario, pero las sensaciones previas al encuentro eran que el trabajo del portugués estaban siendo muy bueno, que los fichajes habían encajado perfectamente y que, liderados por un gran Cristiano Ronaldo, los madrileños podían cortar la racha de cuatro derrotas consecutivas en los Clásicos.
Diciembre de 2010 es la cima de este BarçaPero no. El Barça dominó, se gustó y se recreó, haciendo soñar despierto al seguidor culé y obligando a vivir una pesadilla al merengue. En efecto el de José Mourinho ya era un buen equipo de fútbol, pero el de Pep Guardiola era simplemente perfecto. Sin embargo, más que el partido en sí, que evidentemente tiene mucha materia de análisis, lo que más interesante resulta de cara a seguir añadiendo perspectiva a esta serie sobre el «Barcelona de Messi» es lo que depararían las siguientes semanas… y meses. Porque tras golear al Madrid, los Piqué, Iniesta, Messi, Pedro, Busquets, Alves, Xavi y compañía harían entrar en trance al balón. Durante aquel histórico diciembre de 2010, el monstruo de Pep dio una auténtica exhibición (5-0) de juego de posición más presión ante la Real Sociedad (¡y con Mascherano de mediocentro!) y completó una actuación antológica e inmaculada (1-5) contra un buen Espanyol que presenció el mejor partido de la carrera de Pedro Rodríguez.
Tras el playoff, Guardiola entendió que debía evolucionar.
Aquella sería la cumbre futbolística de un Barcelona absolutamente intratable que dejaría la Liga sentenciada en febrero-marzo. Pero en términos de exigencia y competitividad nada puede igualar lo que más tarde se iría viviendo en los continuos y numerosos duelos ante el Madrid. Sobre esto mismo, vinculándolo con la trascendencia del famoso 5-0, Pep Guardiola reflexionaba con suma elocuencia: «En aquel partido del 5-0 […] al perseguir a Leo Messi con un central, quedaba un espacio muy grande que podía ser atacado. Pero ellos preferían eso a que Leo recibiese solo. A esto ellos buscaron una respuesta y nosotros, que lo vimos durante el proceso, le intentamos buscar otra solución. […] Todo esto es la razón fundamental por la que yo me hice entrenador. Esto es juego. Juego puro. Y nada más».
El Barcelona de Leo Messi ya había encontrado rival.
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@Santahuevo 20 mayo, 2015
Nada como la tensión de un clásico en esos años, incluyendo semis de champions, final de CdR y los de la liga. Nada bueno para un aficionado con problemas del corazón y presión alta. Se sabía que no duraría para siempre, pero tantos clásicos se sintieron eternos. Al final todo positivo 😛