«De chico ya tenía el objetivo de ser jugador de fútbol. Costase lo que costase, iba a ser jugador de fútbol. A dónde iba a llegar, a qué división y en qué club iba a estar no lo sabía todavía, pero él iba a ser jugador de fútbol. Y si para ello nosotros no le dejábamos irse de casa, se iría él mismo», contaba aún asombrado Óscar Mascherano. La carismática personalidad de su hijo, Javier Alejandro Mascherano, no tardó mucho en atravesar las barreras de su hogar y enganchar por igual a compañeros, técnicos, críticos y aficionados. Fue de hecho en su San Lorenzo natal, en los humildes clubes de Cerámica y de Barrio Vila, donde muchos comenzaron a llamarle capitán, donde otros le reconocieron líder y cuando algunos, los más avispados, ya le empezaron a tratar de usted.
Javier siempre demostró unas condiciones innatas para el liderazgo, pero no son pocas las veces que ha admitido que no le gusta el calificativo de líder. «Mucha gente piensa que soy un futbolista de una personalidad muy fuerte, pero la verdad es que soy muy tranquilo», comenta justo antes de dar con la clave de la cuestión: «Nunca digo lo que alguien tiene que hacer si no lo hago yo antes». Fue esa forma de ser, esa forma de vivir, la que le llevó a ser nombrado «Jefecito» de un ejercito imaginario, de una pasión colectiva, antes de convertirse en el famoso «5» de River Plate y en «sinónimo de la selección».
Astrada confiaba en él como el futuro gran 5 de River y de ArgentinaDicho apodo, del cual reniega siempre que puede, le llegó por obvio y por herencia. Leonardo Astrada, su predecesor en cuerpo y espíritu, era conocido como el «Jefe» por las mismas razones por las que Mascherano nunca fue uno más en sus equipos. Era un ganador, obcecado y combativo, cuyo último servicio como futbolista fue acoger al que debía ser el sucesor de Reinaldo Merlo, Américo Gallego, Matías Almeyda y de, por supuesto, él mismo. El «Diario Olé», en enero de 2003, cuando Javier todavía no había debutado pero ya comenzaba a ser conocido por todos, organizó un encuentro entre ambos. «Siempre le pido que hable más para ubicar mejor a sus compañeros y no tener que desgastarse innecesariamente. Pero esas cosas te las brindan la experiencia, los partidos», comentaba Astrada a un Mascherano que marcaba las distancias: «Siempre comento que, más allá de lo que juego, me gustaría ganar aunque sea la mitad de los títulos que ganó Leo. Hay una cosa que está bien clara, él ya demostró todo lo que es y yo todavía no demostré nada». La conversación es una delicia por premonitoria y, sobre todo, por la madurez que demuestra Javier en cada respuesta. Cuando Astrada es preguntado por si va a ver tranquilo los partidos cuando se retire, el «Jefe» inmediatamente mira a su discípulo. «Tengo plena confianza. El puesto está cubierto. Tiene un quite rápido, cabecea bien, juega con las dos piernas, es hábil», afirma. «Si me toca, trataré de no defraudarte», asegura tajante y convencido el joven «Jefecito».
Aunque suene raro, Javier Mascherano se hizo un nombre con Argentina antes que con River Plate.
Curiosamente, Mascherano no dio sus primeras patadas a un balón en condición de centrocampista, sino de delantero. «Como punta era velocidad, potencia y buen remate. Pero a mí me parecía que tenía que ser mediocampista por su justeza y capacidad para levantar la cabeza y poner la pelota donde quería», recordaba uno de sus primeros técnicos y el gran culpable de este cambio de puesto, su padre.
Ya asentado en el centro del campo y todavía en edad infantil, fue reclutado por Renato Cesarini, un equipo rosarino que más que un club es «una incubadora de talentos». Su orgulloso descubridor, Jorge Solari, otrora mediocampista de River, hermano de Eduardo y tío de Santiago, reconoce que fue muy fácil detectar el talento y potencial de Javier. «Tenía buen despliegue, no perdía pelotas y las pasaba bien. Llegaba al arco y era tranquilo, pero tenía personalidad. No gritaba, pero se imponía por su inteligencia. Le decías que se juntara con el «10» o se acercara a los centrales y lo entendía enseguida”, comenta. Salvador Capitano, su entrenador entonces, le recuerda como «un pibe con algo especial, que no podía fallar y tenía que llegar a los más alto de su carrera”. En esos años «jugaba de «8», con mucho recorrido en la cancha, y en poco tiempo se ganó el respeto de todos”. Sus buenas actuaciones, los contactos de Jorge Solari y la insistencia de Salvador Capitano, le permitieron ir haciendo pruebas y pasando preselecciones que le harían llegar primero a las inferiores de Argentina y, después, a los juveniles de River. Era el camino lógico, el esperado, pero en ese momento todo cambió: se aceleró.
Debuta con Argentina antes que con La BandaMascherano juega con Argentina Sub-15 en 1999, disfruta con Argentina Sub-17 en el Sudamericano de 2001, sufre como sparring en el Mundial de 2002, lidera a la Sub-20 en el Sudamericano en enero de 2003 y debuta con Argentina en julio de ese mismo año… ¡Sin haber jugado un solo partido con River! ¡Porque ni siquiera entrenaba de seguido con el primer equipo! Este hecho, histórico por lo inusual, se explica por dos razones. La primera, que durante esa temporada el conjunto de Manuel Pellegrini tenía sobrepoblación de centrocampistas. La segunda, que el seleccionador de Argentina era Marcelo Bielsa. «El Loco», que a veces es el más cuerdo, había visto entrenar a Mascherano durante la dramática Copa del Mundo de Corea y Japón, y se había quedado prendado. Futbolística y humanamente, Javier Masherano era puro bielsismo. Así que un 16 de julio de 2003, el «Jefecito» jugó por primera vez con la absoluta. «Sé que es raro, rarísimo, que no juegue en el club de donde vengo y que pueda ser titular acá. Pero justamente por eso trato de olvidarme de lo que pasa en River y rendir para demostrarle al técnico y a todos de que puedo jugar con esta camiseta», declaró tras el partido. Más allá de la anécdota en sí, que forzó su debut con su club tan solo un mes más tarde, Mascherano sacó vivencias muy productivas de toda la tensión y el sufrimiento del que fue partícipe en 2002. «¿Qué me dejó esa experiencia? De todo. Lo más fuerte fue el final. Ver llorando a jugadores que triunfan en los mejores equipos del mundo me impactó mucho. Pero imagínate lo que puede ser entrenar los días previos a la competencia con Batistuta, Zanetti, Samuel o Aimar», comentaba antes de añadir que, además, tuvo la oportunidad de ver en primera persona a Matyas Almeida y Diego Simeone, lo que para su «su posición era importantísimo».
Durante aquel Mundial se comenzó a fraguar una historia de pasión, emoción y sufrimiento que le acompaña hasta estos días, pero que a su vez también elevó su carrera deportiva paso a paso. Precisamente a finales de ese mismo año 2003, en una Copa del Mundo Sub-20, vive su primer gran día; su verdadera explosión como futbolista de élite. Aquella es la generación de Pablo Zabaleta, Gonzalo Rodríguez, José Sosa, Fernando Cavenaghi y Carlos Tévez, y la dirige un Hugo Tocalli que ya admira, respeta y es consciente de lo que es Mascherano. Él le convierte en su líder, su estandarte, la figura central e innegociable de una selección que aspira a todo. Y el «Jefecito» responde. Son los cuartos de final, su Argentina pierde 0-1 ante Estados Unidos, corre el minuto 80 de partido y el equipo parece desfallecer. Entonces, rompiendo un brutal silencio, se alza con rotundidad una voz: «¡Vamos, carajo, vamos!». Es el líder, es Mascherano. El mismo que, tras gritar, lleva el partido a la prórroga con un gol en el 94′. «Creo que el equipo medio ya estaba un poco resignado y quizás necesitaba alguien que gritara porque en ese momento se hace para todos difícil. A a mí se me dio gritar para que siguiéramos intentando hasta la última jugada y se diera como se dio en el gol», declaró instantes después. El posterior gol de Cavenaghi llevaría a Argentina a unas semis en las que caería ante la Brasil de Dudú, Alves y Nilmar, pero nada de esto restaría protagonismo a Javier. «No se trata de uno de esos caudillos enormes (en tamaño, sobre todo, y en personalidad). No, lo de Mascherano es una cuestión de carisma», narraba «Clarín». «Tiene cosas del Cholo Simeone, de la Brujita Verón, de Matías Almeyda y del Cuchu Cambiasso», hacía lo propio Olé. Hasta el propio Simeone se animó a escribir un texto en el que se comparaba con él, aconsejándole que «nunca deje de soñar con jugar con la celeste y blanca».
Su camino hacia Europa, en compañía de Carlos Tévez, tuvo sus claros y sus sombras.
Antes de desembarcar en Europa, pasó por el Brasileirao con TévezLas expectativas con Masche, evidentemente, se dispararon. Comienza a jugar con Pellegrini en River, pronto se adueña del centro del campo, gana el Clausura 2004 a las órdenes de Astrada, triunfa con Argentina en los Juegos Olímpicos de Atenas, disputa la Copa Libertadores, entra dentro del mejor equipo de América en 2004 y 2005, y se confirma como una estrella con Merlo como técnico. En definitiva, su carrera despega y parece imparable. «Javier es un jugador moderno, temperamental e inteligente. Presionando hacia adelante es un fiera. Además es un chico al que le gusta aprender; después de las prácticas se queda charlando y pregunta», explicaba Jorge Ghiso, técnico de los reservas de River, antes de afirmar que «en Europa se van a pelear para llevárselo». Y así fue. Conocido fue el interés del Ajax de Amsterdam y, durante cierto tiempo, también se especuló con el Real Madrid, pero sus pasos volvieron a resultar impredecibles. Tras un acuerdo con Media Sports Investments, el cual era clave para mantener la maltrecha caja de «Los Millonarios», Javier firmó con Corinthians en mayo de 2005 para acompañar a Carlos Tévez en su aventura en Brasil. «Sentía que era el momento de, quizás, probar otra experiencia. Había un proyecto muy lindo. No se cumplió del todo, pero pudimos salir campeones de la liga brasileña», comentaba Masche. Este título y la experiencia personal, que gracias al estilo de juego brasileño le ayudó a mejorar en el mano a mano, compensaron los ocho meses que se pasó lesionado, los problemas en el vestuario y las promesas incumplidas del proyecto.
Además, en Brasil también pudo forjar una curiosa amistad con Carlos Tévez, que continuaría en el Mundial de 2006, donde Argentina cayó ante Alemania con ambos en el once titular, y cruzaría el charco unos meses más tarde para llegar al West Ham inglés. Allí el «Apache», de Boca y Buenos Aires, y el «Jefecito», de River y de Santa Fe, vivirían dos experiencias muy dispares. Mientras el delantero se erigió en su heroico salvador, el mediocentro no tuvo la confianza de Pardew ni de Curbishley. «Yo no tuve una disputa con nadie. Ni siquiera una pelea o algo así. No entiendo qué fue lo que pasó o que hice mal en West Ham. Pero para que se den estas cosas debe haber errores y evidentemente acá algo pasó», explicó. Los problemas con el contrato y los escasos seis partidos disputados complicaban su reconocida intención de que Upton Park fuera su escaparate para fichar por un grande europeo, pero inesperadamente y pese a todo esto mismo fue lo que sucedió: «Rafa me preguntó si yo quería seguir en Inglaterra o si prefería irme, y cuando le dije de mi voluntad de jugar en este fútbol le metió duro para que me contrataran». Años más tarde, Mascherano admitiría que durante esos duros meses en West Ham había pensado en volver a Argentina para intentar retomar el pulso de su carrera. Pero aguantó.
Con Rafa en Liverpool pasó de mediocentro a especialista defensivo«La enseñanza fue que esa misma temporada la acabé jugando una final de la Champions», comenta echando la vista atrás. Y no sólo eso, sino que además los aficionados reds le eligieron como mejor jugador de dicho partido. En Atenas, pese a la derrota ante el AC Milan de Inzaghi y Ancelotti, comenzaría un idilio entre Mascherano y Anfield que, pese al amargo final, tanto por la marcha en sí como por su despedida como sufrido lateral, se prolongaría por tres temporadas más. Durante este tiempo el centrocampista argentino emprendería la evolución -casi- definitiva de notable mediocentro a gran especialista defensivo, siguiendo de esta manera los pasos de su admirado Claude Makélélé. «Nunca quedaba regalado», decía Masche con verdadero asombro. En este proceso, amen de en su rápida adaptación a la Premier League, tuvo mucho que ver Rafa Benítez. Del técnico madrileño, el «Jefecito» habla maravillas. Le nombra como una de las personas más relevantes de su carrera, le agradece la oportunidad recibida y, además, le reconoce la transformación táctica que vivió el Liverpool (del 4-4-2 al 4-2-3-1) para encajarle junto a Steven Gerrard y Xabi Alonso: «Gerrard pasó a mediapunta por detrás de Torres y jugué con Alonso. Él se encargaba de crear y yo le daba balance, jugaba con la escoba, daba las coberturas. […] Con Rafa perfeccioné lo táctico. Me dio la oportunidad de demostrarme que podía jugar en Inglaterra. Tácticamente es muy, muy bueno. Lee muy bien al rival, sus debilidades». Bajo esta fórmula, que sólo se mostró falible con la marcha de Xabi, «the world’s most expensive ‘water carrier'» se convirtió en un futbolista unánimemente respetado, admirado y deseado en el fútbol europeo.
En Barcelona se ha medido la gran capacidad de sufrimiento y autoexigencia de Javier Mascherano.
«Mi juego se basa mucho en la velocidad, intentando cortar las jugadas. A todos nos gusta jugar con la pelota, pero no soy un mediocentro capaz de armar con la pelota. Puedo dar una buena salida, pero no puedo ser un «5» como fue Redondo», razonaba en 2008. Declaración a declaración, Javier Alejandro Mascherano siempre ha demostrado un crudo conocimiento de sí mismo. Consciente de sus virtudes, comprende sus limitaciones y entiende cómo afecta todo ello a su equipo. Sin embargo, esto jamás le ha servido de excusa o consuelo. «Yo no soy un jugador talentoso. Todo me ha costado. No soy de esos jugadores que hacen la diferencia dentro de la cancha, sino más de los jugadores a los que se les nota el sacrificio, el trabajo. ¿Cuál es mi secreto? Vivo para esto», decía en otra ocasión. El «Jefecito» entiende el sufrimiento como una forma de avanzar. De crecer. Quizás por eso, fichó por el exigente Fútbol Club Barcelona de Guardiola, Leo Messi, Xavi Hernández, Andrés Iniesta… y Sergio Busquets.
«Sobre todo está Busquets, que es el jugador perfecto para este club. Sergio, que por su talento podría jugar en cualquier equipo, ha nacido para jugar acá. Tiene todo lo que debe tener el mediocentro del Barça: quite, buena técnica y un orden táctico perfecto. Yo le miro y trato de aprender, sacar cosas. Somos perfiles diferentes. Implicación siempre he tenido. Para ser campeón necesitas un grupo. Juegan 11, cinco esperan en el banco y seis lo ven en la tribuna. Pero para hacer buenos a los 11 necesitas una competencia sana y diaria. Y yo vine para eso», explicaba a los seis meses de llegar a Can Barça. Pep Guardiola no le había traído por 24 millones de euros como relevo de Yaya Touré o como sustituto de Sergio Busquets, sino como futbolista. Como jugador de fútbol. Sus condiciones tácticas, físicas y emocionales le serían de un gran valor para poder desarrollar sus ideas, fueran éstas las que fueran. El tackle ante Nicklas Bendtner, a la postre el instante en el que el Barcelona estuvo más cerca de perder dicha Champions, sólo fue la prueba empírica de que un jugador como Masche terminaría siendo importante en el equipo porque, en definitiva, alguien como él está condenado a serlo. Sea donde sea y fuera como fuera. Al final, el desarrollo del curso, los problemas físicos de los defensas (Puyol, Abidal y Milito), la fallida prueba con Busquets como central y la planificación deportiva decidieron que, para encontrar su sitio en el once titular, Javier tenía que abandonar la posición para la que había nacido.
Su paso al centro de la defensa ha tenido sus continuos altos y bajos«Jugar de central aquí es diferente a jugar de central en otro equipo. Nuestra manera de jugar te lleva a jugar con la línea adelantada con mucho espacio a la espalda. Normalmente tienes 3 o 4 situaciones en las que tienes que gestionar un mano a mano y no puedes fallar», comentaba en 2013 en una conversación con Víctor Hugo Morales. Inesperadamente, Mascherano se había convertido en central de un Barcelona que poco a poco fue humanizándose, transformando así dicho puesto en una fábrica de errores hasta para los que eran centrales de cuna. Entre el «Ahora corro menos» de 2011 y el «Estoy para hacer de bombero» de 2013, titulares de sus entrevistas en «El País», hay varias escenas de sufrimiento público y unas cuantas disculpas por los fallos cometidos. «Estás muy expuesto. Esa es la realidad. Pero a mí me gusta. Vale la pena», confesaba. Su ejercicio de adaptación ha sido notable y encomiable, pero siempre ha tenido un techo. Fuera por su desconocimiento de la posición, por sus limitaciones físicas o por la falta de una estructura defensiva sólida, Mascherano siempre ha parecido un agente extraño dentro de la zaga. Un problema con el que ha combatido y al que se ha repuesto infinidad de veces, como en uno de sus mejores partidos como blaugrana. Tras cometer un error grave ante el Milan (2013) que podía haber arruinado el intento de remontada del Barça de Vilanova (4-0), el «Jefazo» dio una auténtica exhibición de fundamentos que terminó por ahogar a los italianos sobre su propia frontal. Había fallado, se había lamentado, había negado con la cabeza y había espetado una queja contra sí mismo similar a aquel famoso «¿Por qué siempre la cago»?, pero se repuso y triunfó.
Como el reo que, encadenado a una en bola de hierro, es capaz de escapar a su destino sin librarse del grillete, el jugador argentino se ha perpetuado en el once sin acabar nunca con el debate. ¿Podía ser mediocentro en el Barcelona del juego de posición? ¿Podía ser central en el Barça de Tito Vilanova? ¿Y en el de Gerardo Martino? ¿Qué puede o debe ser en el de Luis Enrique? Muchas son las valoraciones posibles, pero el hecho es que sus entrenadores siempre le encontraron un hueco. La confección de la plantilla y su notable rendimiento, a veces sobresaliente y siempre mayor en Liga que en Champions League, donde los retos y la exigencia son diferentes, no les dejaron otra opción. Mascherano no les daba otra opción. Era pura personalidad. Una forma de ser que también le han convertido en uno de los líderes y portavoces de un equipo que, por cosas como esta, por futbolistas así, nunca ha quedado a la deriva por fuerte que soplara el viento. El «Jefecito» fichó por y para esto. Los nueve títulos conseguidos hasta la fecha, avalan su decisión. Javier Mascherano quería ganar. Y ganó, aunque fuera sufriendo.
Su tackle ante Holanda, de forma simbólica, le consagró como un símbolo definitivo de la selección.
Porque de sufrir, de padecer y de aguantar sin retroceder, Mascherano sabe un rato. A fin de cuentas es argentino, futbolista y coetáneo de Messi. Una combinación soñada por miles de niños y envidiada por millones de adultos que, quizás, sólo el «Jefecito» comprende y entiende en toda su magnitud.
La exigencia, el peso y la responsabilidad de levantar la ansiada Copa del Mundo para Argentina. Por los argentinos. El gran Diego Armando Maradona y su «Mascherano +10″. La capitanía. Ese inesperado brazalete que portó por última vez el día que fue expulsado y eliminado de su propia Copa América. El mismo camino que había tomado en Sudáfrica 2010, un Mundial que casi ven por la televisión por culpa de un error suyo ante Perú. La derrota por 3-0 ante Brasil en la final de 2007. Y esa primera eliminación en 2006, que en realidad no era tal porque ya había vivido desde dentro el drama de 2002. Y ese vuelo de vuelta tan largo. Tan duro. Todo esto, todo aquello, para sólo colgarte dos oros que nadie valoró.
Masche se consagró en la semifinal del Mundial de Brasil vs Holanda«En el último tiempo, con Sabella, he recuperado la alegría de venir con la selección. Quizás, en algún momento, no era un peso, pero costaba», reconocía pocos días antes de disputar el Mundial de su vida. Era la fecha señalada por todos. El momento de resarcirse. De darle sentido a todas y cada una de las derrotas. Y sí, Argentina no ganó su tercera Copa del Mundo. Y no, Mascherano no es campeón del mundo. Pero el significado de Brasil 2014, de la presión y el sufrimiento vivido, iba más allá de la victoria. Su sentido se encontraba tras una carrera desesperada, imposible, ante otro futbolista que había sabido sufrir cuando nadie le veía antes de consagrarse ante los ojos de todo el mundo. «Me abrí el ano. Por eso tenía tanto dolor. No quiero ser grosero, pero fue eso. Fue más virtud mía. Él me dio una posibilidad cuando la toca por segunda vez, pierde un segundo y yo le gano», contaba ante la prensa. «Ganar o perder un partido a veces es cuestión de centímetros», se lamentaba Robben. En ese partido, después de completar una Copa del Mundo maravillosa que le serviría para volver a unir a bilardistas y menottistas, dejaría también la verdadera explicación de su apodo. Ese que no siente como propio; ese que no puede ser más acertado. Porque su capacidad de liderazgo prendió cada una de las acciones de su carrera, pero jamás fue tan evidente como en aquella charla que «mantuvo» con Romero antes de los penaltis: «Hoy, ¡hoy!, vos te convertís en héroe. ¿Está?». Dos palmadas, un beso y una final. Allí marcaría Gotze y no Higuaín o Palacio, pero esa no fue una cuestión de fútbol, sino de centímetros.
«Conociéndolo a Javier, su amor propio, su constancia y su amor por la camiseta, creo que no va a tener problemas para jugar. Para mí va a jugar el próximo Mundial…». Es la opinión de Javier Zanetti, uno de los hombres a los que había visto llorar en 2002 y al que luego, seis años más tarde, le «quitó» el brazalete. Cumpla con la previsión del «Pupi» o no, Masche ya ha expresado tres deseos de futuro. Tres firmes convicciones, tratándose de él. La primera, ganar: «Me gustaría lograr un título con la selección en esta Copa América, porque es algo que no solamente ansiamos nosotros, sino todos los argentinos». La segunda, volver: «Me gustaría acabar mi carrera en River». Y la tercera, liderar: «Lo intentaré (ser un buen entrenador), pero al final dependes de los jugadores». Ninguno de estos tres anhelos parecen meros caprichos. Desde sus primeros partidos en los peleados potreros de San Lorenzo, el «Jefecito» ha demostrado ser un ganador, un capitán y un líder. Su padre, Óscar, dice de él que «nunca habló más de lo que escuchó». Y Javier, por suerte tan joven y tan viejo, ya ha hablado mucho en el fútbol.
Carlos 15 abril, 2015
Felicito a Quintana por este articulo ! Emocionante la manera de contar la vida de Masche …..es tarde , estoy cansado y tengo sueño , sin embargo no pude evitar leer de Pe a Pa todo lo aquí redactado ! Sin dudas Masche merecía un articulo asi