«You’re beautiful», el archiconocido tema de James Blunt, no es la canción que uno imagina como la preferida de uno de los mejores centrales de los últimos 15 años. Sea por el tópico asignado a los defensas, por el hecho de haber vinculado su carrera a la de José Mourinho o por la naturaleza de los cinco proyectos de los que ha formado parte, lo cierto es que lo melódico del cantautor inglés parecería una excéntrica incoherencia si nunca hubiésemos visto en acción al propio Ricardo Carvalho. «Esta canción me entra. Me gusta mucho. La letra es muy, muy bonita. Cuando dice eso de que «mi vida es brillante», que «el amor es puro»… ¿Qué más puedes decir? Además, de él me gusta que es muy tranquilo, y yo también soy muy tranquilo», explica con la timidez que le caracteriza.
Nacido en Amarante hace ya 36 años, Carvalho nunca pareció lo que era porque, en realidad, no era lo que parecía ser. «Siempre fui defensa. Uno diferente, pero siempre defensa», reconoce con orgullo. Su singular carácter y sus peculiares condiciones le convertían en un central especial, pero también le hacían protagonista de una paradoja de la que no todos escapan. Si su futuro no se evaporó entre las dudas de sus primeros técnicos fue por su formidable talento, el cual también le hizo vivir una necesaria evolución que le llevó a adaptarse a los diferentes contextos sin llegar a perder nunca su verdadera esencia. Un proceso que, más que a través de José Mourinho o de él mismo, se entiende gracias a las parejas que le acompañaron en el centro de la zaga de Porto, Portugal, Chelsea, Madrid y Mónaco.
Hasta la temporada en la que ganan la Champions, Carvalho no inicia el curso como titular.
Rápido y hábil, era el complemento perfecto al duro Jorge CostaAunque Jorge Andrade fue su primer compañero en la defensa del emergente FC Porto de Pinto da Costa, su eclosión se dio junto al veterano, expeditivo, duro y contundente Jorge Costa. Curiosamente, unos meses antes la entrada del de Amarante en el once titular había provocado el enfado de este último. No es que Ricardo Carvalho fuera ningún pipiolo, tenía 23 años y sumaba cuatro temporadas en la élite, pero para Costa, capitán del equipo e ídolo de Do Dragão, supuso tal afrenta que le llevó a ser cedido al Charlton inglés en enero de 2002. Una fecha histérica en su momento e histórica en la actualidad, pues a la marcha del capitán se le unió la destitución de Octávio Machado y la llegada de Mourinho. Durante aquel frío invierno, el técnico de Setúbal comenzaría a cambiar para siempre la historia del Porto, pero también la de muchos de sus futbolistas. Es el obvio caso de un Ricardo Carvalho con el que labraría una relación que duraría ocho años, se desarrollaría en tres países y que, paradójicamente, comenzaría con el central en el banquillo pese a la salida de Andrade. Sea como fuere, éste no tardaría en adelantar a Pedro Emanuel, acercarse a Jorge Costa y, a su lado, liderar una defensa que ganaría la Copa de la UEFA (2003) y la Copa de Europa (2004). Ambos formaban una pareja que, según qué cánones, se podría entender como muy complementaria. Mientras la fuerza y la contundencia la ponía Costa, la elegancia y la velocidad eran cosa de Ricardo. Uno marcaba, otro anticipaba. Uno despejaba, otro la jugaba. «Recuerdo que en Porto había jugadores como Costa, los cuales siempre despejaban el balón sin importarles si podían jugarlo. Querían estar seguros. Eran fuertes por arriba y muy físicos. Pero yo disfrutaba cogiendo el balón para intentar jugarlo con el centro del campo o los delanteros», explica.
Lo que ahora puede parece lógico e, incluso, condición sine qua non para prosperar en esta posición, hace unos años era todo lo contrario. Un central que se «complicaba» era un riesgo que no todos los técnicos querían correr. Si este además era endeble físicamente, directamente huían de él. Así le había sucedido a Carvalho durante sus primeros años de carrera, en los que tuvo que pedir salir cedido en varias ocasiones para poder seguir compitiendo. Fernando Santos, que ya tenía a Aloisio y Costa, no quería arriesgar, algo que sí hicieron Octávio Machado y Mourinho. Sin querer especificar quién de ellos fue, Carvalho contaba que un entrenador del Porto le había dicho que se equivocaba al «querer crecer», pues si eso sucedía «comenzaría a perder velocidad», que era por lo que precisamente él era titular y en el banco estaban otros más grandes, más fuertes y más altos. Para chocar ya estaba Jorge Costa.
Su gran éxito con Portugal se dio durante aquel verano de 2004. Era su Eurocopa.
Tras dominar Portugal, conquistar Europa y sobresalir a nivel individual, siendo nombrado mejor jugador portugués de 2003 y mejor defensa de la Champions 2004, Carvalho afrontaría ese verano un nuevo reto con la Eurocopa que su país organizaba. El resultado, pese a la desilusión final, fue magnífico. Durante el torneo el central portugués confirmaría todos los elogios que había recibido con el Porto, daría por bueno el reconocido interés del Real Madrid de Florentino Pérez y llevaría al Chelsea a pagar 30 millones de euros para que acompañase a José Mourinho en Londres. Sin embargo, lo que pocos recuerdan es que el ahora central del Mónaco comenzó la Eurocopa como suplente. Luiz Felipe Scolari confiaba en Fernando Couto, capitán de la selección, para controlar la efusividad e intensidad de Jorge Andrade. El del Dépor era un central con un físico moderno, mezclando altura y potencia, que le hacía anticipar a zonas muy alejadas. Era muy bueno, pero también desordenado. En uno de sus robos podía iniciarse un gol, pero a su espalda podía encontrarse la eliminación de Portugal. Los 34 años de Couto debían dar cobertura a lo primero y corregir lo segundo, pero en el debut ante Grecia sucedió todo lo contrario. La derrota ante el país heleno propiciaría la entrada de un Carvalho que, a la postre, entraría en el mejor equipo del torneo tras completar actuaciones tan destacadas como la que protagonizó ante Inglaterra en cuartos. Pero más allá de su nivel individual corrigiendo y anticipando, lo que destacó en el torneo fue su gran madurez y entendimiento del juego. Era rápido, como Andrade, pero sus decisiones nunca eran impulsivas. No salía por salir. No se quedaba por quedarse. Siempre había una razón.
Esto es algo que demostraría durante toda su carrera, pero que por la naturaleza de sus acompañantes se comprobaría mejor que nunca con la selección portuguesa. Fuera en la Eurocopa 2004 con Andrade, en el Mundial 2006 con Meira, en la Eurocopa 2008 con Pepe o en el Mundial 2010 con Bruno Alves, el central que ocuparía el rol de «madre» en la pareja siempre sería Ricardo Carvalho. Más allá de sus condiciones, él era el central tranquilo. El analítico. El protector. Portugal no volvería a llegar tan lejos como en la Eurocopa 2004 y Carvalho «desertaría» de la selección en 2011 según Bento, pero mientras el central defendió los colores de su país dejó un gran rendimiento. Y, de hecho, lo sigue dejando.
En Inglaterra comenzó a evolucionar, ganando fortaleza y dominio del área.
En Stamford Bridge, Carvalho viviría seis temporadas en las que, momentos puntuales al margen, como con Gallas (05/06) y con Alex (08/09), formaría una pareja dominante al lado de John Terry. El central inglés volvía a ser todo lo contrario al portugués. De hecho, en cierta medida, Terry le recordaba a Jorge Costa. La diferencia es que, en esta ocasión, no le bastaría con ser él mismo. No en Inglaterra. «Aprendí mucho desde el momento en el que llegué. El fútbol aquí es muy físico. A veces es complicado lidiar con esto, pero me gusta. Mi cuerpo no es tan fuerte como suelen ser los centrales en Inglaterra, pero me gusta jugar fuerte e ir al suelo. Me encanta deslizarme por la hierba», contaba a los seis años de llegar.
En Inglaterra completó su juego no sin sufrir y trabajar mucho antesEl precio por estar al lado -o por encima- de Rio Ferdinand, Nemanja Vidic, Sol Campbell, Kolo Touré, Jamie Carragher o Martin Skrtel no fue su estilo de juego, pues Carvalho triunfaría completándolo y no modificándolo, sino su salud. Su estado físico. A causa de las continuas disputas, a las que tenía que ir con todo o se retiraría sin nada, comenzó a tener problemas musculares y a sentir su hombro muy tocado. Así lo explicaba él propio Carvalho: «Cada vez que me lanzaba o saltaba, sentía que el hombro se me iba a salir. Estaba débil. En mayo de 2005 tuvieron que operármelo, comencé a trabajar más en el gimnasio, algo que no había hecho antes, y así mejoré mucho». Poco a poco, despejando con clase y serenidad las críticas que le tachaban de ser «demasiado blando», el portugués comenzó a parecer un inglés más. Con John Terry cubriéndole la espalda, marcando y dominando la frontal, Carvalho seguía brillando en el corte en base a su velocidad y lectura. Pero ahora también sabía chocar, cuerpear con los rivales, ir fuerte en los tackles y, por supuesto, soportar los asedios sobre el área blue. El central tranquilo, entonces, peleaba por su posición, soportaba los impactos del rival, manejaba las tretas del área y sufría sin sufrimiento. Como si de esa larga carrera militar que esconde la figura de James Blunt se tratara, Carvalho había ido a la guerra de la Premier y había salido victorioso sin perder sensibilidad.
Especialmente entre 2006 y 2008, tanto con Mourinho como con Scolari, su nivel fue altísimo. Se vuelve intratable, es uno de los mejores centrales del mundo y su pareja con Terry se convierte en un activo competitivo de primerísimo orden que colecciona títulos colectivos (3 Premiers, 2 FA Cups, 3 Carling y 2 Community) y acapara distinciones individuales. Los hay quienes elogian su valentía anticipando, los que prefieren alabar su adaptación a la Premier y los que optan por ensalzar sus escapadas con balón, las cuales le hacían brillar aunque no convenciese a todos sus entrenadores. «Es mi estilo y no puedo cambiar. O juego así o no juego. No puedo evitar ir hacia adelante una o dos veces por partido. Si no le gusta, tendrá que mandarme al banquillo. Está en mi sangre. Cuando veo la oportunidad de subir al ataque, ya es demasiado tarde para preguntarme si le gustará a Ancelotti», comentaba Ricardo en febrero de 2010. Sus últimos dos años en Londres no serían perfectos, tendría varias disputas con los diferentes técnicos y las molestias musculares le impedirían jugar más de 30 partidos por temporada, pero eso no empañarían su maravillosa trayectoria en la Premier League. Una competición que le dio reconocimiento, le llenó de copas las vitrinas y, por encima de todo, le hizo mejor defensa central.
José Mourinho volvía llamar a su puerta: quería un central veterano para el gran proyecto del Madrid.
«Para mí era más cómodo quedarme en el Chelsea. Allí ya tenía el respeto de toda la gente, tanto de dentro como de fuera del club, porque lo había hecho muy bien. Aquí era como comenzar de nuevo y mostrar que, realmente, estoy bien y podía ayudar. Sabía que estaba bien. Si no, me hubiera quedado. Era más cómodo para mí». Un año después, así valoraba Carvalho su traspaso al Real Madrid (7M€). Entonces ya no quedaba rastro de las críticas sobre su fichaje, que apuntaban a que era demasiado mayor (32 años), que no era mejor que lo que ya había (Raúl Albiol) o que, números en mano, no estaba en plenitud de condiciones para afrontar un curso tan largo como debía vivir aquel Real Madrid. Dudas al margen, José Mourinho lo tenía muy claro: «Necesitamos un jugador con experiencia en la defensa. Es una zona crucial». Y llegó Carvalho, un hombre de confianza. Su relación, como reconoce el central, no siempre fue idílica. Tuvieron sus disputas, sobre todo cuando Mou situó a Gallas por delante, pero ambos ambicionaban lo mismo. Amaban ganar. Eran competidores natos, personas directas y grandes profesionales. Por eso, tras un intento frustrado en el Inter de Milan, se volvieron a juntar en Madrid.
Su primer año en el Real Madrid al lado de Pepe fue realmente positivoY comenzaron muy bien. Esta vez, la labor de Carvalho sería la de escoltar y acompañar a Pepe. El central luso de origen brasileño no había podido aún añadir reflexión y pausa a su fútbol, sufría cerca del área y tenía una delicada propensión al error fatal. Así, ejerciendo de escolta, como ese «policia» que soñaba ser de pequeño, Ricardo Carvalho cumplió los deseos de su entrenador y encontró hueco para también poder lucir sus condiciones. Y lo hizo, además, en un equipo que, aunque no de forma tan exagerada como lo haría en el futuro, situaría su línea defensiva muy arriba. Su velocidad ya no era la de 2004, pero ahora era más listo. Se las sabía todas. Por eso su rendimiento en su primer año en la Castellana fue notable y, por eso, su figura encontró un hueco crucial durante los impresionantes playoffs de la primavera de 2011. Tanto en su presencia (Final de la Copa del Rey) como en su ausencia (Ida de las Semifinales de la Champions), Ricardo Carvalho ocupó renglones de análisis en uno de los más grandes acontecimientos futbolísticos de la historia del fútbol español. Un recuerdo que se iría difuminando conforme las lesiones musculares le volvieron a penalizar, propiciando que Ramos ocupara su puesto como central titular. Pese a ello, en enero de 2013, cuando su nombre ya había caído en el olvido y parecía casi apartado del equipo, dejaría un último partido reseñable frente al FC Barcelona. En un contexto totalmente adverso y formando parte de una defensa para nada ortodoxa (Essien, Varane, Carvalho y Arbeloa), Carvalho exprimió la calidad que todavía tenía para ayudar a sobrevivir al Real Madrid. Aquel partido quedó para el recuerdo como el primer gran día de un jovencísimo Raphaël Varane, pero a su sombra Carvalho completó un último servicio de muchísima calidad. Uno más.
Lo que parecía un retiro dorado en Mónaco se ha convertido en una última gran experiencia.
Con 35 años y tras dos años casi desaparecido, Carvalho viajó a Mónaco para, en teoría, finalizar su carrera en la élite del fútbol europeo. Podía parecer un retiro dorado, bien pagado y no tan exigente. Y realmente lo era, lo es, pero eso no eximió al portugués de volver a atarse las botas, enfundarse las espinilleras y saltar al campo a competir. Lo hizo al lado de Eric Abidal, otro veterano de guerra que destilaba experiencia y calidad defendiendo. Ninguno era tan rápido como antes, uno no iba tanto al corte y el otro ya no jugaba en banda, pero ambos convirtieron al AS Mónaco en el tercer equipo menos goleado de la Ligue 1 y en club de Champions. Su renovación el pasado verano era justa y merecida; Carvalho estaba viviendo su enésima juventud y Leonardo Jardim no pensaba desaprovecharla. Y no lo está haciendo. Pese a que en las últimas semanas ha perdido su puesto por una lesión y por el empuje de Wallace (20 años) y Abdennour (25), el central luso está siendo parte importante en los brillantes registros defensivos que el equipo monegasco ha firmado tanto en Francia como en la Champions. Este sorprendente nivel, de hecho, le ha permitido cerrar el último capítulo abierto de su carrera: su ausencia con Portugal. Y el de Fernando Santos. El técnico con el que marchó cedido en sus primeros años en Porto, le ha hecho regresar con la selección para, en palabras de Mou, jugar «como si tuviera 26 años».
Ahora, con todos los cabos atados, los campeonatos ganados y los adjetivos empleados, el central que escucha a James Blunt busca un cierre perfecto en noches tan especiales como las de hoy. Si en las piernas le queda una gran actuación, decisiva o no, deberemos esperar para saberlo, pero de lo que ya tenemos total certeza es que Ricardo Carvalho ha completado una carrera longeva y exitosa con la que, además, ha demostrado ser capaz de acompañar a cualquier tipo de central en todo escenario posible sin con ello perder competitividad ni elegancia. Hace ya unos años, con la tranquilidad que le define y caracteriza, el veterano zaguero criado en Amarante decía que «hablar con un defensa es un buen punto de partida para debatir sobre fútbol». Si de eso tratara esto, que así es, hacerlo con el acompañante de Jorge Costa, Jorge Andrade, John Terry, Képler Laverán ‘Pepe’ o Eric Abidal sería una gran elección.
@VGordoA 17 marzo, 2015
Maravilloso texto. Muchas gracias por estas lecturas.