Descanse, comandante Fàbregas. ¿Quiere una copa? ¿Seguro? Bien, bien. Me parece correcto. Buen soldado. En fin, no soy de andarme con rodeos: como imaginará, esta no es una reunión de cortesía. Este dossier que tengo ante mi es su hoja de servicios, todas sus campañas desde que abandonó la academia de oficiales y calzó por primera vez sus botas de combate en el cuerpo de artillería londinense. Un historial del que un soldado puede sentirse orgulloso. ¿Y esto somos, no? Soldados. Cumplimos con nuestro deber en el fragor de la batalla. Y voy a ser muy sincero con usted, comandante: este es el motivo por el que le he convocado. El cumplimiento de su deber ante la gran batalla que se avecina.
El joven Fàbregas impactó en Europa como un organizador.
No se equivoque: nuestra confianza en su talento es enorme. ¡Qué diablos! Es usted uno de los mejores, comandante. Por este motivo reclamamos sus servicios cuando solicitó su último traslado. Su listado de virtudes mezcla capacidades que no es fácil encontrar reunidas en un mismo hombre. No sólo posee la visión táctica pertinente y excelentes dotes para liderar a sus hombres en el combate, también es un eficaz combatiente de primera línea. Disparos certeros, operaciones de asalto, incursiones tras las líneas enemigas… Su expediente subraya incontables menciones en lo más crudo del combate, un mérito enorme para quien ha dirigido con éxito los movimientos de su propia compañía desde una edad tan precoz. Y, sin embargo, una duda corroe nuestra planificación de la defensa del puente de Stamford ante el inminente asalto francés: necesitamos lo mejor de usted, comandante Fàbregas. Y no estamos seguros de poder contar con ello.
Convendrá conmigo que estos documentos que sostengo entre mis manos nos dan motivos para cuestionarnos la conveniencia de entregarle la dirección de nuestras tropas en esta jornada crucial. Bien sabe que casi lo perdemos todo al otro lado del Canal de la Mancha, comandante Fàbregas. Hoy sólo nos vale una victoria total e incontestable. Hoy no podemos fallar.
Hizo un buen trabajo en Italia en 2008, comandante. ¿Bueno, digo? ¡Extraordinario! Derrotó al enemigo con una acción audaz que culminó un servicio impecable. Por entonces el continente le temía, ¡temía al capitán Fàbregas! Y no era para menos. Antes de ese lamentable accidente en la estrecha carretera de Eindhoven su mando ya había resultado determinante en los campos de Chamartín y ante las huestes de la Vieja Señora. En esa época su talento doblegaba a los mejores, comandante Fàbregas. ¿Pero qué ocurre desde entonces? Ocurre que esta hoja de servicios ya no reseña otra jornada tan gloriosa, soldado. Y nos preguntamos… ¿por qué?
Lo sabemos. Algo cambió en las órdenes de sus superiores. Sin Henry se vio un Cesc distintoFusil en mano, es usted un soldado determinante. Y lo fue demasiado cuando su joven compañía carecía de la agresividad que reclama este oficio. Hubo que alejarle del puesto de mando para acercarle a las acciones decisivas. Bien sabe que nunca me convenció la idea, y por eso lucha ahora bajo nuestro pabellón. Porque necesitamos un líder de campo. Pero también lo requerían sus ex-camaradas catalanes, y entonces no supo serlo. No se engañe, no soy injusto. Sabemos que el camino fue difícil, que la jerarquía estaba establecida. Que quizá nunca le ofrecieron de verdad el mando de tan orgullosa compañía, acostumbrada a otro tipo de maniobras. ¿Pero acaso lo reclamó de verdad? ¿Qué hizo usted en esas grandes campañas, comandante Fàbregas?
Unas veces no estuvo, comandante. Ileso, no fue llamado al combate. Y en las demás sus servicios no merecieron menciones propias de su categoría. Incluso se enfrentó a nosotros con un desempeño apreciable, pero lejos de lo que temíamos, en la campaña de 2012. En 2013 el balance fue peor contra el gran ejército alemán y, otra vez, en París. En la llanura de Cheshire, al año siguiente. Y antes, en su regreso a Lombardía. Y en los numerosas enfrentamientos contra los ejércitos de la capital española a lo largo de estos últimos años.
Francamente, recelo del puro componente táctico a la hora de explicar la evolución de esta hoja de servicios, comandante. Soy veterano en estas lides, conozco la mente y el corazón de un buen soldado. Y las debilidades que pueden afectarle. También conozco sus antecedentes, su compleja relación con esa vieja academia en la que nunca llegó a completar su formación. La cuna de los grandes oficiales con los que le tocó competir dentro y fuera del campo de batalla. La cuna de sus propios fantasmas. Y veo -vemos- una estrecha relación entre sus grandes batallas bajo el estandarte condal y sus últimos servicios al frente de los cañones rojiblancos. En 2010. Y en 2011. Enfrentando siempre al mismo rival.
Sus grandes noches más grises se relacionan con el Barça.
Casacas azulgranas. Eso es lo que vemos. Ya sea hombro con hombro o al otro lado de su línea de fuego. Casacas azulgranas en todas las grandes batallas en las que el antiguo capitán Fàbregas no supo emerger, comandante. Un elemento que mina su propia identidad, el factor que todo lo distorsiona en esta hoja de servicios. Hasta el punto que nos impide asegurar si, tras tantos años lejos de tal responsabilidad, todavía existe el gran oficial que un día supo imponer su mando en los choques más duros de Europa.
Debo tomar una decisión sobre todo esto antes de que se vislumbre la avanzadilla francesa en el horizonte. Y sea cuál sea mi veredicto, comandante, sea cuál sea el rol que le asigne, le reclamo que no se deje confundir por el cromatismo de nuestro enemigo. Tiempo habrá para afrontar sus viejos fantasmas, si debe hacerlo algún día. Hoy no será necesario. Hoy no habrá casacas azulgranas en el puente de Stamford.
J' Hernández 11 marzo, 2015
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