«Marsella no es una ciudad para los turistas. No hay nada que ver. Su belleza no puede ser fotografiada. Solamente puede ser compartida. Es un lugar donde uno tiene que tomar partido; ser apasionado a favor o en contra. Sólo entonces se puede ver su verdadera esencia. Y así te das cuenta, demasiado tarde, de que estás en medio de una tragedia. Una antigua tragedia en la que el héroe es la muerte. En Marsella incluso para perder debes saber cómo luchar», Jean-Claude Izzo en ‘Total Khéops’ (1995).
Como institución, al Olympique de Marseille sólo se le puede intentar comprender a través de las calles que le resguardan del mundo exterior. Su lógica caótica, sus anquilosadas estructuras, su ininteligible organigrama, su problemática economía y su pasional gente son elementos que definen una identidad común e indivisible entre club y ciudad de la que, aunque quisieran, no podrían escapar. O, al menos, no lo podrían lograr desde una perspectiva tradicional, natural, prudente y cabal.
Quizás por ello, persiguiendo la ansiada revolución que devolviese al Olympique el lustre perdido en los últimos años, Vincente Labrune contrató a un entrenador que, en su primera rueda de prensa, tuvo que pararse a explicar porqué le apodan “El Loco”. “Me llaman así porque algunas de las respuestas que elijo no coinciden con las que se eligen normalmente”, contestó Bielsa con su particular elocuencia. Que respondiera a esta cuestión, precisamente, no era lo habitual. Siempre que puede, Marcelo intenta escapar de ese aura de técnico diferente, singular, que sin querer queriendo se ha ganado con tanto merecimiento. El de Rosario ni se concibe especial, ni le gusta hablar de sí mismo. Sin embargo, no es uno más. Un hecho que Labrune, su nuevo presidente, tenía claro desde el día en el que se hizo oficial la vuelta de Bielsa a los banquillos: «Va a ser una revolución cultural, pero también estructural. Bielsa tendrá una función más amplia que la de entrenador, será una especie de director técnico del sector profesional». Significara lo que significara su última frase, que con el paso del tiempo tendría menos sentido si cabe, lo más llamativo era ese explícito uso del término «revolución». ¿Sería para tanto?
Sin todavía haber pisado la ciudad, Marcelo Bielsa ya era un ídolo en Marsella.
Sí, lo era. Y lo fue desde el principio. El 28 de abril, con la temporada 2013/2014 todavía en marcha y sin que aún hubiera nada firmado, «France Football» le dedicó en exclusiva su prestigiosa portada. Más significativo si cabe fue el hecho de que el 4 de mayo, únicamente dos días después de hacerse oficial su llegada, el Vélodrome desplegara una gigantesca bandera de Argentina con un «¡Loco: Haznos soñar!» como título. El impacto fue mayúsculo. Bielsa era el gran tema de conversación en Marsella, su presidente no paraba de repetir la palabra «revolución» y los medios de comunicación, que entendieron rápidamente la situación, se apresuraron a justificar el porqué de tanto revuelo con varios reportajes sobre su carrera. “De ninguna manera creo que yo pueda revolucionar nada. No hay antecedentes en mi carrera en ese sentido”, proclamaría unos meses más tarde. Pero esos mismos antecedentes, con especial atención a lo vivido en Chile y Bilbao, eran los que le quitaban la razón. El gran público estaba comenzando a descubrir en profundidad quién era Marcelo. Y la expectación en la ciudad se disparó.
La pretemporada ya le confirmó como un DT muy diferente al restoEl técnico argentino no tardaría en comprobarlo. El 24 de mayo, fecha de su desembarco, se encontró con un centenar de bulliciosos aficionados en las puertas de las instalaciones de entrenamiento. Banderas, pancartas y bengalas para recibir a un entrenador que no marcaba goles, que no tenía ninguna vinculación previa con el club, que ni siquiera había sido presentado y que, por ende, no había comenzado a trabajar de cara al público. Marcelo Bielsa no era nadie y parecía serlo todo. Un contexto perfecto para que, con sus primeras acciones y gestos, la euforia se confirmara y la ilusión se disparase. Como así fue. Las sesiones de entrenamiento se comenzaron a retransmitir en la web del club, sus peculiares métodos de entrenamiento llenaron de tinta cientos de páginas y sus ruedas de prensa se convirtieron en un acontecimiento diario. “La revolución Bielsa», como tituló L’Equipe, ya estaba en marcha. Y era imparable, como demostró el comportamiento de su afición en el primer enfrentamiento del técnico argentino con su directiva. El 4 de septiembre, cuatro meses y cuatro partidos oficiales después de llegar a Marsella, “El Loco” aseguró estar «decepcionado» con la política de fichajes de Vincent Labrune. Primero se fue Valbuena, luego se obvió su lista de 12 futbolistas y finalmente se contrató a otros, como Dória, que no eran de su interés. «Estoy aquí y voy a asumir mis responsabilidades. Pero repito: el proyecto inicial no corresponde a la realidad. ¿Si pensé irme? No. Asumo todos los resultados deportivos, pero no quiero ser apuntado por la manera en la que el proyecto ha sido concebido», razonó mientras la jefa de prensa se llevaba las manos a la cabeza. El conflicto había estallado. Y la hinchada del OM no dudó a la hora de elegir bando. Según mostraba una encuesta el 85% estaba con Bielsa, pero en el Vélodrome la opinión parecía todavía más unánime. Los cánticos de «Bielsa, Bielsa» sólo se interrumpían para versionar el «Vamos, vamos Argentina» a lo marsellés.
“Nuestro emblema es el Che Guevara. Otro referente nuestro es Maradona. Ahora, por sus resultados, Bielsa se ganó un lugar en este cuadro. Es un poco nuestro Che Guevara”, reconocía Rachid Zeroual, líder de los «South Winners», en declaraciones a «Clarín». Lo cierto es que más allá del magnetismo que irradia la figura del rosarino, su peculiar forma de entender el fútbol casa a la perfección con el contexto del OM. No sólo comparten pasión y locura, sino que, además, el hecho de que Marcelo sea un técnico extremadamente meticuloso, concienzudo y perfeccionista le convierte en alguien ejemplar en quien confiar -casi- a ciegas. «Ha dado una nueva imagen al club. El OM necesitaba alguien así para poder optar a las tres primeras plazas de la competición», nos asegura Quentin, abonado al Olympique de Marsella, antes de reconocernos que «al club le venía haciendo falta un entrenador con carisma».
Los resultados, el juego del equipo y el rendimiento de sus estrellas ha acompañado a Bielsa.
Los buenos resultados, que llevaron a liderar la Ligue 1 a un equipo que el curso pasado ni siquiera se había clasificado para disputar competiciones europeas, no hicieron sino multiplicar la expectación, euforia e ilusión ya existente. «Todos Locos por Bielsa», tituló «France Football». Era oficial: su caso había saltado de Marsella a toda Francia. Sus charlas para motivar, sus explicaciones técnicas, sus cambios tácticos, su trabajo con André-Pierre Gignac… Todo era noticia. Y negocio. Hasta el punto de que, por ejemplo, Adidas lanzó una exitosa campaña publicitaria con la famosa heladera sobre la que Bielsa veía los partidos. «Nunca vi tanta difusión de mi trabajo como cuando estuve aquí», reconocía abrumado el propio Marcelo. Pero, ¿a qué se debía esto? ¿Qué estaba sucediendo en Francia?
El bielsismo supone una gran revolución en el atado fútbol francésMás allá del impacto de un técnico tan singular como el rosarino y de la gran racha de victorias que estaba cosechando el Olympique de Marsella, estaba el cómo lo estaba logrando. Sus métodos eran novedosos, su ideario era diferente y su equipo practicaba un fútbol rompedor. «A día de hoy, todo lo que sea ayudar al fútbol francés a salir de la influencia de Francia ’98 es positivo. Fue un suceso enorme, pero su influencia en los técnicos y clubes del país no ha sido tan positivo desde mi punto de vista. Estamos en una liga donde, al margen de dos o tres equipos, todos construyen sistemas reactivos. Se contraataca bien, pero en el momento en el que hay que llevar la iniciativa se observan muchos problemas. Hay una carencia importante de riesgos ofensivos, de ganas de controlar a través de la pelota y no del espacio, y eso hace que tengamos una competición que tiene una sola cara. Nos falta variedad y aquí Bielsa me parece un elemento muy positivo», nos explica nuestro compañero Ryan Boufrah. Una línea argumental que, de hecho, coincide con la visión del argentino, que no tardó en precisar que «el fútbol francés estaba más avanzado en lo técnico y en lo físico que en lo táctico».
Así, poco a poco, el fútbol francés comenzó a replantearse sus principios. Su identidad. Y su futuro. «No recuerdo haber visto un equipo con tanto esfuerzo colectivo. El Marsella le está dando miedo a todos los clubes, parece invencible», comentaba Florent Germain, periodista del «Marsella en Sportia». «Es diferente a lo que conocí en mis tres clubes precedentes», reconocía un Alessandrini que, pese a su talento, no era titular. Bielsa seguía en su línea, mostrándose «contrario a las conclusiones que se hacían sobre su trabajo» y defendiendo que «aún no se podía valorar lo hecho por el OM», pero las consecuencias de sus éxitos eran completamente incontrolables. Tanto que, como le sucedió en el Athletic, su trabajo comenzó a ganar trascendencia internacional… y atención de la crítica más afilada.
Los pinchazos fuera de casa, despertaron las primeras dudas y críticas sobre su trabajo.
Aunque, a día de hoy, el Olympique de Marsella es segundo (15 victorias, 2 empates y 6 derrotas) a sólo dos puntos del Olympique de Lyon, las primeras dudas y críticas sobre el trabajo de Marcelo Bielsa no han tardado en llegar. Hasta cierto punto es lógico. Su figura ha adquirido un gran protagonismo, sus admiradores hacen mucho ruido y los minutos en la televisión, además de cobrarlos, también se terminan pagando. Sólo hacía falta unos cuantos malos resultados (cuatro pinchazos fuera de casa) y una derrota de impacto (la eliminación copera) para que saltara el conflicto. «¿La gestión de la plantilla es la correcta? ¿Es necesario tomar tantos riesgos en cada partido? ¿Pagará el equipo tanta intensidad? ¿Por qué no hace más rotaciones?», son algunas de las preguntas que se vienen haciendo desde los sectores más escépticos con la labor de un Bielsa que, haciendo gala de esa personalidad tan directa que le caracteriza, no ha ahorrado palabras en sus respuestas. Así, entre unos y otros, los conflictos en sus ruedas de prensa se han convertido en una especie de tradición en el que los jugadores elegidos, las rotaciones, el sistema y el trabajo a puerta cerrada son los núcleos centrales de la disputa.
«Me parece que se le valora como un buen técnico, pero es que es muy diferente a lo que conoce la prensa. Creo que hay cierta sorpresa e incomprensión con su manera de ser por parte de los periodistas que siguen al Marsella», comenta Ryan. Sea como fuere, conflictos al margen, la trascendencia que ha adquirido Marcelo Bielsa en únicamente ocho meses es más que notoria. Su Olympique de Marsella ha vuelto a competir por títulos, su filosofía es admirada de forma mayoritaria, sus métodos son estudiados en toda Francia, los medios de comunicación han ganado a un protagonista diferente hasta convertirlo en símbolo en uno de sus días más importantes y, por supuesto, la afición más pasional de la Ligue 1 ha encontrado un nuevo ídolo al que entregarse. «Si se va, cosa que parece probable a día de hoy, todo volverá a estar como estaba antes de su llegada», reconoce con cierta preocupación Quentin. Quizás, pese a su locura y carisma, un año sea insuficiente para cambiar un club tan caótico, pero lo que ya es una certeza es que Marsella vuelve a estar entregada a su OM. Si el Vélodrome promediaba de media 40.500 espectadores en 2012, 33.500 en 2013 y 38.000 en 2014, durante esta temporada la cifra se ha disparado un 38% hasta llegar a los 52.500. Una cifra récord en el fútbol francés que, además, se ha visto acompañada por desplazamientos masivos para ver al equipo cuando juega fuera de casa. Ciertamente, es imposible conocer la medida y la contundencia de la «Revolución Bielsa», pero el técnico de Rosario ya ha cumplido con lo primero que le pidió su afición: les ha hecho soñar.
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Ricardo 3 febrero, 2015
Como molaría que el O. Marsella ganará la Ligue 1. Aguante Bielsa.