Sólo el 5-0 de Guardiola a Mourinho, el 4-0 del Bayern al Barça y el 0-4 del Real en Múnich. En esta segunda década del Siglo XXI, no existen más precedentes comparables a lo que el Club Atlético de Madrid consiguió ayer por la tarde contra su eterno rival. La diferencia entre lo acontecido y una goleada corriente fue que no se debió a una desviación decantada por un detalle determinado, que es lo que suele suceder cuando entre dos legítimos candidatos a la Copa de Europa se da un resultado tan amplio, como pasó por ejemplo en la Final de Lisboa tras el gol psicológico de Ramos. No, el Calderón no vivió eso. Lo que vivió fue un encuentro que tras su 1-0, que a su vez pareció inevitable, quedó desprovisto de todos los «what ifs» que el fútbol aglomera casi siempre. Nada hubiera podido truncar el destino. ¿Un gol de potra de Ronaldo? ¿La lesión de dos hombres clave para Simeone? ¿Una exhibición de Iker? Cualquiera de esas circunstancias tan a menudo decisivas apenas hubieran influido en la resta de un tanto en el marcador final. El Atlético de Madrid, sin recurrir a ninguna variante especial que limitase su potencial en pos de confundir a su contrario, desarrollando simplemente su fútbol, había dejado clarísimo a sus once rivales y cada uno de los espectadores que el Real no sabía hacer nada que le hiciese daño. Y entiéndase por favor la diferencia entre saber y poder, porque es importantísima. El Atlético de Madrid no provocó errores. Generó inutilidad.
El Atlético no presionó; se posó en campo rival y esperó el pelotazoEs imposible desligar lo ocurrido de una dinámica arrastrada. La exhibición rojiblanca tuvo su punto de partida en su fantástica racha de resultados y sensaciones en los derbis madrileños. Creando más o menos peligro, en cuatro de los últimos cinco precedentes el Atlético de Madrid había sufrido poquísimo contra el famoso arsenal merengue. Quien muchas veces juega para golear y atesora calidad suficiente para golear incluso jugando a la taba, frente al muro del Atlético se estrellaba sin remedio una y otra vez, con tristes saldos de dos o tres ocasiones por envite. No contentos con ello, los de Simeone habían marcado varios de sus tantos tras recuperaciones sencillas en el campo de Casillas, robos en los que ni siquiera se vieron necesitados de una presión, sino sólo de posicionar sus piezas con orden bien arriba y esperar un fallo, normalmente, de Ramos, que es quien, con su carácter y su talento, se expone al error personal para evitar la debacle colectiva. Como el plan venía garantizando el éxito, Diego Pablo no lo retocó ni un ápice, y quizá para su sorpresa, Ancelotti tampoco ajustó nada en el suyo. Y como no estaba el de Camas leyendo y proponiendo, el Real se colapsó. La secuencia siempre era la misma: Iker, Nacho o Varane manejan el balón, el Atlético les deja libres mientras aprieta de cerca a todos los demás, ese resto comprende que no van a recibir por dentro y se abren para que se la pasen, pero el trío iniciador no se atreve a jugar ni hacia la banda y termina pegando un pelotazo sin destino. En total, entre los tres, 42. Lógicamente, Godín y Miranda ganaban los saltos, y Gabi y Mendes recogían las continuaciones más solos que la una. Después, a gozar.
En la derecha, Juanfran, Arda y Griezmann. En la izquierda, Siqueira, Saúl y Mandzukic. Se salieron.
El Atlético manejó dos alternativas ofensivas, la contra pura y el ataque posicional sobrecargando la banda derecha. La primera fue de explicación simple, ventaja abusiva y ejecución maravillosa. Como ya hemos apuntado, Gabi y Tiago recogían todos los rebotes sin oposición mientras la mayor parte de las piezas del Madrid estaban abiertas sobre las bandas. Con suma frecuencia, lo único que tenían por delante era a Toni Kroos. Juanfran y Siqueira subían como motos para generar dudas y que Isco y Khedira no se cerrasen de sopetón, y Griezmann y Mandzukic, en lo que fue el mejor encuentro como rojiblancos de ambos juntos y por separado, recibían en zona de mediapuntas y ponían al francés a correr. En el extraño caso de que el posicionamiento madridista no fuera horroroso, sino sólo muy malo, el eslalom hacia Varane y Nacho no podía ser tan directo, pero ni tan mal. Griezmann tenía cerca de inmediato tanto a Arda como Juanfran, y a Mandzukic le daban la réplica el brutal (brutal, brutal) Saúl y Siqueira, y entre ambos tríos hicieron diabluras. Taconazos, primeros toques, giros imposibles. Para el analista fue un alivio verlos, porque evidenciaron que, pese a que el césped estaba fatal, la pelota rodaba si se le daba bien. Eliminaron esa duda. Este auténtico show asociativo fue desgastando mucho a mucho la moral de su molido adversario. Dicho de otro modo, lo mejor que podía pasarle al Madrid tras cada uno de sus pelotazos era que lo burreasen. Era o eso o una ocasión manifiesta de gol. Y repetimos: fueron 42 melones. 53 sumando los de Coentrao y Carvajal.
El Madrid añoró tener más calidad defensiva y en el esfuerzo sin bolaHasta ahí la base. Y la base, de verdad, fue rotunda e inalterable. Marcelo, Ramos, Pepe, Modric y James, jugadores sin duda superiores o más apropiados para el presente que Coentrao, Varane, Nacho y Khedira, la hubieran sufrido de igual modo. La superioridad del Atlético de Madrid era ideológica, de propuesta y raíz profunda, no fundamentada en el mal ejercicio de ninguna pieza blanca, ni táctico ni técnico. Volvemos a incidir: no fue que al Madrid no le saliesen las cosas, sino que no tenía nada que pudiera salirle bien, y eso no lo soluciona ni Lionel Messi. Dicho esto, la rotunda inferioridad destapó defectos adheridos al equipo titular que sin Pepe ni Ramos se multiplican sin paragón. El más grave, la pobre capacidad de sufrimiento de sus hombres, personalizada de manera muy reñesable en Gareth Bale y, sobre todo, Cristiano Ronaldo. Juanfran Torres atacó constantemente libre, sin la menor oposición y en velocidad. Y no solo en transición. Cuando iniciaban Moyà, Godín y Miranda, se la echaban a Juanfran, éste conducía muy tranquilo, llegaba a posiciones de Arda y Griezmann y armaban el follón. Isco, comprometido, aprovechó para constatar la grandeza del fútbol porque demostró que como defensor va cortísimo de intensidad aunque ponga toda la que tiene. Durante meses pareció el Davids blanco, pero porque partía de una superioridad táctica enorme creada por el orden del ataque blanco. Y quien dice Isco dice Kroos y dice cualquier nombre. Si el Madrid no utiliza bien el balón, hay quien no corre porque no es su fútbol y quien corre mal. Correr bien, pocos. De los once del Vicente Calderón, Khedira y Coentrao, pero el primero no está y el segundo no está en forma. La interpretación sobre la marcha del turco y sus inspirados amigos fue de 10. Abusaron de toda debilidad.
El juego aéreo de Mandzukic, dominante hasta el exceso, creaba más fútbol del que finalizaba.
Y hablando de debilidades, el análisis debe cerrarse con una de las más explotadas: la defensa del área del Real Madrid. Casillas, tras rendir el miércoles pasado como un portero influyente y darle a su equipo tres puntos que no hubiera sumado de hallar bajo palos lo que suele encontrarse, recuperó su nivel más lógico y no aportó nada a su línea de cuatro. Una línea de cuatro que necesitaba ayuda, en especial si el ataque rojiblanco partía de la derecha, que era lo más habitual, ya que ni Carvajal sabe cerrar el segundo poste ni Varane domina nada relacionado con el despeje o el control de los centros laterales. El Atlético de Madrid, profundo por la banda que quisiese, bombardeó el corazón de la caja para disfrute personal sobre todo de Mandzukic, quien convirtió en arte el no siempre valorado recurso del juego aéreo. Simeone había hecho del área de castigo su campito particular, y la testa del croata fue su organizador. Le faltó hacer la foquinha.
En resumidas cuentas, el estadio Vicente Calderón presenció un choque de los que dejan poso. Descubrió una superioridad total, una diferencia de ésas que no dejan en el adversario ganas de revancha inmediata, porque sería imposible. En estos momentos y a tenor de lo de ayer, desembocadura de un río con cinco derbis de caudal, el Atleti le gana al Real y punto. Los perdedores necesitan tiempo para sanar su memoria, fútbol para enriquecer su sistema y, tras ello, un golpe de suerte en uno de los derbis venideros que le pongan las cosas a favor desde el principio. Porque además queda claro que sin Xabi Alonso, flotador en el diluvio de Dortmund, sus centrales, para sufrir, están solos. Este nuevo equipo solo puede competir desde la superioridad. En cuanto al brillante ganador, inmerso en un ciclo campeón que no frena ni cuando la gente lo presupone, incorpora a su hoja de méritos uno que le faltaba: el puñetazo letal sobre un candidato a la Champions. Nada menos que sobre el actual rey. Lo que se ha inventado Diego Pablo Simeone en el Club Atlético de Madrid no se entiende todavía. Por recursos usados, parece imitable. Por la dificultad superada, parece irrepetible. Pero él mismo da ejemplo al resto consiguiéndolo curso tras curso. Recordemos que las cinco estrellas de su UEFA Europa League fueron Thibaut Courtois, Filipe Luis, Diego Ribas, Adrián López y Radamel Falcao. Se puede. Al menos con él, se puede.
Arbmas 8 febrero, 2015
Y el 2-6 no es un precedente comparable?