Tras un comienzo de curso exuberante en el delicioso FC Basel de Thorsten Fink & Heiko Vogel, sucedió lo que parecía inevitable: el 9 de febrero de 2012, Xherdan Shaqiri firmaba con el Bayern Munich por cuatro temporadas. El habilidoso extremo de ascendencia albano-kosovar, que era internacional por Suiza desde los 18 años, se había confirmado durante aquel otoño como una de las grandes revelaciones del fútbol europeo gracias a su potente tren inferior, su notable desborde con ambas piernas y su gran disparo de media-larga distancia. El interés de multitud de clubes (Atlético de Madrid, Liverpool FC, Manchester City, Arsenal, HSV Hamburgo…) no se hizo esperar y el Bayern, tan hábil y voraz como siempre, se aseguró su interesante presente y, por supuesto, su esperanzador futuro por 12 millones de euros. «Es uno de los talentos más cotizados del fútbol europeo», comentó Christian Nerlinger, por entonces director deportivo del club bávaro y gran valedor del fichaje del suizo. Su interés en él no había sido puntual. Desde hacía meses, especialmente tras destacar en el Europeo Sub-21 de 2011, el Bayern le seguía de cerca la pista hasta el punto de que incluso Heynckes admitió «haberlo estado viendo».
Cuando llegó a Munich, Robben y Ribéry se encontraban en el punto más alto de sus carreras.
En su primer año fue la primera opción de Juup para relevar a RobberyLa operación, que no tendría una consecuencia inmediata pues el mercado de invierno ya se encontraba cerrado, fue una de las que más unanimidad han generado en los últimos tiempos. Amen de la ilusión común y del interés generalizado que despertó, la opinión de la mayoría de la crítica coincidía en señalar que «Robbery» era, al mismo tiempo, la gran razón y la gran duda del fichaje del zurdo suizo. Y es que, en aquel momento, el Bayern Munich ya era el Bayern de «Robbery», ese equipo que empotraba a su contrario hasta su área a base del talento, del desborde y de la capacidad de intimidación de sus dos extremos. Su ascendencia sobre la táctica del equipo era total y, por ende, asegurar su continuidad con recambios de calidad parecía un movimiento obligatorio de cara a dar estabilidad al proyecto que había comenzado van Gaal. Sobre todo en el caso de la posición de extremo derecho, ya que Arjen Robben seguía penalizado por una problemática musculatura que ya le había apartado del césped casi la totalidad de su segundo año en Munich. Bajo esta idea, el fichaje de Shaqiri encajaba desde el primer día. No sería titular en el corto plazo salvo lesión, pero tenía su lugar en la plantilla. Su rol. Su espacio. Su utilidad. El problema era que, pensando en el futuro, Robben y Ribery no eran tan veteranos como sus rostros y nuestros recuerdos insinuaban. Aunque se estaba comenzado a dudar del holandés, ambos tenían sólo 28 años. Les quedaba fútbol. Y, visto en perspectiva, éste además iba a ser el mejor de sus vidas.
«Su inteligencia y su habilidad para regatear añadirán fortaleza a nuestro equipo», había dicho Juup el día en el que se hizo oficial su contratación. Y así fue. Pese a que el bajo rendimiento de Robben no le convertiría a él en titular, sino que dio continuidad a la idea de Thomas Müller en el costado y Toni Kross en la mediapunta, el joven talento suizo de 21 años tuvo sus minutos (17 partidos de titular y 21 como suplente entre las tres competiciones) y sus momentos (el gol del empate ante el Borussia M’Gladbach en Bundesliga o las semifinales de la DFB-Pokal ante el Wolfsburg) en el histórico triplete del Bayern Munich. Cierto es que su presencia en los días importantes de la Champions League fue residual y testimonial, ya que únicamente jugó tres minutos en las eliminatorias ante el empuje de un renacido Robben, pero las sensaciones generales no había sido ni mucho menos malas. Es más, los 8 goles y 13 asistencias que dejó en 1911 minutos de juego eran una muy buena cifra para ser su primer año en el club muniqués.
En su segundo año llegó Pep Guardiola. Y también Thiago Alcántara o Mario Gotze.
Y llegó Pep Guardiola. El genio de Santpedor era un acontecimiento futbolístico en sí mismo para Alemania, para Munich, para el Bayern y para sus propios futbolistas. Nada iba a ser como antes. Es más: raro sería que más de un ¿20%? de la plantilla sintiera intrascendente el tiempo que pasara con su nuevo entrenador. Pep iba a mostrarles sus ideas, iba a enseñarles sus ideas e iba a hacerles comprender sus ideas. Le fuera mejor o peor en su aventura bávara, sus jugadores recibirían un curso completo y avanzado como no hay tres en el fútbol actual. Era una oportunidad única para un diamante por pulir como Shaqiri.
En la etapa Guardiola nunca llegó a pasar de ser un «buen suplente»Sin embargo, Xherdan nunca encontró un papel protagonista en el plan de Guardiola, que contaba con «Robbery» al máximo nivel. Ni siquiera como secundario, debido a las llegadas de Mario Gotze y Thiago Alcántara. Él era un simple figurante. «Lo más concreto que ‘fabricó’ Pep para darle un rol fue cuando a principios de la temporada pasada le situó de interior diestro llegador con recorrido en un 4-3-3 junto a Schweini (mediocentro) y Kroos (interior zurdo). La salida de balón se resintió mucho y no se repitió con continuidad. Más allá de esto, solo cosas muy eventuales (falso 9, carrilero…), además de su obvio rol de jugador de banda», nos cuenta Guillermo Valverde, quien vivió muy de cerca los primeros meses de Pep. En la 2013/2014, el joven extremo jugó en ambas bandas, de hombre más adelantado y, puntualmente, como carrilero, pero ninguna de estas posiciones escondían tras de sí una intención clara por parte de su técnico. Lo más concreto, lo más interesante, era su posible rol como revulsivo en partidos cerrados. Tenía sentido, tanto por condiciones como por configuración de la plantilla, pero no funcionó. A Guardiola le gustaba definirle como «un muy buen suplente», pero Shaqiri jamás tomó esto como un elogio y estuvo lejos de actuar como tal. Y la relación, como nos explica Guillermo, nunca llegó a ser enriquecedora para ambos: «Los que saben dicen que su relación no era nada buena. Shaqiri es egoista, dedica mucho tiempo al gimnasio y, sobre todo, nunca ha aceptado su rol en el sentido de asumirlo y saber aportar desde él».
Por eso, ya el pasado mes enero, Shaqiri tuvo la firme intención de cambiar Munich por Liverpool. Si no lo hizo fue, en gran medida, por la recomendación de Ottmar Hitzfeld. El seleccionador suizo, ex jugador del Basel y ex entrenador del Bayern, le recomendó «que fuera paciente». Era demasiado pronto para abandonar un proyecto tan ambicioso. Y, además, Mattias Sammer no tenía intención de traspasarle. «Shaqiri es capaz de jugar en varias posiciones y, por tanto, es importante para el futuro del club», decía.
En el Inter de Milan le esperan con ganas Roberto Mancini, Lukas Podolski y Mauro Icardi.
Pero no lo sería. Hasta el punto de que sólo un año después, con una brillante Copa del Mundo por medio, Hitzfeld cambió por completo su valoración cuando fue preguntado por la ya oficial venta del suizo: «Había llegado el momento en el que para él es mejor dejar el club. Necesita un nuevo desafío». Razones tenía para ello. La primera, que Xherdan Shaqiri se había comportado como una súper estrella en Brasil 2014. O, al menos, como una súper estrella para Suiza. Ante los ojos de todos, incluido un Rummenigge que afirmaba «estar convencido de que iba a tener una buena carrera con el Bayern», había vuelto a llamar la atención del fútbol europeo. Había vuelto a poner el foco sobre él. En cambio, esto no cambiaría los planes de un Pep Guardiola que, preguntado en Argentina en la previa del partido de octavos de final que enfrentaba a la albiceleste con Suiza, insistiría en su discurso: «Es un jugador para la última media hora. No está bien que lo diga así… pero te genera dinámica. Hay que tener cuidado con él». Pep lo tenía claro y, al volver de sus vacaciones estivales, sus planes para el extremo zurdo seguían siendo los mismos.
Cada año que pasó, su peso y producción bajó«Xherdan se ha beneficiado de la llegada de Guardiola, pero está claro que él nunca lo apoyó», opinaba Ottmar Hitzfeld. Lo cierto es que, por falta de adaptación de uno y de intención del otro, la presencia del suizo se fue diluyendo. De tener 1911 minutos con Juup en 2012, pasó a tener 1226 en 2013 y sólo 540 en lo que va de 2014. No era, siquiera, uno de los quince futbolistas con más minutos. No contaba. Y su producción, seguramente la única vía para ganarse más protagonismo, también fue bajando: el primer año produjo un tanto (gol o asistencia) cada 91 minutos, una gran cifra, pero en el pasado este dato ya bajó a 111′ y durante éste se desplomó hasta los 135′. «Lo más importante para dar un buen rendimiento es mantener un buen contacto con el entrenador y sentir su confianza. Esto no siempre fue así conmigo. Necesito esta confianza y jugar partidos para mostrar mi energía. Por eso en verano pedí tener más minutos. Estaba dispuesto a probar algo nuevo», reconocía el propio Shaqiri en unas declaraciones en las que matizaba que su relación con Pep «eran buenas».
Fuera así o no, en noviembre, 40 días después de insinuar su desapego, Shaqiri hizo intencionadamente públicas sus ganas de revisar su situación en el Bayern Munich. Así lo reconoció en una entrevista para un periódico suizo, el Blick, en la que comentaba que «se volverían a reunir en invierno para hablar». Y, ésta vez, no aceptaría un no por respuesta. Su salida fue, por tanto, tan inevitable como su llegada. Con 23 años y toda una carrera por delante, Xherdan pone rumbo a Milan para jugar con el Inter hasta 2019 a cambio de 16-18 millones de euros. Una cifra, por cierto, superior a la que pagó el Bayern en 2012, lo que deja entrever que en el Meazza nadie duda de su calidad, su talento y su potencial. Shaqiri sólo necesita minutos y confianza para demostrar que puede ser más que un buen suplente. Roberto Mancini, abrigado con la bufanda que mejor le sienta, ya se frota las manos. Es el momento de Xherdan Shaqiri. Se vienen curvas.
Jefatura 13 enero, 2015
Para el Inter es agua bendita. A ver que tal lo hace con Podolski,