“Siempre que pintas iglesias pintas angelitos bellos, pero nunca te acordaste de pintar un ángel negro”. «La Juanbimbada» de Andrés Eloy Blanco.
El cineasta Alberto Masliah se preguntó si había negros en la Argentina y filmó en respuesta «Negro Che: Los primeros desaparecidos», un documental en donde se indagaba sobre la realidad de los afrodescendientes del país. El título establecía un paralelismo entre la desaparición sistematizada de personas e ideas durante las dictaduras militares y el proceso de ocultación de la herencia negra e indígena promovido por el estado argentino desde mediados del Siglo XIX. Masliah señalaba a uno de los padres fundadores de la argentinidad, Domingo F. Sarmiento -que fuera presidente de la nación y sobre todo educador de la misma-, como uno de los principales ideólogos del proceso de supresión de la huella étnica y europeización de la Argentina. El llamado «padre del aula» había detectado precozmente el fenómeno de la globalización, alertando de que todos los pueblos del mundo se hallaban en camino de convertirse en un mismo, esto es, constituidos mediante similares leyes, constituciones, libros u objetos de arte. Sin embargo, no consideraba a todas las razas susceptibles a este proceso de modernización.
Tanto las naciones indias como los esclavos negros eran juzgados por el maestro Sarmiento como «incapaces de progreso», así como de alcanzar «las altas regiones de la civilización», lo que fomentó la creencia de que el desarrollo iría vinculado al «blanqueamiento» racial y a la «europeización» de las costumbres. Se fraguó así el mito de la Argentina blanca, tomando como base intelectual los escritos del propio Sarmiento o los del también político Juan Bautista Alberdi, a la vez que se favorecía la ocultación de todo lo indígena o negro. Sarmiento celebraba en 1845 que las guerras continuas hubiesen exterminado a la población masculina de origen africano e intentó alentar la migración de británicos y nativos de la Europa del Norte como forma de fomentar el desarrollo industrial y la cultura, así como de ahogar las etnias mediante inmersión en lo que el historiador costamarfileño Jean-Arsène Yao llama “exclusión por fusión”.
Pese a que a principios del S.XIX los descendientes de africanos constituían entre un 30 y un 60 por ciento de población argentina, según la región, ya en 1883 Sarmiento se permitía afirmar que el negro «como raza (…) [había] desaparecido del todo en las provincias». Atribuyéndose generalmente esto a conflictos bélicos, epidemias (el cólera, la fiebre amarilla) y otras causas de tipo social. No obstante, enfoques más modernos como el documental de Masliah, las investigaciones del antropólogo Pablo Cirio o los trabajos de la profesora de literatura y afrodescendiente, Miriam Gomes, abogan por explicarlo como una «desaparición artificial» o proceso de invisibilización.
La invisibilización de la negritud como resultado de un sesgo cultural e ideológico.
El censo nacional de 1887 pasa a atribuir a los negros un 1’8% de la población, justo en un periodo en que, según Pablo Cirio, la comunidad afrodescendiente se destaca por su «prolífica actividad social y cultural». Lo que para Cirio revela que en el censo, más que una fotografía de la época o una abstracción matemática, estamos viendo «cuestiones ideológicas». Si que es incontestable la enorme mortalidad padecida por los varones de raza negra durante el S.XIX, así como que esto propició los enlaces mixtos entre mujeres de origen africano -generalmente panaderas o lavanderas de oficio-, y varones de raza blanca, provocando la decadencia de los rasgos étnicos. Algo que censos sucesivos categorizan sustituyendo la voz «negro» por «trigueño». Sin embargo, incluso en el S.XXI pervive la identificación no solo con el origen ancestral, sino con la cultura de los esclavos.
Estos, además de obra imprescindible en el desarrollo agrícola o en las guerras por la independencia, participaron activamente en el desarrollo de la cultura nacional como, por ejemplo, en el origen de formasLa argentinidad es un proceso del mestizaje biológico y cultural musicales característicamente rioplatenses como la payada, el tango, la milonga, el candombe o la chacarera. Por no hablar de la gastronomía. Varios de los principales símbolos de la argentinidad culinaria son de origen negro. El dulce de leche, producto del descuido de una cocinera negra de Rosas. Las achuras o los mondongos, guisos en base a las partes del animal que los criollos rechazaban. Lo mismo el asado, que el mismísimo Jorge Luis Borges describía como comida de negros en una anécdota. Regresaba a casa de estar con sus amigos y le explicó a su madre que estos le habían invitado a comer a lo que ella le inquirió: «¿No habrás comido asado, esa porquería que comen los esclavos?». La argentinidad resulta pues, como todo en América, un producto del mestizaje biológico y cultural; algo que para nuestro sesgo ideológico, acostumbrado a discriminar entre absolutamente negro, indio o blanco, resulta complicado de encajar. El antropólogo Carlos Martínez Sarasola lo resumía diciendo que «los argentinos somos una gran mezcla afortunadamente, una gran diversidad cultural, pero muchas veces tenemos inconveniente en reconocerlo». Tanto es esto que un concepto antaño ligado a una identidad racial (negritud) ha acabado adquiriendo un sentido social despectivo.
Un paseo por el uso de la palabra «negro»
Dado que el imaginario colectivo nacional acabó considerando que «en Argentina no hay negros», con el tiempo el término pasó a ser reutilizado, generalmente, como sinónimo de «pobreza» o para designar la mezcla de criollos con indígenas (cabecitas negras). Según Pablo Cirio, su significado no aludía ya a aspectos étnicos, culturales o históricos, sino que se refería a una cuestión económica y social. No obstante, el uso del término no siempre ha tenido un matiz negativo en su empleo. De hecho, incontables futbolistas argentinos han sido apodados cariñosamente de este modo sin presentar rasgos fenotípicos característicos de los africanos -aunque si de mestizaje indio- y sin que hubiese aparentemente la voluntad de ofenderles.
Una lista sin vocación de exhaustiva y en la que además «negro» no siempre sería el apodo en exclusiva, incluiría a jugadores como Rinaldo Martino, que había llegado de su Rosario natal siendo el “Negro” hasta que un desliz gramatical tras un partido le ligó para siempre a «Mamucho». Una villanía de su compañero Bartolomé Colombo, que le escuchó comentar que la performance de Marinelli (Huracán) había sido “más mucho mejor” que la suya y el siempre atento Colombo no perdonó y le endilgó un nuevo mote. También le llamaban «Negro» a José Manuel Durand Laguna, sempiterno seleccionador del Paraguay (1921-45) y famoso por haber jugado un partido con la Selección nacional argentina sin haber sido convocado para ello. Sucedió durante el Campeonato Sudamericano de 1916. A punto de empezar un partido se tuvo que ausentar por trabajo Alberto Ohaco, en aquellos momentos el mejor jugador nacional, y los dirigentes se encontraron con un roster de apenas 10 jugadores. Sin tiempo y con prisa se les ocurrió pedirle auxilio al «Negro» Laguna, que estaba allí en calidad de espectador, y el jugador de Huracán aceptó la oferta. Bajo al vestuario, se visitó de corto y a los 10 minutos le marcaba a Brasil el primer gol del partido.
La extraña paradoja de los «Negros» aparentemente caucásicos.
Existe hasta un clan de eminentes mediocampistas «Negros» millonarios, integrado por Juan José López, Héctor Adolfo Enrique y Leonardo Astrada. Especialmente brillante fue el caso de los dos primeros. El Negro JJ, ejemplo para Horacio Pagani de esa rara avis que es el peón de brega no exento de juego, sumó para River seis títulos en el periodo comprendido entre 1975 y 1980. Luego le pasó el testigo a Héctor Enrique y el cambio de «Negro» se saldó con la conquista de la triple corona de 1986 (Primera División, Copa Libertadores y Copa Intercontinental). Otros casos relevantes serían el de Omar Palma, jugador con más títulos oficiales en la historia de Rosario Central. Miguel Ludueña, ídolo en cuatro clubes. O el de uno de los últimos extremos puros de Argentina, Oscar Alberto Ortíz, memorable jugador de San Lorenzo.
El propio Charro Moreno revelaba en una serie de entrevistas concedidas a «El Espectador» que su mentor en River Plate, el divo Bernabé Ferreyra, le reclamaba de las inferiores diciendo que «en la cuarta hay un negrito que juega un montón y poneLa palabra «negro» no siempre ha tenido una intención negativa la pelota justa para el hombre de punta. No lo descuiden». Y al escucharlo de boca de un delegado del club, Moreno, lejos de ofenderse, decía haberse sentido «dueño del mundo». A su vez el periodista Pablo Rojas Paz publicaba sus crónicas sobre fútbol bajo el seudónimo de «El negro de la tribuna», lo que ilustra que su uso no siempre tiene una intención negativa, aunque ofender sea su propósito habitual. Por ejemplo, existen numerosas anécdotas, de tinte cómico, respecto a ocurrencias de futbolistas argentinos ante rivales de raza negra. Quizás la más famosa es aquella de Néstor «Pipo» Rossi durante el Sudamericano de Lima 1957, en partido contra el Brasil, cuando le gritó a su compañero Omar Sívori: «Cabezón, corrélo al negro». Sívori, estupefacto, le respondió: «‘Pipo’, son todos negros», a lo que Rossi, divertido, le replicó: «Bueno, correlos a todos». La frase se hizo tan popular que “Marquen al negro” se convirtió en un chiste recurrente cuando se jugaba ante combinados africanos. Durante el mismo encuentro, mientras Argentina comandaba el marcador pero atacaba Brasil, Pipo se desplomó en mitad de la cancha y sus compañeros acudieron a socorrerlo. Entonces les confesó: «No pasa nada… Teníamos que parar un poco… Enfriar a estos negros… Si no nos pasan por arriba».
Menos conocido es que el Charro Moreno, durante la gira brasileña que supuso su debut en el equipo, le diría a sus compañeros antes de enfrentarse a Vasco da Gama: «Tranquilos muchachos, que a éstos les hacemos cinco. Mirá lo que es el que me tiene que marcar, es muy feo el negro, lo voy a bailar». River ganó, efectivamente, por cinco goles a uno. Un discípulo de Moreno en la Máquina de River, la «Saeta Rubia» Alfredo Di Stefano, también había protagonizado una historieta de corte similar. Según el periodista español Julián García Candau, Alfredo le habría hecho un túnel a Didí durante un entrenamiento en el Real Madrid, apostillado con un «Ché, negro, compráte una sotana». El brasileño trató de devolvérselo allí mismo, pero Di Stefano cerró las piernas a tiempo y con el balón de nuevo en su poder le espetó un «esto a papá no se le hace». Cualquiera de estas chanzas, celebradas en su momento, se verían muy penalizadas a la luz de la sensibilidad actual. Resulta sintomático que Alfredo, ya viejo, negase sistemáticamente la mofa de la sotana, si bien este era su procedimiento habitual con todas aquellas aventuras que aludiesen a su mal carácter como jugador.
El futbolista «negro» argentino
Cuando surge la cuestión de un ejemplo de afroargentino en la selección nacional, inmediatamente aparece el nombre de Héctor Rodolfo Baley. Su caso es famoso por haber formado parte del combinado campeón de la Copa del Mundo de 1978 con el rol de exótico suplente de Fillol. La televisión en color y el título le dieron cierta notoriedad, pero este episodio no resulta singular ni en el equipo nacional ni mucho menos en el campeonato argentino.
Tres generaciones de la misma familia jugaron en el club Atlético Los Andes (Lomas de Zamora) protagonizando tres ascensos. El abuelo Manuel da Graca a segunda (Primera B) en 1938, el padre Abel da Graca a primera en 1967 y el nieto Hernan da Graca otra vez a segunda (Nacional B) en 1994. Cuando el último de la saga consiguió el ascenso en casa del Lanús, su padre y su abuelo se abrazaron entre lágrimas para celebrar el decisivo gol que su vástago había conseguido contra el Deportivo Armenio. La historia, excepcional de por si, destaca todavía más por actuar como una síntesis del afroargentinismo. El abuelo Manuel era un negro de pura cepa, su hijo Abel un mulato y el nieto Hernan ya un criollo en el que la herencia africana resultaba irreconocible.
Aunque sin duda el caso más notable, por impacto deportivo, es el de Alejandro Nicolás de los Santos. De los Santos fue delantero de San Lorenzo, Sportivo Dock Sud, Porvenir y Huracán, durante las décadas de los ’20 y ’30, y también de la selección nacional argentina, conDe los Santos fue uno de los grandes nueves del fútbol argentino la que se proclamó campeón Sudamericano el día de Navidad de 1925. El torneo se tuvo que dirimir en formato de liguilla de tres (Argentina, Brasil y Paraguay) por las renuncias de Chile y Uruguay, y se resolvió a favor de Argentina tras un empate a dos contra el Brasil del mulato Friedenreich en el último partido. La base del equipo nacional la conformaban en aquella ocasión los jugadores de Boca Juniors recién regresados de su triunfal gira por Europa, incluyendo a dos de los refuerzos de otros equipos que se habían llevado de prestado en aquella aventura: Luis Vaccaro (Argentinos Juniors) y Manuel «La Chancha» Seoane (El Porvenir). Para la ocasión se les agregó también a Juan Bianchi (Progresista de Gerli), Juan Carlos Irurieta (Argentino de Quilmes), Martín Sánchez (Colón de Santa Fe) y a un compañero de Seoane en la delantera de El Porvenir, «El Negro» De los Santos.
Alejandro no marcó durante aquel torneo triangular, en el que la estrella fue la Chancha Seoane, pero si fue gran goleador y figura histórica del Porvenir. Se cuenta que durante una victoria contra Racing, en la que estaba presente el hincha más famoso de la Academia -y símbolo de la argentinidad-, el cantor Carlos Gardel, los niños del Porve se le acercaron para burlarse del muy famoso cantante a lo que este respondió lanzándoles una patada. Uno de los muchachos, de nombre Luis Di Gravio, afirmó después que se le había escuchado decir: «¿Quién es el negro éste? ¿Nadie lo puede parar?». A De los Santos le dio tiempo incluso de jugar durante el profesionalismo (1931-34), esta vez en las filas del Huracán y junto a uno de los grandes artilleros argentinos, Herminio Masantonio, así como de oficiar de director técnico en el mismo club en tres etapas distintas. La revista «La Cancha» le dedicó una nota durante su segunda andadura como entrenador del equipo (1940), responsabilidad que combinaba con su puesto en la Aduana, revelando su mayor secreto: a sus 38 años era el orgulloso padre de seis afectuosas hijas.
Talentos negros en un césped verde.
Otro delantero de la misma época, pero menor abolengo, fue Julio Luis Benavidez, al que actualmente se recuerda principalmente por haber actuado como suplente durante el bicampeonato xeneize de 1934-35. Julio apenas gozó de oportunidades, contextualicemos que en su rol se movían Roberto Cherro, Varallo o Benítez Caceres, pero debió de dejar un buen recuerdo puesto que volvió como entrenador en 1948. Antes de llegar a Boca había destacado sobremanera en el amateurismo, conquistando cuatro veces seguidas la Liga Cordobesa con el Instituto de Córdoba (1925-28), y ya con la llegada del profesionalismo firmó por Tigre con quien tiene registros irregulares pero llamativos. Por ejemplo, en 1933 anota 6 goles en 5 partidos, pero la falta de información nos impide conocer su verdadera dimensión como jugador, si bien llama la atención que sea el único afro-argentino, del que tenemos constancia, que apareció en las fotografías sobre deportistas serializadas como propaganda por la marca de cigarrillos DOLAR.
Todo no fueron atacantes claro, también hubo defensores afroargentinos. Uno de ellos fue Alberto Arcangel Britos, quien tuvo una destacada trayectoria tanto en Argentina como en Colombia. Se había iniciado como half en Independiente, donde debutó (1952) marcando a un gran puntero goleador, Santiago Vernazza, y luego formó durante años una célebre línea media junto a los hermanos Varacka. Acabó migrando al fútbol colombiano (1960) y allí, bajo la dirección técnica de Adolfo Pedernera, triunfó ubicándose en una defensa de tres junto a Carlos Montaño y Jorge Mousegne. Bastantes más oscuras son las referencias que tenemos sobre Carlos Fariña, también half, aunque en una época anterior a la de Britos. Parece que fue titular habitual en Ferro Carril Oeste entre finales de la década de los ’30 y principios de los ’40.
Más popular es el caso de Ernesto Mauricio Picot, tapa de «El Gráfico» en 1953 y puntero o entreala derecho de San Lorenzo de Almagro (1947-54) y Newells (1955-1957). Se le recuerda especialmente por dos anécdotas. La facilidad que tenía para marcarle al mítico Amadeo Carrizo y que jugó a préstamo con el Santos de Pelé en una gira de estos por Argentina, aunque finalmente el equipo brasileño no efectuó la transferencia. El que sí acabó firmando por el Santos fue José Manuel Ramos Delgado, de padre caboverdiano, aunque él nacido en Quilmes. Pasó seis temporadas en el equipo brasileño y allí fue considerado uno de los mejores zagueros de la historia del club. También jugó con la Selección nacional argentina y hasta ganó un título. La hoy olvidada Copa de las Naciones, organizada por la Confederación Brasileña de Fútbol en 1964, pero que en su momento fue altamente valorada. El ascendiente y caudillismo de Ramos Delgado queda perfectamente reflejado en las 16 ocasiones que actuó como capitán del combinado nacional, y su genuina ascendencia rioplatense en una frase que pronunció ya retirado: «Si ganaba jugando mal no me iba contento a mi casa». El espíritu de «La Nuestra» pintado de chocolate.
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@_H___H_ 12 diciembre, 2014
Enorme artículo como siempre, desconocía por completo la enorme herencia africana de la cultura argentina y también los esfuerzos por invisibilizarla, aún hoy en día el tema es bastante complejo y noto muestras regulares de ese racismo en algunos argentinos.
El uso de la palabra "negro" es, como mencionas, algo de especial particularidad, pues se ve utilizada de maneras que por ejemplo en mi país no se usan, como para discriminar a sextores marginales, o incluso con la connotación "cariñosa", siempre me pareció además enigmático por qué llaman negros a tantos jugadores que no tienen ningún rasgo de ascendencia africana, el artículo me ha entregado muchas respuestas y también me hace pensar mucho en lo artificial que puede llegar a ser la cultura de un país que impone una sociedad no concebida por el contexto y las necesidades del medio y la población sino por la imposición colonial o la imitación de modelos extranjeros, esto, según lo que he notado, ha sido raíz de muchos problemas de los países latinoamericanos.
Hablando directamente del fútbol debo confesar que no conocía a la mayoría de los futbolistas mencionados en el artículo (a excepción de los de River), no puedo recordar tampoco en mi memoria reciente haber visto a una persona de raza negra en la selección argentina, lo que me hace pensar que tal vez en algunos casos sigue existiendo ese rechazo a señalar la presencia afrodescendiente dentro de la propia cultura futbolística del país.
P.D. La anécdota del paraguayo no convocado estuvo muy graciosa, el fútbol histórico tiene un mar de anécdotas de color increíbles que siempre me sacan al menos una sonrisa, saliéndome del tema hoy conocí la anécdota del portero que tuvo que retirarse del fútbol por una lesión ocurrida al chocar con un perro que entró a la cancha y me pareció de las cosas más insólitas que he escuchado, sobre este deporte.
Un abrazo, @David_Mata_Ecos