Dice mucho de un barrio que su tejido de ramblas y callejuelas se extienda entre “el Polígono” y “las Casas Baratas”. Así es Bon Pastor, símbolo perenne de la Barcelona obrera, cuna de los “otros catalanes” a los que bautizó Paco Candel en su gran retrato de la aventura migratoria que precedió a la tan diversa sociedad catalana de nuestros días. Bon Pastor es un barrio muy suyo: de calles estrechas, poco tráfico y mucha vida callejera. Un barrio donde algún corrillo de sillas comparte el adoquinado con porterías imaginarias delimitadas por farolas, pequeños portales y mochilas escolares. “¡Cuidao con esa pelota, niño!”. El hogar de Sergio García es, en definitiva, un vivero de ese fútbol que, según dicen tantos que ya estamos hartos de oírlo, sólo se aprende en la calle. Un juego apasionado, eso seguro, pues gusta más que la escuela. ¡Y astuto! Pues la picardía sortea dureza e injusticias sobre un tapiz de adoquines. Pero sobre todo generoso y combativo bajo una máscara chulesca, la que cubre el rostro orgulloso de quien enaltece el valor de librar sus propias batallas.
Que mejor que la “noche del gazpacho” para la presentación en sociedad de este hijo de Bon Pastor. Era una madrugada de septiembre y el Barcelona recibía al Sevilla en un horario atípico que se amenizó con prolegómenos festivos alrededor del Camp Nou. En la previa no faltaron el gazpacho y los embutidos; sobre el césped, por lo menos hasta que un brasileño risueño inmortalizó la fecha con un derechazo de excepción, el picante lo puso un joven delantero de movimientos agudos y extraño pelaje. “Aquest nano és bo, eh?”, cuchicheaba la grada. Sergio García, todavía hoy máximo goleador histórico de la cantera barcelonista, debutaba de este modo con la misma camiseta que había vestido su gran ídolo Romario en lo que sería, contra todo pronóstico, el primer episodio de un paso discreto por el primer equipo azulgrana.
Sergio García mostró detalles muy prometedores en sus escasas apariciones con el FC Barcelona.
Al chico se le esperaba desde hacía tiempo, pues no pudo tener mejor padrino. Fue el legendario cazatalentos Oriol Tort, un hombre que bien pudo haber descubierto una estrella en el bol del desayuno, quién apostó en primera instancia por este pequeño delantero de la Damm e insistió de nuevo por él tras un traumático exilio. “Es demasiado bajo”, opinaban algunos, por entonces. Y un nefasto estudiante en su etapa de formación, se podría añadir. “¿Y el peinado? ¡Si parece un gitano!”. Sergio García, que no era gitano pero sí lo eran sus mejores amigos, era uno de aquellos chavales cuya supuesta personalidad, antes siquiera de poder pronunciarse por si misma, despierta tantos prejuicios entre algunas mentes pensantes. Pero metía goles como churros, jugaba para todos y se impuso la evidencia: ese pequeño delantero de Bon Pastor iba a convertirse en un futbolista excelente.
Y no fue fácil. Cuando Sergio García llamó a la puerta Pudo integrar el ciclo ganador del Barçade Frank Rijkaard había que retroceder a los tiempos de los futbolistas con bigote para encontrar, en la figura de Paco Clos, el último delantero centro de la cantera azulgrana que había logrado perpetuarse en el primer equipo catalán. “Ay, si se llamara Serginho…”, pensó más de uno. Tan proclive a incorporar grandes talentos extranjeros en su tercio atacante, el Barcelona de la época era un ambiente extraño para un nueve de la casa que no impresionaba, a priori, por ningún rasgo desmedido. La llegada del delantero centro más importante de la historia moderna del club terminó de cerrar unas puertas que, en realidad, nunca se habían abierto de par en par.
A partir de se momento Levante, Zaragoza y Betis fijaron el rumbo de una carrera marcada por cierta fatalidad. Por el camino Sergio García creció y añadió matices a su fútbol: el escurridizo rematador de área que había surgido de la Masia se vio desplazado a los costados que tantas veces frecuentó su padre, extremo de pies refinados, en las categorías inferiores del fútbol catalán. La técnica y la calidad asociativa del delantero de Bon Pastor mezclaron bien con esos carriles exteriores que alimentaban la voracidad de una piernas vertiginosas. “¡Es una bala!”, exclamaba el comentarista. Extremo rápido y habilidoso, alternaba el desborde vertical con un punto de pausa y creatividad que valía millones. Cuando el Betis abonó un cuantioso traspaso por sus servicios, no obstante, la sombra del sambenito ya acompañaba al delantero: Sergio García había descendido con el Levante en un episodio menos llamativo que su siguiente desplome con el Zaragoza. Cuando la lustrosa plantilla bética consumó un tercer descenso consecutivo los coyotes tensaron sus orejas y se relamieron los hocicos.
¡Pero era campeón de Europa! En el episodio más feliz A menudo jugó en banda y como segundo puntade esta odisea el delantero de Bon Pastor fue convocado para disputar la Eurocopa de 2008. Integrante de pleno derecho de la selección que cambió la historia del fútbol español, futbolista afín al discurso común de las grandes estrellas de esa generación, ese mismo verano Sergio García pudo regresar al Barcelona. “Es que es bueno y de la cantera, ojo”. Cuentan que a Pep Guardiola le gustaba la idea de repescar al delantero del Zaragoza para el gran proyecto de su vida. Al jugador se le presentaba de este modo una segunda oportunidad de subirse al carro del éxito culé tras perder, por los pelos, su plaza en el equipo de Frank Rijkaard. Cosas de la vida, tampoco esta vez se concretó el trato y quedó reservado para alguna realidad alternativa el escenario hipotético en el que Sergio García ocupó el sitio de Luís García, Gio Dos Santos, Bojan Krkic, Jeffrén Suárez o Pedro Rodríguez en el mayor ciclo triunfal de la historia azulgrana.
El delantero de Bon Pastor no regresaría a la Ciudad Condal hasta un par de años más tarde, cuando el Espanyol imaginó en el punta bético una buena opción para asumir, en Cornellà-El Prat, el papel de líder resolutivo que nunca le faltó en Montjuïc. Sergio García nunca había dejado de jugar bien pese a que la amargura del descenso verdiblanco, aliñada por el gran desembolso que supuso su traspaso, afeó en gran medida la percepción de su paso por la capital andaluza. “Que este tío es un gafe, eh”, se comentaba a la mínima ocasión. Sospechoso en su retorno a Barcelona, tras unos inicios algo dubitativos en la disciplina periquita, cuando incluso se llegó a cuestionar su determinación como punta de lanza del equipo, Sergio García se reencontró consigo mismo y reclamó con firmeza el testigo de Raúl Tamudo.
En las filas del RCD Espanyol el delantero catalán ha desarrollado un fútbol más maduro y decisivo.
Que la gran estrella blanquiazul ha perdido exuberancia física respecto al punta veloz que desbordaba rivales con Víctor Fernández parece evidente. Que Sergio García ha mostrado la mejor versión de si mismo en el Espanyol, también. A la sabiduría acumulada con el paso de las temporadas, factor crucial en el juego de un delantero que toma tantas decisiones, cabe añadir su consolidación en el rol que siempre reclamó como propio: “Yo soy delantero centro”, dejaba entrever en cada entrevista, y no le faltaba razón. Su juego ya destacó bajo las órdenes de Mauricio Pochettino pero fue con Javier Aguirre, reinventor de un Espanyol más crudo y eficaz, que Sergio García se asentó como un ariete de enorme autosuficiencia, colmillo afilado y recursos infinitos. Presto a la ruptura o el apoyo, sus caídas a banda son diabólicas, en el área es un especialista y con el balón en los pies inventa lo que haga falta. Este futbolista habría cabido en cualquier vestuario del mundo.
“Falete” es un hombre de gustos sencillos y hábitos arraigados. Le gustan las películas de Denzel Washington y el lomo con patatas. Ya no vive en Bon Pastor pero regresa cada semana a las calles de su infancia: lleva a su hijo a la piscina municipal, saluda a medio vecindario, regresa al antiguo “Bar Manolo” de sus abuelos y acude al peluquero de toda la vida, el único profesional al que permite trastear con su lacio cabello. Pero lo que en verdad le apasiona es el fútbol, y cuenta que cuando se preparaba para debutar en el Camp Nou Ronaldinho le dijo: “hermano, juega como tú sabes”. El resto de la historia es bien conocido.
vi23 12 noviembre, 2014
No sabía que Pep había pensado en él para su proyecto! Pues si la duda era entre Hleb y Sergio, parece claro que se equivocó.
En un jugador teníamos falso 9 y 9 verdadero: calidad asociativa y definición. Siempre me pareció raro que Del Bosque no le hubiese aprovechado. Ay, aquel descenso con el Betis…