Roberto Jiménez fue uno de los grandes nombres propios de la pasada jornada de la Champions. Su magnífica actuación ante la Juventus de Allegri no sólo le valió ser considerado «santo y profeta» por una eufórica prensa griega, sino también ser elegido el «héroe del partido» por «Tuttosport» o, incluso, ocupar en exclusiva la prestigiosa portada de la «Gazzetta». No había dudas. Era unánime: la derrota del campeón italiano ante el Olympiakos no se podía explicar sin mencionar con honores a Roberto. Con paradas a bocajarro, intervenciones por puros reflejos o estiradas al ángulo, el español frenó el constante asedio juventino hasta convertir en tres puntos el gol inicial de Kasami. Una victoria clave para los de Michel, pero si cabe todavía más transcendente para el portero fuenlabreño.
Y es que desde la temporada 2010-2011 en la que ocupó la portería del Benfica, su primera gran experiencia a nivel europeo, Roberto tiene una pequeñaSu experiencia en el SL Benfica fue muy mala gran espina clavada en el corazón y en la memoria. Allí en Lisboa no llegó a sentirse inspirado en ningún momento, con lo que nunca pudo estar confiado y jamás pudo aparentar ser imbatible. Cuando no salía -muy- a destiempo en los balones aéreos, las manos le jugaban una mala pasada en los disparos lejanos. Y si no, medía mal un remate. La acumulación de errores en unos pocos meses le enemistó con la grada hasta tal punto que Jorge Jesus, un técnico paciente, tuvo que sentarle en el último tramo del curso. Fue un año para olvidar. Un año del que quizás no te repones. Un año de los que dilapidan carreras que acaban de empezar. No por el crédito perdido, sino por la falta de confianza. Porque para un portero no hay delantero más letal que las dudas propias. Y Roberto, cuando regresó a Zaragoza, tenía muchos motivos para no confiar en sí mismo.
Los fondos de inversión fueron dirigiendo su carrera.
En ese momento, la lógica decía que su carrera necesitaba un sitio tranquilo, sin mucha exigencia mental y, a poder ser, con una defensa sólida que le ayudara a reencontrarse poco a poco.En Zaragoza se exhibió pese a los problemas Seguramente el escenario ideal fuera ese, pero en el Zaragoza se iba a encontrar todo lo contrario. Un club muy inestable, con una afición harta y un equipo que cuajó una de las peores primeras vueltas de la historia con sólo 12 puntos. Y, sin embargo, Roberto brilló. Se exhibió. Su equipo hacía aguas por todos los lados, pero él mantuvo el barco a flote bajo palos tirando de reflejos, valentía y orgullo. Con el casco dañado, las velas rotas y el timón en el fondo del mar, pero sin hundirse. El posterior milagro, el «Great Escape», tuvo como héroes a Lafita, a Apoño y, por supuesto, a Manolo Jiménez, pero nada de ello hubiera sido posible sin las paradas de su portero. En Zaragoza todavía se asustan al pensar cuántos puntos hubieran logrado en aquella terrible primera vuelta si no hubieran contado con Roberto. Más allá de la cifra, el destino era obvio: hubieran descendido en abril.
Aunque suene extraño, los problemas del Zaragoza le habían ayudado. Por encima de todo, él es un portero que funciona a través de la inspiración y de la confianza. Su equipo necesitaba un héroe, y él necesitaba sentir que podía serlo. Con cada disparo crecía. Era más grande. Más fuerte. Más imbatible. Y como durante ese año Roberto recibió muchísimos remates, al final ocupaba casi toda la portería. Un estado de forma maravilloso, pero también efímero. Doce meses después, los maños terminaron bajando a la Liga Adelante con la cara B del madrileño: la de un portero irregular, inseguro en los centros laterales y cuyos errores le acercan todavía más al fallo. No fue lo de Benfica, pero tampoco lo de la temporada anterior. De todas formas, al Real Zaragoza «entre todos los mataron y él solito se murió». Roberto no fue el culpable. Ni mucho menos. Simpemente volvió a evidenciar que ni es el portero más sólido , ni parece que pueda llegar a serlo.
En Olympiakos se ha ganado el cariño y respeto de su afición.
Sea como fuere, el balance de sus temporadas en La Romareda fue más que positivo y, por el momento, su salto al Olympiakos no puede si no tacharse de éxito rotundo. Además de la ya destacada actuación ante la Juventus, el año pasado fue uno de los grandes argumentos competitivos del equipo griego en Europa con mención especial al partido ante el Benfica. Aquel 5 de noviembre de 2013, Roberto volvió a tener su día. Volvió a ser insuperable. Los aficionados benfiquistas, la prensa portuguesa y hasta sus ex-compañeros se preguntaron en voz alta «quién era en realidad Roberto Jiménez»: si al que habían sufrido como uno de los suyos o como uno de los rivales. La realidad de su carrera nos dice que es ambos a la vez. Como el doctor Jekyll y el señor Hyde. Como sus dos años en Zaragoza. Pero si sigue estando igual de inspirado, confiado e imbatible que en este inicio, quizás toque revisar la historia. Un simple estado de forma jamás es eterno.
Abel Rojas 28 octubre, 2014
Ya que me dejáis poner el primer comentario, seré un poquito "polémico": me gusta mucho Míchel como entrenador. Sus dos Olympiakos, este y el del año pasado, me encantan. El partido de Olympiakos contra la Juventus la semana pasada es algo que tenéis que ver.
Y adoro a Mitroglou.
Pese al protagonismo en el segundo tiempo del prota del artículo, que es verdad que explica el triunfo final como dice Quintana, el Olympiakos fue mejor que la Juve.