“En Persia vi que la poesía está hecha para incorporarse a la música y para entonarse o cantarse -por una sola razón- porque funciona”, Hakim Bey.
Durante el verano de 1957 la revista deportiva El Gráfico reunió para una nota de prensa a tres de los principales académicos del fútbol argentino. Dos de ellos, Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno, habían sido una pareja futbolística habitual. Primero formando una genuina ala «siniestra» en las dos acepciones del adjetivo, esto es tanto por jugar por el perfil izquierdo como por las graves averías que le causaban a los entramados defensivos ajenos. Posteriormente inmortalizaron su fama en calidad de componentes de la genuina Maquina de River, aunque ahí se ubicaba Adolfo de falso nueve y no de exterior zurdo, mientras que el «Charro» siguió desempeñando funciones de «insider» pero esta vez circulando por la derecha.
El tercer hombre presente en la entrevista era Enrique «El Chueco» García, también conocido como el «Imparable», el «Mago» o el «Poeta de la zurda» y que fuera gloria en Rosario Central, Racing y la Selección Nacional, si bien en la actualidad es casi más recordado por una anécdota, tan ilustrativa de su talento como de su sarcasmo, y que refirió el que fuera masajista de plantel de Racing Club, Ponciano Souto. Supuestamente, tras marcar uno de esos goles bíblicos en los que una carrera repleta de gambetas dejaba a sus rivales convertidos en estatuas de sal, «el Chueco» había hecho el camino de vuelta hacia media cancha borrando las huellas de sus pasos. Como los compañeros le contemplaban extrañados, él les miró sonriente y espeto divertido: «Es para que nadie me copie la jugada, muchachos» [1]. «El Chueco» no ganaba títulos en su club, carente de más figuras, pero se resarcía en la Albiceleste jugando bien con Antonio Sastre, bien con José Manuel Moreno, y formando con este último una suerte de dúo cómico por los ingenioso diálogos que establecían mientras se pasaban la pelota.
Pedernera definía el fútbol en un bar con claridad similar a cuando las acometía desde el césped.
Reunidos aquel día bajo el convencimiento del autor del artículo (Dante Panzeri) por resumir «lo más brillante y perfecto que haya producido el fútbol argentino de todas las épocas» (1939-50), se les planteó como tema de conversación la decadencia del fútbol. Un debate precoz dado que aun no se había producido la debacle mundialista del 58. Pedernera tomó la palabra, destacando que existía una condición del fútbol argentino más importante que las -añoradas- individualidades, que es la de ser connaturalmente «alegre». Interrogado por los presentes sobre la naturaleza del juego «alegre» el maestro respondió con un oxímoron:
– El juego más serio que se puede jugar.
Pasó luego a glosar las cualidades seculares del criollismo, a saber: «mezcla de creaciones» «religión por la pelota baja y amasada», «capacidad de improvisación» o «lo contrario del fútbol regimentado». Sin embargo, Adolfo añadió un matiz a su haiku porteño. De nada sirve la condición alegre, ya sea la individual como la colectiva, sin la sensación de vergüenza:
– La sensación de vergüenza por la pelota tirada a cualquier parte (…) lo importante -decía- es que dentro de la cancha haya quien lo recrimine.
Pedernera consideraba que el fútbol «de pelota controlada» estaría a salvo en tanto que en un equipo hubiese al menos un jugador [2] que además de jugarlo se lo impusiese a los demás por jerarquía, citando a los Néstor Rossi, Julio Cozzi (¡desde la portería!), José Nazionale o Antonio Báez como eximios ejemplares de este tipo. Se aprovechó la coyuntura para comentarle que días antes alguien de River había rifado una pelota por el aire y Néstor «Pipo» Rossi le había gritado:
– ¿No te da vergüenza?
«Rossi era el que dirigía las maniobras del equipo. El que ponía las cosas en su lugar en el centro del campo», según comentó Ángel Labruna en alguna ocasión. Poseía además una gran personalidad y un famoso vozarrón que le valió el sobrenombre de la Voz de América [3], así que el equipo solía gravitar a su alrededor en lo que hoy se vendría a denominar liderazgo. «El fútbol es un sentimiento -decía el Pipo-, un juego que tiene como eje a la pelota y, por lo tanto, hay que tratarla siempre bien».
«Nene, al pie, si no dedicate a otra cosa», el Mono Alfredo Obberti a un novel Jorge Valdano.
Según la teoría de Pedernera un «buen jugador» con personalidad «puede llegar a hacer jugar bien a los demás», porque «crean el temor de jugar mal, o la obligación de jugar bien». Y en ese aspecto las anécdotas con Pipo resultan inmejorables. Federico Vairo (River) contaba que una tarde que Pascasio Gilberto Sola, half izquierdo del equipo, hizo una mala entrega, el Pipo «se puso furioso». Dado que «Sola se le plantaba», el también conocido como el Patón (calzaba un 44) «se puso duro en el vestuario» y le sentenció diciéndole delante de todo el equipo que «el que entrega mal la pelota pasa a ser una mala persona». Todos se rieron mucho pero con aquella actitud se ganaron tres campeonatos. Al propio Vairo, que se la pasó muy alta durante una práctica en el Monumental le demolió diciéndole:
– Buena, muy buena Federico, ahora alcanzáme la escalera.
Nunca se perdía el humor, precisamente por estaban tratando un tema muy serio.Por esto se hace imprescindible la condición alegre en interacción con la sensación de vergüenza. Porque la alegría sin la vergüenza es terreno abonado para la egomanía y la vergüenza sin la alegría para el temor o el comportamiento fóbico. Porque la alegría sin la vergüenza jugará para si misma y la vergüenza sin la alegría no jugará a nada. La alegría te predispondrá a buscar la novedad y la vergüenza te exigirá la sabiduría en su empleo. No hay que tener miedo, lo que hay que tener es vergüenza. Impagable válvula del fútbol bien jugado.
[1] Los uruguayos aseguran que la anécdota pertenece o al menos le es afín a Pedro Lago, ‘El Mulero’, el primer charrúa campeón del profesionalismo en la orilla vecina.
[2] Panzeri le llamaba a esto «la camarilla», «por lo general, un núcleo de tres o cuatro jugadores, los de mayor predicamento espiritual y mayor capacidad futbolística dentro del equipo, que señala normas -por cierto que muy sanas- al resto de sus compañeros gustosos, a su vez de ser en alguna medida comandados por aquellos que ellos reconocen más capaces o más experimentados».
[3] Sobrenombre ganado durante el Sudamericano de Perú porque su voz se imponía al sonido ambiente.
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Tyrion 17 octubre, 2014
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