La iluminación alcanzó a Patrick Kluivert en un IKEA. Fue hace años, ya retirado de una carrera irregular que nunca llegó a asentar el recuerdo de uno de los mejores nueves de su tiempo. Y fue por amor, que es como deben darse las grandes cosas en la vida. Escandalizada por los precios que el ex-futbolista pagaba por todo lo que entraba en su mundo, su mujer lo acompañó a un almacén de la famosa empresa sueca para amueblar la nueva casa de la pareja. La experiencia fue reveladora para quien sigue siendo el goleador más joven de las finales de la Liga de Campeones. Perdido entre Trysils, Hagalunds y Börjes, preso de un inusitado ardor interiorista, el holandés descubrió entonces un mundo desconocido: la madurez, la vida más allá del estrellato precoz y sus, a menudo, temibles consecuencias.
Kluivert fue un talento precoz que nunca terminó de madurar.
Patrick Kluivert llegó al Ajax a los ocho años y apenas tuvo tiempo de asimilar su ascenso. Antes de un lustro ya era una de las grandes promesas de la cantera holandesa y no había pasado una década que ya jugaba en el primer equipo. Con dieciocho años, a pase de quién sería su último entrenador con la camiseta que más veces vestiría, batió a Sebastiano Rossi para arrebatar el mayor de los triunfos al que pronto sería su nuevo equipo. Era una estrella en ciernes.
Le llamaban pantera, cabe suponer que más por la gracilidad de sus movimientos que por su instinto depredador. Décimo máximo goleador de la historia del FC Barcelona, segundo y por mucho tiempo en los registros de suContaba con un gran catálogo de movimientos selección, el delantero holandés sabía lo que era el gol. Pero se le daba mejor el gol complicado, el gol pensado, incluso el tercero y el cuarto gol de una noche provechosa, que el gol del delantero centro. Fuera de su actitud, siempre controvertida, la única lacra de un nueve que era maestro en todo lo demás. Quizá por su técnica fantasiosa de Patrick Kluivert se recuerda sobre todo el juego de espaldas, sus toques entre líneas, su talento en la pared y el control. Pero el holandés era mucho más que un nueve fino en los apoyos: por arriba era muy bueno y también se movía. En ruptura si lo pedía el juego, en el dentro-fuera si el equipo lo requería, en el arrastre o el apoyo largo según la jugada. Atento al juego, un caudal de fútbol que nunca terminó de madurar.
El holandés nunca mostró un final de carrera sabio y reposado. Terco representante de la edad del pavo, con ese gesto indolente tan habitual entre los puntas técnicos, tan irritante cuando las cosas no salen bien, fascinó a muchos pero nunca se puso un estadio en el bolsillo. Su ocaso fue accidentado y con trazas de involución, como gran parte de su ascenso y su trayectoria en conjunto, salvo aquellos años en los que descubrió la mejor versión de si mismo bajo una camiseta azulgrana.
En Barcelona Kluivert encontró un contexto ideal para su fútbol.
En Barcelona Patrick Kluivert se reencontró con Louis Van Gaal, el entrenador de su vida. El técnico holandés, que ya había sacado lo mejor de su adolescencia ajacied, lo rescató de su fallida aventura milanista para entregarle la punta de lanza de un equipo en el que, mientras duró el fútbol, encajó como en ningún otro lugar. El nueve favorito del Pep Guardiola mediocentro era el mejor socio de todos. Apoyo constante en la construcción, opción de salida en largo y castigo de toda defensa adelantada, en ataque posicional sus movimientos ofrecían el carril central a Rivaldo, que sólo quería alejarse de la cal, al tiempo que abría paso a la determinación de Luís Enrique desde el interior derecho. Ese primer Barcelona de Louis Van Gaal fue lo más parecido a IKEA que Patrick Kluivert conoció en su carrera.
Pablo 1 agosto, 2014
Van Vasten, Bergkamp, Kluivert. Van Nistelrooy, Van Persie… que seguidilla, no?