«Con el entrenador que más aprendí sobre lo que sucedía en el terreno de juego fue con Louis van Gaal, a pesar de que también es con el que he tenido más enfrentamientos… o diferencias. Tiene una obsesión con la ética del trabajo. Tal vez yo prefería un estilo más ligero al suyo», Luis Enrique.
«He ganado más títulos en seis años con el Ajax que el Barcelona en todo un siglo», exclamaba orgulloso un fanfarrón Louis van Gaal en una de sus primeras conferencias de prensa como entrenador blaugrana. Sus palabras no sólo le valían para presentarse en sociedad sin máscara alguna como ya había hecho en Amsterdam, sino que, de paso, también le servían para mandar un nuevo recado a Johan Cruyff. Esta enemistad, que nació fruto del destino y que ellos se encargaron de alimentar, se había recrudecido en la temporada 96/97. Johan tenía mucho tiempo libre, el Ajax de van Gaal daba síntomas de decadencia y el resto, como se suele decir, es historia. Por tanto, para Louis llegar a Can Barça no significaba ni simbolizaba lo mismo que para cualquier otro técnico. Barcelona no sólo era la ciudad que albergaba a uno de los grandes clubes del mundo, sino que, además, era la ciudad en la que su gran rival había hecho historia como futbolista y como entrenador. De esta manera, aunque la idea de José Luis Núñez era comenzar un nuevo proyecto desde cero con el exitoso Louis van Gaal, la realidad es que éste nace condicionado por dos aspectos que se irán dando la mano de forma interesada durante los años posteriores: el desgaste del presidente, que acumulaba ya 19 veranos al frente del club, y el obvio recuerdo de un cruyffismo que les había llevado a ser el mejor equipo de Europa por primera vez en su historia.
Quizás para hacer frente a este contexto tan adverso o, simplemente, para que se fuera adaptando a las particularidades del fútbol español, la idea primigenia de Núñez era que van Gaal comenzase su proyecto en el Fútbol Club Barcelona como director de fútbol base. Suena extraño para un entrenador que un par de años antes había levantado la Copa De Europa y que, además, era el elegido por Braida para sustituir a Fabio Capello en el AC Milan, pero el propio Louis cuenta que ese planteamiento, unido a la gran pasión que desprendía el presidente culé, fue lo que le hizo decantarse por el club catalán. A fin de cuentas, como profesional del fútbol sólo había salido un año de Holanda… y fue para jugar en Bélgica. Sin embargo, la idea se quedó sólo en intención. Sir Bobby Robson, el técnico británico que separa cronológicamente a los holandeses, había supuesto un cambio demasiado brusco y el proceso se aceleró. Su Barça ganaría tres títulos (Supercopa, Copa del Rey y Recopa de Europa), pero ni Robson parecía el hombre adecuado para encabezar un nuevo proyecto deportivo ni el club podía permitirse otro año de «transición estilística».
Aunque el plan preestablecido se había visto alterado, lo cierto es que aquella temporada de repliegue y fútbol vertical incrementó la expectación e ilusión por la llegada de Louis van Gaal. Se le veía como la figura idónea para recuperar el estilo, modernizarlo si era necesario y, por supuesto, seguir ganando. Y lo tenía todo para ser visto así. El caché por ser de la escuela holandesa, el crédito por sus triunfos con el Ajax y la admiración por la forma en la que los había logrado. Simplificando, van Gaal fue un técnico muy deseado.
Louis van Gaal buscó plasmar sin matices la idea por la que había campeonado en Holanda.
Desde su primera sesión de entrenamiento, Louis implantó su particular forma de vivir el fútbol. Se puede decir que, para él, se entrena como se vive y se juega como se entrena, con lo que nada debe quedar al azar. Como cuenta Ramon Besa en un artículovan Gaal demostró ser un fanático del control de «El País» titulado «Van Gaal marca el campo», el holandés dejó a los directivos en casa, mandó a los periodistas a la sala de prensa, pidió «mucha disciplina por su parte» a los fotógrafos (!) para no invadir el campo y controló cada movimiento de sus futbolistas. Mismamente, el periodista narra cómo Stoichkov se ganó su primera -y profética- bronca por ponerse a beber agua antes de tiempo. «Ya diré yo cuándo se puede beber, ahora se entrena; los utilleros, fuera del terreno», decía. Su actitud no variaría en los siguientes días. Ni en las siguientes temporadas. Si un futbolista llevaba la camiseta por fuera del pantalón, le ordenaba metérsela. Si no llevaba calcetines con las chanclas, le mandaba bajar raudo a ponérselos. Organizaba las fotos oficiales, cronometraba los descansos y medía cada sesión de entrenamiento. Con su famosa libreta a un lado y José Mourinho al otro, nada escapaba a su dominio. «Controlaba todo», recuerda siempre un Carles Puyol al que, en su día, el holandés le preguntó «si no tenía para cortarse el pelo».
Pero, ¿por qué tanta exigencia? ¿Por qué ese afán por controlar cada detalle? ¿Era imprescindible o un mero capricho neurótico del holandés? En el maravilloso «Recorda Mister» dedicado a su figura, van Gaal dejó clara su postura: «Yo soy muy exigente porque para jugar con esta estrategia, con estos riesgos, tú tienesEl exigente sistema de van Gaal agravaba cada error de sus jugadores que ser muy exigente. Con este estilo siempre jugamos en el campo del oponente, con mucho espacio atrás, con lo que si un jugador no hace su trabajo en su área de juego, te ves muy penalizado y vas a perder mucho». El entrenador neerlandés se refería al 3-4-3 con el que, al igual que en el Ajax, comenzó su andadura en Can Barça, pero el 4-3-3 con el que acabaría tenía una esencia similar y, por tanto, la explicación convalidaba. De hecho, durante la primera temporada alternó ambos dibujos dependiendo de si el rival jugaba con dos puntas (3-4-3) o si sólo jugaba con uno (4-3-3). La idea era adaptarse al oponente para poder presionarle mejor, que era otro de los preceptos de su filosofía. Luis Enrique, ahora llamado a recuperar esa presión como primer entrenador blaugrana, hace hincapié en este aspecto: «Una de las cosas que más nos sorprendió es que nos incitara a presionar, dejando nuestra marca, al primero que tuviéramos delante. Esto te desubicaba. ‘Ostras, vale, yo me voy a presionar, pero como el que venga detrás no presione a mi hombre, el mío se queda sólo’. Y él decía: ‘Tú olvídate, despreocúpate del tuyo, vete al de delante, que del tuyo se encargará el de detrás’. Era una táctica de confianza recíproca con tu compañero. Tú sabes que puedes presionar al de delante, porque tu espalda la guardará tu compañero. Como digo, al principio nos chocaba, pero luego lo hicimos con buenos resultados en la temporada».
Al holandés le costó bastante tiempo implantar su modelo. De hecho, nunca lo consiguió por completo.
Para lograr esos buenos resultados que comenta Lucho, el modelo táctico del holandés tuvo que superar varios obstáculos que nacían de la misma fuente: la herencia cruyffista. Sólo habían pasado doce meses desde que Johan había abandonado Barcelona después de ocho años de trascendentes éxitos, lo que propició un choque inevitable de mensajes, maneras y estilos. Hristo Stoickhov cuenta como un día, al entrar al vestuario, van Gaal se señaló la nariz, comenzó a olfatear y murmuró que «había mucho Cruyff». Sea cierta o no la anécdota que cuenta el búlgaro, es objetivo que la plantilla no estaba hecha a la medida de Louis. Aquel verano habían llegado los holandeses Michael Reiziger, Winston Bogarde y Ruud Hesp, más Rivaldo a última hora y Anderson para tapar el hueco de Ronaldo, pero aún había muchos jugadores que no estaban ni futbolística ni mentalmente preparados para cumplir con lo que su entrenador les exigía.
Nadie representa mejor este problema de incompatibilidad que «La Quinta del Mini», compuesta entre otros por Celades, Roger, Òscar y De la Peña. Ascendidos por Cruyff, queridos por la afición y protegidos por el entorno, los canteranos fueron chocando uno a uno con un modelo que requería orden,El vestuario no moría por Louis, pero aún así ganó un gran doblete intensidad y trabajo. Incluso el talentoso de «Lo Pelat», que llegó a jugar de «4» por la desafortunada lesión de Guardiola, se terminaría marchando. Estos problemas de base y las asperezas que fueron surgiendo, se vieron incrementadas por el choque cultural. Van Gaal, recio e inflexible, no negociaba absolutamente nada. Y los jugadores, la mayoría latinos, criados en otra escuela futbolística y vital, tampoco pusieron de su parte para adaptarse. En el «Recorda Mister», Sergi Barjuan alude a este enfrentamiento y reconoce la poca voluntad que pusieron ambas partes para solucionarlo. Una opinión que, mayoritariamente, comparten el resto de futbolistas que participan en el programa. Si bien ninguno pone un pero táctico o técnico al holandés, muchos señalan la convivencia como un problema complicado de digerir en el día a día. «El entrenador debe adaptarse a las cualidades de sus jugadores, pero muchas veces un técnico ha sido fichado por su estilo y manera de juego. A mí Núñez me fichó por esta razón y, por tanto, los jugadores tenían que adaptarse un poco a mi idea», argumentaba defendiéndose van Gaal. Y las victorias, jueces imparciales del fútbol, no tardaron en apoyarle. Pese a no comenzar bien al ganar con apuros al Skonto letón, perder la Supercopa ante el Real Madrid y ser eliminado en la fase de grupos de la Copa de Europa con un contundente 0-4 del Dinamo de Kiev, los culés logrando un doblete histórico al ganar Liga y Copa del Rey por primera vez en 40 años.
Cada año el FC Barcelona jugaba mejor, pero siempre terminaba faltando algo.
Con sus triunfos como colchón, su convicción como motor y su presidente como aliado, Louis van Gaal utilizó el verano de 1998 para adaptar por completo el vestuario a sus preferencias. «Yo no quiero tener un vestuario amplio porque, para mí, es importante que los jugadores tengan ambición por poder jugar en la temporada. En Holanda se llama ‘perspectiva’. Y cuando hay una vestuario amplio, no todos los jugadores tienen esa ‘perspectiva’. Para mí es importante que haya una selección de 22 jugadores. Cada posición doblada, pero también con jugadores jóvenes que aprendan la táctica y la mentalidad de un equipo ganador. Mi primer año, a pesar de los triunfos, fue muy difícil precisamente por esto», reflexionaba. Conforme a este plan y a lo anteriormente comentado, en el mercado de traspasos llegaron Patrick Kluivert (2.100M), Boudewijn Zenden (1.000M) y un Phillip Cocu que, al fichar libre del PSV, pasó a cobrar 800 millones de pesetas por temporada. Es decir, tres inversiones potentes por tres futbolistas holandeses. Mientras, en la llamada puerta giratoria, Iván de la Peña, Albert Ferrer y Guillermo Amor, canteranos y cruyffistas, cogían el camino inverso. Más allá de si esta estrategia era acertada o no, lo cierto es que tenía contraindicaciones.
Y es que el complicado entorno de la entidad blaugrana no había tardado mas que unos meses en ver con malos ojos al extravagante, autoritario e impopulista técnico. Una mezcla de la que, evidentemente, no iba a salir nada bueno. El campo de batalla se situó en la sala de prensa del Camp Nou, con los periodistas buscando y encontrando unaEl gol de Xavi en Pucela salvó el cargo de un van Gaal muy criticado y otra vez a un van Gaal que no se guardaba una sola bala en el cargador. La tensión era palpable, las chanzas muy notorias y las dudas, hasta ese momento aparcadas con el motor en marcha, sólo esperaban a una mala serie de resultados. Ésta llegaría muy pronto. Realmente pronto. El Barcelona 98/99 no sólo arrancó perdiendo la Supercopa ante el Mallorca de Héctor Cúper, sino que, además, vivió su primer «noviembre negro» con una gran mala racha liguera y otra temprana eliminación en la Champions League, esta vez ante el Bayern Munich y el Manchester United. Así, de esta manera, Louis van Gaal vivió su primer match ball el 20 de diciembre de 1998 en el José Zorrilla. Tras cuatro derrotas consecutivas y ocupando la décima plaza de la clasificación, el holandés fue muy claro: «Es importante saber si la plantilla está conmigo». Y Xavi Hernández respondió. Debutante en agosto y titular indiscutible desde octubre, el egarense de 18 años remató de cabeza un centro de Luis Figo con el que mantuvo en el cargo al entrenador que había apostado por él… aun con Pep sano. «Aquel gol no se olvida, por lo que significó y por lo que supuso después para ganar la Liga», recordaba hace poco en «Mundo Deportivo».
El tiempo ganado con aquel histórico tanto fue de mucha utilidad para van Gaal. «El fútbol es un proceso», suele decir en referencia a por qué sus segundas vueltas siempre son mejores que las primeras. En este caso en concreto, además del fichaje de los gemelos De Boer (3.500M) en enero, la gran victoria fue que el sistema de entrenamiento comenzó a calar. Decía Phillip Cocu, el cual durante todo el curso demostró sus grandes condiciones como llegador, que lo mejor de aquellos entrenos es que «en cada sesión había una idea de trabajo, ya fuera sobre el partido pasado o sobre el siguiente». Un trabajo técnico-táctico que Louis completó con la excelente labor de Paco Seirul·lo. «Creamos una forma de estar siempre físicamente bien. Pero también influyó la mentalidad de jugadores como, por ejemplo, Figo, que era un ganador increíble. O de Luis Enrique, en posición de diez en mi primer año. Físicamente estaban bien, sí, pero su cabeza estaba aún mejor» comentaba en el «Recorda Mister». Y los triunfos volvieron a llegar. En Copa cayeron ante el Valencia del «Piojo» López, su némesis deportiva, pero en Liga se recuperaron, cogieron el liderato y lo defendieron con suficiencia hasta el final. Todo había comenzado a funcionar como un reloj. Luis Enrique sumó en todas las posiciones del campo donde jugó, Kluivert brilló como punta de lanza del elaborado ataque, Frank de Boer contribuyó a mejorar la salida de balón, Figo ensanchó el campo con la calidad que sólo él tenía… y Rivaldo estalló, en todos los sentidos, como estrella mundial pegado a la banda izquierda.
La tercera temporada fue la de mejor juego, pero también la de más problemas. Y la última.
Después de ganar con comodidad dos ligas de forma consecutiva, la tercera temporada de van Gaal en Barcelona debía ser la de la gran confirmación de su proyecto. Y, en realidad, pese al desenlace, así lo fue durante los primeros meses del 2000. «A pesar de que en mi tercer año no ganamos nada, creo que jugamos mejor que en los cursos anteriores. Es posible en el fútbol. Juegas mejor, pero no ganas nada», comentaba el neerlandés en una opinión compartida por el vestuario y por la mayoría de la masa culé. El problema fue que, unos días antes de llegar a enero, algo se había roto dentro del Fútbol Club Barcelona. No era ni una nueva derrota en la Supercopa ante el Valencia ni tampoco el duro «noviembre negro» que vivió el equipo en Liga, sino algo mucho más grave para el club: la relación entre Rivaldo y Louis van Gaal.
19 de diciembre de 1999, el Atlético de Madrid visita el Camp Nou. Louis, con su ya asentado 4-3-3, alinea uno de los muchos onces que utilizaría aquella temporada donde, realmente, lo único inamovible era la línea de tres atacantes: Figo por la derecha, Rivaldo por la izquierda y Kluivert en punta. En laSiendo Balón de Oro, Rivaldo exigió pasar de la banda izquierda a la zona del mediapunta segunda parte, con empate en el marcador, el técnico holandés retira del campo a su estrella. El brasileño se marcha contrariado no sólo por salir sustituido, sino porque, además, según cuenta, en el descanso van Gaal le había felicitado por su partido. A los días, durante el entrenamiento, el recién nombrado Balón de Oro 1999 suelta su gran órdago: ya no volverá a jugar en banda. Quiere jugar de mediapunta. Quiere jugar donde los cracks. «Yo sentía que si yo jugaba en el centro del campo, el equipo se beneficiaría porque así jugaba también en la selección. Era muy difícil jugar en la banda. Me gustaba hacer otras cosas que no fuera sólo centrar», explica Rivo. Pero su entrenador lo tenía -y sigue teniendo- muy claro: «La mejor posición para jugadores como Rivaldo y Ronaldinho es en un lado porque, si debes presionar al rival en la banda, tú puedes cubrir el espacio basculando con el resto de jugadores. En el centro del campo, si no defiende cuando pierde el balón, quedas malparado». Pero no sólo era una cuestión defensiva. Van Gaal había convertido a Rivaldo en el mejor jugador del mundo en la banda izquierda, desde donde venía de marcar 19 y 24 goles. El equipo, además, se beneficiaba tácticamente, pero no a costa de su mejor individualidad. Sin embargo, el de Pernambuco era muy brasileño. Quería ser libre. No quería jugar encorsetado. Limitado. Así no era feliz. «Yo era un poco desobediente y a veces me salía de la posición. Un día lo hice, ganamos al Real Madrid 3-0 y van Gaal me dio la mano y me dijo: ‘no estoy contento contigo’. ‘¿Por qué?’, le pregunté. Y me dijo que porque yo no estaba en la banda izquierda. Había marcado un gol, pero no estaba contento», comentaba. Y, al final, nadie salió feliz ni contento. Después de ser apartado, el brasileño volvió al once por pura necesidad. Van Gaal cedió desequilibrando el equipo, Rivo jugó en la mediapunta empeorando sus cifras y el Barça, pese a despegar, quedó herido de muerte a medio plazo.
«Por este cambio de posición perdimos la Liga y la Champions ese año», asegura el holandés. Más allá de la cuestión táctica, que Louis reconstruyó cambiando de banda a Figo o adelantando a Zenden, estaba el hecho de que toda esta situación había derrumbado los cimientos del modelo van Gaal. Si en Holanda la marcha de Bergkamp había llevado al Ajax a lo más alto como bloque, en España la polémica con Rivaldo destruyó su idea. «La prensa siempre apoyó al jugador. Nunca al entrenador. Entonces, desde ese momento, yo tengo un gran problema», comenta para cerrar con un clarificador «así es muy complicado formar un equipo fuerte en el que todos piensen en los mismos objetivos». El vestuario, que no comprendía la decisión de Rivaldo, se encontró en medio de un fuego cruzado. «Yo creo que él sabe trabajar muy bien con los jugadores jóvenes, pero quizás tiene más problemas con los cracks», decía Kluivert. «Estamos hablando de un deporte colectivo en el que el grupo tiene que estar por encima de cualquier individualidad. Pero también es de sabios saber integrar a este tipo de jugadores especiales para que colaboren con el grupo», opinaba Luis Enrique. Si a la hora de revolver este caso había una solución acertada y beneficiosa para todos, Louis no la encontró y todo se descontroló. La situación con la prensa se hizo insostenible, el entorno se volcó en su contra para, de paso, erosionar a Nuñez y el público, tras ver cómo su equipo tiraba la Liga en casa ante el Rayo Vallecano, dictó sentencia con una de las mayores pañoladas de su historia.
Louis van Gaal volvería a Barcelona, pero la aventura nunca tuvo visos de salir bien.
«Queridos amigos de la prensa, yo me voy. Felicidades». Así fue su famosa despedida. Había completado tres años en los que había ganado tres títulos con una línea de juego ascendente, pero nunca logró esquivar otros tantos problemas recurrentes. El primero de ellos, el más obvio, fue el choque cultural que vivió van Gaal en todos los sentidos. Sus métodos, su personalidad y sus fichajes, los mismos que le habían llevado a hacer historia, le sumergieron en un duro enfrentamiento constante en donde, a la larga, iba a salir perdiendo. El segundo, de componente táctico, fue que su Barcelona siempre fue imperfecto. Jugó, venció y llegó a convencer, pero nunca pareció inabordable. Su sistema, como él mismo explicaba, tenía una gran debilidad a la espalda de su adelantada zaga, y por ahí se desangró tanto en Europa, ante el Dinamo de Sheva y Rebrov, como en el resto de competiciones, en las cuales el Valencia de Mendieta y el «Piojo» les vacunó con saña. Y, en tercer y último lugar, como reflexionaba Lluis Canut en el ya citado «Recorda Mister», se encuentra el eterno vaso comunicante con el Real Madrid. Durante la era van Gaal los culés se impusieron en cuatro duelos y los blancos sólo en dos, pero mientras el Barcelona reinaba en España el Real Madrid lo hacía en Europa. Sus títulos, así, brillaban menos de lo que deberían y fueron infravalorados.
Y se fue como llego: por José Luis Núñez. Antes de aferrarse a su contrato, renunció a la indemnización por lealtad. «Cuando él se iba a ir me pidió que yo también dimitiera y, por eso, dimití», se confiesa. No sería, sin embargo, más que un hasta luego. Joan Gaspart, tras varios proyectos fallidos, sorprendió decidiendo recurrir de nuevo al holandés en 2002. Su contratación sonaba a medida desesperada y, ciertamente, en ningún momento tuvo visos de salir bien. Si su nuevo presidente le había garantizado que podría fichar a tres futbolistas, lo único que Louis recibió fue el «problema» que era para él un jugador como Juan Román Riquelme. Al principio se adaptó, formando una defensa de cinco con Mendieta jugando de carrilero porque «cuando Riquelme juega, al no defender mucho, tiene que tener muchos jugadores detrás». Pero no tardaría demasiado en sentarlo en el banquillo, una solución que tampoco logró cambiar la estrepitosa dinámica liguera del equipo. Finalmente, el 28 de enero de 2003, tras acordar un buen finiquito, Louis van Gaal y Fútbol Club Barcelona se separaron, de momento, para siempre. Pero en las siguientes temporadas, las más brillantes de la historia del club, siempre hubo algo de él. No sólo contribuyó a la formación de Guardiola -y Lucho- como técnico e hizo debutar a Xavi, Valdés o Iniesta, sino que, sobre todo, impidió que Carles Puyol, el guardián del orgullo, se fuera del club. «Jugaba en el segundo equipo y se iba a ir, pero yo pensé que, con ese corazón, no podíamos dejarle marchar», recuerda. Es cierto que, esta vez, no logró hacer historia pero, de una manera o de otra, por donde pasa Louis van Gaal nunca nada vuelve a ser igual.
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pelomoco 25 julio, 2014
En el Ajax leemos a un VG que parece más adaptable, observador y reactivo, como en la anécdota de que amplió el tiempo de masaje porque en estas sesiones sus jugadores se relacionaban más entre ellos. Aquí se ve un VG rígido en su propuesta, inflexible y excesivamente paternalista. Sin hacer un estudio previo de personalidades, y en un club gigantesco, los pollos te van a crecer. Es raro. Quizá le influyó que ya venía con una trayectoria y una reputación que mantener, frente a la ilusión de la primera experiencia. La enemistad con Cruyff y su propio orgullo tampoco ayudaron, como su dificultad para contentar a los cracks.
En la segunda etapa, la de Gaspart, pues bueno, aquello de Menotti de "pido un sofá y me traen una lámpara, y ya tengo 6".
Mourinho ha continuado con este enfoque monolítico de las relaciones técnico-jugadores-entorno, aunque con un toque tan especial como maquiavélico. Hay varias semejanzas interesantes entre las trayectorias de uno y otro en su paso por España.