“La cagada empezó con sacar a Butt del arco y poner a Kraft”, un colérico Uli Hoeness. Louis van Gaal, a quien hacía referencia el entonces presidente del Bayern Munich, había decidido sentar a su veterano portero titular para darle el relevo a un jovencísimo canterano. Thomas Kraft comenzó respondiendo bien, muy bien, pero una tarde aciaga en Hannover le terminó por exponer al fuego cruzado entre técnico y directiva. La clave de esta batalla de poder, narrada día a día ante el asombro de Alemania, era el inminente fichaje de Manuel Neuer por el conjunto bávaro. El Bayern iba a hacer una fuerte inversión (25M) por él, la afición no le quería por pertenecer al Schalke 04, uno de sus grandes rivales, y la elección de van Gaal no ayudaba a limar asperezas. La historia, como no podía ser de otra forma, se terminó solventando con el despido del holandés, la venta de Kraft y el fichaje de Neuer.
En 2011, Manuel Neuer «sólo» era un gran parador.
Tres años después, el éxito de la operación es indiscutible, pero en aquella primavera de 2011 había bastantes motivos para dudar de si Manuel Neuer merecía tales idas y venidas. Van GaalEn 2011 era un gran parador con defectos y Frans Hoek, de hecho, tenían claro que no. Titular en la portería de su Schalke 04 desde 2006, nadie cuestionaba su gran capacidad bajo los palos. Era muy grande, muy ágil y muy intuitivo. Si tenía la noche, te la amargaba. No había parada imposible para él. Así lo demostró en toda una semifinal de la Champions League ante el Manchester United, la gran actuación que reune todas la impactantes virtudes del Neuer pre-Bayern. Sin embargo, su poco control del resto de los aspectos que debe manejar un portero de élite provocaba cierto recelo. Y es que no dominaba el área pequeña ni la grande. Ni por abajo ni por arriba. Siempre salía, demostrando una valentía casi temeraria, pero no sabía. Daba la sensación de que, además de no controlar el espacio, no dominaba bien su propio cuerpo. En los balones aéreos, las piernas iban por un lado y los brazos por otro. Cuando debía salir del área, los riesgos le exponían tanto que en más de una ocasión quedó retratado. Apuntaba alto, pero aún era demasiado imperfecto. Debía mejorar.
Y en su debut oficial con el Bayern, falló estrepitosamente en el único gol del partido. Era, por mucho, el peor de los comienzos posibles para un reto que tenía la exigencia por las nubes. No sólo por ocupar una de las porterías másNeuer ha sido clave en más de una Champions complicadas del mundo, sino por todo el contexto previo que se había generado y la poca aceptación que tenía entre sus nuevos aficionados. La presión era enorme, pero jamás se achicó. Jamás. Su personalidad era desbordante. Magnética. Durante todo el curso fue superando metas, ganándose elogios y puliendo sus defectos. Y la Champions League, tan justa con quién quiere, le ofreció la oportunidad de convertirse en una estrella en el Santiago Bernabéu. Allí, en la tanda de penaltis de las semifinales, dos gigantes como Cristiano Ronaldo y Kaká se encontraron con sus largos brazos. El Bayern de Heynckes estaba en la final. Y él era el héroe. En Munich, en su hogar, los bávaros no pudieron rematar, pero Manuel Neuer volvió a demostrar quién era. No sólo le paró un penalti a Juan Mata, sino que le marcó el suyo a Cech. Y no era el último. No es que no hubiese nadie más para tirar, es que podía y quería tirarlo. Así era el nuevo portero del Bayern Munich. Sin duda, estaba a su altura.
De ser un especialista, a ser un portero muy completo.
Desde entonces, Neuer no ha parado de crecer. Sin perder ninguna de sus diferenciales condiciones innatas, que son las que le convierten en uno de los mejores, ha ido evolucionando de portero parador a futbolista con guantes. Con Juup Heynckes aprendió a blocar, mejoró su coordinación en el juego aéreo y entendió cómo administrar los metros a la espalda de su zaga. El cartel de portero irregular y fallón no se lo había logrado quitar todavía, pero no era más que una reminiscencia de su etapa en Gelsenkirchen. Y entonces llegó Pep Guardiola, un nuevo gran reto. Esta vez, para sus pies. No es que los tuviera cuadrados, pero ni mucho menos era un especialista y, de hecho, sacaba más y mejor con las manos. Como la valentía, el atrevimiento y la personalidad las tenía ya de serie, sólo debía ganar finura y precisión. Fallaría y fallará por el camino, como ya le sucedió a su metafórico predecesor, pero lo está consiguiendo. Cada día que pasa su primer pase es más correcto. Y él, por ende, es más valioso.
Ya sólo le faltaba la consagración definitiva: la Copa del Mundo. Manuel Neuer había estado en la de Sudáfrica 2010, pero entonces llegó en condiciones muy diferentes. René Adler, el portero titular de Löw, sufrió una grave lesión que le apartó del Mundial en favor de un Neuer que contaba con los dedos de una mano sus partidos como internacional. Desde aquel guiño del destino, que recuerda al que tuvo Iker Casillas en 2002, no soltaría el puesto de titular. Ni ante Adler, ni ante el pujante ter Stegen. Dos de las grandes porterías de la historia del fútbol son suyas, y visto lo visto en Brasil ya nadie debate por qué.
En este Mundial, Neuer ha cambiado definitivamente de cartel y, ahora, es citado como uno de los porteros más brillantes y completos de la actualidad. Bien se muestra imbatible en la línea de gol (vs Brasil), que se convierte en líbero (vs Argelia) o cierra el espacio aéreo con suma comodidad (vs Francia). Y, encima, la saca jugada. Ha tardado, pero hasta Oliver Kahn le ha dado el visto bueno: «Ha quedado demostrado que, en este momento, es el mejor portero del mundo». Vengar su fallido despeje ante el país que el domingo les puede ver hacer historia, no sería una mala forma de devolverle el guiño a Der Titan. Capaz es.
Pablo 11 julio, 2014
Es tremendo verlo en este mundial tapando tiros fortísimos desde distancias muy cortas como si estuviera espantando una mosca molesta.
Igual, le he visto en el Bayern sus malos días. Espero que el Domingo los rememore 😀