La Champions League 2011/2012 escribió uno de los grandes relatos de la historia de la competición. En aquella edición, la Copa de Europa no sólo pagó sus deudas con el Chelsea de Petr Cech, John Terry y Frank Lampard, sino que en el caso de Didier Drogba lo hizo de una forma bastante poética. El costamarfileño era el principio y el fin del ataque blue. Recibía, peleaba, ganaba, corría y marcaba. Sus actuaciones ofensivas eran todo epicidad y carisma, pero realmente no suponían ninguna novedad respecto a lo que llevaba haciendo durante la última década. Fue lo que sucedió en la otra parte del campo lo que cambió su destino y le consagró como leyenda.
En la mayoría de partidos, el Chelsea de Di Matteo defendía con diez hombres por detrás del balón, dejando a Drogba arribaComenzaba de 9 y acababa como un defensa más en solitario. Sin embargo, cuando en el segundo tiempo entraba Torres, el delantero africano se incrustaba en un costado para ayudar a su equipo en tareas defensivas. A él no le suponía ningún problema y, de hecho, parecía disfrutar regalando gotas de sudor a sus compañeros. Pero no sabía defender. Y se notó. En los dos últimos partidos de la UCL, tanto Cesc como Ribery lograron engañarle para que metiera la pierna y provocaron dos penaltis decisivos en favor de Barça y Bayern. Pero la «Dama de las Orejas», tan celosa con su gloria como justa con los héroes que la persiguen, alteró la eterna historia en la que los blues morían ahogados en la orilla tras una noche entera remando. Ni Leo Messi, el gran dominador del torneo, ni Arjen Robben, quien saldría perdedor por última vez, debían evitar que Didier Drogba se despidiera del Chelsea como campeón de la Copa de Europa. Y no lo evitaron.
Era un secreto a voces: tras la final, Didier se iría.
Aquel pareció el punto final perfecto en tiempo, forma y fondo a un vínculo de ocho años que habían llevado a club y futbolista a lo más alto de sus respectivas historias. Pero José Mourinho, el otro gran protagonista de esta relación, no estaba de acuerdo. Y Didier, después de haber dicho que «le seguiría al fin del mundo», tampoco iba a hacer mucho por llevarle la contraria. «Fue una decisión muy fácil de tomar: no podía desaprovechar la oportunidad de volver a trabajar con José. Además, todo el mundo conoce la relación especial que tengo con este club, que siempre me ha hecho sentirme como en mi casa», comentaba Drogba el día de su regreso. «Blue till I die», había dejado escrito en el vestuario de Stamford Bridge antes de marcharse en primer lugar al Shanghái Shenhua chino y, después, al Galatasaray turco. Y no ha necesitado demasiado para demostrarlo. Sólo a José.
«Didier no estará protegido por su historia ni por lo que previamente ha hecho por este club. Él ha regresado con la mentalidad de seguir haciendo historia», dijo el portugués para darle la bienvenida. ¿Cómo lo hará? La teoría dice que de una forma muy diferente a su anterior encuentro. Logicamente, con 36 años sus piernas han perdido chispa y potencia, lo que ha reducido su radio de acción de forma drástica. Un hecho que, sin embargo, no le ha impedido seguir sumando en la élite con su juego de espaldas y su conocimiento del área. Contando con esto, sumándole el hecho de que Diego Costa es la «apuesta principal» y conociendo cómo se desenvuelve Mourinho en los minutos finales, no cuesta imaginar a un Drogba reinterpretándose hasta convertirse en la figura a la que todos dirigirán sus miradas cuando el Chelsea necesite marcar. Y ahí, en ese momento, asustará. Asustará mucho.
Adenauer 30 julio, 2014
Y aun así, el mejor Drogba fue con Carlo…