Un balón larguísimo, un control estratosférico seguido de un quiebro imposible y una definición quirúrgica. Para toda una generación de aficionados al fútbol, los Holanda-Argentina son esto. El golazo de Dennis Bergkampen aquellos cuartos de final de Francia 98, en un partido que estaba destinado a ser el que consagrase mundialmente a Ariel Ortega y que acabó como la prueba de la vuelta a la élite del tulipán que no quería volar.
Desde aquel día en Marsella, no ha vuelto a haber un enfrentamiento oficial entre holandeses y argentinos. Ni lo había habido en los anteriores veinte años. Sin embargo, fueron sus dos partidos en la década de los 70 los que marcaron esta rivalidad como algo a tener en cuenta. Efectivamente, ambos estuvieron ausentes del Mundial de Mexico. Los argentinos, una potencia, sorprendentemente eliminados por Perú. Los holandeses, cuyos clubes había llegado ya a dos finales de Copa de Europa seguidas, seguían creciendo hasta lo que sería el fútbol de referencia a lo largo del decenio. La cosa cambió en el 74 y el 78, y ambas selecciones estuvieron presentes –y con presencia- en los campeonatos disputados en Alemania Federal y en la propia Argentina.
Una rivalidad no tradicional que fue forjada en los años setenta.
Holanda había cambiado mucho desde 1970. Se había convertido en la gran potencia del fútbol europeo, con su juego radical y moderno, encabezado por el Ajax de Amsterdam. Llegaron al Mundial 74 con la etiqueta de aspirante y desde el inicio no defraudaron. El «Fútbol Total» demolió a Uruguay en el primer partido. No fue el resultado, un 2-0, sino la impresión de que ambos equipos jugaban fútbol de distintos siglos. Los suecos frenaron el ímpetu holandés con un empate sin goles pero, como si hubieran cogido impulso, los tulipanes arrasaron a Bulgaria para ganar el grupo y llegar a la segunda fase.
Por su parte, Argentina había sobrevivido a un grupo muy difícil, con la sorprendente y espectacular Polonia de Kazimierz Gorski como capo principal. La diferencia de goles dio el pase a los albicelestes ante una Italia envejecida y con un vestuario roto, que quizá dio su peorHolanda no presentaba la mejor de las listas que podían realizarse imagen en los Mundiales. Así pues, Argentina se iba al grupo de segunda fase con Brasil, la Alemania Oriental y los holandeses. Argentina no iba escasa de talento a pesar de ser considerado un equipo agresivo y tosco. Roberto Perfumo seguía siendo uno de los grandes defensores del globo, Quique Wolff era un jugador en alza, el duro Heredia y el veloz Ayala habían impresionado a Europa con el Atlético de Madrid. Y luego estaba René Houseman, un pequeño genio de gambeta imposible que había conquistado Argentina con el Huracán de César Luis Menotti. Holanda, por su parte, a pesar de notables bajas, ya fuesen por lesión –Barry Hulshoff, uno de los mejores centrales del mundo-, o por dudosas decisiones técnicas y de vestuario –el gran portero Jan van Beveren, el cañonero Willy van der Kuijlen, y los extremos Coen Moulijn y Willi Lippens– estaban encandilando al mundo. La permanente movilidad de Cruyff, el despliegue de Neeskens, el descubrimiento de Rijsbergen, el fútbol cerebral de van Hanegem o la confirmación de Suurbier y Krol eran sus avales.
Y lo que ocurrió en aquella lluviosa tarde-noche en el Parkstadion de Gelsenkirchen fue una masacre. La muerte del fútbol clásico, que Holanda se encargaría de refrendar ante Brasil pocos días más tarde. Los holandeses no se cansaban de presionar, como una manada de lobos, tirando la línea del fuera de juego a una altura suicida, volando sobre los indefensos argentinos. Cruyff y Krol ya habían adelantado a los tulipanes antes de la media hora. En la segunda parte, cuando el cielo se abrió sobre el estadio, la tormenta no fue solo un espectacular fenómeno meteorológico. Los goles cayeron como martillazos estratégicamente asestados a la moral albiceleste. Rep en el 73 y Cruyff con el golpe de gracia en el 90, llegando de la nada, sobre un auténtico mar de agua y fusilando a un desesperado Carnevali.
Argentina estaba liquidada, y se fue a casa con un solo punto, mientras los holandeses caminaron con paso firme hasta que se toparon con un equipo tan bueno como ellos y que tenía una despensa de talento todavía mayor. Los alemanes no renunciaron a nadie ese verano. Al menos a nadie que no pudiesen sustituir.
El escenario había cambiado mucho cuatro años después.
No poca polémica suscitó la celebración del Mundial de 1978 en tierras argentinas. El país vivía desde hacía dos años bajo el control de una Junta Militar golpista que desconocía –como todas ellas- el significado de los Derechos Humanos. Pobreza camuflada, gasto desorbitado en infraestructuras, desapariciones diarias de personas… el panorama no parecía el ideal para celebrar un evento global. Pero la FIFA, siempre tan preocupada por estos asuntos, tiró para adelante y permitió que Videla y sus compinches siguieran adelante con esta abominación. Las reacciones no se hicieron esperar, y figuras como Paul Breitner –el activista comunista-maoísta amante del dinero, a la par que genio del fútbol mundial-, y Johan Cruyff renunciaron a jugar el campeonato. Otras muchas selecciones se vieron envueltas en situaciones dantescas, desde malísimos lugares de concentración, problemas de transporte e incluso incidentes con las Madres de la Plaza de Mayo –la visita que les hizo Jongbloed levantó ampollas entre los militares-.
Futbolísticamente, el torneo fue bastante mediocre. Terrenos de juego en malísimo estado, frío, decisiones arbitrales dudosas y un ambiente enrarecido que lo impregnaba todo. Los holandeses, que venían sufriendo problemas de vestuario durante los últimos cuatro años, no se quedaron atrás en Argentina tampoco. Habían perdido la semifinal de la Eurocopa dos años antes con una actitud vergonzosa, y en Sudamérica un complot contra Ernst Happel fue el pan de cada día durante la primera fase. Cuando Jan Zwartkruis se hizo de facto con el poder del equipo –él los había llevado al Mundial-, la selección renació en la segunda fase, se tomó venganza eliminando a los alemanes y alcanzó la final brillantemente. Neeskens, Rensenbrink y Rep, junto a Krol y Haan seguían liderando la manada de lobos. Hacía bastante que el segundo Johan había abandonado la sombra de Cruyff.
Argentina, por su parte, sufrió en un grupo de primera fase durísimo. Italia, Francia y Hungría eran sus compañeros de viaje y, aún jugando decentemente, es probable que los argentinos no hubiesen pasado ese grupo en un Mundial disputado en cualquierEl famoso y discutido 6-0 a Perú eliminó a Brasil otro país. La derrota ante una Italia que jugaba de maravilla los hizo pasar segundo de grupo y, por lo tanto, los hizo abandonar Buenos Aires. Era algo que no entraba en el guión. En Rosario, Argentina dio buena cuenta de Polonia, donde la falta de goles de Mario Alberto Kempes, la gran figura albiceleste, llegó a su fin. Un lamentable empate a cero contra Brasil, donde el miedo y la violencia de ambos conjuntos se hizo patente, dejó todo por resolver en la última jornada. Obviamente, los brasileños tuvieron que jugar antes contra los polacos, y así Argentina podía saber qué margen de victoria necesitaba ante una selección peruana que estaba dejando una buena imagen en el torneo. El gol de Nelinho de falta y el doblete de Roberto Dinamite obligaban a Argentina a ganar por 4-0 o más. Parecía una empresa casi imposible, pero tras unos inicios titubeantes donde Perú hasta tiró un balón al poste, los albicelestes empezaron a marcar todo lo que tiraban a puerta. El 6-0 final levantó no pocas sospechas en aquel momento –y aún más a posteriori-, pero el caso es que los hombres de Menotti volvían a Buenos Aires para disputar la gran final.
El Monumental de River vivió una explosión patriótica ante la perspectiva del título mundial.
Holanda se encontraba de nuevo en la final y, una vez más, tenía que enfrentarse a la peor perspectiva: la de tumbar al equipo anfitrión. Y en esta ocasión, además, era un equipo anfitrión que jugaba con «25 millones de jugadores» y que DEBÍA ganar tanto como Italia en la preguerra. Jongbloed, Poortvliet, Krol, Brandts, Jansen, Neeskens, Haan, Willy van der Kerkhof, René van der Kerkhof, Rensenbrink y Rep se aprestaron a hacer la gran machada. Con Videla en el palco y los jugadores «mirando a la grada, que era donde estaba el pueblo», como les había dicho Menotti, Argentina salió con un once que todo buen aficionado argentino recita de memoria: Fillol, Galván, Olguin, Passarella, Tarantini, Gallego, Bertoni, Ardiles, Ortiz, Kempes y Luque. El del Valencia era la gran figura del conjunto y se había destapado en el grupo de la segunda fase. Ardiles era el director de orquesta, Bertoni un ida y vuelta constante, Passarella el líder absoluto del conjunto y el guardaespaldas del mejor guardameta del Mundial, el Pato Fillol.
En un césped alto, mal cuidado y cubierto por los famosos papelitos de la hinchada argentina, ambos equipos se midieron de tú a tú, con ciertas dosis de violencia desmedida gracias a la lamentable actuación de un Sergio Gonella terriblemente parcial. Poco antes del descanso Kempes abrió el marcador y el estadio se vino abajo. Argentina controló como pudo el partido en la segunda mitad y cuando ya saboreaban el título, un cabezazo del suplente Dick Nanninga batió a Fillol y empató el partido. El Pato estaba haciendo un partido soberbio, con intervenciones de tremendo mérito, pero el medido centro de René van der Kerkhof fue medio gol para el espigado delantero del Roda Kerkrade. La cosa pudo ser aún peor, ya que en el último minuto, Rensenbrink estrelló una oportunidad clarísima en el poste de Fillol. El Mundial de Holanda estaba ahí. No quedaba tiempo de reacción para Argentina.
Sin embargo, como luego comentarían los propios Kempes, Passarella o Gallego, ninguno de los argentinos se dio cuenta de lo cerca que estuvieron de perder. Sólo pensaban en la prórroga, en sacar fuerzas y ganar. Ya con Houseman en el campo, Argentina fue mejor en el tiempo suplementario. Ahí llegaron primero el gol del incansable Bertoni y luego el definitivo de Mario Alberto Kempes, que se proclamaba máximo goleador del certamen y hacía que el Gordo Muñoz, el mejor locutor de la Argentina, y 25 millones de compatriotas se volviesen locos y saliesen a la calle a celebrar sinceramente algo por primera vez en años.
Pablo 9 julio, 2014
Del partido del 74 hay un par de anécdotas anteriores, que yo no recuerdo bien (básicamente porque no había nacido) pero bue…
Unos meses antes del mundial se juega un amistoso con Holanda y se pierde 4 a 1. El comentario, generalizado o de algún integrante de la selección argentina, fue que el resultado había sido mentiroso, que Argentina era superior, que fue un partido de mentirita, que ya iban a ver cuando nos enojáramos (?), etc… Algo que quedó harto demostrado en el Mundial :D.
La otra es que durante aquel partido, Carnevalli no se apuraba para sacar del arco. Perfumo se lo recrimina porque quería ir a lograr el empate. Y Carnevalli le dice algo como: "Si me apuro nos comemos 10…"