Van a ser segundos y no pasa nada. Faltan 10 segundos u 11, 12 o 13. Gullit Peña da el penúltimo toque de balón de la primera fase en el Grupo A, un toque sencillo, sin alardes, pero certero y determinado como todo lo hecho por el Tri en los tres partidos, el último pase con sentido y sensibilidad, casi canónico. Con la derecha hacia al otro lado. La recibe en la izquierda Miguel Arturo Layún, que la para mientras se detiene el tiempo. Las botas más feas del universo, con dos colores distintos que compiten en fealdad diferente, consiguen un momento muy bonito, colorido, para enmarcar, delicioso, fetén. México que no iba ir al Mundial, la arma, la lía en el Mundial y se convierte en el equipo del mundo mundial. Los hombres se abrazan, los niños que fueron esos hombres, corren para abrazarse. El tricolor tiene un billón de matices, un trillón de gotas de sudor feliz. Holanda espera confiada pero con el vértigo que le da este tipo de competiciones.
México ha decretado el estado de euforia.
Ganar el cuarto partido por fin se ha instalado en la mente de todos por el «Piojo» Herrera y Layún lo celebra sin creerse el pellizco en el corazón que le confirma la realidad. Lo pone en Twitter: “Así me gusta jugar, no sólo el partido en la cancha, también fuera!! Gracias” y un brazo con un músculo como el de Popeye cuando comía espinacas y su novia estaba con otro. Yo no entiendo muy bien el mensaje, pero lo retuiteo para reafirmarme en que esta noche entrego el artículo sobre ese chaval del que todos se reían, pero no perdió ni el humor ni la confianza en sus posibilidades de soñar despierto. Eso es resistencia. Eso es política -del esfuerzo-.
No estaba convocado en Londres porque parecía que solo le podían convocar para otra cosa. Para que confesara que no era un jugador de fútbol, que era un timador profesional que se quiso pasar por lo que quiso ser, y al que habían descubiertoLayún pasó por Italia sin poder dejar huella convirtiéndose en una leyenda rara, en un mito extraño, en una anécdota que contar a nuestros hijos cuando preguntaran por otra cosa. No iba a entrar en la historia ganando la medalla de oro junto a Corona, Diego Reyes, Fabián, Giovanni u Oribe Peralta. No iba a ser en aquel partido tan bonito contra un enemigo tan antiguo. Entró de otra manera, más estrambótica, más amarga. Fue el primer mexicano en jugar en Italia, aunque llegó de extremo y de mediapunta al Atalanta siendo defensa. En Bérgamo casi ni se enteraron de su paso por la ciudad y, aunque jugó unos minutos en dos años, no hizo más que acrecentar las sospechas. Layún estaba bajo la lupa de Damocles, bajo la espada de no sé quién, y cuando volvió a un América en horas bajas se convirtió en el blanco de todos los dardos envenenados.
Tal era el cachondeo que hasta fue un fichaje fugaz para el Real Madrid que solo duró el 28 de diciembre en México. Incluso se convirtió en hashtag doloso y doliente, que se transformó en trending topic, y que empezó a servir ya para hablar de cualquier tema: #todalaculpaesdelayun. Un joven ilusionado se convirtió en adjetivo despectivo, en chabacana chamba malintencionada para un país que futbolísticamente tenía más razones para llorar que para reír.
Layún hoy ríe satisfecho. Hace unos meses se reían de él.
América al año siguiente fichó al «Piojo» Herrera y este devolvió la confianza al defenestrado lateral. El no se borró de Twitter, aunque gastó la inocentada, y con el hashtag creó una línea de ropa y una tienda digital de gran éxito. El equipo empezó a funcionar y la grada fue reconociendo la labor de Layún, que se convirtió en pieza indispensable para “las águilas” y para la selección. La final del trofeo clausura les enfrentó al Cruz Azul y, como en las películas norteamericanas deportivas, el guión tenía un giro que le daría sentido a toda la tragedia anterior. El partido llegó a penales y allí, por gracia y obra de la fortuna y de los designios del «Piojo», fue Layún el elegido para realizar el más decisivo de los lanzamientos.
Miguel dio cinco pasos hacia atrás bajo la lluvia intensa y pateó convencido a la derecha de Corona, que en estirada tocó el balón para hacer el gol más dramático y más bonito. La carrera bajo un suelo resbaladizo del malogrado Chucho Benítez para abrazar a Layún hace que ese momento fuera aún más mítico de lo que fue. Hoy, contra Holanda, Layún seguirá dejando en ridículo a los que se reían de él, pero lo hará junto a un elenco impecable de corazones valientes, que todo México tenga más razones para reír y para llorar de felicidad.
@migquintana 29 junio, 2014
Enorme la historia de Layún, Lolo. Sabía que había un poco de cachondeo y de dudas con el jugador, lo que no entendía muy bien porque cuando le vi con México me gustó bastante, pero no sabía hasta que punto llegaba. Cómo es esto del fútbol. Casi siempre te permite reivindicarte. #SomosDeLayun