“Resulta delicado, pero potente. Teddy me contó que en griego nostalgia significa literalmente “el dolor de una vieja herida”. Es una punzada en el corazón mucho más poderosa que el recuerdo”. El brillante discurso de Don Draper, intercalado con la proyección de diapositivas familiares mientras seduce a los ejecutivos de Kodak, podría servir también para definir lo que es el fado.
El fado es dolor, melancolía y saudade. Son las historias de esos personajes que se pasean por las calles empedradas de Lisboa y son los viejos vinilos de Amàlia Rodrigues expuestos descuidadamente al sol de la Feira da Ladra, entre viejos trastos y películas VHS que ya nadie comprará nunca. El fado es Lisboa y Lisboa es fado. En la capital lusa el fado no se escucha, se siente: al pasear por un callejón de Alfama o ver a la señora colgando la ropa de un cordel en el Bairro Alto.
Paseando por Lisboa te encuentras con el fado. Porque el fado es Lisboa y Lisboa es fado.
Pessoa lo define mejor: “El fado, sin embargo, no es alegre ni triste -escribió en 1929-. Es un episodio de intervalo. Lo formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo. El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también lo abandonó”. Uno puede ir a Lisboa y toparse con uno de los tugurios para turistas a ritmo de fado, sí. Con un poco más suerte, es posible hacerse el despistado y entrar disimuladamente en una taberna de Alfama, Graça o Mouraria con la esperanza de que alguien agarre la viola y empiece a entonar ese quejío con acento portugués. Pero lo más posible es que ese fado soñado se escape entre los dedos, escabulliéndose cuando parece cercano. Algo parecido ocurre en París, donde la Torre Eiffel se esconde de los viajeros entrometidos, como reservándose para los parisinos auténticos.
En Lisboa se juega un partido de fútbol en el que no sonará el fado aunque éste, generoso, ofrecerá un millón de titulares y metáforas para el que las quiera. También dará consuelo al perdedor (o al ganador), si éste lo necesita. Si alguien requiere un par de minutos de soledad en medio del gentío, un instante de soledad antes de la gran batalla, que escuche María Rita Cara Bonita, de Amália -en Portugal sobra el apellido-. Si se está a más de 500 kilómetros de distancia, los primeros versos de su Fado lisboeta nos trasladarán por un momento a una fachada desvencijada con un par de azulejos y un río azul que promete el mar.
Escrito por Nacho Ruiz.
@DavidLeonRon 24 mayo, 2014
Tengo que reconocer que adoro que Nacho nos cuente aspectos culturales de la música y los relacione con el fútbol.
Enorme, señor Ruiz