La historia del partido que convulsionó a una generación del fútbol y lanzó definitivamente a su vencedor hacia una revolución táctica tan potente que acabarí por remover los cimientos del juego y sus reglas comenzó temprano, tal día como hoy de hace 25 años. Leo Beenhakker, el entrenador del Real Madrid, envió a las instalaciones de Milanello a uno de sus scouts para que le trasladara un informe acerca del último entrenamiento de su rival de esa noche. Tocaba semifinales de la Copa de Europa de 1989. En la ida, los españoles habían cedido un empate a uno y necesitaban salir a San Siro a marcarle gol a ese Milan de naturaleza desconocida que entrenaba desde un año y medio antes Arrigo Sacchi. El espía de Beenhakker regresó al hotel tan aturdido por lo que había presenciado que todo el mundo se arremolinó cerca de él. Butragueño se lo contaría después a Sacchi: el scout nunca había visto nada semejante, un equipo entrenando en esqueleto, a campo completo, sin balón y sin oponentes, pero como si todo eso existiera de verdad sobre el césped; mientras Sacchi armonizaba las líneas, sincronizaba movimientos y gritaba con su voz guasona y científica. Muchos en el hotel del Madrid se formularon preguntas, pero solo hubo una respuesta. La tuvieron unas horas después, con San Siro ya apagando las luces: ese Milan de los entrenamientos sin pelota ni rivales con peto les había pulverizado con un 5-0, propulsando su leyenda de equipo único, mítico, algo tan rompedor que nada sería igual en el fútbol en los años siguientes.
El 5-0 no fue ni siquiera un partido que resumiera la pureza de la filosofía de Sacchi, pero dio luz verde a trece meses en los que el Milan se convirtió en una máquina contranatural, subversiva y transformadora: reventó al Real Madrid, ganó después una final de Copa de Europa en media hora (al Steaua de Bucarest) y la Intercontinental al Atlético Nacional, y se encaminó hacia una temporada, la 89-90, en la que alcanzó su perfección, repitiendo título mayor en el continente y perdiendo una Serie A en la que fue el mejor por juego y dinámicas, y de la que solo le apartaron una ayuda federativa al Nápoles y una encerrona arbitral en Verona en la penúltima jornada. Aquella noche del 19 de abril de 1989, mientras Europa se acercaba a la caída del Muro de Berlín y a una nueva era, el fútbol también marcó un paso decisivo para su evolución hacia un nuevo orden de fundamentos y modelos de juego. Digamos que esa goleada eterna fue la primera manifestación rotunda del apoteosis de Sacchi, una excelencia que se iría apagando desde mayo de 1990 hasta su definitiva salida del club rossonero en 1991.
El 5-0 ante el Real Madrid fue el principio de la revolución de Arrigo Sacchi en el AC Milan.
Pero además de la impresión universal que causó ese 5-0, una generación entera de aficionados, futbolistas, entrenadores, periodistas y hombres del asunto en España cayeron a los pies de ese Milan, conmocionados por un equipo italiano que para nada tenía de italiano. El impacto fue así de bestial sobre todo por la víctima: un Real Madrid con una racha de 27 partidos invicto, rumboEl Real Madrid llevaba la etiqueta de favorito en aquella histórica Copa de Europa de 1989 a su cuarta Liga consecutiva, con la Quinta del Buitre mejor sensibilizada que nunca con el juego, con Schuster a un notable nivel y Hugo Sánchez aterrorizando las redes como siempre, y con la etiqueta de favorito a la Copa de Europa más merecida que nunca tras las dos semifinales previas. Observar a ese equipo titánico arrodillarse así contra el Milan fue un acto sobrecogedor. Hasta ese momento, España identificaba el calcio con otras cosas. Había sentido especialmente cercanas las características del juego italiano durante la victoria azurra en la Copa del Mundo de 1982: carácter competitivo, rigores, espíritu defensivo, astucia, ímpetu físico… Los grandes clubes italianos que en esos años habían visitado el Santiago Bernabéu habían salido minimizados, especulativos y expuestos al Real Madrid. Pero aquel Milan, ya en la ida, había derribado esa barrera cultural. Arrinconó a los blancos en su campo, dominó la pelota, atacaba y atacaba, y además lo hacía desde sus defensas… El 5-0 terminó por azotar el sentimiento futbolístico español y pasó a mirarse a ese Milan -más aún después de que en el octubre siguiente eliminara de nuevo al Madrid de la Copa de Europa- como un ogro implacable. Para uno que descubría el fútbol por aquella época, aún siendo niño y casi sin recordarlo o haberlo presenciado, el Milan encarnó a un monstruo de siete cabezas. Se hablaba de sus tres holandeses como una cuchilla letal de talento y músculos. De la voracidad despiadada de ese equipo. Y de su arquitecto, Arrigo Sacchi.
Sacchi se metió en los hogares españoles como algo intimidatorio y aterrador. Sacchi pasó a ser la materialización de la leyenda del Hombre del Saco, ese asustador que se llevaba a los niños que no se terminaban la cena. Después del 5-0, si uno escuchaba las palabras ‘Sacchi’ y ‘Milan’ corría a esconderse debajo de la cama mientras un silbido de viento golpeaba en las ventanas de la habitación. Tampoco el Real Madrid sería ya el mismo. La Quinta aún ganaría esa Liga del 89 y la siguiente, pero quedó abrasada para Europa. Nunca se quitaría de encima la losa del Milan. Por su parte, Leo Beenhakker, aun ganando al final de curso el doblete, fue despedido.
Ese Milan acabó con las aspiraciones de La Quinta del Buitre en la Copa de Europa.
En Milanello, las horas previas al partido transcurrieron entre el billar, el tenis de mesa y el backgammon. A la una del mediodía el revoloteo de un helicóptero anunció la llegada de Berlusconi para adoctrinar a las tropas. Para el partido había una baja relevante en el Milan. En una jugada del entrenamiento del día de antes, el juvenil Demetrio Albertini pisó el tobillo de Evani, habitual protector del flanco izquierdo del centro del campo. “Mejor perder un jugador así que no tener esa cultura del entrenamiento y esas ganas”, diría Sacchi. Esa lesión de Evani preocupaba mucho más al entrenador que a Berlusconi. El presidente lombardo soñaba con Gullit incrustado en el medio y una dupla Van Basten-Virdis arriba. Pero Gullit era la piedra filosofal de Sacchi. Su jugador favorito de la plantilla y una buena síntesis de su pensamiento: versátil, dinámico, inteligente, atlético, aéreo y goleador. Lo prefería por delante del favorito del jefe, Van Basten, el holandés que nunca soportó a Arrigo. “A los pocos entrenamientos de estar en el Milan, Marco me dijo que trabajábamos demasiado y que íbamos a perder la diversión. Yo le dije que éramos nosotros quienes debíamos ofrecer diversión”, relató Sacchi en Fiebre Maldini.
Antes del partido contra el Real Madrid, llovía en San Siro. La otra semifinal se la jugaban el Galatasaray y el Steaua de Bucarest. En el túnel de vestuarios, el Milan desplegaba uno de sus rituales de la época. Gullit siempre salía el primero hacia el campo con la misión de imponerse visualmente a sus rivales. Ese torreón fibroso, negro y con la cabeza revuelta con trenzas salvajes representaba una fuerza de intimidación a los adversarios. Gullit salía y miraba fijamente a los ojos de cada futbolista del otro equipo. Con el Real Madrid, no descansó. Cuando saltó al césped y Sacchi le preguntó que cuántos habían bajado la cabeza, el holandés respondió: “Todos menos uno”. Había sido Hugo Sánchez.
El Real Madrid necesitaba marcar después de que en la ida el Milan tomara un empate del Santiago Bernabéu en un partido muy engañoso. Los italianos invadieron el campo de minas tácticas, con una presión nunca conocida en un estadio español. Encarcelaron al MadridBeenhakker descuidó el centro del campo en un error trascendental en su campo y sitiaron su portería. El Madrid se defendió bien, acorazado por un 3-3-2-2, con Tendillo y Sanchís de centrales, Gallego de libre, Chendo y Gordillo en los carriles, Schuster de organizador, Míchel y Martín Vázquez de interiores, y Hugo Sánchez y Butragueño arañando arriba. Este plan le sirvió al Madrid para adelantarse con un gol del mexicano, aunque Van Basten empataría en la segunda mitad. En la vuelta, la baja de Tendillo y la necesidad de un gol revisaron el planteamiento de Beenhakker en San Siro. Ese giro fue su perdición. Entró Paco Llorente, un extremo veloz y experto en dañar los espacios. Beenhakker pensó que con esta apuesta, más Butragueño y Hugo, podría atacar mejor las espaldas de las adelantadas líneas de Sacchi. Pero esto tuvo una fatal contraindicación: al meter a Llorente en lugar de Tendillo, Beenhakker recompuso a su equipo con una línea de cuatro atrás, un 4-3-3, y debilitó el mediocampo respecto a la ida. Aumentaron las distancias entre jugadores y el Madrid perdió escalones interiores, facilitando de esta manera el abrumador dominio posicional del Milan en ese sector. Sacchi, por su parte, apenas varió nada. La baja de Evani la cubrió con la entrada de Costacurta. No era un cambio natural, pero ese Milan explotó la universalidad de sus futbolistas como pocos otros equipos. Costacurta se emparejó con Baresi, Rijkaard pasó de la defensa al pivote, y Ancelotti se trasladó a la izquierda para rellenar el vacío de Evani. El movimiento de Rijkaard, hasta entonces casi siempre central, junto a la eclosión de Costacurta en el partido contra el Madrid, acabaron por persuadir a Sacchi para que el holandés se asentara en el centro del campo. Esta decisión sería determinante para que el Milan alcanzará el techo de su fútbol en los meses posteriores.
Sacchi sabía que el Madrid debía marcarle un gol y que su rival tenía las armas suficientes para dominar la pelota. La Quinta era ya un equipo de prestigio y jerarquía europea, y Sacchi reconocía que era uno de los pocos conjuntos que podía discutirle el balón. Además, el Madrid estaba a un nivel elevado en esas fechas. Por eso Sacchi matizó varios aspectos de su plan inicial habitual y lo expresó en términos reactivos. Suavizó la presión adelantada de la ida y retrasó todo el bloque unos 20 metros, dándole espacio al Madrid para que lanzara el juego. Fue uno de los pocos partidos en los que Sacchi supeditó al rival su convicción de atacar posicionalmente todo el campo y reclamar la pelota y la iniciativa, aspectos que habían revolucionado la manera de entender el fútbol en Italia. Ni siquiera sus laterales, Maldini y Tassotti, sus dos principales armas exteriores casi siempre, cogieron el vuelo habitual. Esa noche, fue un Milán más calculador, algo embustero para conducir al Madrid a su trampa, y menos dominante. Por eso se hablaba antes de que el 5-0, pese al tremendo golpe que fue, se alejó de la pureza sacchiana. Realmente esa noche, el Milan iba a ser mucho más efectivo que avasallador. No obstante, pese a todo, a Sacchi la posesión nunca le despertó muchas inquietudes. Para él la posición era más importante que la posesión.
La defensa lateral del Milan era una trampa en la que el Madrid no dejó de caer.
El partido empezó aunque a los dos minutos se paró: el árbitro belga había olvidado el minuto de silencio por las 96 víctimas de Hillsborough. El Real Madrid jugó un sobresaliente primer cuarto de hora, empujado por Martín Vázquez y Míchel, y con Sanchís descolgándose de la defensa para intentar generar superioridades en el medio.El Milan empujaba al Madrid a las bandas, donde siempre salía vencedor en los duelos Schuster daba fluidez y la pelota circulaba rápida. Un par de ocasiones de Míchel y Sanchis, y otro par de saques de esquina inclinaron el campo hacia la portería de Galli. Hasta que Gullit comenzó a trabajarle las subidas a Sanchis y, sobre todo, hasta que Ancelotti se sacó en el minuto 19 un zarpazo que decoró Buyo. La noche del portero gallego en San Siro fue impropia de unas semifinales de Copa de Europa. El gol de Ancelotti cambió el partido. El Madrid salía bien, controlaba la pelota, pero el juego lo controlaba el Milan. Su presión media, facilitada por la poca densidad del Madrid en el centro del campo, comenzó a carburar. Los españoles arrancaban el juego, pero cuando entraban en el hemisferio del Milan se encontraban con la realidad del muro sacchiano. Todas las líneas de pase interiores estaban taponadas; una defensa, conjugando presión, ayudas posicionales y armonía colectiva sin balón, que distinguió a aquel equipo y provocaba otra de sus señas de identidad: el desfiladero de la banda. El Madrid, como sufrían tantos otros equipos contra el Milan, moría en los flancos, rodeado casi siempre de tres rivales. Cerrándoles los pasillos internos y enjaulándolos, los italianos empujaban hacia afuera a los enemigos, donde los laterales, un mediocentro y el interior de esa banda organizaban verdaderas emboscadas con presión, anticipación o faltas. Lo que debido a la basculación del equipo aparecía como una invitación al paso del rival se convertía en todo lo contrario: en una zona fuerte, en la que el Milan robaba y catapultaba sus ataques. Al adversario solo le quedaba un respiradero para sobrevivir: dejar que la pelota se perdiera por la banda.
El segundo gol de Milan lo marcó Rijkaard en otra de las variantes de su polivalente repertorio ofensivo: el balón parado. Un saque de esquina en corto continuó con un centro de Donadoni que el holandés martilleó con la frente. El tercero también brotó de las botas del enérgico italiano: bailó a Sanchís en la banda izquierda y se la puso a Gullit. Lo de DonadoniDonadoni se convirtió en 1989 en uno de los jugadores con más relevancia en Europa aquella primavera fue conmovedor. Entre abril y mayo de 1989, se alzó como el mejor jugador del momento en Europa. Muy infravalorado por el análisis histórico, Donadoni fue el mejor del Milan esa noche y en la final contra el Steaua pese a que Gullit y Van Basten marcaron dos dobletes. Donadoni jugó casi toda su carrera como interior derecho. Trabajador, buen regateador, gran pasador, decidido, intenso… Era un fiable competidor a quien Sacchi utilizaba, como fue aquel año y el anterior, también como acompañante de Ancelotti o Rijkaard en el medio, pasando Colombo, un clásico gladiador italiano que funcionaba casi siempre como un doble lateral, a la derecha. Donadoni fue el autor del quinto gol, levantándole el primer palo a Buyo con un disparo tras otro córner tocado en corto. Antes había marcado Van Basten el cuarto, uno de los goles que mejor expresó al Milan de Sacchi. En 24 segundos, desde el robo original, hubo siete pases e intervinieron siete futbolistas, dos de ellos dos veces en los momentos clave de la jugada. Recuperó Rijkaard una pelota de Martín Vázquez en el círculo central. Apoyó en Ancelotti. Maldini recibió abierto en el perfil izquierdo y verticalizó hacia Van Basten. El Cisne recibió de espaldas y pasó a Donadoni. Toque corto a la incorporación de Costacurta. Y vuelve a aparecer Rijkaard con un envío medio, de 35 metros, a la cabeza de Gullit. El Ciervo era un continuador excelente: se la dejó mansa para que Van Basten, volviendo a la jugada que él había alimentado en su fase intermedia, dinamitara la escuadra. Fue una obra de arte, una muestra impecable de las virtudes y características ofensivas de ese Milán: movimiento, dinamismo, demarques de apoyo, desdobles interiores… cuando ese equipo activaba esa maquinaria era indefendible.
No había soluciones aún en el fútbol para contenerlo. Alternaba posesiones cortas con otras más espesas, imponía un ritmo trepidante, variaba del ataque posicional explotando las bandas al contragolpe tras robo avanzado… Y contaba también con el recurso en largo a Gullit o Van Basten, quienes se entendían a la perfección desde el aire. Nunca se había visto tampoco un equipo tan elástico y camaleónico en ataque.
En la segunda mitad, el Milan sí dominó la pelota y el juego. No generó demasiadas ocasiones, en realidad, primó toda la noche su eficacia, pero el espacio pasó a ser suyo ante un Madrid apabullado, sobrepasado por el manotazo que estaba encajando. Esos segundos 45 minutos fueron un prodigio táctico del Milan, circulaba más rápido, el continuo movimiento siempre generaba referencias próximas, los intercambios posicionales de dispararon. Ancelotti pasaba al medio, Donadoni a la banda derecha, Rijkkard subía arriba… Tras la lesión de Gullit, sustituido por Virdis, y el cambio de Colombo por Filippo Galli, el Milan agitó tanto sus piezas que impacta revisar como nunca, pese al aparente desorden, perdió las posiciones. Con Galli de central, Costacurta pasó al falso interior derecho (con Sacchi no había extremos, centrocampistas de banda puros, sino interiores que actuaban de afuera adentro), Ancelotti y Donadoni se intercambiaban en la izquierda, Rijkaard también buscaba la banda derecha, permutando con Costacurta… una sinfonía de juego con y sin balón. El Madrid intentaba buscar los espacios a la espalda de los mediocampistas como se había esforzado durante todo el partido, pero si lo conseguía moría donde siempre: el feroz achique de la defensa, en la anticipación o el fuera de juego.
Sacchi entendía la línea de cuatro centrocampistas como una lona de seguridad de sus cuatro zagueros. Cada uno de ellos estaba protegido por delante: Colombo guardaba de Tassotti, Ancelotti de Maldini, Donadoni de Maldini y Rijkkard de Costacurta. En teoría, siempre fue al revés: los defensas socorriendo a los medios.El AC Milan provocó que la regla del offside cambiara el fútbol Pero esta era la magia del Milan: atacaba defendiendo. Esto fue una aportación decisiva para la evolución del fútbol. La presión pasó a utilizarse también como una herramienta ofensiva. Los cuatro defensas del Milan estaban tan compenetrados que lo que parecía un mecanismo arriesgado -que lo era, pues de los pocos goles que encajaba ese equipo varios procedían de un fallo en la salida zonal- lo hacían sencillo y reflexivo. Por primera vez, los centrales eran más inteligentes que los delanteros que les atacaban. Baresi alzaba el brazo y ordenaba un empuje masivo (hasta cuatro futbolistas a la vez) al rival con la pelota. Esa agresividad, esa opresión y reducción de espacios condenaba al otro equipo al continuo fuera de juego (entonces, existía el off side posicional). La línea defensiva estaba milimétricamente ajustada y armonizada, con los hombres a la distancia exacta, y dibujando un tímido arco en los laterales. Solo estaba perfectamente en línea cuando el rival atacaba por el centro. Todo el equipo la tenía como referencia de organización. El Milan fue también revolucionario porque pasó a jugar en los poco más de 25 metros que había entre Baresi y Van Basten. El capitán adelantaba la línea a la vez que el holandés lanzaba la presión muy arriba. A sus espalda, quedaba tejida una tela de araña. Pero cuando el Milan empujaba delante debía hacerlo con velocidad, sorpresa y precisión para robar: entonces se permitía la cesión al portero. Había que ser muy certero en la recuperación para evitar que el rival cogiera aire con su guardameta y le atacara rápido la espalda.
El último cuarto de hora del 5-0 fue una exhibición de Baresi, cruzándose el campo con una eliminatoria con 6-1 y dominando en algunas acciones la frontal del área del Madrid. El partido acabó con la certeza de que había nacido un nuevo dominador europeo. El trabajo estresante de Sacchi daba el paso decisivo hacia su exaltación. Fue una victoria que lo reforzó en Italia, donde el periodista Gianni Brera seguía viéndolo como un intruso en el juego defensivista, pero sobre todo conquistó a sus jugadores después de año y medio en los que, pese a la Serie A conquistada, el equipo y Sacchi pasaron momentos difíciles, como la eliminación en la UEFA contra el Espanyol. Fue un Milan fabricado desde el sufrimiento.
El método de Sacchi era tan excéntrico como inabarcable para los propios futbolistas.
Nada mejor que las anécdotas para explicar las obsesiones de Sacchi, sus manías metódicas, su tesón táctico y su ansiosa didáctica. Desde su llegada en 1987, se esforzó por trasladar al Milan las bases conLos entrenamientos de Arrigo Sacchi podían llegar a durar 7 horas las que había construido el innovador Parma que le había dado la fama en Italia. Al llegar, se sabía tan agotador y cargante que le suplicó dos meses de tregua a la plantilla. A Baresi lo empachó de VHS con los mecanismos de Signorini, el libero en línea que había creado en Parma. Después de concluir su primera concentración de temporada con Sacchi, el portero Giovanni Galli se acostó en su casa, pero era incapaz de atar el sueño. Su mujer le preguntó: “¿Qué ocurre, Gio?”. Y respondió: “Estoy pensando que mañana debo volver a verle”. Solo era el portero… Con Arrigo, había sesiones de entrenamiento de siete horas, con un chorro teórico saliendo de su garganta como la lava de un volcán. Para trabajar su mejor obra, la perfección de las líneas de defensa y centro del campo, Sacchi fue más allá de lo normal: unía a los jugadores con cuerdas. Así mantenía las distancias ideales entre posiciones. La concentración la pulió con otro novedoso ejercicio. Alistaba sobre su sector a los cuatro defensas y entregaba petos de diferentes colores cada uno al resto de jugadores. Luego, ordenaba a todos ellos que fueran a la carrera hacia la zaga. Sacchi gritaba un color concreto y cada defensa debía reaccionar con la suficiente atención y rapidez en medio de esa oleada cromática para llegar el primero al atacante señalado por el técnico.
Su obsesiones no descansaban. En una ocasión conoció que Andrea, el bebé de Donadoni, había enfermado. Encontró la excusa oportuna para telefonear a su poliédrico centrocampista. La conversación fue más o menos así: “Ey… hola Roberto. ¿Cómo está el niño? ¿Y tu esposa? Cualquier cosas que necesitéis, no dudéis en avisad. Contad con el club y conmigo…”. “Gracias señor Sacchi, no se preocupe”, o algo así debió de contestarle Donadoni. “No. Insisto. Cualquier cosa necesaria para el niño…”. “No, no, estamos bien”. Y entonces, arrancó Sacchi: “Por cierto Roberto, quería comentarte que en el próximo entrenamiento voy a trabajar la presión en el sector derecho del centro del campo. Necesitaría que…”. O como Sacchi aprovechaba las pizzas de la cena de la plantilla para componer un terreno de juego, donde las olivas ejercían de futbolistas. O como más de una vez en el parking de Milanello matizó algún detalle táctico dibujando sobre el vaho de las ventanillas de un coche.
En sus primeros días en Milan, el mensaje de Sacchi no terminaba de romper la resistencia al cambio de sus jugadores ni imponer su cultura colectiva y táctica. Entre los incrédulos figuraban Gullit y Van Basten. El entrenador los retó. Les dijo que eligieran a ocho compañeros más, es decir, un equipo de diez para enfrentar a su elección: cinco futbolistas, el portero Giovanni Galli y los defensas Tassotti, Filippo Galli, Baresi y Maldini. La apuesta consistía en que, durante quince minutos y atacando libremente, la selección de Gullit y Van Basten debía hacerle al menos un gol a un portero y cuatro defensas organizados y coordinados. No lo consiguieron. Diez futbolistas al ataque desordenado no superaron a cinco estructurados y supervisados por Sacchi. El pequeño calvo de las Rayban de espejo sonrió como un demonio: había convencido a sus dos estrellas.
A partir de ese Milan, que comenzó en el 5-0 al Madrid, nada fue igual en el fútbol europeo.
El Milan de Sacchi, desde ese 5-0, modificó los fundamentos del fútbol. Impulsó numerosos cambios, aunque varias de sus novedades fueron relativas. El 4-4-2 fue revolucionario únicamente en Italia. La zonaNadie había controlado los espacios en el fútbol como Arrigo ya la había desarrollado la escuela soviética de Maslov y Lobanovskiy, y la escuela holandesa de Michels. También estas dos corrientes habían avanzado los primeros sistemas de presión. Pero, a diferencia de Sacchi, fue una presión individual. Sacchi la convirtió en una operación colectiva. En lugar de tener más que ver con lo atlético, se basaba en los psicológico. Pasó a ser realmente un concepto táctico. Sacchi también sublimó la noción de sistema unida a la noción de estilo. Puede decirse que los modelos de juego nacieron con él tal y como se conocen hoy. Con Sacchi el fútbol pasó a tener cuatro referencias: el balón, el rival, el compañero y el espacio. Este fue el gran legado del italiano, además de potenciar el carácter colectivo del juego, donde las once individualidades pertenecían a una misión coral. Nadie hasta Sacchi había controlado los espacios así. Los futbolistas sin balón pasaron a cobrar tanta relevancia como los jugadores con la pelota. La cultura del movimiento se desencadenó. Las posiciones alcanzaron toda su dimensión, como relación entre hombre espacio y balón.
Por todo esto fue histórica la obra de Sacchi, porque con él nacieron los Equipos, con mayúscula, y porque muchas de las facetas inventadas por otros nadie las hizo funcionar como el italiano. El éxito de Sacchi no residió en las copas, de hecho, su carrera de triunfos se limita a sus cuatro años en el Milan, sino en su herencia y en algo asombroso: Sacchi derrotó al fútbol mismo, obligando a cambiar sus reglas, como ocurrió con el fuera de juego posicional. Y, por supuesto, lo logró porque tenía enormes futbolistas. A su equipo se le conoció como el «Milan de los Holandeses», pero en realidad era el «Milan de los Italianos». Van Basten, Gullit y Rijkaard eran el talento, la fantasía y la calidad de ese equipo. El factor desequilibrante. Pero los italianos, Ancelotti, Donadoni, Baresi, Maldini, Evani, Costacurta…, eran la fuerza de la determinación, el alma del equipo, enérgicos, intensos, disciplinados, motivadores… Auténticos inmortales.
SDuque 19 abril, 2014
Brutal. La historia de la táctica es algo que no controlo 100%, y este tipo de artículos tan detallados sobre eso me encantan. Los artífices del cambio, las distintas escuelas, las revoluciones, las evoluciones. Qué genio Sacchi. Uno se pone a mirar, y cuántos equipos hoy están trabajados en base a varios de sus conceptos. Genial.
Y eso del achique lateral taponando el centro, para la época, sé que Maturana lo hizo también, y causaba admiración en todo el mundo.