La semana no pintaba fácil para su Mallorca. Con 5 puntos de 18 posibles, una jugarreta del calendario obligaba a los bermellones a vérselas en solo cuatro días con el Barcelona de Rivaldo y el Real Madrid de Figo y Raúl. Pero Luis no lo entendió así. Para él, enfrentar a los grandes suponía la oportunidad perfecta de exhibir su truco favorito: el contragolpe. Así concebía el Sabio a sus equipos: conjuntos sólidos, de personalidad definida y claro gusto por los espacios. Y lo cierto es que a ese Mallorca no le faltaba ni un ingrediente de la receta: Engonga y Marcos cerraban atrás e Ibagaza las ponía al hueco para que las tres flechas, Finidi, Luque y Etoo, corrieran sin descanso. Luis era feliz.
El Barcelona había caído por dos a cero en Son Moix, víctima de un par de jugadas rápidas marca de la casa. Quiso el destino que el verdugo culé fuese un tal Samuel Eto’o, el mismo que años más tarde haría historia en el Camp Nou. La siguiente parada, no obstante, parecía inabordable. El Santiago Bernabéu viviría 27 partidos esa temporada entre Liga y Champions y solo en dos conocería la derrota: ante el Bayern Munich –a la postre campeón continental–… y el Mallorca de Luis Aragonés. Los tantos de Ibagaza y Carlitos disparaban a una plantilla que ya no bajaría nunca del octavo puesto y que terminaría el año en tercera posición, igualando la mejor clasificación de su historia y destrozando todos los records de goles, victorias y puntos. Con el club metido en Champions, Luis partía hacia el reto más especial de su vida.
Mallorca fue testigo de la esencia de Luis: competitividad, fuerte personalidad y mucho contraataque
A la velocidad de la luz llegó la noticia que nadie quería oír. Un gol del Tenerife certificaba la permanencia del Atlético de Madrid un añito más en el infierno. Así se popularizó la estancia del Atleti en Segunda División, y la verdad es que motivos sobraban. La presión de un club envuelto en problemas judiciales había devorado ni más ni menos que hasta a tres entrenadores esa temporada. Ninguno pudo colocar al Atlético en puestos de ascenso a lo largo de 42 jornadas. La sociedad, perdida, fue en busca de la única figura que uniría a todos bajo un objetivo común: Luis Aragonés. Zapatones, apodado así por su extraña manera de correr, había sido durante una década un importante centrocampista en el Vicente Calderón. Allí conquistó títulos –tres ligas y dos Copas– y aprendió el arte del contragolpe, disciplina que interpretaba como pocos. Luis la pasaba, Gárate marcaba y el Atleti ganaba. Y como técnico, otra Liga y tres Copas más. Era un mito.
Perfecto conocedor de todas las caras del fútbol, Luis tuvo claro desde primera hora que en Segunda no hay lugar para las exquisiteces. Aprovechando el poder de su nombre, recogió toda la presión y liberó de miedo a un plantel que logró con suficiencia el ascenso de categoría. Era un equipo simple, organizado en un compacto 4-4-2 en el que las principales armas se localizaban en el juego directo de Diego Alonso, la zurda de Stankovic y la velocidad de Aguilera. Glamour, el justito.
El Atlético de Madrid acudió a la figura paternal de Luis para volver de inmediato a Primera División
Mientras peleaba por devolver al equipo de su alma al sitio que le correspondía, Luis libraba otra batalla de relevancia histórica. Un chico llamado Fernando Torres, de 17 años de edad, había aterrizado en el universo Atlético con la fuerza de los grandes fenómenos sociales. EstaAragonés guió a Torres consciente de quién era y lo que representaría aparición suponía un nuevo desafío para Luis, pues la enorme diferencia generacional a priori podía significar una barrera insalvable. Una vez más, quedó de manifiesto que el fútbol no tenía secretos para el de Hortaleza. Luis manejó la relación de manera sobresaliente. Fernando disputó 36 partidos de 42 pero en ningún momento sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Para ello, Luis empleaba a menudo una treta que no gustaba nada a la joven promesa: sustituirle allá por el minuto 60 de cada partido. Para el recuerdo queda la anécdota vivida aquel 20 de abril de 2002, en campo del Polideportivo Ejido. Tras recibir una tarjeta amarilla al minuto diez de encuentro, Torres comenzó a sufrir la dureza de un rival que buscaba desquiciar a ese niño tan descarado. Cansados de su insolencia, el Poli Ejido implicó al novato en una tangana sin más objetivo que la segunda tarjeta amarilla, pero Luis, viejo zorro, reaccionó a tiempo. Minuto 42, fuera Fernando Torres.
Fue una semana ajetreada. Los medios recogieron el enfado de Fernando, molesto por haber sido sustituido antes de lo que era frecuente. Claro que a Luis todo eso le daba igual. Aquel cambio programado llevaba implícito una lectura más amplia. Aragonés no quería que ese crío, destinado a ser leyenda colchonera, tuviera que lidiar con amarguras impropias de su edad. Suficiente tenía con haber conocido un Atlético en Segunda. Los minutos finales de partido, aquellos en los que se reparte el jornal, debían ser para los asalariados del club, desprovistos de todo vínculo emocional. Luis sabía que no tardaría en llegar el día en que a Torres le tocaría cargar con toda la entidad sobre sus hombros, estuviera o no preparado. Cuando ese momento llegó, Fernando miró atrás y fue consciente de todo lo Sabio que podía resultar su abuelo. Durante siete años Torres fue más de lo que un futbolista puede llegar a soportar. De la noche a la mañana, a Fernando le había tocado ser la bandera de la ilusión de un club mermado en lo deportivo pero con la exigencia intacta. Una mochila muy pesada, la misma que Luis quiso aligerar el máximo tiempo posible.
Atlético y Mallorca fueron sus últimas aventuras en los banquillos de La Liga. Esperaba la Selección
Para casi todo el mundo, la Euro 2004 fue seguramente el torneo más insípido de la selección española en los últimos veinte años. Quizás por eso, la Federación optó por Luis Aragonés como sustituto de Iñaki Sáez. Su nombre generaba consenso. El debut de Luis en una gran competición a nivel de Selecciones llegó en la Copa del Mundo de Alemania 2006. Fue un campeonato de luces y sombras. Las primeras gotas de Xavi, Torres o Villa se mezclaron con el ocaso de otras figuras relevantes que ya habían dado lo mejor de sus carreras. Luis decidió no aplazar la revolución ni un segundo más.
A los 69 años. Esa es la edad con la que Luis Aragonés afrontó la empresa más difícil de todas: dotar al fútbol español de algo que no había podido encontrar en más de medio siglo: identidad. La hazaña gana en relevancia si tenemos en cuenta que los elementos de esa revolución podían considerarse ajenos a lo que siempre había definido a Luis. Por un lado, el grupo a manejar contaba con gran cantidad de chavales jóvenes. Los Ramos, Silva, Iniesta, Cesc, Torres o Santi Cazorla nada tenían que ver con el perfil de plantilla veterana y curtida que tan bien sabía explotar Luis.
Por otro lado, el nuevo estilo de la Selección no guardaba relación directa con el famoso “contragolpe de Luis”. El pase corto y la posesión se alzaban como protagonistas bajo la batuta de Xavi. Eso sí, con matices.Luis sembró el tiki-taka pero jugaba a otra cosa La historia ha hecho de aquel equipo de 2008 algo directamente relacionado con el famoso “tiki-taka”. Eso llegó luego. Aquella España no tenía problemas en ceder la pelota algunos minutos y esperar replegadita con su 4-1-4-1. Ahí afloraba la esencia Aragonés y la calidad de delanteros como Güiza, Torres o Villa. En cualquier caso, en el curriculum de Luis quedará el haber apostado por la figura de Xavi Hernández cuando más discutida estaba. Suplente en la etapa final con Rijkaard, muy pocos entendieron entonces la pasión que mostraba el Seleccionador por el cerebro catalán. Luis “rescató” para el fútbol a un centrocampista de época mientras sacaba lo mejor del resto de jugones. Todos (juntos) tuvieron sitio en el triunfo de 2008. Él plantó la semilla.
Luis dejó mucho más que un gran título continental; España ya sabía lo que quería y cómo conseguirlo
“Si no estoy en la final con este equipo soy una mierda”. Luis siempre lo vio. Siempre tuvo claro qué futbolistas tenía y todo lo que podía alcanzarse, incluso cuando el descrédito rodeaba a La Roja y todo eran golpes y malas palabras. Decía Casillas que en el fondo “el único que había creído en ellos había sido él”. Quizás porque del fútbol Luis ya lo sabía todo. A lo mejor fue su condición de Sabio lo que le empujó aquella tarde de junio en Viena. Ante Alemania, minutos antes de saltar al campo, Luis agarró a Fernando Torres, le miró a los ojos y exclamó: “Hoy marcas”. Y entonces le besó en la frente, como un Abuelo besa a su nieto, miembro de su misma familia. El resto es historia, de sobra conocida. Gracias Luis. Gracias por todo.
Rafiki 3 febrero, 2014
No suelo escribir mucho aqui, pero chicos gracias por el homenaje a Luis justo iba a preguntar si le iban a hacer uno, todavia no he leido ninguno de los textos que le dedicaron aqui en Ecos pero estoy seguro que debe ser Excelente.
No soy español pero la vdd la muerte de luis me dejo helado me afecto mas que nada xq la unica vez que fui con españa fue en el 2008 es que ese equipo es uno de mis favoritos eran los eternos perdedores los llegamos a 8vos y nos vamos a casa pero fue luis el que cambio todo el que hizo que españa se creyera q podian ser campeones, luis es un grande entre los grandes, mi partido favorito de la seleccion siempre va a ser el España vs Rusia ese partido me parecio lo maximo y todo gracias a el, el hombre que siempre creyo en la victoria.
Como ya dije no soy español por lo mismo me sorprendio q me haya afectado la muerte de Luis Aragones, me hace pensar en lo increible que es este deporte que nos hace crear lazos de cariño/afecto con gente que no conocemos.
PD: "Digale a ese negro soy mejor que usted negro soy mejor que usted negro"