Roberto Mancini fue un futbolista diferente. Atrevido, imaginativo y genial, su colección de goles le retrata como lo que fue: uno de esos finos fantasistas que en el Calcio tenían el obligado permiso de saltarse el libreto para alterar el ritmo cardiaco del respetable. «Si Mancini no juega, no voy al estadio; no podría disfrutar», llegó a decir Paolo Mantovani, histórico presidente de la Sampdoria. Quizás su proyección internacional quedó algo opacada por ser coetáneo de Roberto Baggio, pero su huella en el fútbol italiano es tan profunda como lo puede llegar a ser la de un chico que debutó con 16 años en Serie A y que no se marchó de ella hasta los 36, tras marcar 156 goles y ganar 10 títulos (dos Scudetti, seis Coppas Italia y dos Supercoppas). Aunque su carrera comenzó en el Bologna, el club de su vida sería la Samp. Allí no sólo lo ganó –casi– todo haciendo pareja con Gianluca Vialli, sino que además se convirtió en todo un símbolo de la institución por su carisma, carácter e implicación. Una personalidad que bien se puede resumir en una anécdota que suele contar Sven-Göran Eriksson: «Antes de entrenar, Mancini siempre quería comprobar que todo estuviera en su sitio. A veces tenía que decirle: ‘Mancio, tienes un partido que jugar el domingo y estarás agotado si tienes que controlarlo todo’. Pero él era así».
En los catorce años que Roberto estuvo en Génova pasó por las manos de Vujadin Boskov, Cesar Luis Menotti o Renzo Ulivieri, pero sería el técnico sueco quien marcaría su transición del terreno de juego a los banquillos. «Quería ser entrenador incluso cuando aún era jugador», comentaba un Eriksson que, precisamente por esta razón, se lo llevo con él a la Lazio en 1996. En Roma, Mancini comenzó a dar charlas en los descansos y terminó ejerciendo como un asistente más. Por medio, un segundo Scudetto muy especial. «En la Lazio teníamos problemas con nuestro centro del campo. Un día él vino a mi oficina y me dijo: ‘Déjame jugar de mediocentro’. Le comenté que tenía que ser capaz de defender un poquito, pero él dijo que lo haría. Jugó 17 partidos de mediocentro, no perdimos ninguno y ganamos la liga», reconocía Eriksson. En cambio, no fue en la capital italiana donde Mancio colgaría las botas. Por consejo de su mentor, fichó por el Leicester City en busca de una nueva experiencia. La Premier, que comenzaba a ser la mejor liga del planeta, parecía el destino ideal para aprender otra cultura futbolística, pero únicamente pudo disputar cuatro partidos. Le llamaban desde Italia; en Florencia necesitaban un entrenador.
Como jugador, Mancini ganó dos Recopas (90 & 99) y alcanzó una final de Copa de Europa (92).
Aunque tuvo que pedir un permiso especial al no tener la formación necesaria, Roberto Mancini ya se consideraba preparado para comandar un equipo porque «el fútbol había sido su vidaEl debut de Mancini en los banquillos no fue un reto nada asequible durante 20 años y siempre se había interesado por la técnica y la táctica». Sin embargo, la Fiorentina en marzo de 2001 era mucho más que planificar, entrenar y dirigir. Pero mucho, mucho más. El club viola estaba inmerso en una gravísima crisis económica que primero le obligó a desprenderse de su gran estandarte (Gabriel Omar Batistuta) y después del resto de jugadores con cartel (Rui Costa & Francesco Toldo) para, finalmente, declararse en bancarrota, refundarse en 2002 y comenzar de cero desde la Serie C2 italiana. En medio de este delicado escenario, Mancini sólo duró diez meses en los que le dio tiempo a ganar una Coppa Italia (aunque, en realidad, sólo dirigió a la Fiore en la final a doble partido ante el Parma), aunque los resultados en liga nunca llegaran a ser del todo positivos. El clima que rodeaba al equipo era muy tenso, la presión social era cada vez mayor y, tras varias amenazas de muerte, el técnico italiano decidió dimitir.
Fue un trago muy amargo para Roberto, pero tardaría poco tiempo en encontrar un nuevo trabajo con el que poder desquitarse. Los dirigentes de la Lazio habían visto cómo ni Dino Zoff ni Alberto Zaccheroni podían cumplir sus elevadas expectativas y, por tanto, decidieron recurrir a un técnico que no sólo les era conocido, sino que además habíaDirigiendo a la Lazio se ganó el respeto de todo el fútbol italiano por sus dotes de mando sido parte de ese vestuario hasta hacía muy pocos meses. Parecía un destino ideal para Mancini, pero los apuros económicos que comenzaba a vivir el Calcio le iban a volver a jugar una mala pasada. Sergio Cragnotti, el propietario, inició el verano intentando firmar a Manfredini & Eriberto para reforzar el equipo y lo terminó teniendo que ceder el control del club por un inasumibles deudas que, como la Fiore, tuvo que hacer frente con la venta de sus estrellas (Nesta al Milan & Hernán Crespo al Inter). Un pésimo negocio para un Mancini que, además, debería dirigir un vestuario molesto por los recortes salariales. El caso es que, con todo en contra, logró exprimir a sus jugadores formando un equipo sólido e intenso que quedó cuarto en Serie A y llegó a las semifinales de UEFA & Coppa. El mediocentro de ese equipo, un tal Diego Pablo Simeone, le describió como «un técnico muy riguroso y serio en su trabajo». En el siguiente año, con la entidad ya en manos de los bancos, el equipo dio un paso más ganando la Coppa Italia. Es cierto que en liga bajaron hasta la sexta posición y que no pudieron pasar de la fase de grupos de la Champions, pero esa Coppa adquirió un valor especial por el brillante camino en el que fueron derrotando a doble partido al Parma de Prandelli por 3-1, al Milan de Ancelotti por 6-1 y, en la final, a la Juve de Lippi por 4-2 con un excepcional Stefano Fiore. No había sido en un contexto tan hostil como el que vivió en Florencia, pero el técnico marquesano se ganó el respeto del Calcio al liderar con éxito a una Lazio en problemas. Por eso, cuando el Inter de Milan le anunció como su nuevo entrenador nadie se extrañó. Mancini nunca más volvería a pasar hambre.
El Inter de Milan llevaba 16 años sin ganar un Scudetto, 23 una Coppa Italia y 40 una Copa de Europa.
En su presentación como técnico nerazzurro, Roberto Mancini dijo que «quería un equipo que ganase y divirtiera, porque jugando bien es como llegan los títulos». Cuatro años más tarde (2008), en la que sería su última temporada al frente del Inter, Eleonora Giovio le preguntó acerca de qué era jugar bien para él, a lo que éste respondió de la siguiente manera: «Afortunadamente no jugué de «terzino» ni de centrocampista sino de delantero y, si no me llegaban los balones, me cabreaba. Quiero que el balón circule rápido y pegado al césped. Me gusta el fútbol que divierte a la gente y a los jugadores, el taconazo y los goles bonitos. Ésa es la esencia, pero el pelotazo largo a veces también sirve». Lo cierto es que durante el tiempo que transcurrió entre ambas declaraciones el Inter de Milan no divirtió en exceso, pero sí que ganó mucho.
Lo hizo además desde la primera temporada en lo que fue su tercera Coppa Italia, pero sería el Moggigate lo que facilitaría el ascenso de su Inter de Milan a la hegemonía del fútbol italiano. Esta frase no pretende ser injusta con el trabajo que hacía y haría Roberto Mancini, pero en el verano de 2006 su Inter unió Sin la Juventus y con Ibrahimovic, el Inter de Mancini logró tiranizar por completo el Calcioun Scudetto en el que había quedado tercero a otra Coppa Italia, perdió de vista a la Juventus, vio mermado al Milan y, por si fuera poco, se hizo con los servicios de Ibrahimovic y Patrick Vieira. Es decir, el territorio le quedó despejado y él se encargó de asfaltarlo como un rodillo implacable para que no hubiera dudas (récord de victorias -17-, sólo una derrota -Roma- y Scudetto con 22 puntos de diferencia). Lo logró haciendo también una modificación táctica en el esquema que había venido utilizando desde su estancia en la Lazio: pasó de jugar en 4-4-2 con Vieri/Martins & Adriano en punta a hacerlo en 4-3-1-2 con Stankovic/Figo por detrás de Ibrahimovic & Crespo/Adriano. El equipo nerazzurro gustaba y convencía con goles, pero era su línea de tres centrocampistas (Zanetti, Cambiasso y Vieira) la que mejor le identificaba. Un hecho que, con algún matiz, también sucedió en su última temporada. Aunque ya estaban todos, el Inter se impuso de nuevo a la Roma –por tres puntos– en lo que significaba el séptimo título de la era Mancini. Sin duda, durante esos cuatro temporadas el Inter recuperó en Italia parte del lustre que había perdido con el paso de los años, pero en Europa seguían sin acercarse a los mejores.
«Mucha gente le llama Inter, pero yo prefiero Internazionale: un nombre, un objetivo», proclamaba con buenas intenciones pero sin demasiado tino el técnico italiano. Y es que la Champions fue su gran lunar durante su estanciaVarios fracasos en la Champions League le costaron el puesto en Milan, sobre todo en las dos temporadas en las que el Inter ya dominaba en Italia. Antes había caído ante el Milan (0-3) y Villarreal (3-3) en cuartos de final, pero en 2007 y 2008 se esperaba que los nerazzurri se acercasen a las últimas rondas en vez de caer en la primera eliminatoria ante Valencia (2-2) y Liverpool (0-3). No estaban obligados a campeonar, ni mucho menos, pero sí debían mostrarse como un firme candidato. Como un equipo importante. Y no lo hizo. El detonante de su marcha fue, precisamente, la eliminatoria ante el conjunto inglés. El Inter se había clasificado brillantemente como primero de grupo (15/18 puntos), pero en Anfield replegó líneas hasta su propia portería, preponderó la solidez defensiva al ataque y terminó cayendo 2-0 sin llegar a disparar a puerta. Materazzi había sido expulsado a la media hora, pero las dos derrotas ante los de Benítez no admitían excusas. En la rueda de prensa del partido de vuelta, con Mourinho sonando cada vez con más fuerza, Roberto Mancini dejó caer su marcha. Unos meses después, con Mou ya contratado, el Inter se acogió a esas palabras para despedirlo.
El Manchester City estaba comenzando un proyecto en el que invertiría más de mil millones de euros.
Tras solucionar las vicisitudes legales con Massimo Moratti, Roberto Mancini recaló en el Manchester City en diciembre de 2009. Él era el elegido para liderar a corto y largo plazo un proyecto que se había mostrado ambicioso desde el primer día con el fichaje de Robinho (42M), pero que hasta entonces había estado en las manos de Mark Hughes con el poco éxito que le caracteriza. Sin embargo, aunque la inversión del grupo «Abu Dhabi United Group for Development and Investment» superaría la barrera de los mil millones en sólo tres años, sus exigencias deportivas nunca fueron desmedidas. La dirección del club trazó un plan quinquenal por el que, en cinco años, el Manchester City debía estar consolidado en la élite del fútbol británico y europeo. Primero entrar en Europa, luego en la Champions League, después aspirar a la Premier League y, finalmente, en la 2012/2013 el salto final. Sin prisa pero sin pausa, que se suele decir.
Mancini fue cumpliendo paso por paso este Five-Year Plan hasta su última temporada, pero prácticamente desde el comienzo su labor fue muy cuestionada por la prensa británica y la crítica europea. Repasemos. En su primer año entra en la Europa League (promediando 1,80 puntos por partido) tras relevar a Mark Hughes (1,70) en la jornada 18. EnMancini fue cumpliendo los objetivos mínimos impuestos por el club hasta el curso pasado el segundo, el de la gran inversión (Yaya Touré, Silva, Balotelli…), logra una tercera posición (1,86) con billete a la Champions que acompaña la FA Cup ganada -primer título en 35 años- tras superar al United en semifinales. En el tercero, la llegada de Agüero supone ganar (2,38) la Premier League -segunda liga de la historia skyblue-, pero cae eliminado en la fase de grupos de la Champions ante Bayern Munich, Nápoles y Villarreal. En el último, se produce el primer retroceso al quedar subcampeón en Premier (2,05), caer ante el Wigan en la final de la FA Cup y volver a tropezar en la máxima competición continental frente a Real Madrid y Borussia Dortmund. Entonces, ¿por qué se dudaba de Mancini? La crítica centraba su aguijón en su excesivo pragmatismo, algo que se veía más en el estilo y, sobre todo, la dirección de campo que en la alineación inicial. Era tan normal ver juntos a Yaya, Silva, Nasri, Agüero y Dzeko como que, perdiendo, Mancini retirara un delantero para meter un mediocentro. Muchas veces terminaba de forma exitosa, pero el mensaje ya estaba enviado. Mancio se defendía diciendo que le criticaban por ser italiano, pero nunca negó su idea futbolística: «Me gusta ganar 1-0. Cuando tú no concedes ningún gol y tienes jugadores como Dzeko, Tévez o Silva, ganas el 90% de los partidos. Prefiero que nos aburramos dos o tres, pero ganemos 1-0. Si tú te fijas, los equipos que ganan títulos reciben muy pocos goles». Una sentencia muy clara que muchas veces solía cerrar con una frase tan manida como «no todos los equipos pueden jugar como el Arsenal».
“El trabajo de Roberto habla por sí solo. Cuenta con el respeto y la gratitud de todos, y el cariño de nuestros aficionados por lo conseguido durante los últimos tres años y medio”. Así concluía el comunicado que el CityLa mayor parte de la hinchada citizen creyó injusta su destitución emitió para anunciar su despido. No eran palabras vacías ni una forma de hablar, pues la reacción airada de los aficionados skyblues -la cual tampoco llegó a aprobar la marcha de su predecesor- sorprendió al mundo del fútbol. “¡Destituir a Mancini es una broma! ¿Vais a hacer esto cada vez que tengamos una “mala temporada”? #desgracia #mancinieselhombre”, rezaba elocuentemente uno de los tantos tweets que recogió Axel Torres para MarcadorInt y que, sin duda, confirmaba una sensación: el nivel de exigencia en Manchester para con Mancini era menor que la que había fuera. Quizás por gratitud por la Premier League ganada, quizás por su mentalidad de supporter inglés o quizás por la política de comunicación del italiano, con la que solía insistir en que el City no tenía la mejor plantilla o que la falta de refuerzos había sido clave para su fracaso. Pero era así. Al final, más allá de las razones, el hecho es que entre técnico y afición existía un cariño mutuo que, por ejemplo, se escenificó con la compra de una página de periódico a modo de despedida por parte de Mancini. Las tres copas, su eterna bufanda y la afición; ese fue su legado.
En Manchester la figura de Mancini es mucho más respetada que en el resto del planeta futbolístico.
De esta manera, Mancini abandonó el club que, seguramente, marque buena parte del futuro de su carrera en los banquillos. Justa o injustamente, sus trabajos en la Fiorentina y la Lazio quedan ya muy lejanos. Justa o injustamente, sus títulos en el Inter de Milan están empañados por las circunstancias del Calciopoli y la posterior Champions League de Mourinho. Justa o injustamente, de su labor en el Manchester City siempre se recordará más lo que no hizo por el espectáculo que lo que conquistó para su afición. Justa o injustamente, el fútbol es así. Desde Turquía le toca recuperar parte del crédito perdido. Hoy, desde luego, es un buen día para lograrlo. La Juventus de Antonio Conte visita el Ali Sami Yen con el pase a los octavos de final en juego. La Champions siempre se le ha atragantado a Mancio, pero cualquier día es bueno para comenzar a cambiar la historia de un atacante fantasista que se convirtió en pragmático entrenador.
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Víctor 10 diciembre, 2013
¡Excelente! Me ha encantado esta recapitulación de la carrera de Mancio, entrenador con el cual siempre me he sentido como deshojando la margarita: lo quiero, no lo quiero, lo quiero,…
Independientemente de logros o deslogros el italiano es sin duda una de las personalidades de banquillo menos afectadas, o más auténticas (a la italiana), en el mercado futbolístico.
Hoy le deseo suerte.