“¿Quién es usted, señor Anderson?”, habría que preguntarle. Porque no está tan claro. Brasileño de nacimiento y formación, pronto llegó a Portugal y en el viejo continente encarnó como muy pocos las peculiaridades del mediocampo moderno. Aunque eso no siempre fue evidente: el jugador confundía en su ascenso impactante con el Porto desde un rol al que sólo interesaba la portería contraria. Ya llegaba, pero sobre todo golpeaba el balón, lo mimaba entre líneas, lanzaba y mandaba a todos. Marcaba los goles importantes. Por entonces costaba entregar demasiado mérito de ese proyecto sorprendente a un entrenador novato y arrogante del que se tenían referencias, pero no las que definirían a un gigante de los banquillos. La figura era el diez.
En el equipo portugués lo ganó todo, una sana costumbre a la que se mantendría fiel durante el resto de su carrera, y cuando llegó el momento de cambiar de aires se le abrieron todas las puertas. La primera fue la de su propio entrenadorSu gran sentido táctico siempre preponderaba, que le ofrecía la mano camino de Londres. Pero los grandes brasileños habían jugado en el Barça, y eso pesa. Del Chelsea adinerado poco se esperaba por entonces pero el futuro inmediato del equipo azulgrana no estaba tampoco demasiado claro. Llegó al proyecto de Frank Rijkaard como sustituto directo de Edgar Davids, y aunque pronto fue evidente que él era otra cosa lo cierto es que el veinte azulgrana no era el diez de los dragones. La figura del nuevo proyecto culé era otra, un brasileño con indudable denominación de origen, y nuestro hombre se convirtió pronto en la sombra que lo sustentaba. Siempre gustó del gesto imaginativo en la combinación y no le faltaba técnica, alegría ni creatividad. Lucía incluso el punto de lentitud que ha lastrado tantos proyectos de mediapunta fantasioso, pero su fútbol se expresaba a través de un enorme sentido táctico que imponía otras reglas de juego. Veloz en la lectura y preciso en la posición, honró el nuevo fútbol de su Portugal adoptivo desde el gobierno de ambas transiciones y aportó al proyecto azulgrana una cuota de oscura autoridad que fascinó a propios y extraños.
En Barcelona ganó una Champions y dos Ligas.
Demasiado, quizá. Su recuerdo ha olvidado muchas cosas. Que el cenit de su fútbol no duró tanto, por ejemplo. Y que pese a su fama de competidor nato nunca fue un prodigio de regularidad. Que su gestualidad algo pesada no se imponía en todas partes y que fue el primero en acortar la vida de un equipo demasiado breve. Pero mirando hacia atrás cuesta quedarse con eso, porque con sus virtudes y sus defectos fue uno de los centrocampistas de nuestras vidas. “¿Quién es usted, señor Anderson?”, habría que preguntarle ahora que su carrera terminó. ¿El malabarista o el ejecutor? ¿El talento irregular o la constante competitiva? ¿El brasileño o el portugués?. “Yo soy Deco”, respondería. Y estaría todo dicho.
letissier 4 septiembre, 2013
A tus pies Deco. Uno de mis jugadores favoritos de siempre. El Barça de R10, Eto'o.. y de Deco!