Moría su madre en la cama de un hospital de Glasgow, pero a él lo habían citado en las oficinas de Old Trafford no porque fuera escocés, algo que parece accesorio excepto si es el Manchester United quien te llama, sino porque Martin Edwards, el presidente, estaba convencido de que sería el mejor. ¿El mejor durante 27 años? Edwards no lo sabía, pero él sí. Era 1986 y el Manchester United vivía atormentado desde la retirada del escocés que alimentó de cultura, valores e ideología el club, Matt Busby. Los vecinos de Liverpool saboreaban la leyenda de la Copa de Europa y más allá de Manchester parecía que todos los clubes ingleses habían tenido algo que decir. Habían desfilado cinco entrenadores de diversa piel y carácter, aunque en algo coincidieron: no ganaron nada. O nada con mayor peso que un par de FA Cups. Wilf Macguinness cayó abrasado por la herencia de Busby. El católico irlandés Frank O’Farrell fue una cosa extraña del que se supo poco más que su atrevimiento para dirigir a Irán poco después. Tommy Docherty era escocés, quizá por eso resistió tanto. Era un notable entrenador, de la escuela de Jimmy Hogan, y bastante mérito tuvo con sacar al United del abismo de la Second Division en el que lo había sumergido. Docherty pudo haber alargado la carrera allí si no se llega a meter en la cama equivocada con la esposa de uno de los fisioterapeutas del equipo, una jugada tan británica como el kick and rush que le costó el puesto. Después apareció Dave Sexton, pero se marchó ahogado por las urgencias de títulos. El siguiente fue Ron Atkinson, una apuesta algo más seria, que reanimó el club, pero que no pudo exorcizar de Old Trafford el fantasma ganador del Liverpool. Con el vestuario apestando a alcohol y fritanga, fue despedido. Durante esos 15 años de desorientación, el Manchester United había perdido su estatus de privilegio dentro del fútbol británico. Así estaba el corral cuando llegó Álex Ferguson para comenzar una epopeya que aún recibe líneas 27 años después.
Ferguson venía de ganar diez títulos en Escocia con el Aberdeen FC y uno con el Saint Mirren.
En este tiempo, el Manchester United se ha convertido en un emperador del fútbol mundial. No hablaremos de esto, ni de este proceso, sino de la locomotora que lo ha impulsado hasta allí. Álex Ferguson se ha consolidado desde 1986 como el personaje más emblemático, exitoso y poderoso del fútbol inglés. Ningún entrenador británico ha ganado tanto y tan repetido como él. No repasaremos todas las copas que ha levantado, son casi todas las que existen (excepto la UEFA) y varias veces, sino todo aquello que le ha transformado en uno de los actores de mayor calado en la historia del fútbol. Ferguson ha ganado, pero sobre todo ha convencido. Ha construido una marca universal, ha fabricado millonarios, futbolistas e inversores, y, sobre todo, no sólo ha depurado la tradición emborronada tras la salida de Busby sino que ha sido capaz de conciliarla con la modernidad hasta el punto de convertir al Manchester United en un imperio en que él, sir Álex Ferguson, está, incluso, elevado por encima de la propia institución.
Aun con todo, muy pocos personajes encienden el odio británico como él. No faltan quienes debajo de esa cara rosada y esa sonrisa de jubilado en Benidorm detectan un espíritu agresivo, matón, sectario y manipulador de las estructuras del fútbol inglés. Es posible que sea así. Ferguson es, ante todo, un ser poderosoSir Alex Ferguson jamás ha renegado de sus convicciones políticas. Y quizá lo sea porque se ha ganado el derecho a serlo. Pocos entrenadores han manejado un perfil tan político como él. En cierto modo, Ferguson ha obrado más como un líder que como un manager. Amante de los vinos, las carreras de caballos y la lectura, Ferguson ha confesado varias veces que su verdadera pasión más allá del fútbol es la política. Por ejemplo, Tony Blair recibió varios de sus consejos sobre liderazgo. Nunca Ferguson ha renegado de su pensamiento obrero. Es un laborista declarado. Y esto es importante para entender al Ferguson entrenador, casi tanto como descifrar sus acciones de juventud. Nacido en 1941 en Govan, al sur de Glasgow, su padre trabajaba la chapa en la industria naval. El joven Álex compaginaba el fútbol con un trabajo de aprendiz en los astilleros del río Clyde. No tardó mucho en ocuparse de la delegación sindical: ya saben, una delegación sindical en los astilleros escoceses en plenos años 60. Había que tener el pecho de plomo. Como futbolista, era un delantero agresivo, muy prototípico de lo británico. Jugó en varios clubes escoceses, con el Rangers como principal estación. Pero tampoco fue un ariete especial. En esa etapa, también fue el máximo representante de los jugadores escoceses en la Asociación de Futbolistas Profesionales.
Como vemos, Ferguson siempre tuvo una voluntad socializadora y un amplio concepto de la comunidad. La gestión de grupos es uno de los pilares de su éxito. Por encima de formalismos tácticos y metodológicos, Ferguson ha pulido una estrategia imponente: el liderazgo. Cuando llegó al Manchester United, se propuso reciclar la cultura interna del club. Limpió el vestuario de los vicios de la botella, impuso la ética del esfuerzo y se sacó de encima cualquier futbolista sensible a la disciplina. Eso ha sido así durante toda su etapa en Old Trafford, ha dado igual que fueran figuras como Bryan Robson, Paul McGrath o Norman Whiteside. Ya en el Aberdeen, donde desafió el Old Firm y le conquistó una Recopa al Real Madrid, estableció nuevos hábitos. Era habitual que sus futbolistas comieran siempre antes del partido un jugoso e intenso bistec hasta que Ferguson le pegó una patada a esos filetes cuya digestión aún seguía encendida en las segundas partes de los partidos.
El liderazgo de Ferguson reposa sobre su talento directivo. Siempre ha logrado que sus futbolistas desarrollen una estrecha identificación con él, su trabajo y el escudo del Manchester United. Pero el respeto al club siempre por encima de la ambiciones personales. Por eso, cuando Van Nistelrooy, Roy KeaneUn gol de Mark Robins en la FA Cup de 1990 salvó a Ferguson de la inevitable destitución o Cristiano Ronaldo han tenido que salir, lo han hecho. Su estrategia paternalista explica que pocos futbolistas hablen mal de él. También ha funcionado como un imán popular. Es una figura que tiene cientos de enemigos, pero que representa en Manchester un dios sagaz y triunfador. En su etapa en el St. Mirren, club que ascendió de Segunda a Primera escocesa después de iniciarse en el East Stirlinshire con sólo 32 años, era habitual que se montara a una furgoneta, le instalara un altavoz y él mismo recorriera las calles de Paisley reclutando obreros para las gradas de su estadio. Posiblemente, es cierto, las relaciones públicas no sean el punto fuerte de una persona con aspecto encabronado y fama de cruel, pero su capacidad como líder carismático es arrolladora. También su astucia. El talento no suele escapar a su hocico de zorro. Ve lo que otros sólo presienten. Cuando en sus primeros cuatro años al frente del Manchester United los títulos le negaban la mirada, Ferguson seguía firme en su intención, reclutando apuestas como Steve Bruce, Viv Anderson o Mark Hughes. Fueron años espinosos. Llegó a tener pie y medio fuera del club. Martin Edwards siempre lo desmintió, pero sin aquel gol de Mark Robins al Nottingham Forest en la tercera ronda de la FA Cup 1990 hubiera sido destituido. Ferguson ganaría ese torneo y la Recopa una temporada más tarde al Barcelona, pero el estigma del título de liga, de la renovada e incipiente Premier, seguía escociendo.
Tras estar muy cerca de ser despedido, Sir Alex ganó. Faltaba la Premier League, faltaba Eric Cantona.
El punto de inflexión fue Eric Cantona. Su fichaje cambió el Manchester United. Ferguson comprendió como nadie al irreverente francés y le autorizó a que se expresara en el campo como su naturaleza rebelde requería. El talento primaba. De la gestión emocional de Cantona sólo podía encargarse Ferguson. Este matrimonio puso punto y final a 26 años de sequía en liga. El método de Fersuson recibía así su impulso definitivo. Esa sufrida primera etapa construyó una dura epidermis en el manager escocés que sería fundamental en los célebres años posteriores, en los que construyó una estructura de club simple, pero efectiva, con él como faro indiscutible. Su temperamento y habilidad en la gestión humana le han permitido construir vestuarios fuertes y comprometidos. Sólo desde ese punto puede explicarse su éxito en la regeneración de proyectos. Potente mentalista, es famoso por su control del mensaje, capaz de picotear en el orgullo de Mourinho, Keegan o Wenger o de desafiar al sistema de arbitraje británico. Los juegos mentales han representado un pivote maestro en su modo de administrar los grupos y ejercer su liderazgo. Es célebre su mejor arma motivacional: el ‘hairdryer’, el secador de pelo. Ferguson se instala en el centro del vestuario como su cuello hinchado de vísceras y las derrama como un huracán de gritos contra el futbolista o los futbolistas correspondientes. Cara a cara, delante de quien sea, el ardiente Ferguson enciende ese viento que levanta el flequillo y revienta el oído.
El éxito de Álex Ferguson lo ha representado su habilidad para mantener el Manchester United en continua reinvención durante 27 años. Suele madrugar, acude a Carrington sobre las siete de la mañana, se encierraEl juego evolucionó y el fútbol cambio, pero Alex Ferguson logró adaptarse con éxito en el gimnasio durante 45 minutos, se toma un croissant y comienza la jornada de entrenamientos. Después se encierra toda la tarde con su extenso cuerpo de colaboradores. Vive por el Manchester United y ese sentimiento de pertenencia explica su longevidad en el cargo. Más allá del crecimiento del propio club, Ferguson nunca ha sido un entrenador revolucionario: ni ha promovido innovaciones universales en el campo táctico, ni ha ejercido tampoco como un generador de corrientes. Sin embargo, ha controlado los fundamentos y códigos del fútbol como pocos. La magia de Ferguson es su flexibilidad, su capacidad para adaptarse al paso de las décadas y evolucionar al mismo ritmo que el fútbol. Esto gana valor cuando se instala en la perspectiva de lo que ha sido el fútbol británico, un cubo hermético, donde la ortodoxia lo ha resistido todo. Ferguson es un producto de otro tiempo que sigue refrescante y vitalista en la actualidad.
Siempre ha reconocido en su ideario la influencia de Jock Stein, el mito del Celtic de Glasgow campeón de Europa. La escuela escocesa moldeó al joven Ferguson, con licencia de entrenador desde los 24 años, mucho antes de apagar su carrera. De Stein absorbió conceptos que consolidaron su manera de entender el Manchester United, un club de genética escocesa desde los años de Busby, con el juego ofensivo, más raseado y alegre, y con la ruptura con el ala más conservadora del pragmatismo inglés como principios básicos. Ferguson recogió de Stein algunos de los rasgos que son comunes en sus diferentes versiones de Manchester United: un flujo veloz y ligero de juego, protagonismo de extremos habilidosos y con buen pie, y el énfasis puesto en el talento ofensivo. Estas ideas cuadraban a la perfección con la tradición del United y siguen vivas.
Durante su longeva carrera en el Manchester United, Sir Alex ha demostrado su flexibilidad.
Ferguson se ha configurado como un entrenador poliédrico, de mil caras. Su elasticidad para cambiarse, matizarse o sorprender encaja en el perfil de un estratega alejado de las normas fijas y las convenciones. Pero eso, no obstante, es ahora. Sus primeros equipos se mantuvieron fieles a un 4-4-2 de claro contenido británico. Ferguson siempre ha procurado nutrirse de lo mejor del mercado porque su idea siempre ha pasado por el dominio absoluto de todas las facetas del juego. El respeto a la posesión tampoco ha faltado en su estrategia. Al principio, Ferguson fue muy británico, pero todo cambió con el contraste continental. Dos derrotas se clavaron en el alma del United y llevaron a Álex a una mayor flexibilidad: Real Madrid en la Copa de Europa de 2000 y Bayern de Munich en la de 2001. En gran medida, el imaginario futbolístico de Ferguson se forjó en la Copa de Europa, donde asistió, entre otros muchos partidos, a la exhibición e impacto del Real Madrid en Glasgow en la final de Hampden Park contra el Eintracht de Frankfurt (7-3). “Ese partido resume todos los sueños europeos”, dice.
Aquellas dos eliminaciones significaron la frontera, el epílogo del primer Ferguson, quien, a partir de entonces, fijó las coordenadas de su equipo en clave europea. Y el 4-4-2 no era suficiente para competir fuera. Seguirían Scholes o Giggs, figuras esenciales para comprender el fenómeno FergusonEl principal éxito de Ferguson fue hacer inmune al club de las salidas de los cracks, pero la pizarra giró a un enfoque nuevo, el 4-2-3-1. Coincidió con la apuesta por Juan Sebastián Verón, siempre por debajo de la expectativa de Ferguson. Durante un lustro, hasta 2006, el Manchester United se espesó, vivió dificultades, pero, desde entonces, se articuló con unos planteamientos más abiertos: 4-1-4-1, 4-4-1-1, 4-4-2 ó 4-3-3. Hasta el punto de mantener siempre una línea continua de modelo y estilo, independientemente de los nombres, pues el secreto y gran logro de Ferguson ha sido reconstruir siempre su equipo, impermeabilizándolo a las salidas de futbolistas clave, a la marcha de Cristiano Ronaldo, de Roy Keane, de Van Nistelrooy, de Mark Hughes, de Bryan Robson… Siempre quedaba él. Esta evolución constante, imposible, por otro lado, sin la mejora exigida por las irrupciones de Mourinho o Wenger, le ha permitido a Ferguson edificar equipos tan distintos, pero semejantes a la vez. Todas las versiones de su Manchester United han compartido centrales altos y físicos, extremos versátiles, un juego rápido, de gran musculatura competitiva, una personalidad granítica y, al ser posible, el mejor delantero centro a mano. Así forjó diferentes adaptaciones, todas con la huella de la memoria.
Recordamos el rodillo del 93-96, con Steve Bruce y Pallister amurallando, la prestancia de Paul Ince y Roy Keane, la electricidad de Kanchelskis y el primer Giggs, la ascendencia de Cantona… El juego menos britanizado, más reposado con los ‘Fergie Boys’, la seda de Beckham, el motor diesel de Scholes, el imperio de Stam, la pinza formada por Yorke y Andy Cole… El irregular éxito con Van Nistelrooy, Verón y Rio Ferdinand… La cornisa ofensiva del 4-3-3-0 con Cristiano Ronaldo, Tévez y Rooney revoloteando juntos… un Rooney que ha habilitado, gracias a su adaptabilidad, los planes flexibles que Ferguson ha desplegado en el último lustro; como la explotación de Cristiano Ronaldo como delantero centro en muchos de los partidos visitantes de 2008.
Sir Álex siempre ha contado con un plan. Imprevisible y desconfiable, nunca se ha quedado sin respuestas. Así ha levantado su leyenda. Por eso, le levantan estatuas aun estando vivo: Ferguson tiene 71 años pero sigue siendo un entrenador joven. El tiempo le ha resbalado por la piel. Así se explica la historia de un hombre frío y rocoso, pero con carisma. Ganador y triunfador. Y que nos ha dejado algún milagro como hacer de Mickael Silvestre un defensa en quien confiar, aunque fuera sólo un poco.
Victor_Acosta 5 marzo, 2013
Magnífico artículo Señor Chema R. Bravo, un adecuado tributo a un entrenador que se diga lo que se diga de él está claro que será recordado como uno de los históricos de Manchester United. Personalmente me encantan las figuras que cambian la historia de sus clubes ya sean entrenadores, jugadores o presidentes y leer de ellos siempre es interesante. Gracias.