26 de mayo de 1982. Hacía ya un lustro que el Kaiser Beckenbauer había dejado de vestir la camiseta muniquesa camino de probar la nueva experiencia del astroturf norteamericano. Para más inri, no sólo había vuelto a Alemania tras triunfar en la NASL, sino que lo había hecho al mayor rival que tenía el club muniqués en la época, el Hamburgo, y acababa de ganarle una liga su club de toda la vida. Cuando Franz dejó el club, una nueva etapa se abría, y por una u otra circunstancia, tras él salieron los principales pilares del equipo que había dominado la década de los 70 con tres Copas de Europa consecutivas. Gerd Müller, el terrible goleador, siguió los pasos de Beckenbauer y se embarcó en los Fort Lauderdale Strikers –donde se uniría, entre otros, a Jan Van Beveren, Elías Figueroa, Teófilo Cubillas o George Best- en 1979, el mismo año en que un accidente de tráfico hacía colgar definitivamente las botas al veterano Gato de Anzig, Sepp Maier y una lesión cortaba la carrera del volcánico Uli Hoeness a los 27 años. La cosa pintaba negra para poderoso club bávaro, que a inicios de los 80 se encontraba buscando el camino que le llevase a ser grande de nuevo.
El cambio de década trae la ascensión de una sociedad que hará fortuna en la Bundesliga.
Para el Bayern, el paso a los años ochenta significó dejar definitivamente atrás la dependencia de sus grandes y veteranos mitos. Ya no estaban, y cinco años sin ganar la liga eran muchos. El equipo que entrenaba el húngaro Pal Csernai representaba al imperante modelo alemán de la época, en el que la técnica de la generación 1972-74 había dejado paso al puro músculo. El Bayern de Breitner y Rummenigge no tenía grandes genios, pero sí mucho trabajo y sudorJugadores como Horsmann, Durnberger o Dremmler representaban este estilo más industrial que se estaba apoderando de la liga y la selección. En el resto del país florecían futbolistas con más cuerpo de decatleta que otra cosa, como Briegel o Bongartz. Para el Bayern, afortunadamente, Rummenigge, que se había criado bajo la sombra de los grandes mitos de los 70, había florecido como un espectacular atacante, con una velocidad endiablada y un cañón en ambas piernas. En el bienio 1980-81 se convierte en el mejor jugador europeo, ganando dos Balones de Oro y la Eurocopa. Junto a él, tras su paso por el Real Madrid y una breve experiencia en el Eintracht Braunschweig, había vuelto Paul Breitner, uno de los jugadores más influyentes de su generación. Todos le recordaban como el jovencísimo lateral izquierdo omnipresente de la selección campeona de Europa en el 72 y del Mundo en el 74. Junto a Uli Hoeness había revolucionado el fútbol europeo, pero ahora, ya veterano, se había reconvertido a centrocampista organizador. Su carácter y su calidad estaban intactas, y junto a Rummenigge formó una sociedad que llevaría a los bávaros a dos títulos de liga en 1980 y 1981: había nacido el FC Breitnigge. Ellos dos, junto al líbero Klaus Augenthaler y el hermano de Hoeness –Dieter- una auténtica bola de demolición en la punta del ataque, formaba la columna vertebral de un equipo que, a falta de grandes genios, tenía trabajo y sudor en cantidades industriales.
Como ya dijimos, 1982 es un año difícil para el Bayern, que ve como Beckenbauer gana la liga con cinco puntos de ventaja sobre ellos, pero se gana una legendaria final de Copa de Alemania. La final del Olympiastadion berlinés es un derby bávaro contra el Nuremberg, que además se adelanta 2-0 en el marcador. El Bayern, lejos de rendirse, liderado por Breitnigge protagoniza una portentosa remontada en la segunda mitad, donde los goles de ambos jugadores y de Wolfgang Kraus le permiten ponerse por delante en el marcador a falta de menos de veinte minutos para el final. Nada representa mejor el estilo de ese equipo que un Dieter Hoeness marcando el cuarto gol en el último minuto con la cabeza vendada y ensangrentada.
Faltaba, eso sí, el premio gordo de la temporada. Ese 26 de mayo del 82 el Bayern jugaba su cuarta final de Copa de Europa. Había ganado las anteriores, y era favorito para alzar su cuarta Orejona en Rotterdam. Había tenido el equipo un camino contundente hacia el último partido del torneoEl Bayern se plantó en la final de la Copa de Europa de 1982 como gran favorito frente al Aston Villa inglés. Rummenigge y Breitner estaban a un nivel colosal, y ni el Östers sueco (6-0), ni el Benfica (4-1) supusieron mayor problema. Hoeness, además, andaba en una racha goleadora que le llevaría a ser el pichichi del torneo –superando a los propios Breitner y Rummenigge-. La Universitatea de Craiova, sorprendente equipo campeón rumano, arrancó un empate en Munich, pero cuando la eliminatoria iba ya 3-0 para el Bayern. Las semifinales estaban servidas y la crítica europea esperaba que el campeón alemán superase al CSKA de Sofía y se viese las caras con el Anderlecht, equipo más en forma del continente, que se medía al Aston Villa. El partido de ida, en Sofía, fue una encerrona, y el Bayern salió vivo apenas del estadio Vasil Levski. 3-0 y 4-1 llegó a tener a su favor el cuadro búlgaro, violento en sus acciones para contrarrestar la mayor potencia física alemana. Dürnberger, Hoeness y Breitner salvaron los muebles y en la vuelta Breitnigge funcionó a pleno rendimiento: dos goles cada uno, 4-0 y a la final donde esperaba, sorprendentemente, el Villa.
Las cosas no pintaban mal para el Bayern, que partía como favorito ante un Aston Villa sin demasiados jugadores destacados, con una plantilla cortísima y sin apenas internacionales. La parte más floja de los muniqueses era la portería. Sin duda lo había sido desde la retirada de Maier, y ni el joven y otrora prometedor Walter Junghans –muy joven había sido designado el sucesor de Maier y con el bajo palos se ganaron las ligas del 80 y el 81- ni el jornalero Manfred Müller habían hecho olvidar al mítico guardameta. Junghans había comenzado la temporada, pero una serie de actuaciones más bien mediocres le hizo dar con sus huesos en el banquillo. Para la final jugaría Müller, con su pelo a lo afro, sus medias bajas y su aspecto desganado. Quizá lo estuviese. Pasara lo que pasara, el Bayern ya había firmado al gran Jean Marie Pfaff, uno de los mejores porteros del mundo.
Increíblemente, aunque el Bayern alineaba a su equipo más fuerte, el Villa salió vencedor del pleito. Incluso cuando su portero titular, Jimmy Rimmer –un veterano que había sido campeón europeo con el Manchester United- se lesionó, nada cambió. Excepto la carrera de un jovencísimo Nigel Spink, que con una serie de fantásticas paradas contuvo los ataques muniqueses y mantuvo con vida a los villanos. En el 67, una buena combinación entre Gary Williams, Tony Morley y Peter Withe acababa en el fondo de las mallas bávaras, llevando la Copa de Europa, por sexto año consecutivo a tierras británicas. Ese verano, por si fuera poco, varios jugadores del Bayern, entre ellos Rummenigge y Breitner, perdieron la final de la Copa del Mundo en España.
Tras perder la final, la reconstrucción vistió de rojo-Bayern a grandes jugadores.
La temporada de 1983 supuso dos hitos para el club: la llegada del gran Jean Marie Pfaff, que sería una leyenda absoluta en Munich –tanto como en su país- merced a sus grandes actuaciones y a su divertida personalidad –que le hacían un contrapunto ideal al mejor portero alemán del momento, Toni Schumacher-, y el último año en activo del siempre polémico Paul Breitner. Aparte de eso, poco más se puede destacar de esa mediocre temporada, coronada con un cuarto puesto en la Bundesliga. El Bayern, en el verano de 1983 decidió repatriar a uno de sus más exitosas leyendas: Udo Lattek volvió de Barcelona para retomar los mandos del club y poner algo de orden. Permanecería hasta 1987 y bajo su mando el cuadro muniqués construyó un formidable equipo que poco a poco fue recuperando un sitio de honor en el campeonato alemán.
Como luego sería costumbre, el Bayern hizo uso del efecto aspiradora, para fichar a algunos de los mejores jugadores de Alemania. Si bien Rummenigge se fue tras la primera temporada de Lattek para probar suerte en el Inter de la todopoderosa Serie A, al equipo fueron llegando gente como Lothar Mätthaus, Andreas Brehme, Hans Pflugler, Norbert Eder y Soren Lerby. Una combinación excelente de potencia física, versatilidad y calidad que facilitaron el camino hacia tres victorias consecutivas en la Bundesliga, y el ascenso de la gran mayoría de sus jugadores a la internacionalidad absoluta bajo la dirección de Franz Beckenbauer –que había sustituído a Jupp Derwall tras la Euro 84-. Incluso había salido una pequeña –literalmente, media 1.67- esperanza con el extremo Ludwig Kögl y el hermano de Rummenigge, Michael, asentándose en el primer equipo.
El premio más grande, sin embargo, se le negó repetidamente a Lattek y el Bayern. Lo más cerca que estuvieron fue en 1987, sin Lerby –que se había ido al Monaco por desavenencias con Matthäus-, pero con el poderoso Roland Wohlfhart en el ataque, y Hans Dorfner reforzando elEn el 1987, el Bayern de Múnich volvería a estar cerca de levantar su cuarta Copa de Europa centro del campo. El camino hacia el Prater vienés, sede de la final, fue duro como el propio Bayern. Lattek había creado una roca sin sentimientos, que aunque ahora siga siendo un tópico injustificadamente aplicado al fútbol alemán por aquel entonces era cierto, y el bombo no les deparó un camino de rosas. Se sufrió en la primera ronda para eliminar al campeón holandés, el PSV liderado por Ruud Gullit. Dos goles de Reinhold Mathy –un jugador que nunca cumplió las expectativas que había generado al inicio de su carrera- en Eindhoven liquidaron la eliminatoria. Más plácido fue el doble enfrentamiento contra el Austria de Viena antes de Navidades. Tras el parón invernal, en marzo, el Bayern demostró todo su potencial arrollando a un magnífico Anderlecht que encajó 7 goles en la eliminatoria. Los belgas, con Lozano, Nilis, Scifo, Vercauteren o Grün fueron aplastados sin piedad en el Olympiastadion.
Nada mejor que una buena victoria como aperitivo para el plato fuerte de las semis, donde el Madrid de la Quinta del Buitre suponía un desafío aún mayor. La mezcla de generaciones que había dado a los blancos dos Copas de la UEFA seguía funcionando y en Munich se vio un partido de poder a poder. El Bayern sacó lo mejor de sí, espoleado por la famosa expulsión de Juanito –el pisotón a Matthäus- y consiguió un 4-1 que dejaba la eliminatoria encarrilada para Madrid. El Bernabeu ardió en la vuelta. Más aún cuando Santillana, otro miembro de la vieja guardia, adelantaba al Madrid. Pero no fue suficiente y, a pesar del hostil ambiente, el Bayern resistió y selló su pase a la final. Augenthaler, genio y figura, aún tuvo tiempo de sacarle los cuernos a la afición madridista.
Como en 1982, el Bayern se topó en la final con alguien inesperado. Si cinco años atrás el Anderlecht era el favorito ante el Villa, mucho más lo era en 1987 el poderoso Dinamo de Kiev de Valery Lobanovskiy ante el Porto de Artur Jorge. Pero fueron los portugueses quienes jugaron con maestría y viajaron a Viena.Pese a adelantarse, el Bayern fue superado por el Porto de Artur Jorge, Juary y Futre De nuevo el Bayern era favoritísimo, a pesar de las bajas. Augenthaler, Wohlfhart y Dorfner se perdieron el encuentro, pero la alineación presentada por Lattek era sólida. Con Pfaff guardando la portería, Winklhofer, Eder, Pflugler y el líbero Nachtweih –alemán oriental fugado-, Flick, Matthäus y Brehme en el medio, y Hoeness en el centro del ataque, flanqueado por Michael Rummenigge y Kögl. Parecía más que suficiente para contrarrestar las acometidas de Madjer y Futre, las grandes amenazas lusas. >Más aún cuando el pequeño Kögl cabeceaba a la red el primer tanto del partido y ponía al Bayern en ventaja. No parecía que el Porto, sin su mejor delantero, el lesionado Fernando Gomes –varias veces Bota de Oro europea- pudiese resolver el problema. Sin embargo, la solución la encontró en un pequeño y ratonil jugador brasileño, Juary, que salió en el descanso y revolucionó el partido. Con un gol, el de la victoria, y con presencia en el gol del empate, via magistral taconazo, de Rabah Madjer. Estos dos jugadores, junto a las cabalgadas de Futre por la banda volvieron loco al equipo de Lattek, que perdía su segunda final de la década.
Fue esta final el canto del cisne de esta generación en el Bayern. Lattek abandonó el club y le sustituyó, como había hecho en Moenchengladbach, Jupp Heynckes, que tuvo que afrontar el trance de recuperar a unos jugadores muy tocados por la derrota en la final y que vió como Matthäus, Brehme, Eder, Mark Hughes, Michael Rummenigge y Pfaff dejaban el equipo. El actual técnico muniqués, reconstruyó el conjunto bávaro, con una plantilla menos brillante –llegaron jóvenes como Thon, Köhler o Reuter-, pero que ganó dos Bundesligas y siguió dando guerra en Europa, allanando el camino para lo que en los 90 sería conocido como el FC Hollywood, el Bayern moderno –y en aquel momento polémico– que conocemos ahora.
@DomingoPrez 23 abril, 2013
Precisamente, hace poco escribí un artículo en mi blog sobre la historia del Aston Villa, con esa increíble final ganada ante el gigante bávaro en la que incluso hubo un cambio de entrenador a mitad de temporada, y el asistente (Tony Barton) del hasta ese entonces entrenador del equipo (Saunders) gana la Copa de Europa y posteriormente la Supercopa de Europa ante el Barça. Y ahora el Villa está como está… aquí dejo el artículo para quien le interese: http://brazaletedecapitan.wordpress.com/2013/04/1…
Pero hablando de este gran artículo de Sergio Vilariño, la verdad es que lo del Bayern con las finales de Champions es increíble… ¡es que podría tener 8 Copas de Europa perfectamente! Las dos que se comentan en el artículo ante equipos que, como bien se recalca, el Bayern era favoritísimo; la de la remontada del United en el tiempo de descuento, y la del Chelsea de Drogba el año pasado… ay Robben y ese penalti… Lástima que, la que debería de haber perdido, la gana ante el Valencia. Así de maravilloso es este deporte.