San Lorenzo siempre estuvo cerca de Dios. En su bautizo (1908) convergen tres influencias. El nombre de su fundador, la batalla independentista homónima (1813) y el mártir cristiano (258) al que debemos la toponimia de aquel combate.
El nombre fue el diezmo de gratitud al sacerdote salesiano Lorenzo Massa por prestarle a los «Forzosos de Almagro» -autonominado equipo del barrio- un terreno ubicado en el fondo de la capilla, amén de fabricarles un par de rutilantes porterías de madera y proveerles de camisetas. El definitivo color azulgrana fue un préstamo del manto de María Auxiliadora a sus zamarras, fijado tras golear con ellas a un potente equipo del barrio de San Francisco por cinco goles a cero.
Originalmente los desafíos entre barriadas se disputaban en la calle. Algo que no contrarrestaba ni la amenaza de una tarde en gendarmería por mal uso del mobiliario público. Pero el tranvía que pasaba entre la intersección de las calles México y Treinta y tres embistió a uno de los muchachos, Juan Abondanza, y aunque no hubo daño que lamentar, el susto y la catarata de insultos posterior incitaron al padre Massa -espectador habitual- a proponer el oratorio de San Antonio como espacio de juego en salvaguarda de huesos y almas. En virtud de estas últimas se concibió el peaje dominical. O todos iban a misa o no había cancha de juego. Obviamente no faltaba uno.
El sacerdote Lorenzo Massa fue una persona fundamental en el nacimiendo de San Lorenzo
Entre el tormento y el éxtasis, en el periodo comprendido entre los años 1912 y 1916, la sociedad estuvo varias veces cercana a su disolución, víctima de las expropiaciones de sus campos de juego por motivos urbanísticos. El alquiler -por consejo y mediación del padre Massa- de los terrenos correspondientes a una antigua granja en la Avenida La Plata, pusieron fin al éxodo y permitieron la edificación (1916) de la ansiada cancha. Las obras concluyen en 1920 y ya en el 1923 conquista San Lorenzo el primero de sus tres campeonatos amateurs. Es la delantera Carricaberry, Lindolfo Acosta, Juan Maglio, Velente y Delor; con el mítico «Doble Ancho» Monti como mediocentro.
En aquel periodo Europa acababa de descubrir la existencia de una escuela balompédica latinoamericana, a través del prestigioso triunfo uruguayo de los Juegos Olímpicos de 1924. En respuesta al interés del viejo continente por calibrar el potencial del nuevo fútbol, la Federación Argentina propuso enviar un combinado de jugadores que representase a la competición nacional. Desacuerdos en la configuración del plantel permitieron a Boca, a la sazón bicampeón (1923 & 1924), recoger el guante del desafío en solitario, aunque reforzado por algunos valioso elementos cedidos desde otros clubes. Boca saldó el viaje con 15 victorias, 1 empate y 3 derrotas en partidos repartidos por España, Alemania y Francia, siendo saludado a su vuelta como heroico conquistador.
Petronilho do Brito, «El diamante negro», fue la estrella de un San Lorenzo dominante.
San Lorenzo había salido campeón en los mismos años, pero de la «Asociación Amateurs de Football» (1919-26), entidad no afiliada a la Conmebol y formada por el grueso de equipos de la antigua primera. Habían sido expulsados en 1919 de la «Argentine Association Football League» en el marco de un conflicto de intereses deportivos y económicos (amateurismo marrón) con las raíces fuertemente ancladas en lo social. Aquella fue la transición de los equipos compuestos total o mayoritariamente por británicos, universitarios y de clase alta, al nacimiento y expansión de los conjuntos criollos, de ascendencia obrera y clase media o baja.
Sin más competencia que Huracán, Boca aprovechó para enhebrar los títulos de la Asociación Argentina correspondientes a 1923, 1924 y 1926. Fraguando su enorme popularidad posterior en el éxito de la primera gira europea de un conjunto argentino (1925).«Los Gauchos de Boedo» dieron el primer triunfo profesional al club Haciendo valer su recién conquistado apodo de «Los malabaristas del fútbol», fue Boca el último campeón del amateurismo -ya unificado- y el primero del profesionalismo. En tanto que San Lorenzo tuvo que esperar hasta 1933 para regodearse en las mieles de esto último. Su triunfo se produjo en la dramática última jornada. Un punto le alejaba de Boca y los bosteros visitaban la cancha de River. Al final, jornada redonda para las aves: victoria para los cuervos de Almagro y las gallinas del río de la plata. El éxito alcanzó a aquel San Lorenzo, «Los Gauchos de Boedo», de la mano de un delantero centro exquisito: Petronilho do Brito, brasileño conocido como «El Diamante Negro».
Boca Juniors aprovechó la exclusión de San Lorenzo de la Asociación Argentina para ganarlo todo
La competición argentina rebosa de lujos. Hasta 35.000 pesos pagó River a Tigre por Bernabé «El Mortero de Rufino» Ferreyra y la política de fichajes no se circunscribe al campeonato doméstico. Se adquieren cracks de todas las latitudes. Colaboraba en esto la convulsa situación política de otros países. La Guerra del Chaco permitió importar -con Arsenio Erico a la cabeza- a la mejor generación paraguaya de la historia; Boca se hace con el caudillo de las defensas, el brasileño Domingos da Guía; y ya en 1939 debuta el vasco Lángara con San Lorenzo, huyendo del horror de la Guerra Civil española.
Fue la antesala de los mágicos 40. La década de las luces. El campeonato argentino era, sin lugar a dudas, el mejor del mundo y su selección nacional la más potente, por más que la ausencia de torneos mundiales dejase huérfana de focos a aquella generación. River fue el equipo sentimental, pero en 1946 San LorenzoLa formación de 1946 era considerada una mezcla de diferentes estilos arma el que quizás fuese el mejor conjunto. Dirigían dos viejas glorias del amateurismo, Diego García y Pedro Omar, con la colaboración de Francisco Mura en la preparación física. El equipo se organiza -como River- en WM, con Vanzini y Colombo marcando a las alas y Oscar Basso sobre el ariete. De hecho fue San Lorenzo el primer argentino en importar la disposición inglesa, aunque esta vez combinase mejor que cuando entrenaba Oscar Tarrío. Era aquel equipo la antítesis de los originales «Forzosos de Almagro». Aquí la fuerza dejaba paso a la lírica, la danza y la elegancia. De abajo a arriba iniciaba Basso que se anticipaba siempre y salía jugando. Su técnica era portentosa. El vasco Ángel Zubieta capitaneaba a aquel conjunto inolvidable desde el puesto de medio. Había llegado a San Lorenzo en la diáspora de la selección vasca junto a Langara, Emilín e Irarragorri, pero a estas alturas solo él continuaba, en funciones de pistón del cuadrado mágico. A su flanco se ubicaba el «Tano» Salvador Grecco, un jugador de gran personalidad. Y por fin, en el borde superior, se alineaban los Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva. Velocidad en los extremos -Imbelloni y Silva, ocasionalmente de la Mata- y por el centro la concepción artística del terceto de oro. Farro al servicio de los otros bajaba, subía y entregaba en el vaivén de intercambios posicionales.
El juego virtuoso del San Lorenzo de Zubieta, Basso o Grecco pasó a la historia
Puesto que entonces ya existía el debate entre «fútbol antiguo» y «fútbol moderno», el estilo de San Lorenzo fue saludado como perfecta amalgama entre fútbol raso de «el ayer» y la velocidad de «el hoy». Todo esto sin obviar el gol (3 por partido). Aunque si hay un gesto que resume a aquel San Lorenzo ese fue la pared. Una elipsis cinematográfica conectaría la integración -por parte de los «Forzosos de Almagro» originales- del paso del tranvía 27 en el contexto del juego, con la función de muro itinerante sobre el que rebotar la pelota, y la posterior concepción artística de dicha suerte (pared o cruce-cortina) en los 40 -por parte del binomio Martino & Pontoni- en lo que constituye la apoteosis del estilo de la gran escuela rosarina.
El «Mamucho» Martino, cabeza alzada y solidaridad en el toque, hubiese podido ser un artista en la agradecida suerte de la gambeta -que de hecho también lo fue-, pero eligió hacer del pase su religión. Lógicamente no pudo encontrar mejor correligionario que «Huevito» Pontoni -pinta de galán francés, origen italiano- quien ya había interpretado en Gimnasia y en Newells un soberbio dúo de cruce-cortina con el «Chengo» Canteli. A San Lorenzo llega con la designación de mejor delantero centro americano del 45 y para hacerle honor, en su debut, le marcó a Gimnasia tres soberbios goles.
El título se escurrió en el primer año, a causa de las lesiones, pero no en el segundo. Consecutivamente a este éxito, se embarco al «Ciclón de Boedo» -en calidad de máximo representante delLa inmigración española se vinculó con el club fútbol nacional- en un clásico Douglas DC-4 de Iberia con destino a la península homónima. Un viaje enmarcado en la operación de abastecimiento de la España de posguerra, cercana a la inanición, por parte del peronismo. El grano argentino alimentó los cuerpos y el estilo del San Lorenzo imaginaciones y espíritus. Esta gira cerraba el círculo abierto con el debut de Lángara. Si tras los cuatro goles del vasco en media hora, a la inmigración española se la había empezado a identificar con el colectivo cuervo, el viaje hermanó para siempre a aquel equipo con la estadía en Europa.
Fue el zenit y el ocaso de aquel conjunto, que apenas un año después perdía la magia de Rene Pontoni (1948) por triple fractura de rótula, meniscos y ligamentos. Cuentan que tras esta perdida y el fallecimiento del Padre Massa en 1949 ya nada volvería a ser lo mismo para los de Almagro. De alguna manera la institución quedó huérfana de guía. Pero con la ascensión del Papa Cuervo y el cercano regreso a Boedo en lontananza quizás podamos convenir en que San Lorenzo sigue estando cerca de Dios.
@JavierAlberdi 23 marzo, 2013
Brillante trabajo David. Lo que más me llama la atención es esa idea de que los campeonatos sudamericanos fueron otrora los mejores del mundo. Imagino aquellas giras de Boca o San Lorenzo con la expectación que ahora ahora despertarían Machester, Barça o Madrid en Argentina.