Los misterios que el tiempo guarda no son aprehensibles. La ignota razón por la que el destino, en sus viajes de ires, venires y vueltas, mece la historia de un lado a otro, en una espiral sin fin de gestos llenos de inmortalidad y gritos anodinos de aquellos que no deben ser recordados, es, sobre todo, la verdad más leve y más volátil que hay. No se explica, aunque la mitología tampoco lo necesita, por qué el chico feo del sur cala tan hondo en una colectividad tan metálica como la del fútbol, que erige sus iconos, esos que son adorados con fervor religioso, basada en el oro, la plata y el bronce, cuando ese niño feo que se presentara ante el mundo con aquél control imposible, de hacer y de olvidar, está maldito y no ha ganado nada nunca.
Su palmarés se resume en dos Ligas y dos Supercopas.
Lo cierto es que Cassano está loco. Cuando sonríe en su rostro no se refleja felicidad, sino una mezcla entre crueldad y malicia. Antonio es despiadado cuando juega. No hay nada en su fútbol que no esté destinado a dañar. Eso no sólo divierte, sino que roba corazones. Y es precioso. Su fútbol te eleva. El juega con el viento, conversa con la nube. Su mente retorcida y desalmada imagina las jugadas más bellas. Demiurgo incontenible e inconmovible, a pesar de que lo suyo sea sublime, él lleva al fútbol a un lugar donde el aficionado se siente feliz. Ese es su secreto.
La literatura, sin embargo, le ha dado poco. La relación es muy desequilibrada. Cassano le ha regalado a la literatura del fútbol muchas páginasSu gran Euro 2012 nos volvió a cautivar de fantasía, pero la literatura no le ha dado gloria. Seguramente tenga parte de la culpa. En el momento importante, cuando vestía de blanco y estaba rodeado de talentos como él, Cassano no escogió el fútbol y por eso, quizás, el fútbol no lo eligió a él. No es un elegido, mas el genio jamás queda impune. A cuentagotas, Antonio ha recibido sus premios. Su Eurocopa 2012, medio muerto y medio cojo, aún está en la retina. Ese verano todos disfrutamos de él, le aplaudimos y nos emocionamos con el regate a Hummels. Era, creíamos, la forma en la que el fútbol trataba de compensar lo tragicómica que había sido la carrera del fantasista. La redención.
Nos equivocamos. A Cassano todavía le faltaba una noche. Tenía que ser en una competición europea, tenía que ser con el Inter, su equipo, y tenía que perder. En la ida él había sido la única luz de esperanza neroazzurra. Había jugado bien, pero su equipo fue vapuleado por el futbolista antitético. El panorama para la vuelta en San Siro no era para nada diáfano. El Inter carece de heroicidad y el resultado de White Hart Lane era muy difícil de remontar. Aun sin Bale, los Spurs son un gran equipo y el Inter… no tanto. A él no le importó.
La ventaja y la ausencia del galés hicieron que el equipo de la Premier fuese muy horizontal y poco profundo. La falta de velocidad vertical dio vida a laLos de Villas Boas no sabían cómo pararlo zaga del Inter. Cassano hizo el resto. Desde el inicio se le vio distinto, con un punto físico mayor y con hambre. Antonio flotaba en campo contrario, detectaba el lugar desde el cual podía causar daño y lo tomaba. En un primer momento eligió la ruptura y casi anota en un par de oportunidades; después del gol, dándose cuenta que no era 2004 y Totti no era el que lanzaba, optó por el apoyo. Entre líneas el Tottenham nunca supo donde estaba. Lo perdían de vista, el recibía y miraba al horizonte, hacia Friedel. Palacio no rompía, Il Bambino jugaba en corto, y viceversa. Si el argentino picaba, Cassano, con sorna angelical, enviaba el esférico hacía un duelo inexorable entre Rodrigo y el portero estadounidense. Palacio falló un par y metió una.
El Inter forzó la prorroga, levantando el 3-0 de la ida.
En la segunda mitad, el San Siro azul se creyó rojo y crispó al equipo pequeño. Cassano, entonces, cogió el testigo. Invisible para los rivales, le daba oxígeno al Inter, aclaraba la jugada y desde el pase interior aterrorizó a Villas Boas. No se la quitaban. Su cuerpo ya no es ágil, sus piernas ya no son potentes, pero sigue teniendo una técnica divina y la sensibilidad de muy pocos delanteros. Los últimos minutos fueron vesánicos. La jugada del minuto noventa, el espejo de un futbolista. Cassano humilla al Tottenham, le pasa el balón a Cambiasso que, en oportunidad franca, chuta y el balón no entra por nimios centímetros. Antonio ríe. El Inter cayó, pero poco importa. El Best Seller grabará eso, pero en algún libro de algún escritor maldito quedará fijo para siempre la noche en que Antonio Cassano se burló del fútbol.
@DavidLeonRon 15 marzo, 2013
Solo pude ver media horita… y sí, Cassano hizo cosas de locos. Hay una jugada en el último minuto, con 3-0, que mete una pausa brutal cambiándole el sentido a la jugada que me quedé fascinado. Y luego en la prórroga, el centro a Ricky Álvarez., talento puro.
Nunca he sido fan total de la figura de Antonio, pero su calidad es incuestionable.