La argentinidad es un estado mental. La Argentina es, como muchas otras naciones, una ficción, un mito, una invención que desde los anales de su creación ha ido conjugando una multitud de elementos diferenciadores. A pesar de que el gobierno central en su afán de materializar la argentinidad invirtió muchísimos esfuerzos propagandísticos, fue la masa poblacional de principios del siglo XX, ya con las adiciones culturales que supuso la masiva inmigración europea, la que terminó forjando la verdadera identidad del país. La literatura, los medios de comunicación (que hasta los 40’ estuvieron alejados de la influencia estatal), el cine, el tango y el fútbol fueron parte fundacional del imaginario colectivo más rocambolesco de Sudamérica.
«Si Oscar Wilde fue el primer escritor francés nacido en Irlanda, se puede afirmar también que el fútbol es un deporte argentino practicado por primera vez en Inglaterra. No se trata por cierto de una modalidad impresa a un juego o de una adaptación. Es algo más. Es la recreación de un deporte bajo el espíritu y la personalidad de un demiurgo porteño” José Marial.
El fútbol adoptó a la nación argentina, y no lo contrario, porque el fútbol, que es sabio y escoge, sabía que aún no había encontrado la quintaesencia de su ser. Aquello a lo que jugaban los ingleses y sus hijos era atractivo, pero carecía de los aditivos que hoy le hacen el deporte más popular. Los ‘criollos’, es decir, los argentinos, y los hijos de italianos y españoles nacidos en argentina, tomaron el juego y lo reinventaron. El fútbol criollo ayudó a labrar la idiosincrasia nacional porque, básicamente, el argentino se retrató a si mismo en él. Cuando los británicos lo trajeron a tierras porteñas, la practica era bastante símil a la del rugby: Un juego muy brusco, de pases largos y mucho choque; sin embargo, cuando los criollos lo tomaron le añadieron aspectos que definían su personalidad. La gambeta, la improvisación, la individualidad pasaron a ser parte esencial del juego. A la larga, todo se trataba de engañar al rival y a los espectadores, de hacer lo inesperado y sorprender. No hay nada más argentino. El engaño es la expresión metafísica por excelencia de esa colectividad.
Argentina es urbana. El fútbol argentino, por tanto, tambiénEl fútbol como espejo y fuente de la argentinidad, símbolo del pueblo, empezó a desatar pasión en la arrebatada población criolla. Argentina es un país de clarísima y marcada orientación al mega centro urbano que es Buenos Aires. Tanto es así que muchas veces, y quizás no es un error, se entiende por argentino todo aquello que en realidad es porteño. Argentina es urbana y el fútbol, por tanto, también lo es. La nostalgia habla del potrero (aunque en la urbe argentina típica, el potrero tiene cabida), pero el verdadero fútbol es el que se respira en las callecitas, el que se escucha y se baila en los tangos, el que se juega en adoquines y se siente en los colosales templos que albergan las canchas. No es de extrañar, dadas las dos afirmaciones inmediatamente anteriores, que el fútbol argentino tenga como epicentro a la capital y sea de carácter barrial, ni que sea precisamente eso lo que convierta la pasión desbordante del argentino en rivalidad.
River y Boca nacieron hermanos, pero luego se separaron para ser distinguidosLa Boca, ese barrio pequeñito, colorido y tradicional, hogar perpetuo de criollos e inmigrantes, sirvió como punto de ebullición de lo que hoy es un signo de identidad de Argentina para todo el mundo. Más que el tango mitológico y legendario de Gardel, La Boca debería ser reconocida culturalmente por albergar el primer superclásico del, entonces amateur, fútbol argentino. Allí nacieron primero River Plate en 1901 y luego Boca Juniors en 1904. A principios de siglo eran casi siameses y hoy pareciera que volvieron a serlo. En el intermedio, sin embargo, River y Boca se separaron lo suficiente para crear el marco ideal de una confrontación, sin perder el vínculo fraternal que los unirá hasta que el balón esté tan manchado que ya no ruede por el césped fulgurante.
Con el paso del tiempo quedó claro que La Boca era muy pequeña para albergarlos a ambos. Si ese fue el motivo o no por el que River decidió marcharse del puerto y buscar refugio en Sarandí como escala a Nuñez, barrio rico y oligarca, no es importante. Las razones que nos hacen tomar decisiones determinadas no siempre tienen que ver con el motivo exacto que desencadenó la acción en ese momento, sino que hay que revisar luego con perspectiva holística para encontrar el verdadero por qué. Si River como institución se hubiese mudado a un barrio similar a La Boca y no precisamente a Nuñez, los condimentos literarios de esta rivalidad hubiesen sido más bien pocos. En Nuñez, River comenzó a afincar la contraparte ideológica de Boca Juniors. River, el equipo millonario, de la clase alta de la sociedad bonaerense, y Boca, el equipo popular del barrio que inundaba y olía a bosta; River, el equipo de la banda cruzada y Boca, el equipo de la banda horizontal; River, el equipo del paladar negro y Boca, el equipo cuya hinchada corea “webo, webo, webo” cada partido.
La rivalidad entre River y Boca es uno de los orígenes de la cultura argentina moderna.
Era el marco perfecto para la rivalidad porque no sólo se trataba de equipos en apariencia antitéticos, sino que esa contracultura era también reflejo de movimientos contraculturales, o mejor, movimientos creadores o reivindicadores de culturas encontradas, que Argentina vivió y vive social, política y futbolísticamente. El encuentro superó las barreras del Monumental y La Bombonera y se trasladó a toda la nación, se convirtió en patrimonio cultural porque era una expresión más de lo que es la argentinidad.
River-Boca es la construcción más estructurada que ha logrado crear el movimiento cultural argentino. Tiene todas las características necesarias para serlo. Es emocionante y es bello; es fiesta, es música y es ingenio; es pasión y es frenesí; es altivo y soberbio; es urbano y es del campo; es fútbol. Es todo eso, sí, pero sobre todo, el superclásico es un engaño. Es una gambeta, una ficción como la Argentina misma.
La imagen que existe es la de dos enemigos a muerte. Una imagen de odio entre aficiones y de contraposición en todo aquello que resulta importante. El duelo por la supremacía, una medición de grandeza y habilidad que no es tal, o por lo menos eso quedó claro hace diez años con el fin de la era Bianchi que catapultó a Boca Juniors a la escena mundial como el equipo número de Argentina.
El clima bélico en los superclásicos es ruidoso y famoso, pero no mayoritario.
Nada es tal y como parece. En primer lugar, la relación que existe entre los dos conjuntos más grandes de Argentina, y quizás los de mayor trascendencia del continente, es, antes que nada, una relación de hermandad antes que un vínculo de enemistad. Nacidos bajo el seno de la misma sociedad, crecieron juntos y unidos le dieron forma a la hegemonía futbolística del país. Por otro lado, la contraposición de clases oligarcas y populares dejó de existir con la profesionalización del fútbol, la expansión social y la obtención de títulos. Por último, el clamor con tintes de Menottismo vs Bilardismo es más una invención colectiva que una realidad recalcitrante. Al final, ambos equipos buscan lo mismo en el juego y poseen el mismo paladar futbolístico (La Nuestra). En el mejor de los casos, Boca y River representan la clásica figura de dos hermanos opuestos, Caín y Abel o el Ying y el Yang, pero el carácter amoral del fútbol impide, de plano, esta comparación. River y Boca son dos iguales, uno es el espejo del otro. Se necesitan el uno al otro, y el éxito de uno repercute positivamente en su rival.
¿Es un defecto que el superclásico sea esto y no una batalla de antagonismo? Absolutamente no. Sostenerse de la realidad es depender del vaivén cíclico de la vida. Vivir de una ficción tan bien construida y arraigada, en cambio, le significa al superclásico estar siempre a la vanguardia, ser una referencia constante e indiscutible aun cuando no lo merezca. Y, claro, está el hecho de que serlo la erige como una latente expresión de argentinidad. La mejor, la más grande.
Nota del autor: Está tan magníficamente concebida, a nivel literario, la relación Boca-River, que una vez los de Nuñez confirmaron el regreso de Ramón Díaz, los de Boca movieron ficha y trajeron a Bianchi. Ya está. Gambeta, pisada y gol.
@DavidLeonRon 2 enero, 2013
Mismo paladar… no sé qué decirte, Kun. Tras Bianchi sobre todo, el aficionado de Boca lo que quiere y demanda sí o sí es competir. Luchar, ganar, competir. Otra cosa es que a ninguna afición, a ninguna, le gusta que su equipo sea un coñazo y quiere buen fútbol. Pero Boca se precia de "estar" siempre, de ir a campos brasileños con la eliminatoria perdida y remontarla, etc, etc.