Con la primera vuelta aún inconclusa, pero tras diecisiete jornadas a la espalda para sacar conclusiones, la reflexión me resulta inevitable: el Getafe es el equipo menos empático de primera división. Asumido mi fallido intento de buscar el adjetivo perfecto para definir al equipo azulón, me cobijo en la obviedad para comenzar a hilar. El primer impacto visual se produce desde la grada, con la archiconocida imagen de la localidad fría, vacía y el asiento sin dueño; pequeños grupos de aficionados al margen, aislados por la etiqueta de “fondo” o “lateral”, “norte” o “sur”. La estampa no es prometedora. La carencia de una masa social significativa y su corta vida –apenas se cumplen 30 años desde su fundación-, a lo que se suma su efímera trayectoria en la máxima categoría, lo convierten en club de identidad débil, condenado a una constante reconstrucción sin oposición alguna. Y, siguiendo con las obviedades, Luis García Plaza no es tonto.
El Getafe que hoy día reconocemos no es, ni de lejos, el que pudiéramos intuir, imaginar, prever a principios de agosto. En primer lugar, por nuestro contexto futbolístico, por la tónica dominante: más allá del éxito o del fracaso, los equipos actuales se piensan en función de su relación con el balón; están concebidos para ser bonitos. Y, en segundo lugar, porque sobre la pizarra y nombre a nombre la plantilla del Getafe alberga jugadores técnicamente más dotados de mediocampo en adelante. Pues bien, a las claras: el Getafe es feo, confuso y desconcertante. Feo y confuso porque está construido en función de tiempo, espacio y rival; desconcertante porque ha renunciado a gustar para gustarse, y es ahí donde reside su recóndita capacidad de ilusionar. No es ni mejor ni peor, es, simplemente, a su manera. A él le gusta así.
«Cada uno que diga lo que quiera, mi equipo ha luchado y ha jugado», Luis García Plaza.
En concreto, le gusta huir del protagonismo y encuentra la comodidad de su fútbol en un segundo plano. No es que parezca estar más cómodo ante equipos que asumen el dominio, es que lo está. Su aparente inferioridad le permite huir de las fasesEl Getafe está cómodo sin balón, replegando en dos líneas de cuatro en las que encuentra mayores deficiencias estructurales para centrarse en aquellas para las que ha sido concebido: la defensa organizada y la posterior transición ofensiva. Establecido en un 4-4-2 de líneas anchas, replegadas y muy compactas, su misión principal consiste en cerrar espacios por delante de balón, con especial atención a los pasillos, a fin de que la recuperación sea fruto de un trabajo posicional impecable más que de una presión intensa en salida rival. En este sentido, adquiere especial relevancia el doble pivote del equipo azulón, formado por dos piezas que generalmente reciben el nombre de Míchel y Xavi Torres. Si bien su función global reside en tapar líneas de pase y encimar a los interiores rivales para evitar giros y recepciones cómodas de cara, no es menos reseñable que, en ambos casos, desarrollan tareas muy específicas.
Míchel es el olfato; el único jugador de campo que se permite la licencia de actuar en una única fase: la defensa posicional. Muy significativo, para bien o para mal. A sabiendas de que el esférico lo hace chiquito, el mediocentro se auto limita a participar exclusivamente del tempo más fiable de su equipo. A fin de cuentas, la grandeza de su trabajo sin balón es suficiente si, tras recuperación, ahí está él, su cómplice ideal. En perfecto desmarque de apoyo a su derecha, ligeramente en diagonal para el pase corto y sencillo, facilitándole las cosas, evitando los trámites con balón para él tan incómodos. A diferencia de Míchel, Xavi Torres ve el partido en su globalidad: piensa en la contra mientras aún se cocina el ataque estático del oponente. Es, sin duda, el mejor orientador del que dispone el equipo madrileño para activar la transición. No en vano, con un 82,1%, es el jugador con mayor acierto de pase de los que integran la plantilla del Getafe.
La actuación del doble pivote es el termómetro del dominio indirecto que ejerce el Getafe.
Una de las principales características de este Getafe es que transita por fuera a partido cerrado y por dentro en caso de que este esté abierto. Su querencia en el juego lo lleva, por tanto, a una gran dependencia de la habilidad de sus extremos, Lafita y Pedro LeónLa habilidad de Lafita y Pedro León hace bueno el trabajo de X.Torres, para generar ventajas por delante de balón: su capacidad para habilitarse a la espalda del lateral determina la efectividad del primer pase diferencial de Xavi Torres. Si estos no están lo suficientemente abiertos en el momento del desplazamiento, el apoyo de espaldas de Álvaro Vázquez se convierte en un paso intermedio necesario para la articulación de la transición ofensiva. Dados sus métodos, el Getafe prioriza un delantero que genere ventajas fuera del área, apoyo largo mediante, a un 9 cuya superioridad quede manifiesta dentro de la misma. Aunque el ex del Espanyol sigue adoleciendo de falta de gol, el Getafe ha hallado, en buena parte, gracias al balón parado. El equipo de Luis García Plaza ha marcado el 48% de sus goles de jugada ensayada.
Por otro lado, la transición por fuera también dota al Getafe de una protección defensiva extra: la activación tras pérdida es muy buena cuando esta se produce en los perfiles, a diferencia de la mala calidad que caracteriza a las sufridas en el carril central. Si el rival recupera en la cal, el Getafe aglutina jugadores en superioridad numérica en torno al balón y recurre a una presión muy agresiva y eficaz, independientemente de la altura de la pérdida, con el objetivo de evitar transiciones rivales, pues su habilidad para asentar marcas en estático no es extensible a la transición defensiva. Al contrario. La exigencia extrema de las acciones de contragolpe da lugar a una transición defensiva muy comprometida. Con uno de los mediocentros lanzado y los extremos fijando muy arriba para el 1 para 1, a lo que se suma el no retorno de Barrada, el resultado es un equipo partido en 5+5 y una conducción rival con espacios al servicio de un desmarque interior muy fácil.
El Getafe es, por todo ello, un equipo cuya microestructura básica en el desarrollo de cada jugada está perfectamente articulada: inicia con la finalización de una jugada propia, clave para el necesario asentamiento de la defensa posicional en la queEl Getafe siempre comienza los partidos de forma conservadora, en modo de espera, se desarrolla el grueso de la jugada, que finaliza con la transición ofensiva. Un círculo vicioso que responde a la fase inicial de un macro guion que divide los 90’ de encuentro del equipo azulón en tres etapas muy diferenciadas y progresivamente menos especulativas. Mientras el Getafe se va calentando, el rival se va desgastando. Los treinta primeros minutos son de un trabajo posicional impecable y extrema concentración tras pérdida, con búsqueda de profundidad exterior al orientar la contra y con los extremos contenidos en 4-4-2. Reproducción fidedigna de lo anteriormente expuesto. Los quince últimos de la primera mitad dan paso a un Getafe más abierto y de presión más alta en el que entra un nuevo actor en juego, inédito hasta el momento: Barrada. Y, por último, el habitual –que no obligado- tránsito de 4-4-2 a 4-2-3-1 en 2ª mitad, para favorecer el uso del carril central en fase ofensiva, con un menor –que no inexistente- perjuicio de la defensiva.
Barrada es el jugador más caótico de este Getafe, pero también el más desequilibrante.
La incorporación de Barrada al tránsito interior, enfocado a segundas jugadas durante la primera media hora de juego, requiere de presión alta por parte del Getafe, a fin de juntar jugadores que, por delante de balón, “suavicen” el difícil contexto del franco-marroquí. De ahí el paso a 4-2-3-1. A fin de cuentas, el éxito de la transición en carril central depende prácticamente en su totalidad de su gesto técnico y su capacidad de girar. Recibiendo entre líneas, toma protagonismo en la conducción de balón y es usual que con los extremos enfocados al desmarque interior y Álvaro estirando a los centrales, aparezca el pase dividido. Aunque la cesión de espacios implica una mayor vulnerabilidad de la espalda del doble pivote, acentuada por un Barrada que no suele acompañar adecuadamente a los mediocentros en esa primera presión, esto pesa menos en la balanza que las aportaciones ofensivas del cambio de esquema. Se gusta tanto, que no le pesan los riesgos. Ni a Barrada, ni al Getafe.
Luis García Plaza fue valiente y acertó. El contexto favorable le indujo a dar golpe y porrazo a la campaña anterior y empezar estilísticamente de cero. Ello ha dotado al equipo de una personalidad exclusiva: es sencillo pero descarado. Sencillo, porque se basa en mecanismos aparentemente simples cuya sencillez radica, precisamente, del gran trabajo interno, y descarado, porque está mentalmente preparado para asumir riesgos. Su posición privilegiada –actualmente es décimo en la clasificación- le permite soñar, incluso, con optar a puestos europeos, con el aliciente de que su técnico nunca empeoró su rendimiento en la 2ª vuelta desde que comenzara como entrenador del Levante. El Getafe espera con ansia su propia dinámica ganadora. Y tiene pinta de que, de crecer, será a su manera.
Abel Rojas 4 enero, 2013
Pues francamente, me ha encantado el texto. La prueba de que el análisis de un equipo quizás no demasiado lúdico puede ser muy divertido.
Yo quería preguntar hasta qué punto identificáis las gradas vacías con el espíritu de juego que se había gestado en los primeros años grandes del club. Es decir, el Getafe ha sido el equipo de Abbondanzeri, Casquero, De la Red, Granero, Vivar Dorado y Parejo. Y de Laudrup y Schuster. Ha habido gente tan o más importante, como el Cata, Contra, Soldado, Güiza, Manu o Belenguer, pero los jugadores que han definido la apuesta han sido Casquero, De la Red, Granero, Vivar Dorado y Parejo. Perder esa identidad que había generado tantas simpatías para mí ha hecho mucho daño al Getafe. Se ha quedado sin nada. Sin masa social cuantiosa y sin personalidad.
Creo que precisamente el Getafe era uno de esos equipos, clubes, que no podían permitirse bajo ningún concepto perder su sonrisa. Era lo único que tenía que sobresaliera.