Una rivalidad sin igual, dos plantillas sin precedentes, dos elegidos enfrentados. Ése fue el obsequio del fútbol a los dos sabios de la modernidad, que invocaron este Real Madrid-Barcelona de nuestro tiempo. El que nunca olvidaremos, el que anhelaremos cuando la vida se ajuste y todo vuelva a ser comprensible, alcanzable, lógico. La penúltima reflexión la ofrece la parte menos caliente del deporte, la que se puede dibujar en una pizarra: la evolución táctica. El Clásico, por como han crecido los dos bandos, está condenado a brillar. Como Gerard Piqué, Mesut Özil, Raphaël Varane o Andrés Iniesta, ayer, sin luna ni sol.
En la vuelta de la Copa del Rey del año pasado, más o menos por estas fechas, el Barcelona ganó un título pero perdió un reconocimiento: el del propio Real Madrid. Desde entonces, el equipo de Mourinho ha venido jugando de una manera en esencia inalterable, en base a un 4-2-3-1 con la defensa muy adelantada y tres puntales incontrolables: Özil, Ronaldo y Benzema -que ayer falló-. Es su modelo, y así pasó de perder siempre a caer en sólo 1 de los últimos 6 Clásicos celebrados. Fue esa confianza obtenida lo que permitió al Real competir ayer contra un conjunto que le superaba en calidad y posibilidades. Le faltaban piezas para hacer ese juego, le faltaban de verdad, pero era el suyo, creía en él y su técnico intentó que cambiase lo mínimo. Por eso lo vio todo. Ni siquiera la luz de Iniesta le deslumbró. Pese a ser una ráfaga incontenible.
La soberbia defensa del área de Piqué dio vida al FC Barcelona en sus momentos más difícilesO sea, que sin Pepe ni Ramos enfrente, con Carvalho y Varane en su mira, el Barça encontraba batalla en el mismo sitio de siempre. En los mismos dos, más bien. Y a las mismas horas. Para comenzar, en su área, con Özil y Benzema trabajando incluso sobre Piqué y Puyol. Se sucedían las pérdidas de balón cerca de Pinto, como pasa en todos los Clásicos durante estas fases en las que el Real presiona de verdad. No es un hecho aislado, sino una constante: la presión blanca es mejor que la salida de balón culé. Es así desde que el veterano Xavi pasó de ser el gran jefe a saltar al césped para ver si da una asistencia o marca un gol, sin más (ni menos). 40 segundos tardó en perder la pelota y costarle una tarjeta amarilla a Piqué. Justo Gerard, soberbio en la defensa del área (achiques a Benzema, cierre de las líneas de pase por dentro, defensa de centros laterales…) fue básico para que el Barça no viese sus pérdidas hechas goles en contra. Estuvo sublime, y muy bien acompañado por Alves y Puyol. Dicho esto, hay que anotar que el Madrid aquí notó ciertas bajas. Un lateral zurdo hubiera sido clave, así como el hecho de que no jugase Callejón, básico para mantener el 4-2-3-1 pero insuficiente por nivel. Junto a la nihilista noche de Benzema -injustificable actitud- oscurecieron el último pase (o el último control) blanco, cediendo así el segundo que la contundente zaga culé convirtió en salud (más que en seguridad).
Las necesidades culés obligaron a Iniesta a influir muy atrás, lo que rompió el sistema habitual.
Iniesta no podía soportar aquéllo, se borró el «11» que Tito le pinta con tiza, sacó brillo al «8» de su espalda y encima se puso al Barcelona. Pero lo hizo con una autoridad, una personalidad y una belleza que congeló con fuego. Bajaba, recibía de espaldas, se daba la vuelta, tiraba un regate, proponía una pared, se iba a un sitio, esperaba a los blancos, los burlaba y se la pasaba a un amigo. No se puede reducir a lectura porque el Barça apenas le daba texto; fue un ejercicio de virtuosismo absoluto que, desde la individualidad, dio pie al juego en equipo. Sin él, el Barcelona no estaba. Él lo metió en el encuentro. Y una vez dentro, encontró nuevos problemas. Antes mencionamos a Xavi por ser el más representativo, pero en el centro del campo también jugó Cesc, y tampoco supo encontrar la salida a la presión. Lo que Xavi no conseguía por falta de energía, Cesc no lo remediaba por algo que cada cual interpretará a su modo: no entendió el juego, le faltó personalidad o, quizás, técnicamente, siendo muy bueno, no está a la altura de sus compañeros. El hecho es que Iniesta bajaba a hacer lo que entre los dos interiores no podían, y metía así al Barça en el campo del Madrid, pero a una altura extremadamente baja. Sin extremo izquierdo, con Messi con cuatro blancos pendientes y con Pedro superado por Arbeloa -hasta lo cambió de banda-, ¿quién estiraba arriba? Carvalho, Varane y Essien, que sin obligación propia tuvo libertad para influir donde quiso, se alejaron de Diego López. En el debe de Roura, que jamás dudaran de si estaban haciendo lo correcto. Difícil, dicho sea, cuando los pocos pases que fueron filtrados dieron pie a carreras que siempre ganó Varane. Un niño de 19 años había sustituido a la mejor pareja central del momento. Él solo. Para la historia, el de ayer siempre será su día.
A la transición defensa-ataque del Real Madrid le faltó la técnica de dos de sus ausenciasA propósito, mal se haría en entender el choque como un espectáculo lineal. Tuvo vaivenes cada cinco minutos, y es que depender de Iniesta para ser y estar no es un negocio redondo. Su fantástico fútbol no es persistencia y constancia. No es Xavi, ni siquiera es Fábregas. Es un genio mucho más enfocado a la jugada, al desequilibrio, al zarpazo; y depender de tales lances no garantiza un dominio de 90 minutos. Andrés necesita descansitos, como Özil, Silva o Isco Alarcón. Por eso se echó tanto en falta a Leo Messi. El Real Madrid lo enfrentó bien, Varane, Carvalho, Alonso y Khedira formaron un cuadrado comprimido que casi siempre consiguió que Leo recibiera con las dos líneas por delante de él, pero aun así quedó la sensación de que el «10» no tuvo su noche. Que él mismo tuvo, como mínimo, la misma cuota de responsabilidad que sus cuatro vigilantes en el improductivo partido que disputó. Con este percal, el Real, cuya concentración fue extraordinaria, aprovechó cada respiro de Iniesta para asumir protagonismo e intención de peligro, si bien hay que decir que, cuando el robo de balón se producía en su propio campo, se mostraba impreciso a la hora de transitar de defensa-ataque. Marcelo (o Coentrao, en su defecto) y Di María son dos de los hombres más técnicos que suele disponer Mourinho alrededor del robo, y ninguno estaba. El otro especialista, Alonso, anduvo tan irregular con balón como dominante sin él. No fue la primera vez que le pasó. El trabajo que le exige el Barça suele restarle bastante precisión a su pie.
La inspiración de Iniesta en el primer cuarto de hora de la segunda parte debió decantar el resultado.
La reanudación trajo un punto de inflexión. Fue como si el descanso hubiera tocado el orgullo a Andrés. «Es mi partido y no estoy pudiendo con él». Esperó a que Benzema fallase su segunda gran ocasión y, llegado el 2:39, compareció. La emoción sin tensión es la más fuerte, e Iniesta concibió un episodio. Pausado, pero excitante. La propia belleza de la acción puso fin al equilibrio anímico. Hasta entonces los dos conjuntos habían sido iguales, pero aquella jugada fue como desesperanza para el Real Madrid. Entró pronto el 0-1, consecuencia del efecto. Volvemos a lo de antes, Iniesta necesita descansos y el Madrid seguía saliendo, no es que no tuviese opciones, pero el goteo decayó, mientras que la batalla estética -sensorial- se teñía de azulgrana a ritmo manchego. Fue el único intervalo de la noche claramente dominado por un conjunto. Por eso, si alguien mereció un poquito más la victoria, ése fue el Barça. Pasado un cuarto de hora, una vez caló Modric sobre el césped, la igualdad retornó. Pero de un modo distinto al anterior.
Faltaba un detalle de míster. La decisión diferente que un técnico superdotado ve aunque no sea palpable. Y es que, pese a que el Luka Modric por Callejón estaba claro hasta para el último espectador del Bernabéu, Mourinho le dio un sentido totalmente inesperado: partió el partido. Iniesta había plegado a Callejón sobre Alba, formando casi una línea de cinco en la zaga del Madrid, y naciendo ahí parte del dominio posicional. Lo que hizo el portugués fue situar a Özil justo en esa banda, pero con el expreso mandato de que no debía perseguir a Jordi. Al principio, el Real pagó el tener uno de menos; luego, el Barça pagó el tener uno de más. Mourinho había cambiado una inercia de 1 ocasión blanca por 2 culés por otra de 1 contra 1 y a jugar. Además, Özil, que pese a estar sublime desde el principio había echado en falta el feed-back que suele hallar en Benzema, encontró en Modric un socio a quien pasarle el balón. El croata, que no la pierde ni presionado por tres, no dejó huella pero fue muy importante. Tanto que una de las preguntas que deja el encuentro es si debió ser titular. Aunque la más relevante de todas, ayer formulada por David León, fue: ¿Necesita el FC Barcelona a Alexis Sánchez contra el Real Madrid? Retrasar la línea defensiva blanca -a la titular- en el partido de vuelta es el reto en el que desde ya tiene que trabajar Vilanova. Cristiano Ronaldo, anoche bien pero de más a menos, y Leo Messi pillarán el choque con muchas ganas. Estará al 50%.
Abel Rojas 31 enero, 2013
@ Pablortega
"Este control de Ozil es de antología http://www.as.com/futbol/video/increible-control-… "
Es que con Modric asistiéndole, Özil empezó a aparecer muchísimo, en vez de cada 3 o 4 minutos, prácticamente de seguido, y eso fue equilibrando esa batalla estética. El Barcelona no tiene técnica defensiva para quitarle el balón a Özil, y encima Özil… pues es precioso. Sus jugadas castigan mucho. Generan impotencia en el rival y mucha seguridad en su propia afición.
@ Parrix
Para mí la animalada es la que le quita a Messi, más que la de Cesc. La que le sega a Cesc es brutal, pero sobre todo es un ejercicio de velocidad. Es más rápido que Fábregas y gana. Pero la que le rebaña a Messi… eso es de tener un talento animal. Messi es un constante cambio de ritmo, es imposible saber a qué velocidad va a ir la pelota tras su próximo toque. La mayoría de los centrales ahí fallaban porque no pueden soportar la tensión. La cara de Varane en esa acción fue de un autocontrol flipante. Para mí fue la jugada defensiva más brillante del encuentro, y eso que la que le quita Piqué a Ronaldo en línea de gol tras centro lateral de ¿Özil? es mi jugada predilecta. Es la jugada que yo siempre persigo cuando juego de central. Me encanta esa acción. Y es durísima.