Sólo sabe que le ahoga. Con 30 años volverá a casa sin aquello que vino a recoger, y lo más triste es que la decisión estuvo tomada desde que cumplió los 24, aunque no tuviese el valor ni de reconocerlo ni de reconocérselo. El ojo del tiempo hoy nos ayuda a comprender por qué se ha llegado a este punto. Lo primero es tratar el caso como se merece. La historia de Robinho no es la de una promesa sudamericana al uso que no cumple las expectativas; la historia de Robinho es única, irrepetible. Está llena de ilusión, marcada por mitos y lastrada por la cruel lógica. ¿Pudo haber final feliz? Sí, pero con suerte. Con muchísima suerte. La técnica, el físico y el psique del jugador no estaban a la altura de su talento. Un talento, una manera de fundirse con el juego como 2, 3 ó 4 en sus días, no más; y que se hizo presente en la cuna de Pelé. Y era flaco, y negro, y bajito, como O´Rei.
Vila Belmiro. El Santos nunca había ganado el campeonato sin su «10», sin el rival de Diego Maradona, y 34 años después lo reconquistó, con Robinho. Te tentaba. Poner la cinta de Suecia 58´ al lado de aquel Brasileirao de 2002 y no ver relación no se concibe, no es humano. Te vencía. No sólo eran sus estampas. Se movían igual, la tocaban igual, imaginaban de la misma manera. Era Pelé, era Pelé. Era Pelé.
Diego absorbía toda la presión en el SantosNo Pelé en sí. En realidad nadie esperó eso. Tan solo un reflejo, y es lo que parecía. En cualquier caso, más allá de la leyenda pasaron cosas relevantes en Santos. Diego Ribas fue una de ellas. El mediapunta era la estrella del equipo cuando Robinho saltó a escena, las miradas iban para el blanco cuando había que ganar el partido, lo que dio a nuestro protagonista tranquilidad y mucho tiempo para crecer. Perdía Diego; ganaban Diego y Robinho. Aquél era un torneo más flojo que el actual, el chico fue madurando y pronto se lo comió. Ya listo, apenas si sintió el fichaje de Diego por el FC Porto. Jugaba increíble. Tanto, tanto que no cabía hacer escala en un PSG o un PSV. A Robinho, que pese a aparentar 17 tenía 21, sólo podía ficharle un transatlántico. Fue el Madrid de los Galácticos, con todos menos Figo, y tras dos años sin visitar la Cibeles. Y contra el mejor Ronaldinho.
La negociación entre el Santos y el Real Madrid duró 9 meses.
Pese a aterrizar en el vestuario con más talento de la historia, Robinho no encontró en el Madrid el paraguas que para él había sido Diego en Brasil. De hecho, el Real le fichó para que resucitase, ojo al dato, a Roberto Carlos, Beckham, Zidane, Raúl y Ronaldo. Su misión era ésa, y parecía posible, pues más al noreste, dos años antes, Ronaldinho había invertido una situación aún más dramática en el eterno rival. Él sería su primer enemigo. Era brasileño, mágico y sonriente, como él; y el madridismo quería uno igual. El mediático seguimiento de su fichaje -9 meses de negociación- y su inolvidable debut en Cádiz pusieron la expectativa en el cielo justo antes del primer parón por selecciones de la temporada. A su regreso fue golpeado por el ritmo europeo, le exigió adaptarse. Luego la verdad es que jugó muy bien, como durante casi todo su periplo de blanco, pero era mucho peor que Ronaldinho, y, por descontado, no pudo resucitar a Zidane y compañía. Fracaso público.
Robinho sólo había aprendido a ser un ídoloEn el primer párrafo señalamos que Robinho vino a recoger algo a Europa. Eso es importante. No vino a conquistar o ganarse un reconocimiento, sino a vivir una gloria que, en teoría, caería por su propio peso. Por supuesto, el planteamiento era erróneo, y lo peor es que marcó toda su forma de actuar. El brasileño jamás se privó de la actitud de un Balón de Oro, ni siquiera en sus horas más bajas con Capello, en las que fue incluso suplente. Robinho no corría para atrás cuando perdía el balón, abusaba de la virguería, se metió en varios líos extradeportivos, hacía la cucaracha y por supuesto declaraba cada vez que podía que iba a ser el mejor futbolista del mundo. No podía evitarlo, él lo pensaba y necesitaba pensarlo, y todos los ratos increíbles que regaló en Europa se cimentaron sobre ese ego. Aunque en general, está claro, aquéllo restaba mucho más de lo que sumaba.
Fue el hombre clave del Real de SchusterAdemás Robinho nunca tuvo opción de ser el mejor, si bien sí que optó en su momento álgido, la 2007/08, a levantar el Balón de Oro. Entonces ganaba la estrella del equipo campeón, y el Madrid de Schuster tenía potencial para ganar la Copa de Europa (Casillas, Ramos, Pepe, Cannavaro, Diarra, Sneijder, Robinho, Robben, Van Nistelrooy), aun teniendo carencias. Las claves, que cuando atacaba en posicional no tenía un mediocampista sobre el que reposar y que cuando transitaba sus puntas eran los lentos treintañeros Raúl y Ruud. Él esculpió los detalles. Bajaba junto a su lateral para iniciar y relajar al equipo, aprovechando que no se la quitaban. Se apoyaba en Sneijder, interior izquierdo. Si salían sin su ayuda, libraba la banda, creaba líneas de pase por dentro y a disfrutar, acelerando o pausando según. En transición, era magia. Esperaba tanto, en el momento más rápido, que convertía a Ruud en aquel 9 perfecto dirigido por el Sir. Qué genio.
Nunca talonó bien. Aquél fue su principal defecto técnico
Cayó contra la Roma. Buen equipo, el primero moderno en jugar con el «falso 9″, pero nada del otro jueves. Cabe señalar que se perdió la ida y jugó la vuelta lesionado, esas cosas deben constar, pero parece éste el momento ideal para hablar de sus déficits más futbolísticos. El primero, siempre saltó a la vista, fue su lentitud. No era una tortuga, pero tampoco un rayo. No tenía el turbo que hacía de Ronaldinho, Kaká y Henry, y de Messi y Cristiano, tipos inalcanzables para él. Aquéllo era determinación, hacer gol sí o sí cuando sólo un contrario le separaba del portero rival. No lo tenía. La otra pega, bastante más obviada, fue su incompleto repertorio técnico. Era un mago, el tipo de las cosas extraordinarias desde el ocaso de Dinho hasta el origen de Neymar, pero le faltaba algo. Talonar bien, por ejemplo. Se caía al cambiar de ritmo porque no tenía calidad para ligar su velocidad de piernas con una zancada veloz. También le faltó un buen chut. Con él le hubiesen metido más pierna en la frontal, y él la hubiera burlado. Sin embargo, no lo tuvo, y pudieron flotarle. Le costó goles, juego y sueños.
Robinho y el RM se llevaron al límite fatalA efectos prácticos, Robinho había sido una apuesta ganadora para el Madrid. Había invertido en un joven brasileño que se había ganado la titularidad y había estado, mínimo, entre los cuatro jugadores más importantes en dos títulos de Liga. Valía más de lo que había costado, y tenía solo 24 años. 24. El exceso de expectativa, de ambición y de pequeños fracasos mató la relación. Parece prudente decir que los hechos no se lo pusieron fácil, pero Kaká, Ronaldinho y Henry hubieran superado todos esos retos. Cristiano y Messi, en ese momento ya sus rivales, los hubieran liquidado. Robinho, obligado por todos, él el primero, a ser uno de ellos, sencillamente era muchísimo menos bueno, teniendo más talento que más de uno. Llegó el Jeque.
Llegó el Jeque pero Robinho sabía, en su fuero interno, que lo mejor de su vida ya había pasado. Que la oportunidad de su carrera se había esfumado. Por orgullo compitió, y no siendo 9 y jugando en un equipo por entonces menor quedó como tercer máximo goleador de aquella Premier League 2008/09, firmando un gran inicio y un gran final de temporada. Para cuando llegaron Tévez y Adebayor, sus salvadores, ya estaba completamente quemado, y necesitaba irse a Brasil.
Guardiola siempre quiso recuperar su sonrisa, pero no se atrevió.
Entonces se abrió, como cada verano desde que huyera de Madrid, la puerta de Barcelona. A Guardiola le gustaba. Cómo no iba a gustarle. Pero le daba miedo que con 26 años siguiese celebrando los goles de forma extraña, y esas cosas raras de Robinho. Futbolísticamente sólo cabía una duda, y era la adaptación de un jugador tan complejo y amplio a Leo Messi, que tiene lo suyo. Robinho iba a querer medio, iba a querer pases, iba a querer cariño de balón; o eso pensábamos, porque lo cierto es que fichó por el Milan de Ibrahimovic y enseñó un grado de madurez desconocido, interesante. Asumió la superioridad de Zlatan y jugó en función de él, cargando las bandas y picando con rupturas, dos cosas que él sabía descifrar, porque su lectura era perfecta, pero que no le gustaban tanto. Se hubiera adaptado a Messi. Tampoco es que Pep se arrepintiese, no le fue nada mal. Y a Allegri le vino de maravilla, ganó un Scudetto que sin su «70» no hubiera podido conquistar. Un año después, aquel equipo de retales pereció; no sin antes ofrecer a Ibra y al propio Binho su primera noche de Champions.
Y aquí estamos, con Real Madrid, Manchester City y AC Milan en su expediente, con casi 100 millones de €uros en él invertidos y habiendo levantado tres títulos de Liga. Con 74 goles anotados y muchos puntos decididos. Y con una carrera deportiva condicionada, para lo bueno y lo malo, por Pelé, Zidane, Raúl, Ronaldinho, Messi y Cristiano. No ha estado tan mal, pero un regalo de este tipo, un presente tan delicado y nostálgico, debía haberse ganado, como mínimo, la eternidad, y nadie va a llorar por él cuando cruce el Atlántico sin retorno.
Wjcmha 31 diciembre, 2012
Su carrera tuvo varios fallos, el era como era. Y no podia ser lo que el en su fuero interno creia ser…pero su error, su gran error, fue fichar por el Real Madrid. Es un error tan claro, que dudo que cualquier otro brasileño con alternativas lo vuelva a cometer, el Madrid esta mucho más cerca de ser un vuelo con multiples retrasos, quejas y aterrizaje forzoso en un aeropuertucho a medio camino que de ser un despegue hacia las estrellas. Si hubiese caido directamente en el Milan…yo creo que desde la tranquilidad de una situación no tan extrema hubiera tenido una mejor perspectiva de lo que eran de verdad las cosas. O a lo mejor no, quien sabe.
Jugaba muy bien. Era lento, se caia mucho, y no era del todo preciso, pero jugaba muy bien. Hacia a sus compañeros mejores. Lástima.