Pochettino era el Ferguson del Espanyol hasta que el carácter ciclotímico de la composición y los componentes de su propia plantilla le hizo prescindible, sustituible y olvidable. No sirvieron ni los servicios prestados, ni besar (con true love) el escudo, ni creer en un proyecto como filosofía y como fisionomía de su propio sentido de vida en el campo y en la grada. Ya saben, el trabajo está fatal, la cosa está muy mala y Mauricio se fue a la calle como se van los que vienen a visitarnos una noche y quieren coger el último metro. Sin hacer ruido, sin preguntar ¿me quedo?, sin pedirnos prestado un paraguas. El barco se hundía y las ratas estaban jugando al tute entre la bodega y el cambio (a veces cuando el barco se hunde, paradójicamente, al primero al que tiran por la borda es al único que cree en el barco). Cuando se escuchó en plofff, el dj se quitó los cascos y se le lleno los ojos de lágrimas pesadas, saladas y con tiburones pidiendo perdón. El Capitán Garfio se rascó el ojo bueno y el bueno de Verdú tuvo que cambiar de discos y de sintonía. Llegaba en patera Javier Aguirre desde México, un entrenador pasado de moda al que le gusta la música machacona, la que se te queda en la cabeza, la que se escapa del corazón. Lo esperado: Malasaña se convirtió en Huertas. Verdú contra el Granada pinchó sin escuchar la canción que pondría después, entre un ghanés más desequilibrado que desequilibrante y un portugués triste cantando un fado lamentable. «The saddest music in the world» que diría Guy Maddin.
Rodeado de Christians, Víctors, Gómez y Álvarez variados, uno se hace un lío, incluso cuando se tiene claro que es el que desmadeja los nervios y los sistemas, el que hace bailar al amigo y al enemigoVerdú, contra el Granada, fue al pub sin sus discos y se le notó en la cara, el que forma las parejas, el que levanta la liebre, la libido y la ocasión de la que no arrepentirnos a la mañana siguiente. Jugar de pie para no morir de rodillas, silbar el himno de los caminantes kamikaces, de los que salen los últimos y nunca llegarán los primeros. Pero no llegarán los últimos ni los terceros por la cola. Verdú, contra el Granada, fue al pub sin sus discos y se le notó en la cara. Con Pochettino él era el único que ponía el ritmo aunque más nadie bailara. Además Longo se quedó en el banquillo mientras Stuani se comía la hierba sin hambre ni sentido. La defensa al menos estaba bien colocada para que todos estuvieran juntitos y fueran solidarios que decía el compañero Marc Roca. Lo más feo sin duda era ver a Baena caminando solo por la discoteca sin saber a qué chica entrarle ni a qué amigo arrimarse. Aunque reconozcámoslo: alguna vez hemos transitado nosotros así, sin sitio, sin rol, sin sentido. Aguirre, sin duda, sabrá decirle qué ponerse para la próxima noche. Si es que lo pone.
Verdú no tiene ese problema. Verdú ve puerta con facilidad porque lo ve todo con facilidad. Las asociaciones, las diagonales, los cambios de juego, el balón parado y el movimiento. No se le puede acusar de haber seguido poniendo música cuando todos dormían. A él le pagan por horas (bueno, por hora y media) y el Espanyol ha perdido demasiados partidos en los minutos de descuento. Por segundos, la intensidad de Pochettino se difuminaba ante las adversidades y los impedimentos, ante las remontadas imposibles y la mala suerte endémica de un conjunto que pierde guerras tras ganar muchas batallas. Como en el Ono Estadi, en el Ciutat de Valencia o en Mestalla. O como ante el Zaragoza, el Osasuna o el Getafe. Ejércitos de su misma raza, hermanastros de dudas y agonías. Verdú hizo lo que pudo. Y pudo mucho aunque fuera para nada. Metió goles, dio asistencias, animó a los compañeros, abrazó a su entrenador, asumió en rueda de prensa y pidió perdón al público por algo que no había hecho. Su música no era triste, sus mezclas eran fluidas, sus samplers eran indiscutibles. A ver cómo calza ahora una ranchera.
@SharkGutierrez 7 diciembre, 2012
Descubrir lo que le puede pasar a Verdú, suena como un problema de trigonometría en japonés: no tienes ni la más mínima idea. Sin embargo, puedes acercarte algo cuando acudes al Traductor de Google. Al menos intuirlo, como un sueño que se hace realidad.
Verdú es lider, soliviantará el problema del vestuario ante un motivador de "Ideas machaconas"; Joan tendrá que repetir las rancheras una y otra vez, pero lo personalizará; será diferente, otro sonido. Otras luces de fondo. Mezclará y le dará ritmo al equipo, porque él es el DJ, el que pone la música.
El Espanyol es un equipo a la deriva, cuyo Carpatia se encomienda al acento méxicano. Verdú claudicará, como claudicó a la verborrea romántica y argentina de Mauricio, pero no dudará de hacer de ella la música, si todos bailan. Solidaridad, 24 jornadas por delante y un objetivo: dejar de ser el Titanic. El resto, pues lo que el dueño de la disco diga y lo que el DJ consiga sacar de la mezcla. Una mezcla cuya fondo es la esperanza y la base en la calidad diferencial de Verdú.