Inglaterra ha disfrutado de más fútbol que el resto del mundo por razones obvias, y es por ello que en las Islas se han creado más figuras icónicas que en ningún otro lugar del mundo. Todos amamos a los torrenciales box to box ingleses, desde Bobby Charlton a Frank Lampard, pasando por Bryan Robson. Y difícil es también no adorar al gigantón atacante que ha sido tan habitual en el fútbol británico durante más de un siglo. El hombre del que se colgaban las esperanzas de muchos equipos cuando de buscar el gol se trataba, el jugador capaz de los remates más inverósimiles y cuya cabeza es un arma de destrucción masiva. Entre los más recordados siempre estará “El Rey de Birmingham”, Jeff Astle, icono del West Brom y uno de mis personajes favoritos de la historia de las Copas del Mundo.
Protegido del mítico Tommy Lawton, Astle, oriundo de Nottingham, con su metro ochenta y su poderoso juego aéreo llevó al WBA a grandes cotas. Histórico fue su gol decisivo en la final de Copa del 68 ante el Everton (marcó en todas las rondas del torneo), y dos años más tarde se convirtió en el primer hombre en marcar en finales de Copa y Copa de la Liga (aunque esta la perdió contra el Manchester City). Y fue máximo goleador del campeonato inglés, al tiempo que se quiso nombrar un puente en su honor.
¿Y si Brasil hubiese compartido eliminatorias con Alemania e Italia? Astle tuvo la respuesta a esta pregunta.
Alf Ramsey lo seleccionó en el mejor conjunto que haya reunido el fútbol inglés, para la Copa Mundial de Mexico. El número 22, en un equipo que reunía a muchos campeones del mundo y a lo mejor de la savia nueva del fútbol inglés (principalmente de Everton y Manchester City). Astle era, teóricamente, el último delantero del equipo, pero se conviritó en el jugador nº 13 de la selección. Contra el equipo más mítico de la historia, en un partido que vió la mejor parada (Banks a Pelé) y el mejor tackle (Moore a Jairzinho), Astle fue protagonista de uno de los mayores “what if” de la historia, cuando, con 0-0, falló una oportunidad clarísima ante la gran Brasil de los cinco dieces. Era un gol que habría enviado a los brasileños a la parte opuesta del cuadro de eliminatorias: la de Alemania e Italia. Nunca fue un virtuoso, nadie se lo pidió. Era una bola de demolición, un ariete, un hombre que desde su atalaya marcó diferencias en la siempre exigente First Division, pero que nunca salió de su club de segundo nivel para ir a un grande. Cada tarde de sábado, entre el habitual barro de los terrenos ingleses la pelota volaba buscando el testarazo salvador de Astle. 168 veces consiguió su objetivo. Y más lo intentó. Y, paradójicamente, lo que mejor hacía acabó costándole la vida a los 59 años, dejándonos el último gran episodio de un bombardero de leyenda, al que el paso del tiempo comienza a sepultar.
@AlvarodeGrado 26 septiembre, 2012
Aplauso.