Argentina no es Brasil. Nunca pretendió serlo. En la tierra que vio crecer a Gardel, el fútbol no es un motivo de fiesta y alegría. A la pelota se juega con responsabilidad y dientes apretados. Curiosamente, esto no ha impedido que del país surgieran tres de los cuatro más grandes de la historia, un dato que, por sí solo, habla de la potencia cultural y la relevancia de la Argentina para con este deporte. Un análisis rápido de estas tres figuras nos sirve para validar las características mencionadas: Maradona y Messi, las zurdas más sensibles y virtuosas, jamás tiraron una bicicleta. En sus regates no existía artilugio. Don Alfredo, por su parte, además de legar un porrón de títulos al Real Madrid, dejó en la Casa Blanca una personalidad única e imperecedera. El futbolista argentino es sobrio, altivo y déspota, así lo quiere su gente. Asimismo, tiene rasgos exclusivos, posiciones “propias”. O tenía. Porque Argentina, la de siempre, la del Diez, la del Cinco, la del central de taco afilado y rostro demacrado… se nos va. O peor; quizás ya no existe.
No era fácil para el orgullo albiceleste ver a su vecino y rival con tres cetros mundiales, conseguidos en apenas una década. El subcampeonato de 1930 quedaba ya muy lejos, y la (increíble) cifra de 12 Copas América no llenaban la tripa del hincha.La victoria del 78 fue la semilla para las dos décadas siguientes Así se plantaba Argentina en su Copa del Mundo. Dimes y diretes a un lado, aquel triunfo se cimentó en la superior categoría de dos de sus hombres; Mario Kempes (de apodo, El Matador) y Daniel Passarella, el Gran Capitán. Aunque nuestro dominio continental no era comparable, resulta sencillo imaginar el efecto que tuvo esta conquista internacional sobre la autoestima del jugador argentino. Hoy lo vivimos nosotros. Toda una generación de pibitos crecía al calor del primer Mundial. La melena del Matador tendría su réplica en Batistuta, mientras que el salto vertical con el que Passarella humillaba contrarios aparecería mimetizado dos décadas después en Roberto Fabián Ayala. La semilla futura estaba más que sembrada. Lo siguiente en llegar se llamaba Diego Armando Maradona.
Con la estrella en el pecho, la egolatría (sin duda alguna, una virtud) azul y blanca pudo por fin encontrar su razón de ser. Es posible que la cosa se fuera de madre en España 82. Menotti no supo aprovechar el potencial de una selección que sumaba a Maradona con respecto al equipo del 78. Su relevo, Bilardo. El NarigónDiego y el ganar hacían buenos a centrales de nivel medio logró transmitir su esencia al colectivo, amén de entender la figura de Maradona. Dicen (sobre todo el propio Bilardo) que nadie enseñó mejor al Pelusa cómo superar la marca individual. En cualquier caso, el peso del técnico en esta historia es muy menor. El huracán se llamaba Maradona. Su ascendencia requiere una lectura diferente a la habitual. Puede parecer extraño, pero lo que más amaba el pueblo argentino de Diego no era su juego, su zurda o sus goles; lo principal era su liderazgo. Su cuerpo erguido, su pecho para fuera, ese que a medida que su fútbol envejecía, más grande se hacía, ocultando la debilidad. Así, se daba un fenómeno irrepetible; los compañeros de equipo, tanto en el Napoli como en la Selección, eran poco menos que fanáticos de D10S. Jugar para él los llevaba a otro nivel. Si Diego era golpeado, ellos respondían con otra patada aún más fuerte. Si el genio hacía goles legendarios, qué menos que poner la vida. Las carreras del Tata Brown y Oscar Ruggeri no estuvieron nunca a la altura de su rendimiento en la albiceleste. A Argentina se iba a competir y a ganar. El contexto era vencedor, hasta el punto de salir campeones de las Copas América de 1991 y 1993 incluso sin la presencia de Maradona. A partir de ahí, el goteo de centrales sería extraordinario: Ayala, Sensini, Cáceres, Chamot, Samuel. Grandes trayectorias que, sin embargo, no encontrarían el éxito. El escenario victorioso se desvanecía, se sumaban años en blanco y el aura ganadora terminó siendo un cuento incómodo para los jóvenes. La camiseta que antes hacía volar se había vuelto de plomo. A Argentina ahora se iba a sufrir.
Central de Argentina, una de las posiciones más desagradables en la actualidad
Hay que aclarar que, más allá de consecuencias históricas, el fútbol argentino pasa por una más que visible crisis global. Los motivos son conocidos y redundantes: descenso en la inversión en cantera, ventas ridículamente precoces, torneos cortos que lastran proyectos a largo plazo… La producción ha bajado en todas las posiciones, aunque en una alcanza cotas paranormales: el puesto de lateral. Excepción hecha del correcto Zabaleta, Argentina lleva una década sin producir carrileros con nivel de Selección. Tanto es así que Maradona solo convocó para la pasada cita de Sudáfrica… ¡¡a uno!! Volantes como Jonás o centrales como Otamendi ocuparon los roles exteriores. La respuesta a tan grave crisis quizás hay que buscarla en la etapa de Marcelo Bielsa al frente del bicampeón mundial.
Seis años es tiempo más que suficiente para consolidar una tendencia. Durante este período, con muy contadas excepciones, Marcelo Bielsa desarrolló en el combinado argentino su adorado 3-4-3, herencia del Ajax de Van Gaal. Este sistema tiene la peculiaridad de que no da espacio a los laterales convencionales. Mejor dicho, los reubica. Zanetti y Sorín, futbolistas que, si bien no eran Cafú y Roberto Carlos, sí eran élite, actuaban bajo las órdenes del Loco como interiores de recorrido con querencia hacia dentro. Los menos dotados, caso de Placente, bajaban un escalón, para formar parte de la línea de tres, como pasara con Reiziger o Bogarde en el conjunto holandés. Tras la salida de Bielsa, Pekerman volvía a la defensa de 4… para tirar casi todo el Mundial 2006 de Coloccini o Burdisso. Entre 1998 y 2004 no entró un lateral en la Selección. Por el camino, al país se le olvidó producirlos.
Javier Zanetti debutó en la Selección en 1994; Juanpi Sorín, en 1995. Desde entonces, Argentina no produce laterales de primer nivel
No debemos falsear el debate: ni antes ni después existió algo como Fernando Redondo. Ni en Sudamérica ni fuera de ella. El centrojás argentino (que hay que decir que mantuvo una tormentosa y cuestionable relación con la camiseta de su país) fue una joya, una pieza de coleccionista entre los mediocentros. Sin embargo, no es menos cierto que El Príncipe no fue sino la evolución cualitativa de una demarcación en la que destacaron otros como Checho Batista, campeón en el 86 (y al que Diego quiso llevar a su Napoli). Hallar las causas de la pérdida de jerarquía del cinco clásico es bastante más fácil que en otros aspectos. La popularización mundial del doble mediocentro, la tendencia general a derivar responsabilidades en el interior de posesión (o el enganche)… todo mutaba lenta pero inexorablemente. Futbolistas como Verón o Juan Román Riquelme fueron puntualmente los capos del balón en la Selección. Tras asumir como fallida la irrupción de Gago, han sido nombres como los de Cambiasso y especialmente Mascherano los que han logrado asentarse en la base de la jugada del Seleccionado. El primero escondía un llegador con toques asociativos. El segundo siempre fue limitado en talento (comenzó como volante derecho de ida y vuelta), pero evocó como pocos el recuerdo de ese gladiador pasional que se dejaba el alma al lado de Maradona.
Con el diez hay menos problemas. El fútbol local sigue dejándole espacio al mediapunta talentoso, siempre y cuando aparezca. Lo malo es que da la sensación de que la maquinaria puede tardar en sacar otro Aimar, no digamos otro Riquelme. Toda la fábrica anda dando recortes. Se mantiene lo salvaje, porque todavía quedan potreros y piedras con las que jugar, pero el futbolista de escuela se pierde. El jugador conceptual ya no es argentino. El central que maneja el área, el mediocentro con ideas, el lateral que aglutina pelota… se marcharon. Ojalá regresen, por el bien del propio juego. Argentina es un tesoro que todo futbolero está en la obligación de amar u odiar, que al fin y al cabo, no es sino otra forma de querer.
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Mark 11 septiembre, 2012
A mi Zabaleta me parece muy bueno, tengo ganas de verle contra el Madrid.