Riquelme necesitaba que su club se le entregase en alma y su equipo en cuerpo. Se dice pronto, pero es mucho. Él lo valía. A lo largo de su carrera completó tres periodos sinceros, tres etapas en las que él y el que tocaba se dijeron la verdad. La primera y la última fueron en Boca Juniors, su sangre. El club que vistió el mejor fútbol de Maradona en el país donde es Dios, pero que no duda sobre que el hombre de su vida es Román. Sin embargo, y aunque la noticia hoy es que Riquelme dijo ayer adiós a Buenos Aires, desviaremos la mirada hacia el regalo que hizo al Villarreal, que nos pilla más cerca y ahora están incluso más tristes que en La Bombonera.
Entregarse a Riquelme en cuerpo se llamaba 4-3-1-2 y se apellidaba darle la mediapunta. Más allá, él requería un tipo detrás y uno delante que le hicieran el espacio, porque su fútbol ligaba con la base de la jugada pero dormía en la zona del «10». Y Pellegrini en su nuca le puso a Senna. Era difícil ser más moderno aparentando más clasicismo que el hispano-brasileño. «5» vocacional, comprendió que los de arriba tenían derecho a bajar, daba un paso a su izquierda y Román tenía su sitio para recogerla. Detalle curioso el de que Senna diese el paso a la izquierda, porque es ahí donde el enganche había vivido más ganando sus primeras Libertadores, pero Pellegrini lo vio claro. De un lado, la naturaleza activa de Sorín y Forlán en la siniestra daba sentido al exquisito envío en largo de Román, y tiempo para que él y la pelota platicasen a gusto. De otro, la cara interna de su pie bueno dejó de mirar al gol para mirar a 8 de sus compañeros. Pellegrini incitaba a un altruista a relacionarse más y más con todos. Sin perder nada.
Porque claro, Riquelme bajaba sobre su diestra, pero a medida que subía cruzaba la cancha, pisando el corazón del campo enemigo y recostándose en el pico del área que sí daba a su bota buena la perspectiva deseada. Todo esto sin prisas. O sí, ¿eh?, que cuando el rival caía embrujado bien que mezclaba con el eslálom, la doble pared o el envío a Forlán. Forlán, que era el tipo de delante, corría lo que él no quería, y no siempre hacia el gol. Qué pases aquéllos de Román en los que la bola salía rápida y luego se detenía sobre la orilla esperando al uruguayo. Desde allí no podía marcar, pero la posición y el reloj ya habían puesto a Riquelme donde quería. Y una vez en ese punto, Forlán ganaba Botas de Oro. No extrañan los éxitos del Villarreal vistos ahora con sosiego. Menos aun los de Boca. Uno se para a pensar en Riquelme como futbolista, sólo como futbolista, y no consigue encontrarle ni una pega importante. No ganó una Copa de Europa porque ningún grande se atrevió a ir un poco más lento. A darle todo.
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@monopandillero 6 julio, 2012
"La Bombonera es como el jardín de mi casa, no puedo jugar en otro lado"