Aunque parezca mentira, nunca a estas alturas de Eurocopa se habían encontrado las dos mayores potencias europeas (7 Mundiales y 4 Eurocopas entre ambas). También es cierto que el campo de batalla europeo no es el favorito de los italianos, pero aún así nos resulta extraño que los mayores representantes de la competitividad extrema nunca hayan medido armas en una semifinal europea. Dos empates en primera fase es su bagaje en la Eurocopa. Un empate a uno en tierras alemanas en 1988, protagonizado por dos equipos que estaban en transición hacia el Mundial de 1990, y un empate a cero en 1996, que propiciaba la salida de Italia –y de Arrigo Sacchi– por la puerta de atrás del torneo inglés. Por el contrario, sus grandes duelos en la arena mundialista han pasado a la historia por su trascendencia y sus tintes épicos. Dos semifinales y una final de la Copa del Mundo han sido protagonizadas por la «Squadra Azzurra» y la «Mannschaft».
Todavía todos tenemos reciente esa semifinal de Dortmund en 2006. Los alemanes afrontaban el Mundial en su país tras dos años de trabajo a marchas forzadas por parte de Jürgen Klinsmann –y Joachim Löw-Tras el fracaso en la Eurocopa de Portugal, Alemania reorganizó todo su fútbol para renovar a una selección decrépita y poco competitiva. A pesar de su subcampeonato en el Mundial del 2002, Alemania había hecho el ridículo en la Euro de Portugal, y el ex delantero del Stuttgart asumió el reto de introducir nuevos jugador, y un nuevo estilo de juego. Más o menos lo consiguió, aunque ni mucho menos el cambio fue radical. Su obra la continuaría Löw tras el Mundial, pero durante este torneo en casa se sentaron las bases para la actual Alemania. Se trabajó desde todos los estratos del fútbol alemán, reorganizando todo el fútbol base, creando el Team 2006, un equipo sombra del combinado nacional donde foguear a los nuevos valores antes de lanzarlos a competir internacionalmente, y en definitiva, se lavo la cara de un fútbol estancado. La apuesta salió bien, ya que la selección demostró competitividad durante el torneo, avanzando rondas sin excesivo esfuerzo y batiendo a Argentina en los cuartos de final en un partido memorable, especialmente por la tanda de penalties en la que Lehmann fue gran protagonista.
Italia, por su parte, llegaba al torneo envuelta en el escándalo del «Calciopoli», por el cual la Juventus (base de la selección como casi siempre que Italia es competitiva), daría con sus huesos en la Serie B y perdería dos Scudetti. Ambiente enrarecido, seleccionador y ciertos jugadores discutidos, problemas extrafutbolísticos… Todo recordaba sospechosamente a 1982, y así, entre las dudas de una primera fase bastante penosa, y el refuerzo que le suponía al grupo ir pasando partidos de eliminatorias, se llegó al partido de Dortmund. Alemania debía ser favorita, por localía, y porque Italia había llegado trabajosamente a estas instancias. Pero trabajosamente es the italian way, no podían estar más cómodos con ese papel. En un Westfalensatadion abarrotado, ambos equipos se midieron de poder a poder. Alemania basaba su fuerza en la pareja Klose-Podolski –el máximo goleador y el mejor joven del campeonato-, y en la capacidad de Schweinsteiger, Ballack y Frings para comerse ellos solitos kilómetros y kilómetros en el centro del campo. Y además, fue el torneo de la explosión de un carrilero de clase mundial como Philip Lahm. Los italianos, amparados en la seguridad de unos Buffon y Cannavaron inconmensurables –murió el futbolista y nació la leyenda para ambos durante este torneo-, la revelación de Fabio Grosso en el lateral izquierdo, la dirección de Andrea Pirlo y el trabajo de Mauro Camoranesi en el medio y la cambiante inspiración de alguno de sus atacantes –había para elegir: Totti, Del Piero, Toni, Inzaghi, Iaquinta, Gilardino-, plantaban cara y estaban cómodos.
Conforme pasaban los minutos, a los alemanes se les veía más cansados, física y mentalmente, mientras que los italianos estaban cada vez más metidos en su papel y el partido más suyo con el correr del tiempo. A pesar del empate a cero, la prórroga prometía no bajar en intensidad –¿reminiscencias de 1970?-Pese a que Italia había tenido más desgaste, conforme pasaba el tiempo más superior era , y aquí es donde Marcello Lippi dio un golpe de efecto. Italia salió a matar en el tiempo extra. Del Piero, Iaquinta y Gilardino renovaron totalmente el frente de ataque italiano y la «Azzurra» se hizo con los mandos del encuentro. Aún así, parecía que los penalties eran cada vez más posibles, y la sombra de Lehmann, con su papelito salvador de los cuartos de final, se agigantaba. Pero llegó el minuto 119 y de repente todos vimos aparecerse en nuestras televisiones a Marco Tardelli, como en aquella final del 82. Evidentemente no era él, era Fabio Grosso, la gran sorpresa italiana del Mundial, el hombre que hizo suya aquella carrera (puños cerrados y grito salvaje al viento) que el gran Marco había patentado en el Mundial de España. Tras un corner, la pelota llegó a Pirlo, que con un pase magistral habilitó Grosso y este la puso en el ángulo donde Lehmann jamás podía llegar. ¡Italia en ventaja! Alemania, consciente de que necesita un milagro, y consciente de que ya lo habían encontrado muchas veces, tocó a rebato, pero Italia no se limitó a subir la guardia y esperar llegar viva al toque de campana final. Contragolpeó. Y en la jugada más memorable de todo el Mundial, con Cannavaro, Totti, Del Piero, Gilardino y de nuevo del Piero ponía el 0-2 que mataba a Alemania y situaba a Italia en su sexta final mundialista, donde derrotarían a la Francia de Zidane y Cannavaro levantaría la cuarta Copa del Mundo italiana.
El mazazo de Del Piero confirmaba a Italia como la bestia negra de Alemania.
2006 tuvo muchas reminiscencias de 1982, desde el escándalo italiano previo al Mundial, hasta la andadura titubeante de la Nazionale por el torneo, pasando por el grito de Tardelli al darle la estocada final a los alemanes. Así podrían resumirse ambos enfrentamientos, pero es que en España 82, los italianos arrebataron directamente la Copa a los alemanes. Era la final del Santiago Bernabeu, y ambos equipos habían sufrido como perros para alcanzarla. Italia con jugadores como Paolo Rossi metidos en escándalos –Totonero-, el seleccionador criticado por su manera de escoger el equipo, dejando fuera a jugadores muy en forma para llamar a otros más de su gusto pero cuyo rendimiento sería dudoso, una primera fase horrenda, para luego ir creciendo exponencialmente, y liquidar a la Argentina de Maradona, el favoritísimo Brasil de Telé Santana y la sorprendente Polonia que, una vez más, se metía entre los tres primeros. Había Italia alcanzado la final amparándose en la fiabilidad de Dino Zoff –que hacía su último servicio a la causa, a los 40 años-, la clase de Scirea cerrando la defensa, los salvajes marcajes de Claudio Gentile, la garra de Marco Tardelli, la clase de Antognoni en el medio, la ubicuidad del gran Bruno Conti y el renacimiento de Paolo Rossi, verdugo de Brasil y Polonia.
Alemania, que había sufrido una vergonzosa derrota contra Argelia al comienzo del torneo, tuvo que pactar un aún más vergonzoso empate con Austria en Gijón para solventar la situación y plantarse en segunda fase. En un grupo con Inglaterra –soso empate a cero- y España –solvente victoria por 2-1-, habían conseguido plantarse en las semis, donde les esperaba la nueva favorita del público, la Francia de Michel Platini. Como Alemania –y más aún esta de Jupp Derwall- de sentimientos iba más bien cortita, eliminó a los poetas franceses de la manera más cruel posible, entre remontadas, penalties e intentos de homicidio por parte de Harald Schumacher. Fue uno de los mejores partidos jamás jugados, un thriller con todo lo necesario para el espectador, como el Francia-Brasil del 86 o el Alemania-Italia del 70.
A estas alturas de torneo la gente ya no sabía muy bien con quien ir, con los catenaccistas italianos, que habían molido a palos a Maradona y se habían cargado al equipo de todos o con los malencarados alemanes-Breitner, Stielike, Schumacher, Kaltz o Dremmler no eran lo más simpático del mundo-, que también habían matado un poco al fútbol en la semifinal de Sevilla, y además habían inspirado el sarcástico «¡que se besen, que se besen!» del público gijonés en el partido contra Austria.
Italia no dejó mucho tiempo para dudar. Jugaron un partido impecable, aún con la ausencia de su cerebro Antognoni y con la rápida pérdida de Graziani, al que su maltrecho hombro redujo su final del Mundial a escasos 10 minutos. Alemania, que contaba con un Rummenigge renqueante, parecía fuera de lugar en la finalPaolo Rossi anotó su sexto gol consecutivo para poner en ventaja a Italia en la final. Se esperaba que la estrella del Bayern pudiese obrar un pequeño milagro, pero fue aplastado por un jovencito de 18 años con un bigote señorial. Beppe Bergomi se convertiría en un mito del calcio en este Mundial, que sería la primera piedra de una magnífica carrera. Los alemanes apenas inquietaron a Zoff, e Italia incluso dispuso de un penalti que Antonio Cabrini lanzó fuera. Cerocerismo al descanso. Era el mejor resultado posible para los alemanes, pero les duró poco la alegría. Escasos diez minutos del segundo tiempo le bastaron a Rossi para anotar su sexto gol consecutivo en el Mundial y abrir la lata alemana. Fue un centro al área que formó un barullo en frente de la portería de Schumacher, del que sólo podía salir un ganador. Y ese era Paolo Rossi, oportunista como pocos ha habido, que merced a su heroica actuación mundialista acabaría el año como Balón de Oro. Tras el gol, Derwall decidió retirar al decepcionante Rummenigge, pero ya nada podía contrarrestar el subidón moral que impulsaba a los hombres de Enzo Bearzot. Una increíble jugada dentro del área alemana entre ¡Bergomi y Scirea!, culminó con un balón a las inmediaciones de la frontal donde Marco Tardelli, con varios jugadores alemanes encima, resolvió para marcar el segundo gol y dar al mundo una de las celebraciones más emocionantes de la historia del fútbol. Corrió, incrédulo, con los puños apretados, gritando con todas sus fuerzas, cabello al viento, sacando toda la tensión que había vivido durante ese mes en España. ¿Cuántas veces habría visto Fabio Grosso esas imágenes?
Alemania era ya un cadáver cuando Alessandro Altobelli anotó el tercero. A partir de ahí hubo momentos para el homenaje, como la presencia de uno de los favoritos de Bearzot, Franco Causio, en el terreno de juego. Alemania marcó, por medio de Breitner, pero no fue más que una anécdota que sirvió al gran Abisinio para formar parte del selecto grupo de jugadores que han marcado en dos finales de Copa del Mundo –Vavá, Pelé, Breitner, Zidane-.
El mejor partido de la historia del Mundial también tuvo a italianos y alemanes como protagonistas.
La Italia envuelta en polémicas, que sufre en la primera fase y que crece conforme avanza el torneo, como ya habréis podido comprobar, es una de las figuras más clásicas de la historia del los Mundiales. Como Naranjito, las Torres de Wembley, Pelé o la mano del Diego. Mexico 70 no iba a ser menos. Los italianos venían como campeones de Europa, tras ganar el torneo en su país dos años antes. Pero lo ganaron de manera especial, pasando las semis contra la URSS por el lanzamiento de una moneda, y venciendo la final en un partido de desempate contra Yugoslavia, que sufrió un arbitraje infame por parte de un árbitro español, y a una Italia que había cambiado su alineación completamente con respecto a la primera final. En aquel año 68, ya era Dino Zoff el portero de la selección.
Así pues, en Mexico, lo italianos se presentaban con la polémica entre quién debía jugar entre Gianni Rivera y Sandro Mazzola, los dos genios del fútbol transalpino de la época. ValcareggiUn catenaccista como Valcareggi sólo admitía a un genio: Gianni Rivera o Sandro Mazzola, el seleccionador, era un catenaccista declarado, con lo cual no había espacio para ambos en el equipo. Además, Zoff había perdido el puesto contra Albertosi, portero del Cagliari que sorprendentemente había ganado la Serie A ese año. Precisamente del Cagliari había varios jugadores más, el principal Gigi Riva, un extremo izquierdo con una capacidad goleadora soberbia y un cañón en sus botas. Seguramente el jugador más amado de Italia en aquel momento y sobre el que no pesaba ninguna polémica o duda. Debía ser el estilete de la selección. El caso es que durante la primera fase Riva estuvo absolutamente decepcionante, y con él el equipo entero. Italia pasó por los pelos un grupo fácil, marcando poco y encajando aún menos. Concretamente había marcado un gol y encajado ninguno. Así era esta Italia. Había despertado el equipo en los cuartos de final contra Mexico, guiado por un Riva autor de un doblete y un Rivera que también había anotado. Valcareggi había llegado a la conclusión de que hacer jugar una parte a Mazzola y otra a Rivera era lo justo. Así era esta Italia también.
Alemania, subcampeona del Mundial 66, empleó su primera fase para consagrar al Torpedo Müller –un gol a Marruecos, tres a Bulgaria y tres a Perú-, asentar a la pareja Beckenbauer-Overath como la más completa del torneo y redescubrir la faceta de centrocampista de Uwe Seeler. Además de eso, había saldado viejas cuentas con los hombres de Sir Alf Ramsey, eliminando a Inglaterra en un apasionante partido en León, a 45 grados de temperatura.
¿Quién era la favorita para esta semifinal en el Estadio Azteca? Sencillo: no la había. Pero sí había morbo por ver como Müller podía burlar la férrea táctica de don Ferruccio. Italia salía con Mazzola de titular, Riva en la izquierda, el sorprendente Domenghini en la derecha y el ariete del Inter Roberto Boninsegna como referencia atacante. Atrás, cemento del bueno con Burgnich, Facchetti, Cera y Rosato, con Bertini haciendo de cortacésped en la medular y Giancarlo de Sisti ejerciendo de tornante, lo que, en lenguaje catenaccistico, es ser un poco el chico para todo. Los alemanes no variaron mucho, con Maier, que no estaba teniendo un torneo brillante, en la portería, Willi Schulz como líbero y Schnellinger-que por entonces jugaba en el Milan- como hombre clave en la defensa; Beckenbauer, ya convertido en el Kaiser a nivel internacional tras el partido de cuartos, y Overath eran el eje en el centro del campo, Grabowski le había ganado la partida a Libuda tras destrozar a Terry Cooper contra Inglaterra, y arriba estaban Hennes Löhr y Uwe Seeler apoyando a Müller.
El partido, durante el tiempo reglamentario, se movió por los parámetros que todos esperaban: igualdad máxima y Alemania dominando algo más la posesión, atacando con más variantes y los italianosItalia se puso rápido en ventaja, lo que facilitó su repliegue y salida ante el ataque alemán agazapados y saliendo en rápidas contras gracias a la dirección de Mazzola –luego Rivera tras el descanso, como siempre- y De Sisti más la velocidad de Domenghini, Riva y Boninsegna. A todo esto ayudó el hecho de que Italia estaba en ventaja desde el minuto 8. Cuando parecía que Italia estaba ya celebrando el triunfo, el hombre que mejor les conocía, Schnellinger –Helmut Haller, también con muchos años en la Serie A, estaba en el banquillo-, empató en el minuto 90, enviando el partido a la prórroga. Una prolongación que sería histórica y que, según muchos, costó gran parte de las posibilidades de ganar la final al equipo que saliese ganador. Media hora extra, en la altura de la Ciudad de Mexico y con una temperatura abrasadora, era un peaje enorme. Pero tanto alemanes como italianos lo pagaron gustosos, y nos brindaron la mejor prórroga jamás jugada.
Apenas habían transcurrido cuatro minutos cuando por fin Gerd Müller se libraba de sus marcajes y hacía su décimo gol del torneo. Italia debía ahora abrirse un poco, y finalmente veíamos a Facchetti subiendo la banda como en el Inter, en vez de tan pendiente de cerrarse hacia el centro como habíamos visto durante el torneo. Los frutos fueron inmediatos cuando Burgnich empataba a los 98 minutos. Riva, apenas 6 minutos después, en una fantástica jugada de contrataque, quebraba a su defensor y ponía el 3-2 para Italia. El partido había tomado tintes legendarios ya, y más aún cuando Müller, cinco minutos después, lo empataba a tres, ante la desesperación de un Enrico Albertosi bastante desafortunado. En este momento, ya estaba Beckenbauer jugando con el brazo en cabestrillo, tras haber sido parado en seco por el poderoso Facchetti en una internada del Kaiser en campo italiano. Apenas un minuto después del gol de Müller, apareció la figura de Gianni Rivera, brillante en el tiempo que había estado en el campo, para llegar desde la segunda línea para batir a Sepp Maier, ante la mirada de un Beckenbauer en clara inferioridad física.
Aún hubo tiempo para más ataques alemanes, pero la leyenda había puesto el punto final. No habría más goles, ni más vuelcos al corazón, ni más remontadas épicas. Italia era el candidato europeo para asaltar al inabordable Brasil de los cinco dieces en la final. Y, tras esta semifinal, sería partícipe de otro partido memorable, aunque no tanto como a ellos les gustaría.
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@SVilarino 28 junio, 2012
La semifinal de 1970 al completo, por si alguien tiene curiosidad. No tiene pérdida xD