Sobre el tartán de Delle Alpi, Roberto daba la última vuelta vestido de bianconero. Tentado por el eterno eco de San Siro, marchaba el genio camino de Lombardía, legando a la Madama el galardón de mejor jugador del mundo dos años atrás y al fútbol, la última estampa del fantasista añejo. Delineando la última curva de la pista, Baggio caminaba hacia la recta de meta. A unos metros, percatándose de la posta que portaba, Alessandro no dejó de observar el balanceo de su mano mientras se le acercaba. «Ten, de parte de Michel», le susurró. Las últimas palabras de una etapa. Las mismas que definen la historia moderna de la Juventus de Turín.
Con Lippi al mando, Del Piero surgía como heredero de dos talentos mayúsculos que estilizaban el tradicional carácter piamontés, forjado en el orden y la disciplina. El 4-3-1-2 de aquella Juve lo explicaba todoEl 4-3-1-2 de aquella Juve lo explicaba todo. Dos lanzas, siete escudos, y entre medias, Ale. Con veinte años ya era el vértice que originaba el desorden; la singularidad que precisaba la rocosa estructura juventina para encontrar salida y hueco entre rivales. Elástico, escurridizo y diferente, Pinturicchio era el cambio de dirección. La reina del tablero entre torres, alfiles y peones que paraba el tiempo en seco, provocando con su finta de cadera y su tobillo de peluche, el hermoso contrapie sobre la constante basculación enemiga, transformando el concierto de lo existente.
Del Piero significó el gesto heredado en pos de suavizar un colectivo demasiado abrupto
Tres finales de Champions y un título después, Alessandro hincó la rodilla ante la desgracia. Aquel quiebro de ligamentos atemorizó a un club que dominaba firmemente el Calcio. Tras su lesión, Del Piero se acercó al golLa duda prevalecía en los ánimos juventinos: nadie sabía cómo volvería y si su fino y particular proceder sobre el campo se vería afectado de algún modo. El caso es que nueve meses después, renació. Aún desperezándose, sus músculos, fatigados con posterioridad debido a múltiples lesiones, conformaron un biotipo semejante al de sus iguales. Definitivamente, era un futbolista de la época. Y no sólo físico fue su reciclaje, pues Del Piero centró el enfoque de su diestra y se acercó al portero. Sin cederlo del todo, compartió el testigo que le vio nacer. «Ten Zinedine, de parte de Michel». Después, dio diez pasos al frente y se compró unas botas nuevas, aficionándose a determinar el electrónico en base al olfato. Alargó su romance con el balón parado y se convirtió en un anotador en cuerpo presente. En esencia, él seguia siendo Pinturicchio.
Recientes las fechas en las que abandona su vecchia, la última década refleja los estados por los que pasó el capitano. La venta del mito francés y la formación de un plantel que acarició la gloria en Old Trafford; la insuperable sensación de trascender al máximo nivel alcanzable por un futbolista sobre el césped (medio mundo acompañaba el interior de su pie derecho cuando enfiló a Lehmann camino de la final); el implacable descenso de categoría anunciado cinco días después del Mundial, fruto del Moggigate, la pérdida de prestigio en favor de Inter y Milan, la marcha de grandes jugadores, o el renovado y flamante campeón del que ha formado parte, comandado por Antonio Conte, uno de aquellos siete escudos que protegieron sus primeros pasos. La historia del fútbol italiano y europeo la escriben sus ocurrencias. Quizás, su marcha cierre la era moderna de la Juventus de Turín, la que Alessandro Del Piero perpetuó, recordando a Michel, Roberto y Zinedine. La era del testigo.
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@alvei33 24 mayo, 2012
Creo que habría que comentar un poco más ese "romance con el balón parado"… Me atrevo a decir que durante mucho tiempo ha sido de los mejores lanzadores de faltas del mundo y creo que en este aspecto se le ha infravalorado mucho.
Es que es bestial: http://www.youtube.com/watch?v=f8ocOXCEXJE
Y por cierto, qué pena que se esté acabando esa generación de futbolistas de un club, que empiezan y terminan su carrera en el equipo de su vida, giggs, del piero, raúl lo estropeó…