Cuenta quien mucho lo ha vivido y admirado que en una de sus conversaciones con uno de los discípulos más aventajados de nuestro escondido de hoy este pupilo le confesó que siempre pensaba en él cuando tenía que tomar una decisión importante ante una circunstancia límite. «En esos momentos siempre me pregunto lo mismo, ¿qué haría él en esta situación?». Es difícil cuantificar el grado de relevancia que su personalidad y sus ideas alcanzaron para quienes le vieron, le siguieron y le escucharon, pues como todos los genios, primero, y muchas veces después, fue tachado de loco, por hereje o irreverente, para terminar cambiando el modo de pensar del individuo. Sí, cambió los pensamientos que discurren en silencio en la mente de las personas. Tan increíble como cierto.
Y lo hizo jugando, aunque después lo hiciera mandando. Suficiente legado hubiera dejado si tras jugar su último minuto como jugador se hubiera ido al monte a talar árboles, como hiciera Roberto Baggio. Lo suyo era un talento natural, puro como el agua, que incluso sin ninguna idea ni pensamiento propio, despojado de movimiento intelectual, ya habría sido visto como una estrella inagotable. En sus piernas, no obstante, ya había lenguaje suficiente para interpretar lo que vendría después. Habia fintas, engaños, cambios de ritmo; de parado a trote, de galope a frenado en seco. Era un genio del balón, de su control y su dominio, en la relación íntima que define al futbolista. Pero lo más gordo no era esta relación, él iba mucho más allá. Su lugar en el mundo del fútbol dibujaba una paradoja mágica, arrebatadora. Él razonaba sobre cosas universales pero al amparo de la más rutinaria espontaneidad.
Cuenta también el que ya contaba cosas en el primer párrafo que entrenando nuestro protagonista a uno de sus equipos, tras un partido jugado de noche, la expedición llegó de madrugada al estadio y este se encontraba cerrado, sin nadie para abrir la reja por donde tenía que pasar el autobús. Y allí bajó él a echar un vistazo, porque un vistazo suyo no era uno más. No se sabe si como broma o asombro pero ya resultaba significativo que un jugador exclamara en voz alta: «¿También sabe de candados?». Desde lo más nimio a lo más hondo, siempre estaba él. No sabemos cuantas revoluciones siguieron a la suya ni cuantos hijos habrá engendrado uno de los grandes padres del fútbol moderno. Y ya con esto el círculo se acota de tal manera que va a ser difícil esconder a quien, aún hoy, está presente en todas partes. Su figura es transversal.
«El swing no es (…) sino un don del alma, cuya gracia no se adquiere a ningún precio. Se tiene o no se tiene. Las personas privilegiadas que tienen swing lo transfieren sin darse cuenta a cualquier acto cotidiano de su vida con una especie de ondulación espiritual. El swing se manifiesta al caminar, al sentarse o levantarse del sillón, al dar la mano a un amable desconocido, al llamar al camarero, al contar una historia a los amigos en la sobremesa sirviendo al mismo tiempo el vino, al agradecer con una sonrisa irónica un elogio merecido, al bostezar (…). Ante cualquier ser que uno se tropiece en la vida bastará un sólo movimiento para descubrir si ha sido elegido por los dioses.»
Manuel Vicent.
Alejandro Sierra · hace 260 semanas
AArroyer 101p · hace 260 semanas
Una de las personas que más echo de menos sin tener vínculo familiar. La figura más relevante de la historia del fútbol, en mi opinión.
Es imposible tener tanto carisma. En la idea más luminosa, y en la anécdota más inesperada. Un ser único.
Jos · hace 260 semanas
Francesc Marco · hace 260 semanas
En cuanto al swing, discrepo un poco con Vicent. Hay comunidades enteras de gente que tienen swing, no me parece un trazo individual sino collectivo. Igual hay algo de eso en la analogía futbolística, igual toda la generación de gente que vivio el ajax y el dream team comparten una sensibilidad, un modo de ver el juego.
Pastafari · hace 260 semanas
Y es que nos ha dejado tanto, que aún así le echamos de menos. Así de grande es