En fútbol, las historias de gesta, las leyendas de gloria vinculadas a un equipo, de pasados ilustres y recortes de memoria, las que se rebuscan en cajones, en sonrisas y en ojos llorosos, y se cuentan como un regalo a quien se quiere, suelen venir de la mano de un grupo más o menos reducido de protagonistas que las hacen posibles. De una serie de nombres propios con hechuras de héroes y rango de dioses, que definen con su firma los límites a los que se ajusta su hazaña. Por eso el Euro Celta resultó distinto. La suya no fue la historia de un equipo, sino de un lapso de tiempo. De un periodo de seis años que con actores varios y diversos, casi difuminados, se convirtió en un imaginario colectivo. En un lugar de pertenencia y en una forma de pertenecer. En aquello a lo que se agarraba el abrazo entre Iago Aspas y Natxo Insa en 2013, cuando una jugada entre ambos evitó el descenso vigués en la última jornada, y lo que atesoraba con un abrazo aún más fuerte la afición, pisando el césped de Balaídos tras el pitido final. El paisaje que acompañó la infancia de Iago, Hugo, Sergio, Rubén o Jonny. Aquello que les indicó a dónde llegar y cómo hacerlo.
El Euro Celta es un relato más allá de nombres propios. El pasaje en el que Vigo vivió seis años y del que no ha querido apartarse.
La primera gran piedra la puso Javier IruretaEl álbum del Euro Celta tiene la peculiaridad de empezar antes de la primera página, cuando a las órdenes de Jabo Irureta todavía no le pertenecía tan lustroso prefijo. Cuando el trabajo del técnico de Irún en la temporada 97-98 empezó a fijar las bases de lo que sería el camino a partir del cuidadoso equilibrio entre una serie de caras nuevas que la apertura al mercado comunitario traía a la Liga a finales de los noventa, y algunos jugadores nacionales de la calidad y la proyección de Míchel Salgado, Ito o Juan Sánchez. Para muchos de ellos no era la primera temporada en Vigo, pero personificada en la representativa figura de Alexandr Mostovoi sí resultó aquella en la que todo empezó a encajar. Con Dutruel bajo palos, Goran Djorovic como nuevo mariscal en la zaga, la medida calidad de Mazinho en el mediocampo, la diestra de Karpin, la zurda de Revivo o el genio (de) Mostovoi, los celestes se clasificaron, gracias a su sexta posición, para la siguiente edición de la Copa de la UEFA. Un logro del que, sin embargo, no disfrutaría Irureta, que tras sólo doce meses en Balaídos cambiaría Vigo por Coruña.
Víctor Fernández, su sustituto, es la cara más visible de aquellos años desde el banquillo, por ser quien más tiempo lo ocupó, quien seguramente lo condujera a más altas cotas estéticas y quien más impronta dejara en sus principios de juego. Fiel al 4-2-3-1 heredado y con incorporaciones tan notorias como las de Claude Makelele, Lubo Penev, Fernando Cáceres, José Manuel Pinto o el siempre útil Tomás Hervás, aquel Celta que fue capaz de dejar por el camino a dos campeones de Europa como Liverpool o Aston Villa, y que conquistara Anfield con un golazo de Revivo que vio de muy cerca un tal Steven Gerrard, empezó a marcarse en la piel una determinada forma de reconocerse sobre el césped y a partir del balón. Un sentir desde la intensidad en la recuperación que particularmente encarnaban el empuje de la pareja de centrales y la defensa hacia el arco contrario que impulsaba el doble pivote, desde la amplitud de los laterales, la profundidad de las alas, la capacidad de juntarse en medio sin apartar la vista del delantero, la puntería en el balón parado y la habilidad para mezclar los tiempos de la ofensiva leyendo los momentos y los lugares en los que a la acción le faltaba o le sobraba un pase.
Durante seis largas temporadas consecutivas, el lugar del Celta de Vigo entre semana fueron los estadios de los mejores equipos del continente.
El 4-0 a la Juve, el mejor día de este Euro-CeltaUna idea más allá de nombres propios que se mantuvo un año más tarde pese a las salidas de Salgado, Penev o Sánchez, y que encontró nuevos aliados en Juan Velasco, Sergio Fernández, Juanfran, Giovanella, Celades, Gustavo López, Benni McCarthy o Mario Turdó. Pese a echar de menos durante el curso 1999-2000 las referencias goleadoras indiscutibles que un año antes sí había tenido, la temporada europea trajo hasta Vigo una de las noches más recordadas de su historia, una capaz de opacar el atronador 7-0 infringido al Benfica de Heynckes en aquella misma edición. Los octavos de final de la Copa de la UEFA emparejaron a los gallegos con la Juventus de Van der Sar, Montero, Davids, Zidane o Del Piero, que sacó ventaja del primer partido en Turín merced a un tanto del ex realista Darko Kovacevic. La vuelta, sin embargo, fue una historia muy distinta. Makelele antes de cumplirse el primer minuto de juego haciendo gala de una llegada al área que lució como celtista y que más tarde otros sujetaron, Brindelli en propia meta a la salida de un saque de esquina y McCarthy por partida doble, rubricaron una fecha inolvidable con el primer 4-0 que encajaba Carlo Ancelotti en su carrera como entrenador.
El técnico italiano y el Euro Celta volverían a cruzarse cuatro años más tarde en la primera y hasta el momento única participación celeste en la Champions League. Carlo a los mandos de un Milan que asustaba a Europa y el conjunto gallego que con nuevo rostro encaraba con desfermada ilusión lo que terminaría siendo un curso de infausto recuerdo. Dirigido ya por Miguel Ángel Lotina desde el banquillo y con renovados referentes sobre el césped como Cavallero, Berizzo, Sylvinho, Luccin, José Ignacio, Edú, Jesuli o Catanha, el equipo celeste se había aupado un año antes hasta la cuarta plaza en Liga, y sin grandes bajas que lamentar y la incorporación de Savo Milosevic como movimiento más relevante del verano, se disponía a recoger su merecido premio desde el convencimiento de un estatus convertido en incuestionable a fuerza de constancia y rendimiento. Paradójicamente, el descenso de categoría sorprendió a los vigueses la misma temporada en que lograron vencer en San Siro. En una época en que visitar Milán, Londres, Turín o Liverpool entre semana fue normal. Seis años convertidos en identidad. En una realidad que hoy regresa, fiel a la misma forma de entonces. La del mundo en que crecieron Iago, Hugo, Sergio, Rubén, Jonny y tantos otros, y que ocurre mientras la recuerdan. Xa estan de volta.
Foto: MIGUEL RIOPA/AFP/Getty Images
tinogallego 15 septiembre, 2016
Y que realmente cerca estuvieron las semifinales de Copa de la Uefa para el Celta. 2 cerrojazos como pocas veces he visto de Lens y de Olympique de Marsella lo impidieron.
Grandes tiempos para el fútbol gallego en Europa.