«Baldomero recitaba variantes del ataque de Académica mientras recorría, una y otra vez, la zancada y media que distaba entre la bañera y el mueble del baño. Su corazón palpitaba frenéticamente.
-Andrada y Perico en bandas, Xoxinho de enganche y Peregrín en punta. San Martín y Perico en bandas, Xoxinho de enganche y Blázquez arriba…
Gracias al mantra táctico y a la presión que ejercía con los dedos sobre sus oídos, Baldo conseguía aislarse del frenético derby entre Académica y Metropolitano. Había presenciado el encuentro hasta sus postrimerías cuando, con empate a cero en el marcador, sus latidos se desbocaron ante el asedio rival. Incapaz de soportarlo, se refugió en el lavabo.
El espacio, interior y sin ventanas, resultaba ideal para escapar de la tensión de un encuentro que continuaba su acecho a través de las manifestaciones acústicas: el brinco del vecino de arriba, hincha de Metropolitano; la exclamación del académico del piso contiguo; el posible bramido de un gol o el temido jolgorio de claxons, bocinas o pirotecnias provenientes de la calle.
Tratando de marcar distancia, su primer impulso fue accionar la cadena del water. El ruido de la cisterna, no obstante, apenas duraría unos minutos. Anticipándose a su cese, Baldomero comenzó a recitar hipotéticas delanteras de Académica. Era un recurso habitual en su día a día. Cuando encallaba en un vacío mental, receloso por la intrusión de pensamientos negativos, entretenía su mente imaginando opciones tácticas de su equipo, fabulando alineaciones o, incluso, añadiendo incorporaciones de jugadores de otros clubs a sus plantillas imaginarias.
-Perico y San Martín en bandas, Xoxinho de media punta, Peregrín…
Un alboroto resonó tras sus pensamientos e, instintivamente, detuvo sus pasos ¿Se trataba de un grito? ¿Tal vez de un gol? ¿Pero de quién? Sintió una quemazón abrasando su estómago y su respuesta, analgésica, fue abrir el grifo de la bañera y proseguir su andadura de presidiario.
Baldomero Pardo se sabía un hombre corriente, un oficinista gris, de hábitos discretos y aspiraciones escasas, cuya única excentricidad se reducía a su pasión por Académica. Solo desde su adscripción futbolística podía aspirar a cierto aroma de gloria que compensase una existencia tan anodina. Su identificación con el club era tal que había llegado a interiorizar una fatídica relación entre su suerte y la de su equipo. Una derrota ante su histórico enemigo no acarreaba, solo, el suplicio de la mofa al día siguiente sino, sobre todo, una pérdida de valor en términos personales. Si Académica iba mal, su vida también.
Baldo conocía la deriva de la derrota. La rabia de la expectativa frustrada. La posterior furia contra el adversario que había usurpado sus anhelos. Y el derrumbe final, la desolación de quien se sentía mucho más frágil que antes. No, nunca estaba preparado para algo así.
Optó por permanecer enclaustrado a sabiendas de que pronto retumbarían las fanfarrias de la victoria para unos u otros. Cuando, por fin, salió al cabo de hora y media, una calma absoluta reinaba en la noche. Apresuradamente, se introdujo en la cama y se arropó con las sábanas hasta la nariz.
-Andrada y Xoxinho de interiores, Peregrín en punta, dos carrileros… – tarareó.
Nada más despertarse, su reacción fue proseguir con la cantinela, como si el sueño hubiese aletargado una combinación sin terminar. Quizás todavía anestesiado por el sopor, no dudó en mirar por la ventana para escrutar. Aquella mañana, todo parecía normal, sin evidencias de triunfalismos por parte de nadie, hasta que divisó un muchacho con la guerrera de Metropolitano. ¿Suponía un indicio una sola camiseta?, se alteró. ¿Pero acaso alguien se enfundaba los colores de su equipo tras una derrota de tanto calado?
No pudo resistirlo más. Con la mayor celeridad posible se vistió y salió a la calle. Al adentrarse en el bar evitó fijarse en la gente. La sonrisa de algún conocido, un comentario aislado desde una mesa o la propia televisión bastarían para revelarle el desenlace. Raudo alcanzó el diario deportivo doblado sobre la barra y se parapetó en un rincón al fondo del establecimiento. Manteniendo su vista apartada, el periódico tiritó desplegado por sus manos temblorosas. Su ritmo cardíaco se aceleró. Finalmente, inspiró con fuerza, bajó su rostro y encarando la portada a tumba abierta, su ser entero se tensó súbitamente con el impulso del grito:
-¡Goooool!
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sobris 8 junio, 2015
Gran cuento!!!! A mi también me pasa esto pero lo que me gusta el fútbol es mayor que la pasión por cualquier equipo así que no puedo dejar de ver un partido excepto en los penaltis…habría queirar una estadística de infartos/penaltis de un partido importante XD Gran Trabajo.