Candidato a partido del Mundial 2018, Bélgica y Japón firmaron uno de esos encuentros que convencen al recién llegado a esto del fútbol para suscribirse y no perderse ningún capítulo más. Para eso sirve la Copa del Mundo. Así ocurrió hace cuatro años, también con la prórroga del Bélgica-Estados Unidos que metió a los de Marc Wilmots en los cuartos de final. Cuatro años después, el conjunto dirigido por Roberto Martínez jugará la antepenúltima ronda ante la Brasil de Neymar, Marcelo, Coutinho y Willian. Y lo hará sabiendo que nadie corre y contragolpea como ellos y que deberá aplicar más de un cuento para competir al máximo nivel el próximo viernes, una sensación que ayudó a construir la sensacional Japón de Akira Nishino. Su despedida, con honores, dejó para el recuerdo de esta Copa del Mundo la mezcla de frescura, fútbol e inocencia de la que siempre intentó despegarse.
La cita arrancó con las cartas bien marcadas. Japón es un equipo increíblemente dinámico, basado en su movilidad, su timing para asociarse y una técnica individual sin un ápice de exceso, con recursos para transitar, crear espacios en posicional y desplegarse con garbo por los tres carriles. Llevar la iniciativa nunca le ha costado en este Mundial y ante Bélgica asumieron con naturalidad el papel que les tocaba protagonizar en cada una de las fases del encuentro y la primera mitad se escribió bajo un guion que comenzó a elevar la calidad del mismo. Los nipones no escondieron su principal arma, la elaboración desde la salida, por más que Bélgica tenga en su despliegue ofensivo su mejor aval competitivo.
Bélgica no tuvo control de juego asumiendo la posesión
La fase ofensiva de Japón se asentó en tres escalones. El primero, el de sus pivotes, Hasebe y Shibasaki, quienes se repartían espacios y alturas con mucha limpieza; los extremos y los laterales viajaban siempre juntos, lanzando unos a otros o otorgándole al otro un apoyo de calidad para darle continuidad a la jugada, mientras Osako, el punta, iba acumulando información para venir a ofrecer un movimiento hacia la pelota o hacia el área. Bélgica no quiso cuestionar dicha iniciativa y esperó su oportunidad. Una vez la pelota cambiaba de dueño, a Japón le era muy difícil negarle recepciones a Eden Hazard. El crack del Chelsea, poco a poco, fue el faro belga. Principalmente porque desde cada una de sus acciones el ataque se movía con Eden como punto de apoyo. Fijada la pelota en su bota derecha, todo a su alrededor tendría un sentido.
Lo que volvió a comprobar, no obstante, la selección belga es que su sistema encuentra un motivo que choca con la naturaleza de sus jugadores, y es que sólo puede aspirar a cierto control del ritmo desde la defensa posicional y no desde la posesión del balón, donde tiende a construir partidos de ida y vuelta, y otro motivo estructural, y es que por fuera le transitan con demasiada frecuencia y potencial peligro. Si el rival encuentra un apoyo a la espalda de De Bruyne, Bélgica no puede corregir según que situaciones. En ese contexto entró el partido y así se fueron sucediendo los puntos de inflexión y la reacción a dichos momentos. La contienda iba a entrar en un terreno límite para ambas selecciones y para todo espectador.
Japón demostró una gran personalidad con la pelota en su poder
Como si sirviera de rueda de reconocimiento, la primera parte fue nada comparado con lo que ocurriría en la segunda mitad, dando el partido un giro de 180º. En apenas dos zarpazos y cinco minutos de juego, el Mundial pareció cobrarse otra víctima entre los favoritos cuando Japón, con un carisma desbordante, puso nombre y apellidos a su calidad en las transiciones. Porque la segunda mitad del Bélgica-Japón fue un monumento al frenetismo pero también fue un periodo de nombres propios. Takashi Inui, Yoshida y Shoji, cada uno en su cometido, fabricaron un nuevo encuentro, basado en la personalidad y la colectividad desprendida por todo su entorno. Obligados a responder, Bélgica se fue con absolutamente todo arriba y el carrusel no se detuvo. Por más que alguien pudiera detener la escena, aquello no tenía vuelta atrás.
Roberto Martínez hizo dos cambios de un impacto directo y frontal: Marouane Fellaini y Nacer Chadli saltaron al campo para darle la vuelta a los octavos de final. Y ellos fueron quienes cerraron la remontada. Bélgica necesitó de una sacudida casi mortal para conectar con la virtud que más le representa como colectivo y como suma de individualidades. Eden Hazard, Romelu Lukaku, Kevin de Bruyne, Thomas Meunier, Dries Mertens o Yannick Carrasco corren mucho y saben correr muy bien. Cuatro años después, eso sigue prevaleciendo. Siguen encontrado dificultades en diferentes registros de juego pero obligan a comprender en qué momento pasan a ser una selección que no deja lugar a la duda.
Mnndz 3 julio, 2018
Emocionante resurgir de Bélgica pero ante Brasil no se que tipo de partido necesita para ganar. Si lleva la iniciativa pierde su mejor arma y quedará a merced de los brasileños a campo abierto, cuanto menos tan peligrosos como los propios belgas y mucho más sólidos. Si espera atrás para salir, su defensa posicional deja muchísimas dudas, sus dos carrileros son agujeros negros y los centrales ayer también han dejado errores groseros. No se si los minutos de Chadli ayer bastarán para sentar a un Carrasco intrascendente en todas las facetas del juego y si el nivel del jugador del West Brom será suficiente, como tampoco lo es el de Meunier por el otro lado por más kilómetros que haga.