El calendario había citado a la vez y en Mestalla a los dos mejores equipos de La Liga. Ambos llegaban en racha, con energía y con el deseo de llevar su fútbol un paso más allá en pos de mandar un mensaje más definitivo si cabe que el que ya de por sí transmiten sus respectivas clasificaciones. En dicho contexto de tensión e ilusión entrelazadas, cualquier detalle podía condicionar el ánimo de la batalla y con este su desarrollo y desenlace. Ernesto Valverde, desde la pizarra, protagonizó el primero a analizar.
El entrenador esbozó el 4-1-3-2 que había puesto sobre la palestra el miércoles pasado en Turín. La novedad, cómo no, la presencia de Messi en detrimento de Deulofeu como teórico punta derecho. Con esta disposición, Valverde saturaba el carril central del terreno facilitando a sus futbolistas el trabajo en la presión sobre los principales lanzadores chés: Kondogbia, Soler y, por supuesto, Parejo. La posición de Paulinho, más ajustada a la de un «interior central» que a la de un mediapunta, se presentaba clave como obstáculo original. A partir de la misma, y liderado por unos espectaculares Umtiti y Busquets cada uno en su altura del campo, el Barça tiranizó el dominio territorial del partido con una transición ataque-defensa de impacto que redujo al mínimo el número de contraataques de los de Marcelino.
El Barça logró que el primer tiempo se jugase exclusivamente en la mitad de los valencianistas.
Visto con la perspectiva que ofrece lo que sucedió después, y sin restar un ápice de mérito al líder, que estuvo imponente, el propio Marcelino García Toral tuvo tanta influencia como Valverde en lo acaecido durante el periodo inaugural. Aunque en su caso, para perjuicio de su conjunto. El Valencia es el primer proyecto de su carrera que rinde más con actitudes proactivas que en base a un repliegue intensivo, casi todas sus piezas defensivas brillan en marcos de presión o, mínimo, líneas adelantadas, y el planteamiento pasivo con el que saltó al campo le desdibujó mucho y concedió al Barcelona la oportunidad de hacerse fuerte con su posesión y su presión. Mezcla de la gran labor culé y el cambio de identidad propio, los locales, uno a uno salvo Gonçalo Guedes, entraron en una especie de pánico coherente que les encauzó a no asumir riesgos con el balón y abusar del pelotazo para quitárselo de en medio.
Valverde dibujó un 4-1-3-2 desde el que atenazó por completo el peligroso contragolpe de Marcelino.
No obstante, resistió. Y no desde la sorpresa. El 4-1-3-2 de Valverde adolece de limitaciones ofensivas que al Barça menos sobrado que se recuerda en cuanto a calidad atacante neta le hacen también un flaco favor. Sin extremos en los costados y con interiores más bien fijos en la medular, tanto la amplitud como la profundidad recaen en las figuras de los delanteros, lo cual, considerando que Messi no se circunscribe a nada que no sea hacer de sí mismo y que eso ya no coincide ni con la amplitud ni con la profundidad, deposita toda esta carga sobre Luis Suárez, que atraviesa un momento francamente delicado. El uruguayo necesita ayuda y el 4-1-3-2 desata justo el efecto contrario. La consecuencia: que el Barça no fabricó ni una ocasión manifiesta de gol durante la primera parte pese al apabullante control de la situación que había atesorado. En este sentido, Valverde afronta una balanza conflictiva que deberá equilibrar a lo largo de la temporada. El cuerpo le pide conservadurismo sí o sí, pero al menos de momento, a su ataque le cuesta responder -o asustar- cuando se adopta esa pose generalizada.
Parejo y Kondogbia cambiaron sus constantes tras el descanso y activaron al determinante Guedes.
El guion expuesto hasta este punto quedó modificado tras el tiempo de descanso. Marcelino rectificó su puesta en escena y adelantó 15 metros el sistema defensivo ché, desencadenando una alteración táctica y una reacción anímica que, como poco, igualaron la contienda. Para empezar, el juego se abrió y las transiciones se multiplicaron, lo cual dio espacio y momentos a Gonçalo Guedes para exhibir que, en términos de desequilibrio puro, es uno de los hombres del ahora en el fútbol español. Sus arrancadas, sus variados movimientos, esa sensación de que su repertorio al completo es tangible… Este Guedes, jugando desde la comodidad, posee una capacidad de intimidación que afecta a propios y extraños. Y su influencia, unida al mero hecho de que el Valencia en general estaba intentando más cosas, hizo que Dani Parejo y Kondogbia recuperasen la confianza y asumieran riesgos que les salieron bien. Zaza y Rodrigo, en la punta, agarraron la ocasión para mostrar que su fútbol escalonado resulta diferencial incluso ante el central más en forma del mundo, que después de muchas fechas, sufrió.
En la nueva situación, y con 1-0 en el electrónico, Valverde tiró de banquillo con resultados desiguales. Gerard Deulofeu, a quien más necesita, no dio una aunque lo intentó con agallas; Denis Suárez, que tampoco sobra, sí se expresó más inspirado y dotó de otro ritmo al ataque de los azulgranas. Quizá pueda tratarse de una pieza interesante en esta temporada en la que la táctica, a falta de otras cosas, está siendo un factor decisivo en el día a día del Camp Nou. Un día a día algo austero pero, sin duda, de éxito.
Foto: Fotopress/Getty Images
Albert Blaya Sensat 27 noviembre, 2017
Reitero lo dicho. El primer titular siempre lo deja Valverde. Su intervencionismo y reinvención constante en cada partido es algo digno de un análisis completo.
Dicho esto, el partido confirmó en clave culé, la cumbre de Umtiti y uno de los picos de forma más bestias de Busi. Eso, acompañado de un equipo que, sin sir sobrado de talento,juega como un equipo. Presionan juntos, se repliegan juntos y atacan en bloque, bien escalonados y ocupando los espacios. A expensas de lo que vaya a aportar Ousmane, que será mucho, y de si llega algún fichaje, este Barça tiene mucho ganado. Dominar en Mestalla como lo hizo no era cosa fácil.