Lo mágico de un club de fútbol es que, pese a ser algo abstracto, presenta características extraordinariamente humanas. Como las personas, estas sociedades tienen manías, vicios y también un marcado sentido del gusto. Aprecio por una manera determinada de hacer, de jugar. Podríamos llamarlo “cultura de club”. Sin embargo, estas tendencias no nacen de la nada, y casi siempre se explican en base a un ciclo victorioso que graba a fuego la personalidad de la entidad. Pero ¿qué pasa cuando alguien decide romper con el modelo? ¿Qué reacciones sociales se producen? ¿Es frecuente el éxito deportivo?
En Sevilla la noticia vuela por las esquinas, casi como un temor invisible. “Míchel quiere jugar en 4-3-3”. Los futbolistas hablan de adaptarse a ello, como si la próxima temporada los partidos fueran a disputarse sin balón. Los taxistas hacen sus rutas refunfuñando mientras la radio les confirma el futuro cambio. “El Míchel este quiere llenar todo de centrocampistas”. Poco o nada que ver con el glorioso Sevilla de Juande Ramos. Extremos muy abiertos, Dani Alves y mediocentros con el área como único objetivo. Las nuevas ideas pretenden alejar la pelota de la orilla. En Nervión la gente se agita.
Llegó y de repente dio sentido a todo. José Mourinho trasciende para el Chelsea la categoría de entrenador más laureado de su historia. El genio de Setúbal agarró toda la inversión de Abramóvich y la convirtió, además de en un equipazo, en un estilo. El Bridge vio pasar trenes de mercancías a toda velocidad cada fin de semana. Transiciones, ritmo, velocidad. Villas Boas, quizás confiando en que el arraigo no era definitivo, trató de bajar las revoluciones. Pidió a Modric, no se lo trajeron y la cosa acabó mal. Stamford no quería semáforos en los que detenerse y sus futbolistas tampoco. Di Matteo parece tener claro el gusto de su gente. Hazard y Mata están aquí para volver a correr.
José Mourinho hizo mucho más por el Chelsea que ganar títulos; le dio un estilo reconocible
Medir el impacto de Johan Cruyff en el Fútbol Club Barcelona es imposible y además innecesario. Tras 90 años de grandeza sin suficiente fruto, el Barça encontraba en El Flaco a su gurú. Parece difícil que algún día el club catalán se aparte por completo de tan marcada senda. De ello podría hablar el inolvidable Bobby Robson. En 1996, tras la salida convulsa de Cruyff, el inglés se hacía con el banquillo culé. Nuevos conceptos asomaban por el Camp Nou: repliegue retrasado, doble pivote y gusto por el contragolpe hacia Ronaldo. Can Barça bajó el pulgar. Liderar la clasificación y ganar 8-0 era un momento tan bueno como otro para regalarle a Bobby una sonora pitada. Johan ya había reescrito el ADN blaugrana.
Si existiese el reconocimiento oficial al jugador más relevante de todos los tiempos a nivel de clubes, Alfredo Di Stefano tendría serias opciones de salir elegido. Don Alfredo cambió el curso del fútbol español y mundial. Cinco Copas de Europa sirvieron para hacer del Real Madrid el mejor equipo del siglo. Sin embargo, el peso del argentino fue mucho más allá de la sala de trofeos. Su ascendencia, fuerza y carisma calaron hasta los huesos en Chamartín. El Bernabéu se sigue reconociendo en los valores del argentino. Los dientes apretados son imprescindibles para jugar bien en tan exigente escenario. La clase puede no bastar.
Di Stefano levantó la personalidad del Real Madrid
¿No sé puede cambiar el legado cultural de un club? ¿Es imposible triunfar contra natura? Como todo cada vez que se habla de fútbol, la respuesta no puede ser tajante. Lo que resulta indudable y al mismo tiempo maravilloso es comprobar una vez más la diversidad y potencia cultural que presenta este deporte. Por eso, como dijo El Diego, no hay juego que se le compare.
MrRealStinson 26 julio, 2012
Nada mas que decir. Brutal articulo.