De todos los clubes de la Liga BBVA, el que seguramente afrontaba un verano más delicado era el RCD Espanyol. La definitiva marcha de Sergio García a Qatar suponía el fin de una etapa en la que, mientras el «Delantero de las Casas Baratas» estuvo sobre el césped, fue siempre más lógico encontrarse a mitad de tabla que en los últimos puestos de la clasificación, peleando por evitar el descenso. Pero esto no debía ser del todo así. Por las dificultades económicas que atravesaba la entidad, el proyecto deportivo del Espanyol podía contemplar el descenso como un destino más o menos consecuente. Uno malo, desde luego, pero coherente. Sin embargo, con Sergio García descender nunca fue una posibilidad real.
Pese a las muchas bajas, el mercado de fichajes tuvo noticias positivasNo era una cuestión simplemente de que fuera por mucho el mejor jugador y también el máximo goleador del equipo, sino que además también era el sistema táctico en sí mismo. Sus técnicos sólo tenían que rodearle bien en ataque y conformar un sistema sólido sin balón, pues del resto de procesos ya se encargaba el delantero. Sin él, por tanto, había que volver a mirar hacia atrás, construir un sistema táctico nuevo y, claro, encontrar las piezas que pudiesen compensar su determinación en ataque. Eran demasiadas los retos que había que afrontar. El proyecto debía comenzar de cero. Arrancar otra vez. Y Óscar Perarnau puso todo de su parte en el mercado estival: poco a poco fueron llegando Gerard Moreno, Marco Asensio, Burgui, Enzo Roco, Pape Diop… Nombres jóvenes y con poca experiencia, pero con mucho talento. Si estos cumplían mínimamente con las expectativas, Felipe Caicedo asumía el rol de estrella y Sergio González daba con la fórmula perfecta para potenciar sus obvias virtudes, el club periquito estaba en disposición de no extrañar tanto a su ídolo. Pero debía salir todo bien. Y no fue así.
1- LA OBVIA CALIDAD OFENSIVA
Asensio llegó a parecer un sistema ofensivo en sí mismo, pero no lo esAunque no fue instantáneo, la primera parte de la ecuación se fue cumpliendo poco a poco. Siempre que jugaban, fuera de la manera que fuera, los hombres de ataque demostraban que el Espanyol era un equipo mucho más preparado para marcar diferencias individuales que los conjuntos que lo rodeaban en la clasificación. Betis, Getafe, Rayo, Sporting, Eibar, Levante… El Espanyol tenía más. Comenzando por la figura de Felipe Caicedo, que cuajó un inicio de temporada soberbio. Muy cerca de su plenitud física, el delantero ecuatoriano ganaba constantemente el duelo a los centrales rivales, decantando así la balanza muy a favor de los periquitos. Es verdad que luego las cifras goleadoras no eran tan altas como se podía pensar (acabó con 8 goles en 31 partidos), pero con muy poquito lograba producir mucho para su equipo. Además, pronto se incorporaría a la dinámica Marco Asensio. El atacante mallorquín, del que recientemente hemos hablado, comenzó ejerciendo como mediapunta del 4-2-3-1 de Sergio. Desde ahí podía ayudar a los centrocampistas a sacar el balón con más ritmo y sentido, un déficit que desde que Verdú se marchó lleva arrastrando el Espanyol por más que lograse ocultarlo Sergio García. También podía caer a las bandas para generar superioridades o, sobre todo, colocarse a espaldas del doble pivote rival, de cara a recibir, conducir y finalizar. Su volumen de participación en otoño fue tan positivo que el Espanyol creyó haber encontrado otro «sistema ofensivo» en la joven perla del Real Madrid.
Pero esta ilusión se fue desvaneciendo. Y era lógico que así fuese. A un futbolista como Asensio se le puede otorgar cualquier derecho, porque su talento te lleva a ello, pero cargar de tanta responsabilidad a un debutante en la categoría parecía excesivo, como así se fue demostrando. Sea como fuere, su participación desde la banda derecha seguía resultando muy productiva, Felipe Caicedo continuaba transmitiendo buenas sensaciones y, además, los otros tres atacantes se iban relevando con acierto y puntualidad. Cada uno tuvo su momento: Gerard Moreno a comienzos de año, Burgui en el mes de febrero y Hernán Pérez durante el resto de tramos. Pero el equipo no estaba logrando aprovecharlo.
2- SIN ESTRUCTURA NO HAY PARAISO
Sergio no pudo lograr edificar una estructura que juntase al equipo Por todo esto, cuando Víctor Álvarez dejó de juntar al equipo desde la banda izquierda, resultó muy lógico que la reacción de Sergio González fuera alinear directamente a cuatro de sus cinco atacantes en el once. En 4-2-3-1 o 4-4-2, había espacio para Caicedo, Gerard, Asensio y Hernán. Seguramente no era la disposición ideal, pero sí que parecía la mejor forma de aglutinar el máximo talento, desborde y gol sobre el terreno de juego. Sin embargo, poco a poco, sobre todo a partir de que Asensio dejara de bajar tanto, la presencia de los cuatro atacantes comenzó a romper el equipo. No era un problema suyo, sino de la estructura colectiva. Pero para el caso venía a significar lo mismo. El Espanyol cometía muchos errores en defensa, la confianza se comenzó a resentir en demasía, las líneas cada vez estaban más separadas, jornada a jornada iban perdiendo metros sobre el campo y esto, evidentemente, terminó por aislar a sus cuatro atacantes, que no dejaban de ser la mejor -¿y única?- carta para lograr la salvación.
3- EL TERCER CENTROCAMPISTA DE GALCA
Cuando se produjo el relevo en el banquillo, e incluso en las primeras jornadas de Constantin Galca, la imagen que transmitía el RCD Espanyol era de equipo a la deriva. Cuando saltaba al campo no sabía qué, cómo, por qué, cuándo y dónde podía merecerse ganar a su rival. Le faltaban respuestas. No es que fuera una hoja en blanco, pero ésta tenía demasiados tachones y muy pocas ideas interesantes.
Galca buscó un tercer centrocampista, pero le costó encontrarloEl reto de Galca en Barcelona resultaba evidente: debía dotar al equipo de un mecanismo táctico que, simplemente, juntase al equipo para que los de arriba pudieran mantenerles en Primera. Al principio, esta idea pareció tener una intención claramente asociativa. La entrada de Salva Sevilla en el once, sobre todo en banda izquierda, hacían buenos los análisis que hablaban del rumano como un técnico al que le gustaba asumir y llevar el protagonismo en campo rival. Sin embargo, esta propuesta tenía demasiadas contraindicaciones: el curso estaba muy avanzado, el ánimo no era el mejor, le faltaban medios para tejer secuencias de pases y, además, como decíamos antes, la defensa estaba flaqueando en exceso, pues los laterales eran fácilmente superados y Enzo Pérez + Álvaro parecía una pareja demasiado timorata. Sea como fuere, aunque utilizando otro protagonista, Galca insistió en una idea parecida con Joan Jordán, al cual además situó en la sala de máquinas para que al menos pudiera lanzar a los atacantes con más precisión de lo que lo hacían Víctor Sánchez, Pape Diop o Cañas. Pero tampoco funcionó. Parecía obvio que Galca buscaba un tercer centrocampista que juntase al equipo como Sergio había tratado de hacer con Víctor Álvarez, pero… ¿el Espanyol tenía a ese jugador?
Sí, lo tenía. Y se llamaba Abraham González. Su entrada en el once, normalmente como interior de un 4-1-4-1 muy marcado, tuvo un impacto inmediato y obvio. No tanto por lo que realizó individualmente, que no fue nada demasiado destacado, como sí por lo que ayudó a armonizar el resto de líneas y perfiles. De repente el Espanyol parecía un equipo coherente desde la pizarra. La presión y voluntad de sus tres centrocampistas le ayudaba a juntarse arriba, de manera que así la pelota siempre pudiera estar más cerca de Asensio, Caicedo y Hernán que de sus defensas. Pero no sólo era esto. Una vez el Espanyol buscó morder la recepción del primer pase, las temporadas de Víctor Sánchez y, sobre todo, de un goleador Pape Diop cambiaron por completo. Lo del senegalés fue impresionante. Seguía de cerca al rival con el que estaba emparejado, esperaba para arrancar a que el defensa le diese el pase y, cuando éste se producía, se lanzaba como un tigre sobre su presa. Luego salía, conducía y se la entregaba a Asensio. Así todo era más fácil. No había que dar muchos pases, no había que defender tan cerca de Pau (clave aquí la irrupción de Óscar Duarte) y, por ello, tampoco había que correr a 60 metros de la portería. Sin duda, la calidad de sus delanteros tenía valor de permanencia para el RCD Espanyol, pero fue la figura del tercer centrocampista la que permitió que ésta decidiera encuentros.
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danityla 13 mayo, 2016
Sobre el papel daba la sensación de que Caicedo y Asensio podían hacer olvidar a Tamudo. Al menos en potencial. Pero luego te das cuenta de lo mucho y bueno que ha hecho el pequeño Tamudo. Vaya jugador que fue para sus equipos.
Asensio trasmite cosas de jugadorazo. Esperemos que el año que viene siga creciendo.